Mis ojos pesan como si llevaran el peso de un mundo entero, y me resulta casi imposible abrirlos. Hay un miedo abrumador que me embarga, y no tengo la más mínima idea de dónde me encuentro. La presión en mi cabeza es tortuosa, como si cada pulso estuviera a punto de hacer estallar algo interno. Siento un tubo grueso que atraviesa mi boca y se adentra en mi garganta... ¿Estoy en un hospital? Mis inquietudes comienzan a desvanecerse cuando el insistente bip de una máquina que monitorea los latidos de mi corazón resuena con fuerza. Mi pulso es rápido, acelerado por la impotencia de no poder mover ni un solo dedo. Una ola de desesperación me inunda, y una lágrima solitaria se desliza por mi mejilla; estoy sola aquí, aterrorizada en una habitación que carece de familiaridad, mientras nadie parece saber que he despertado. Mi corazón comienza a calmarse levemente al escuchar el sonido de una puerta abriéndose. -Vamos a ver cómo está Lucy hoy -dice una voz suave, casi maternal. Deseo fervi
La puerta de mi habitación se abre suavemente, y Elena, la sirvienta de la casa, entra con una bandeja que humea deliciosamente. El aroma del desayuno recién preparado inunda el ambiente, despertando mis sentidos y provocando un suave gruñido en mi estómago que reclama atención. El olor a café y pan tostado se mezcla con el fresco aire de la mañana, creándome un anhelo innegable por el alimento que, indudablemente, me hará sentir mejor. -Buenos días, Lucy, mi niña. ¿Cómo amaneciste hoy? -pregunta Elena con su habitual calidez, un brillo de cariño en sus ojos castaños. -Bien -respondo, esforzándome por esbozar una sonrisa, aunque la molestia en mi garganta se mantiene, y las palabras me salen con dificultad, como si el simple acto de hablar fuera un desafío. -Al menos puedes hablar, y con el paso de los días, estoy segura de que recuperarás tu voz por completo -me asegura, mientras colocando la bandeja a mi lado lo hace con una delicadeza casi maternal. Tomando aire, decido aprovech
Me despierto bruscamente al escuchar el suave chirrido de la puerta de mi habitación al abrirse. Reconozco esa figura familiar al instante; es Teresa, mi madre.-Hola, Lucy... ¿cómo has estado? -su voz resuena con una mezcla de preocupación y ternura.-Estoy mejor... -le respondo, intentando dibujar una sonrisa en mi rostro.Ella se acerca un poco más y, por un momento, puedo ver el cansancio reflejado en sus ojos. -Perdón por no estar tan al pendiente de ti... He tenido mucho trabajo últimamente, y debo viajar con frecuencia -me dice, con un tono casi apologético.-Tranquila... lo entiendo -le aseguro, aunque por dentro siento un pequeño vacío. La ausencia de su presencia siempre deja una huella en mis días.Mientras hablo, no puedo evitar mirar a Danna, que duerme a mi lado como un bebé, ajena a la conversación que se desarrolla entre mi madre y yo. Teresa vuelve a hablar.-Hoy debo viajar por tres días... ¿Me despides de Danna? No quiero despertarla.-Está bien... Espero que tenga
Han pasado varias semanas desde el suceso, y mi recuperación ha sido sorprendentemente rápida. Sin embargo, a pesar de los avances físicos, hay un aspecto que se niega rotundamente a avanzar: mi memoria. Cada intento por recordar lo que ocurrió se siente inútil; es como intentar atrapar agua con las manos. La mente se niega a cooperar, manteniendo cerrada la puerta a los recuerdos que, supongo, deberían ser dolorosos.Mis sesiones de terapia con mi padre tienen lugar cada dos días, pero suelen ser encuentros silenciosos, con escasas palabras compartidas entre nosotros. Es como si ambos estuviéramos navegando en un lago de melancolía, cada uno inmerso en su propio mundo de pensamientos, mientras yo, como una hoja en blanco, aguardo una pequeña mancha que me diga quién soy y qué me ha sucedido.Mi frustración crece cada día. Siento que el suceso que marcó mi vida es como una niebla densa que me impide avanzar. Me han prohibido ver las noticias, ya que mi nombre apareció en ellas, y eso
Me despierto con una maraña de cabellos rojos que me cubren la cara. Al apartarlos con suavidad, me doy cuenta de que son de Danna. Nos parecemos tanto que, si ella tuviera mi edad, la gente podría llegar a pensar que somos gemelas. Mientras mis pensamientos navegan entre los recuerdos nebulosos de mi infancia, no soy consciente de que Danna ha despertado. Ella comienza a escribir con frenesí en su libreta, ese diario personal que nunca parece abandonar. Hay algo cautivador en su dedicación a las palabras escritas, algo que me hace sentir admiración. -¿En qué pensabas? -me pregunta con un gesto animado, tomando su bolígrafo y escribiendo en su libreta que siempre está a su lado, como si fueran inseparables.Muevo mi cabeza, tratando de cristalizar mis pensamientos fugaces. Finalmente, decido compartirlo con ella:-En muchas cosas... Quiero recordar toda mi vida para no sentirme tan perdida.Sus ojos se iluminan con comprensión, y asiente lentamente mientras sigue escribiendo en su l
Ya habían transcurrido dos meses desde que fui dada de alta tras mi recuperación. Poco a poco, he ido notando mejoras significativas en mi condición física. Con el tiempo, incluso he comenzado a practicar yoga por las mañanas: una actividad que le apasionaba a Dana antes de aquel desafortunado accidente que nos cambió la vida. La conexión entre nosotras ha crecido; participar juntas en esta rutina matutina nos brinda momentos de complicidad y alegría.Dana, mi adorada hermana, siempre se muestra entusiasta y motivadora. Cada mañana, la luz del sol ilumina la habitación mientras ambas nos entregamos a las posturas y a la respiración tranquila que el yoga nos ofrece. Una hora se pasa volando mientras nuestras risas llenan el espacio, y el ejercicio se convierte en una celebración de la vida y la recuperación.Después de nuestra sesión de yoga, nos dirigimos a la ducha para refrescarnos antes de la siguiente actividad del día. Hoy, estábamos emocionadas porque comenzaríamos las clases de
Me encontraba durmiendo plácidamente en la calidez de mi cama, envuelta en un estado de calma y tranquilidad, acompañada por mi hermana Dana. Las sombras de la habitación se desvanecían suavemente con los primeros destellos del amanecer. Sin embargo, mi serenidad se vio interrumpida de repente por un ruido inquietante que provenía del exterior de nuestra casa.La vivienda estaba protegida por un gran portón de madera, y, gracias a la posición de mi ventana, podía ver claramente si alguien se escondía entre los árboles y arbustos que rodeaban nuestra propiedad. Pero el sonido era diferente, crujiente y furtivo, como si alguien estuviera escalando algo con la intención de ingresar. Un escalofrío helado recorrió mi cuerpo al instante. Pensé en la posibilidad aterradora de que aquel que me había secuestrado en el pasado estuviera de vuelta, que de alguna manera hubiera logrado encontrarme.La idea me paralizó. Si ya sabía dónde vivía, era plausible que estuviera buscando llevarme de nuevo
Me despierto en medio de la noche, el corazón acelerado, porque un ruido tenue y familiar me saca de mis pensamientos. Es el mismo sonido inquietante que había escuchado la última vez...- Maldición... Ahora será imposible que duerma tranquila, sabiendo que podría haber alguien fuera de la casa, acechando y tratando de mirar a través de la ventana de mi habitación.La idea me paraliza. No tengo el valor suficiente para poner un pie fuera de mi cama, esa cálida y reconfortante burbuja que me protege, aunque sea solo por un momento. La oscuridad de la noche se siente opresiva, como una manta pesada que me aprieta el pecho. A cada segundo que pasa, la inquietud crece y una sensación de terror me invade por completo. Sin embargo, algo está cambiando en mí. A medida que las noches pasan, la incertidumbre y el miedo me hacen sentir más fuerte, más decidida. Cada noche, escucho el mismo sonido, y aunque me estremezco con solo pensarlo, hay una chispa de valentía que comienza a surgir en mi i