Capítulo 4
Silvia detuvo su paso, parecía tranquila, pero no devolvió el apretón, por lo que Fátima se tensó ligeramente.

—El abuelo se enteró de lo nuestro —comenzó a decir Carlos, sacándola de aquella incómoda situación—, y quiere que vayas a cenar esta noche. Vine a recogerte porque tienes el móvil apagado.

—De acuerdo —asintió Silvia, mirando el celular y comprobando que en verdad estaba apagado—: Primero, voy a cargarlo. Estaré allí en un rato —añadió, dejando en claro que no iría con ellos.

—¿Qué tal si espero a que bajes...? —inquirió Carlos, frunciendo el ceño.

—No —lo interrumpió Silvia, con una sonrisa—. Iré por mi cuenta. Y, si te viene bien, mañana a las nueves, iremos por el certificado de divorcio —añadió, mirando a Fátima, al ver que él se quedaba en silencio.

—¿Es tan urgente? —preguntó Carlos, un tanto frustrado, aunque Silvia no entendía por qué.

—Sí, es urgente —asintió Silvia, con seriedad.

Tras aquellas palabas, Carlos no dijo nada más y, con una expresión tensa, rápidamente se marchó con Fátima.

Pero, nada más dar unos pasos, Fátima de pronto le dijo algo a Carlos cariñosamente y se acercó a ella, diciendo:

—Señorita Somoza, en cualquier caso, le tengo que dar las gracias.

—¿Por qué? —preguntó Silvia, un tanto confundida.

Fátima volvió la vista hacia el hombre que le esperaba a unos pasos, colocándose un mechón detrás de la oreja, y, sonriendo dulcemente, como si estuviera recordando, afirmó:

—En aquel entonces, Carlos y yo nos separamos por muchas cosas, y pensé que nunca volveríamos a estar juntos. Sé que tú lo quieres mucho, y, si no hubiera sido por tu sacrificio, probablemente no habríamos tenido la oportunidad de regresar.

—Te equivocas —respondió Silvia, alzando la mirada—: No me divorcié de él para que estuvieran juntos, no soy tan buena, solo lo hice porque ya no quiero amarlo más.

Había pasazo tres años esforzándose por ser una buena señora Ferrero y había fracasado. En ese tiempo, incluso podría haber ganado el premio gordo comprando la lotería, pero no había sido capaz de conseguir el amor de aquel hombre, así que, ¿para qué insistir más?

Sí, ciertamente había hecho mucho por Carlos, y lo único que había obtenido a cambio había sido que la dejara por otra mujer; no obstante, Silvia tampoco sentía remordimientos.

Fátima se quedó ligeramente estupefacta.

—En cuanto a cómo están las cosas entre ustedes —comenzó a decir Silvia, tras pensárselo un momento, bajando las cejas con frialdad—, ya no es asunto mío.

La cena era a las ocho y media, y eran poco más de las siete cuando Silvia llegó a su piso. Tal vez porque su corazón estaba en un raro estado de relajación, tras el divorcio, aún era demasiado temprano cuando salió de la ducha y el móvil ya se había cargado.

Después de mucho tiempo, Silvia eligió su vestido rojo favorito, se colocó los lentes de contactos y se maquilló, algo que casi nunca hacía cuando vivía con los Ferrero.

Al principio cuando apenas se había casado, se maquillaba, pero, como a Roberta no le gustaba y decía que no pegaba con la buena imagen que debía de tener una dama, había dejado de hacerlo, aunque a Carlos no le importaba; ni siquiera se molestaba en mirarla.

Ahora hacía lo que le daba la gana, y podía ponerse todo lo que le gustaba.

Una vez que se hubo cambiado de ropa y terminó de maquillarse, Silvia tomó un taxi hasta la antigua mansión de la familia Ferrero.

—Señora, por aquí —dijo el mayordomo respetuosamente, a pesar de la sorpresa que mostró al verla.

Al oír que no había cambiado la forma de llamarla, Silvia supo que el anciano Ferrero no quería que se divorciara de Carlos.

Y, rápidamente, lo confirmó.

Cuando entró, Fátima y Carlos estaban sentados en el comedor, pero el anciano, permanecía en silencio, con una evidente expresión de descontento, que hacía que el ambiente se sintiera sumamente n tenso.

Al verla, la cara del anciano se alivió por un instante y la saludó amablemente con una sonrisa, diciendo:

—Sisi, ven, hace mucho que no vienes a cenar conmigo.

Carlos levantó la vista, inconscientemente, y sus ojos se posaron en Silvia, haciendo que corazón se agitara de repente.

Silvia se quitó las gafas y quedaron al descubierto sus hermosos y brillantes ojos , que combinaban a la perfección con el rojo de su vestido, haciéndola lucir coqueta y orgullosa.

Era completamente diferente de la mujer que él recordaba, la que solía ser obediente y se nunca rechazaba nada.
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