Confía en mi

Ya habían transcurrido dos meses desde que fui dada de alta tras mi recuperación. Poco a poco, he ido notando mejoras significativas en mi condición física. Con el tiempo, incluso he comenzado a practicar yoga por las mañanas: una actividad que le apasionaba a Dana antes de aquel desafortunado accidente que nos cambió la vida. La conexión entre nosotras ha crecido; participar juntas en esta rutina matutina nos brinda momentos de complicidad y alegría.

Dana, mi adorada hermana, siempre se muestra entusiasta y motivadora. Cada mañana, la luz del sol ilumina la habitación mientras ambas nos entregamos a las posturas y a la respiración tranquila que el yoga nos ofrece. Una hora se pasa volando mientras nuestras risas llenan el espacio, y el ejercicio se convierte en una celebración de la vida y la recuperación.

Después de nuestra sesión de yoga, nos dirigimos a la ducha para refrescarnos antes de la siguiente actividad del día. Hoy, estábamos emocionadas porque comenzaríamos las clases de lenguaje de señas con Elena. Este nuevo paso es vital para que la comunicación con Dana sea más fluida y sencilla. Aunque las clases se extenderán por dos horas, siento una mezcla de ansiedad y emoción. A veces me cuesta retener la información, pero Elena me ha tranquilizado, asegurándome que estas clases no solo me ayudarán a conectar mejor con Dana, sino que también fomentarán la mejora de mi memoria.

Al salir de la ducha, el aire fresco nos despierta. En ese momento, Elena se levantó de la mesa donde estaba organizando algunas cosas. Con una sonrisa, nos dice: "Voy a preparar el almuerzo. Si quieren, pueden ir a la biblioteca de la casa o disfrutar de un rato en la piscina".

La piscina me parece la opción más atractiva. Sin embargo, no llevamos trajes de baño ni nada por el estilo. Desde el accidente, he preferido cubrir mi cuerpo en lo que pueda, buscando el consuelo en la ropa holgada y en la sensación de estar más protegida. Pero la idea de mojar mis pies en el agua tibia me llama, así que accedemos.

Cuando llegamos a la piscina, el sol brilla radiante en el cielo y el sonido del agua suave me envuelve en una sensación de calma. Primero, decido sumergir mis pies, dejando que el agua tibia acaricie mi piel. A medida que mis dedos juegan con el líquido, me doy cuenta de lo revitalizante que es la experiencia. Probando el contacto con algo sencillo, siento que regreso a un espacio de tranquilidad, y en mis pensamientos, agradezco a la vida por estas pequeñas pero significativas oportunidades de recuperación y reconexión con mi entorno.

Danna se ríe mientras salta al agua, sus movimientos son fluidos como siempre. Me encanta observarla; sus risas son contagiosas, y cada vez que la veo disfrutar, me recuerda lo mucho que ha sido un apoyo incondicional en este proceso al que ahora enfrentamos juntas. cada pequeño paso que doy me acerca más a la normalidad que anhelo recuperar. La idea de aprender el lenguaje de señas se convierte en un faro de esperanza que germina en mi interior.

Después de un buen rato de chapoteos y risas, decidimos tomar un descanso y nos sentamos en la orilla de la piscina. Danna se acomoda a mi lado y, con su típica concentración, empieza a escribir en su libreta.

-Antes te encantaba nadar, Lucí. -Su mirada me dice que está recordando esos momentos compartidos, y sonriendo, me lo transmite.

-¿De verdad? -pregunto, sintiendo que una brisa de nostalgia me envuelve.

-Sí, mucho. Te relajaba. -Resplandece su respuesta; es como si esos recuerdos también cobraran vida para ella, con la esperanza de que yo pueda alcanzarlos.

-Tal vez por eso me siento extraña en este momento. Como si un recuerdo quisiera venir a mí, pero no lo termina de hacer... -Suelto un gran suspiro, dejando salir la frustración que me inunda-. Es un poco frustrante.

-Lo sé... -responde con un gesto de comprensión.

-Quiero hablar más con Paula. Ella debe saber más sobre mi accidente o sobre lo que hacía antes. Aquí parece que nadie quiere hablar del tema. -Mis palabras emergen como un río que desborda su cauce, llenas de ansias de verdad.

-Tal vez sea peligroso hacer eso... Papá se enojará. -Danna frunce el ceño, y puedo ver la preocupación danzando en sus ojos.

-Si no se entera, no se enojará. -Suelto en un intento de tranquilizarla, aunque siento que la situación es más complicada de lo que parece.

Danna suelta un gran suspiro, y por un momento, el silencio se vuelve pesado. -No has visto a papá molesto. Es como otra persona. -Su voz es baja, temerosa.

-¿Cómo así? -Pregunto, intrigada.

-Se coloca un poco violento, y creo que tu desaparición lo desestabilizó más. -Sus ojos evitan los míos, como si revivir esos momentos fuera demasiado doloroso. -Una vez él... hmm... No, olvídalo.

-¿Qué pasó? Cuéntame. Sabes que yo no diré nada. -Insisto, mi curiosidad se convierte en un imán que atrae cada fragmento de su historia.

-Un día Henry llegó muy enojado y, sin querer, me atravesé en su camino. Yo llevaba cereal con leche en las manos, y cuando lo tropecé, casi todo el cereal cayó sobre sus pies. Sentí tanto miedo que comencé a correr, pero al instante, me agarró. Pensé que me iba a golpear. Pero lo que hizo fue peor... -su voz tiembla mientras recuerda-. Rompió mis aparatos para oír. Con ellos, me defendía mucho mejor y me facilitaban muchas cosas. Pero él los rompió con sus manos hasta volverlos añicos. Y después, ya nunca me los volvió a comprar. Es como un castigo.

-¡¿Qué?! No lo puedo creer. -Mis ojos se abren de par en par ante la incredulidad. -Pero él se ve tan tranquilo. Se ve que tiene su carácter, pero pensé que solo llegaba hasta ahí. ¡Está loco! ¿Cómo va a hacer eso?

-Pues lo hizo. Por eso tengo miedo de que nos descubran. -La angustia en su voz es palpable, y no puedo evitar sentir un profundo desasosiego por ella.

-No pasará nada. Lo ocultaremos bien. Confía en mí... Además, trataré de que te den de nuevo tus aparatos. -Le prometo, audaz y decidida.

-¿En serio? -Sus ojos humedecieron al escuchar mis palabras, y ver su vulnerabilidad me rompió el corazón.

-Lo prometo. Voy a investigar la verdad de todo esto que nos están ocultando. -Atrapada en su mirada, siento un ardor por protegerla.

-Yo te ayudaré. -La luz de su determinación se enciende.

-Por eso te amo tanto. -La abrazo con fuerza, cerrando los ojos por un instante, sintiendo que, a pesar de los oscuros nubarrones que nos rodean, aún hay espacio para la unión y el amor entre nosotras.

Después de ese intercambio, nos sumergimos nuevamente en la piscina, como si el agua tuviera el poder de lavar no solo nuestros cuerpos, sino también los temores que nos acechaban. Me dejé llevar por la sensación de ingravidez mientras nadaba bajo la superficie, disfrutando de ese instante etéreo en el que el mundo exterior se desdibujaba y solo existía el silencio del agua envolviéndome. Sin embargo, en medio de esa calma, una imagen vaga y esquiva comenzó a emerger de las profundidades de mi mente. Era un chico, pero su rostro se desdibujaba como una pintura en acuarela, impreciso y difuso, lo que hacía casi imposible recordar su nombre o cómo había llegado a formar parte de mi historia.

Sentí una punzada de frustración y decidí sacar a Danna de su inmersión. La llamé a la orilla y, luchando contra esa sensación de confusión, le pregunté escribiendo en su libreta, que siempre llevaba con ella: "¿Recuerdas a alguien... un chico que tal vez estuvo en mi vida antes?"

Danna, con curiosidad y un poco de preocupación, bajó ligeramente la cabeza, como si un rayo de incomodidad la atravesara. Sus hombros se tensaron un poco mientras escribía en su libreta.

-Tuve un recuerdo al sumergirme en la piscina... un recuerdo de un chico, pero no puedo recordar nada más, ni su nombre ni su rostro con claridad.

desesperada por entender el vínculo que podría haber existido, así que insistí: "¿Quién es el chico? Por favor, dime." Colocando la libreta justo frente a sus ojos, fui incapaz de contener la ansiedad que me invadía.

Danna se quedó en silencio, reflexionando. Parecía como si estuviera peleando contra sus propios recuerdos, navegando por un terreno que no le era del todo familiar. Finalmente, tomó la libreta y, con una letra cuidadosa, escribió:

-Él es tu exnovio. Se llama Jhonatan, pero le decimos Jhonny de cariño.

El simple hecho de que alguna vez hubo un "novio" en mi vida me sorprendió. Mi mente se llenó de preguntas y confusión. "¿Mi novio? ¿Tenía novio?" La expresión de incredulidad no tardó en salir de mis labios, aunque sabía que Danna no podría escucharme.

-Sí, pero luego se separaron -continuó escribiendo, mirando a los ojos como si intentara transmitir la sinceridad detrás de sus palabras.

-¿Por qué? -pregunté, sintiendo una mezcla de curiosidad y cierta angustia.

-Mi padre tuvo muchas discusiones con él. No quería que estuvieras con él.

-¿Por qué no quería? -dije, un poco desorientada.

-Decía que era mala influencia para ti.

Mis pensamientos se agolpaban; la figura de Jhonny se convertía en una sombra más enredada y confusa. Entonces lo cuestioné: - ¿Y lo era?

Sorprendentemente, Danna me miró con una conmiseración tanto tierna como firme -Para nada. Era un chico súper tranquilo y estudioso. Siempre me trataba de maravilla. Mi papá era el que decía que todo era una careta, que ocultaba lo que realmente era.

Sus palabras resonaban en mi mente por momentos hasta que finalmente logré procesar la extrañeza de aquella historia. "Entiendo... Vaya, qué raro... realmente tenía un novio en el pasado."

Después de esta revelación, decidimos volver a la actividad, nadando un poco más en la piscina, intentando dejarnos llevar por la ligereza del agua, como si eso nos ayudara a olvidar la inquietante conversación. Sin embargo, el recuerdo siguió danzando en mi mente, como un pez que se desliza entre los corales, siempre presente pero nunca completamente visible.

Finalmente, la necesidad de alimentarnos se hizo evidentemente urgente, así que decidimos salir del agua, cambiándonos rápidamente por ropa seca antes de dirigirnos a la cocina. Al abrir la puerta, un agradable aroma nos recibió con los brazos abiertos, emanando de una multitud de deliciosos platillos dispuestos sobre la mesa. Me senté, con la esperanza de encontrar consuelo en la comida, saboreando cada bocado como si se tratara de un pequeño festín que compensaba la incertidumbre y el temor que había experimentado antes. El clamor de los sabores me envolvía, mientras la calidez del hogar intentaba ahogar las inquietudes que palpitaban en mi pecho.

Cuando ya estábamos a punto de levantarnos, disfrutando de los últimos sabores en nuestras lenguas, el sonido de pasos pesados resonó en el pasillo como un trueno en un cielo despejado. Mi padrastro, Henry, comenzó a caminar hacia nosotros, sus palabras fluyendo de su boca como un torrente de maldiciones que parecía tañer en cada losa del suelo. Ese ambiente cargado de rabia y frustración desencadenó en mí una angustia palpable, una tensión que se tejía en el aire y recordaba que, a pesar de los breves momentos de calma que a veces se intercalaban en nuestras vidas, siempre había una sombra latente que podía alterar la frágil paz que tanto ansiábamos.

Fue entonces cuando Dana, me pasó una nota a toda prisa, sus ojos reflejando su inquietud. "Tuvo un mal día. Mejor vámonos", decía su mensaje, que llevaba la urgencia de la situación. Sin dudar, hice caso a sus palabras y nos apresuramos hacia las escaleras, con la intención de escapar de esa atmósfera tensa. Pero justo cuando estábamos a punto de subir, Henry me llamó. Su voz, elevada y resonante, me tomó por sorpresa y me hizo dar la vuelta de inmediato, sintiendo cómo el miedo se apoderaba de mi cuerpo.

Me acerqué a él, con la precaución de un animal asustado. En el mismo instante en que me encontraba frente a él, su aliento me golpeó como una ola, una mezcla de alcohol y desesperación que me hizo reconocer su estado. Su mirada, en la que se mezclaban el enfado y la confusión, se clavó en mí, y su voz, llena de indignación, buscó respuestas.

-¿Qué hiciste hoy? ¿No hablaste con nadie? -me preguntó con esa mezcla de furia y reproche, como si buscara una culpa que no podía encontrar.

-Yo... solo estuve con Dana... todo el día -respondí, tartamudeando mientras la ansiedad apretaba mi garganta. Era difícil comunicarme; ni siquiera sabía si podría sostener una conversación coherente, dado el estado de terror en que me encontraba.

-Eso espero... -dijo, su tono no dejaba espacio para la duda, como si mi respuesta fuera un hilo delgado que podía romperse en cualquier momento.

Sin más, él se alejó, tambaleándose hacia su oficina, dejando tras de sí un aire de desasosiego que impregnaba el ambiente. En ese momento, comprendí que no conocía muy bien esta versión de mi padrastro; era una faceta de él que espantaba, escondiendo tras su mirada una ira acumulada de días de descontento. Quizás, por esa misma razón, había estado ausente, tratando de evadir no solo su presencia, sino también la mía, así como la tormenta de emociones que, como un oscuro torbellino, habitaban en su interior.

Al darme la vuelta, mis ojos se encontraron con los de mi hermana Danna. Su expresión de miedo era un espejo que reflejaba la misma inquietud que yo sentía en el fondo de mi ser. Sin palabras que expresar, nos apresuramos a subir las escaleras, buscando refugio en su habitación, un pequeño santuario donde las amenazas de la realidad parecían desvanecerse, al menos temporalmente. Con cada paso, el eco de las molestias de Henry resonaba en nuestros oídos, pero entre esas cuatro paredes, nos sentíamos a salvo, al menos por el momento.

Una vez que la puerta se cerró y el cerrojo hizo clic, el silencio nos envolvió como una cálida manta. A pesar de que la tensión seguía palpando en el aire, la distancia que habíamos tomado de la situación turbulenta en la habitación de abajo nos brindaba un respiro, aunque fugaz. Danna, con su libreta en mano, comenzó a escribir enérgicamente. Su capacidad para comunicarse a través de la escritura se había vuelto nuestro salvavidas en momentos como este; aunque no pudiéramos hablar con palabras, nuestra conexión en esos instantes de angustia era más elocuente que cualquier frase pronunciada.

-Te lo dije, a veces está paranoico -escribió Danna, sus ojos fijos en el papel, concentrados.

-Me asustó mucho. Pero también estaba muy tomado -respondí, tratando de procesar lo acontecido.

-Cuando tiene un mal día, eso hace. Toma alcohol y luego llega a la casa todo molesto.

-Es mejor que ni salgamos de aquí. Dormiré contigo -propuse, buscando consuelo en su cercanía.

-Es lo mejor, Luci -fue su respuesta, y la certeza en su afirmación me reconfortó.

Nos acostamos en la cama, y aunque el mundo exterior seguía girando, aquí todo parecía detenerse. Para sacudir un poco la tensión, encendimos la televisión y comenzamos a ver películas. Las historias que se desplegaban ante nosotros nos permitieron escapar, aunque solo fuera por un rato, de la realidad opresiva que nos rodeaba. Las risas de los personajes en pantalla resonaban en nuestro interior, esa risa que muchas veces deseábamos poder replicar.

Cuando llegó la hora de la cena, decidimos hacer una pausa en nuestra maratón cinematográfica y nos aventuramos a preparar algo simple. Aunque el ambiente se había caldeado momentáneamente por la tensión de la tarde, entre risas y murmullos, la cocina se llenó de aromas reconfortantes, mientras compartíamos más que comida; compartíamos momentos, complicidad y el desafío de olvidarnos de nuestros miedos, aunque fuera por un instante.

Regresamos a la cama lista para continuar sumergiendo en las historias que tanto amábamos. Vimos más películas, sumidos en el mismo sofá, las luces de la pantalla iluminando nuestros rostros mientras el cansancio comenzaba a reclamar su cuota. Con cada escena, el mundo exterior se desvanecía un poco más, y nos encontrábamos en un espacio donde el tiempo parecía un mero espectador.

A medida que la noche avanzaba y el sueño comenzaba a envolvernos, la tensión del día se desvaneció. En ese refugio compartido, nuestros corazones latían al unísono, y aunque las circunstancias a nuestro alrededor fueran inciertas, encontrábamos consuelo en nuestra fortaleza como hermanas, enfrentando juntas los desafíos que la vida nos presentaba. Así, con la suavidad del sueño cerramos los ojos, dejándonos llevar por la paz que habíamos construido, al menos por esta noche.

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