Capítulo 7
Las pestañas de Silvia se agitaron, mientras pensaba que si, en ese entonces, no se hubiera casado con Carlos se habría convertido en psicóloga. Sin embargo, ahora que llevaba varios años fuera del oficio, ¿realmente podría regresar a lo que tan bien se le daba

El profesor Cisneros también vio la vacilación en su corazón, y la persuadió con voz cálida:

—No hay prisa, pero, si tienes la intención, estoy dispuesto a ayudarte.

—Gracias, profesor —le agradeció, sintiendo una grata calidez en su corazón.

En verdad, dado que no había tenido tiempo de visitar al profesor en los últimos años, no esperaba que él se acordara de ella.

Silvia volvió a preguntar con preocupación por el estado del profesor, charló con él durante un buen rato, e incluso este, entusiasmado, le ofreció quedarse a comer, por lo que Silvia no se despidió de él hasta bien tarde.

Silvia se había preocupado de recoger la ropa y el equipo que había preparado, por lo que, llegada la hora Lucía pasó a recogerla y ambas se dirigieron hasta Monte Luz, a donde llegaron temprano, encontrándose con unas cuantas caras desconocidas. Dado que la cacería estaba auspiciada por la familia Caballero, había todo tipo de personas y Silvia no tenía ganas de saludar, rápidamente, se encaminó directamente a la habitación para cambiarse y recoger su escopeta.

—Carlos, Fátima, ¿qué hacen aquí? —oyó que decía una voz familiar, cuando iba de salida—. Creo recordar que a ustedes no les interesaba esto.

—Fátima dijo que aquí se estaba bien, y vinimos a pasar el rato.

A Silvia le dio un vuelco el corazón y abrió la puerta de un empujón, solo para ver al amigo de Carlos saludando a la pareja, cariñosamente.

—Silvia... —gritó el hombre, con cierta sorpresa al verla salir—, ¿ qué haces tú también aquí?

Cuando terminó, miró el rostro de Carlos con cierto pesar.

Silvia llevaba el pelo recogido, sin maquillaje, con un aspecto sencillo, pero se había quitado las gafas y las había sustituido por unas de contacto, y vestía ropa sencilla de camuflaje para la caza; no obstante, tenía un aspecto muy valiente.

—¿Por qué estás aquí? —preguntó Carlos, frunciendo el ceño. Nunca la había visto así.

Lucía, que se había cambiado de ropa, miró de mala gana a Carlos e hizo una mueca, antes de preguntar:

—¿Qué pasa? ¿Tú eres el único autorizado para divertirte con tu chica? ¿Acaso Sisi no puede divertirse también?

—Señorita Lázaro, Carlos no quiso decir eso, es solo que él y la señorita Somoza están divorciados, y es un poco inapropiado que ella, que no sabe cazar, venga a Monte Luz a vigilar a Carlos.

En cuanto Fátima soltó aquellas palabras, no solo los ojos de Carlos reflejaron desdén, sino que incluso los alrededores se levantaron más murmullos, ya que todos pensaban que Silvia había seguido a Carlos hasta Monte Luz como una acosadora.

Todos los presentes eran ricos y poderosos, por lo que conocían más o menos la relación de Carlos y Silvia, y, a lo largo de los años, él jamás había salido en público con ella, por lo que era evidente que Carlos no la reconocía su identidad como la señora Ferrero. Y, ahora que los dos estaban divorciados, Silvia seguía acosándolo, eso sin duda la convertía en una sinvergüenzas.

Cuando Lucía escuchó eso, se puso furiosa y, acercándose a Fátima, exclamó:

—Cierra tu puta bo...

Silvia le dio un tirón de la manga, cortándola, y sonrió en dirección a Fátima y Carlos, mientras decía:

—Perdonen, pero le están dando demasiadas vueltas, en realidad vengo a cazar... —Cargó la escopeta con gran destreza, y, distraídamente, añadió—: No solo sé cazar, además soy una experta haciéndolo. Si no me creen, señor Ferrero, señorita Gómez, pueden probarme…

Cuando terminó, de pronto, la multitud enmudeció y solo se oyeron unos pasos suaves. Silvia alzó la cabeza para ver a Daniel Caballero, quien acababa de llegar al coto de caza, mirándola con una sonrisa, mientras se acercaba a ella.

Una vez junto a Silvia, Sacó la nueva escopeta que el personal que tenía detrás había preparado y se la entregó, diciendo:

—Es el último modelo, estoy ansioso por ver a la señorita Somoza en acción.

Sus ojos eran profundos y conmovedores, y la sonrisa en la comisura de sus labios era significativa y sumamente seductora.
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