Capítulo 5
Mientras pensaba, una mano cálida le sostuvo suavemente, Carlos inclinó la cabeza y Fátima le miró con preocupación:

—Carlos, ¿estás mal del estómago, quieres un poco de sopa?

Pero Carlos negó con la cabeza.

Cuando Silvia terminó de saludar al anciano, se sentó, silenciosamente, ajena a la interacción de aquellos dos, mientras que, en cambio, el anciano Ferrero soltó un gruñido desdeñoso.

En la familia Ferrero, era una regla no hablar durante la cena, y Silvia, que tenía poco apetito, solo tomó algo por acompañar al anciano.

Cuando terminó la comida, el anciano Ferrero la miró, diciendo:

—Me contaron todo, Sisi, pero no te preocupes, toda la familia Ferrero solo te reconoce a ti como la legítima esposa de Carlos. —Hizo una pausa, mirando recelosamente a Fátima y a Carlos, quienes tenían una expresión tensa, e insinuó—: ¡Incluso si alguien tiene que dejar la familia Ferrero es la rompehogares y ese bastardo irresponsable!

Ante aquella aseveración del anciano, Silvia no sabía qué decir.

Por su parte, Carlos arrugó el ceño, con el rostro ligeramente sombrío, y Fátima, que lo tomaba de la mano, puso cara de pena mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.

Al anciano Ferrero no le importaban estas dos personas, palmeó la mesita y suspiró, antes de añadir:

—Tu padre y yo somos viejos amigos, cuando te casaste con mi nieto me alegré durante mucho tiempo. Sisi, si te dejo marchar ahora de la familia Ferrero, ¿cómo se lo explicaré a tu padre?

—Abuelo, intentaré compensar a Silvia —repuso Carlos, frotándose las sienes, sintiendo un intenso dolor de cabeza—, no se pueden forzar los sentimientos...

—¡¿Qué se va a forzar?! —exclamó el anciano, tras soplarse el bigote, lanzándole una mirada fulminante—. ¡Tú simplemente estás ciego! ¡Vaya clase de mujeres te gustan!

—Abuelo... —comenzó a decir Silvia, tomando el relevo con voz cálida, al ver que el anciano y Carlos estaban a punto de discutir—, no es que él quiera el divorcio, fui yo quien lo propuso.

En cuanto las palabras salieron de su boca, el salón se sumió en un inquietante silencio, tras lo cual Silvia le sirvió un vaso de agua al anciano, esperando que bebiera un sorbo y se calmara, antes de añadir con lentitud:—Abuelo, no tienes que preocuparte por mí, no me sacrifiqué, hice todo según me lo indicaba mi corazón. Me divorcié solo porque ya no me gusta el señor Ferrero.

Su rostro estaba tranquilo, como liberado de una jaula, y se respiraba otro tipo de paz. Carlos miró su hermoso rostro bajo la luz del comedor y su expresión se volvió repentinamente sombría.

—La familia Ferrero te debe mucho —repuso el anciano Ferrero tras guardar silencio por un momento.

Silvia hizo una pausa y sonrió sin decir nada, tras lo cual, al ver al anciano más tranquilo, se excusó.

El hombre, comprendiendo que era tarde, asintió con la cabeza, solo para mirar la espalda de Silvia, mientras se alejaba, y decirse:

—Es bueno que te divorcies, es mejor que estar con este bastardo.

Acto seguido, soltó un suspiro, sin molestarse en mirar a Carlos, que se encontraba a su lado, y subió directamente al estudio.

Tras lo cual la expresión de Carlos mostró mayor insatisfacción.

—Carlos, sube a consolar al abuelo —dijo Fátima, cariñosamente—, siempre le ha caído bien la señorita Somoza y ahora debe estar muy triste ahora.

—Yo te llevaré a casa primero —respondió Carlos, tomándola de la mano y pensando que Fátima había sido sumamente comprensiva.

Cuando hubo despedido a Fátima, Carlos subió al estudio a buscar al anciano Ferrero, quien se encontraba tomando una taza de té.

Se sentó, y se sirvió una taza de té caliente, mientras, sonando algo desconcertado, decía:

—Abuelo, Fátima será mi futura esposa, y aunque no te guste, te pido que seas un poco más amable con ella.

—Eso es lo que te dije cuando Sisi se casó contigo —resopló el anciano—, dije que era tu mujer, aunque no te gustara y que debías ser más amable con ella, ¡¿y tú qué hiciste?!

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