Silvia alzó la vista, encontrándose con un par de hermosos ojos. El hombre era elegante y apuesto, pero su temperamento era demasiado apacible, y sonreía como un joven inocente y encantador. Silvia no lo conocía, y Lucía también lo miró con cierta duda. —Me llamo Martín Batalla —se presentó él con simpatía, mientras colocaba el ave negra junto a ellas, sin cortarse un pelo—, soy el chef del señor Daniel, él me hizo traerle el plato del ave que cazó para que lo pruebe.«¿Chef?»Silvia levantó la vista, ¿qué tipo de chef llevaría un reloj de millones?—Martín —soltó Lucía—, ¿todos los chefs del señor Daniel son así de ricos?—Digamos que el rico es el señor Daniel —respondió él con suficiencia, mientras les servía un corte de ave.Tanto Lucía como Silvia no pudieron evitar reír, y sus risas no tardaron en llegar a los oídos de Carlos, exasperándolo.Desde su perspectiva, la mujer estaba pinchando un trozo de carne asada con un tenedor de plata y llevándoselo a la boca con una sonrisa,
El banquete de la barbacoa duró más de tres horas, en las que todos no hicieron más que disfrutar.A mitad de la jornada, Silvia se escabulló en busca de su premio, en compañía del personal.Según las normas de Daniel, podía llevarse el poni u otro animal que quisiera. Y Silvia acabó eligiendo un pequeño siervo, a pesar de su gusto por los caballos; ya que, inconscientemente, pensó que un caballo no era apto como mascota. Una vez que hubo escogido su trofeo, un guardaespaldas la detuvo, adoptando una postura respetuosa.—Señorita Somoza, el señor Daniel quiere verla.Naturalmente, dado que no había otro Daniel, no tardó en comprender de quién se trataba.Sin decir nada, Silvia siguió al guardaespaldas hasta el primer piso, en donde el hombre se encontraba sentado ociosamente en una silla junto a la ventana, mientras Martín mezclaba atentamente una bebida, los cubitos de hielo refractando una luz sensual al sumergirse en el licor ambarino.Al verla llegar, a Martín se le iluminaron los
Aunque Martín había seguido a Daniel durante algunos años, al final era su chef personal, por lo que su identidad era todo un misterio. Por este motivo, Carlos y su gente no lo habían visto nunca. Sin embargo, todos oyeron cómo saludaba a Lucía y Silvia con total naturalidad. —Hace mucho frío, ¿qué tal si las llevo de vuelta? —preguntó, tras mirar a la multitud, con una sonrisa. Lucía se emocionó y sus ojos se iluminaron de inmediato, pensando que el enemigo del enemigo era un amigo; poder dejar mal a esa parejita maldita era todo un placer —Pues, claro, muchas gracias —respondió, sin pensarlo dos veces.Silvia no pudo evitar sonreír, aunque en el fondo sabía que el carácter de Martín no era tan considerado, y que había sido Daniel quien le había pedido que se ofreciera a llevarlas.No obstante, no dijo nada y siguió a Lucía hasta el coche, mirando el pabellón oculto en la sombra, sin poder evitar recordar la petición del hombre.—Señorita Somoza, por lo que dice el profesor Cisnero
La casa de aquí era la que Carlos prometió regalarle, y el papeleo de la casa estaba en trámite, así que aunque Carlos quisiera dar una buena impresión de buen yerno y dejar que sus futuros suegros vivieran en ella, debería preguntárselo.Además, la casa era el único lugar en el que ella y Carlos habían vivido juntos antes de casarse.En fin, Carlos no la tomaba en serio.A Silvia no le importaba si Carlos la quería o no, pero Carlos debería respetarla como a una persona al menos.No era una mascota...Justo cuando esas personas hablaban de la boda con bastante entusiasmo, Roberta se sorprendió al ver a Silvia y su expresión cambió de inmediato.El resto también miró hacia ella.Leticia no pudo evitar quejarse: —Qué mala suerte, ¿por qué está aquí?Finalmente fue Fátima quien tuvo la decencia de acercarse a saludarla, ocultando la incomodidad bajo sus ojos: —Srta. Somoza, qué casualidad, ¿qué hace usted aquí?—No es casualidad. —Silvia miró al grupito que parecían haber visto al enemig
Fátima quiso persuadir a Roberta: —Mamá, la Srta. Somoza es la ex mujer de Carlos, no la trates así... De todas formas, hay habitaciones vacías en nuestra casa... Si no tiene a donde ir, que se quede con nosotros.Después de decir eso, el guardia de seguridad miró a Silvia, sencillamente vestida, con unos instantes de desprecio.Se hizo la idea de que era una mujer que se aferraba a la familia rica de su ex.Silvia ignoró las miradas de los demás y se limitó a negar: —No será necesario.Se fue tirando de su maleta, pero el cielo se nubló de repente y cayó una tormenta.Cuando alguien estaba en racha de mala suerte, le pasaría de todo.Silvia miró 2% de batería que le quedaba y no pudo evitar reírse de sí misma.Rodeada de bosques y árboles, no había lugar donde esconderse de la lluvia, y ella estaba empapada, con un aspecto especialmente miserable bajo la lluvia torrencial.De repente, un Cayenne se detuvo a su lado, el hombre caminó hacia ella con un paraguas negro, la lluvia torrenci
Daniel hizo una pausa tan larga que Silvia pensó que no iba a contestar antes de oírle decir débilmente: —Es una amiga.Había algo extraño en su tono, y Silvia, sin intención de entrometerse en historias ajenas, se afanó en cambiar de tema: —Sr. Caballero, ¿me puede comentar cómo manifiesta su hermana la enfermedad?—No puede ver la sangre, sufre amnesia de vez en cuando, da arcadas y grita cuando se expone a extraños del sexo opuesto, y no puede controlar el miedo y los gritos cuando se encuentra con algunas situaciones.Este hombre a veces era distante y otras indiferente.Silvia escuchó, pensativa.Todos estos síntomas eran reacciones exageradas a la estimulación, tal vez en los recuerdos de Vivian hubiera algo que la produjera miedo.Antes de que pudiera decir estas palabras, Carmen se había acercado con la ropa: —Srta. Somoza, la ducha está lista, y aquí tiene la ropa, que es de su talla.Silvia le dio las gracias y volvió al baño para ducharse y cambiarse, sin embargo no se había
El rostro frío de Carlos estaba un poco molesto. —Todavía estoy...Antes de que pudiera terminar la frase, Silvia le interrumpió directamente.—¿Todavía en una reunión? —La voz de Silvia con frialdad, algo inusual. —Sr. Ferrero, nadie le esperará todo el tiempo, ya que ha decidido divorciarse, no siga arrastrando el asunto. ¿Recuerda que está preparando la boda? Pues no hace ninguna gracia que no se de prisa en finalizar nuestra relación.Silvia estaba cansada de los tanteos de Fátima, y de la inexplicable e interminable conexión con Carlos.Ella siempre había sido una persona decisiva, si amaba a una persona, podía dar la vida por él, peri si no, no perdería ni un segunto con esta.Ella no se creería que Carlos la quería tanto y por eso retrasaba el divorcio, seguro que Carlos simplemente no la tomaba en serio.Ella nunca era una de sus prioridades.Carlos agarró el celular, frunció el ceño con fuerza, apretó los labios, recordando aquel día que aquel hombre la envió a casa, y su cora
Lo pensó y lo resumió diciendo: —Eres el puto amo.Silvia sabía que su amiga estaba disgustada y simplemente se alegró de ver cómo le arrojaba en cara todo eso al hombre que le caía mal.Carlos, en cambio, frunció el ceño: —Mi madre te ha echado, ¿te enfermaste?¿Ahora actuaba como si ella le importara?Silvia echó un vistazo a la puerta de la oficina donde habían salido y solo sintió unos instantes de burla en el corazón.Le miró sin expresión: —Sí, así que, Sr. Ferrero, si le parece bien, haga también el papeleo lo antes posible para evitar malentendidos.Terminó y se fue con Lucía, sin dar a Carlos la oportunidad de decir nada más.En cuanto se fue, Carlos llamó a Fátima y le preguntó por lo de ayer.Fátima sonaba como si se sintiera un poco impotente: —A mí también me hubiera gustado que la Srta. Somoza se quedara, pero Roberta parecía tener algún problema con ella, y por eso la echó.A Carlos no le gustó mucho lo que escuchaba por alguna razón y la interrumpió débilmente: —Fátima,