Visita inesperada

Me despierto con una maraña de cabellos rojos que me cubren la cara. Al apartarlos con suavidad, me doy cuenta de que son de Danna. Nos parecemos tanto que, si ella tuviera mi edad, la gente podría llegar a pensar que somos gemelas.

Mientras mis pensamientos navegan entre los recuerdos nebulosos de mi infancia, no soy consciente de que Danna ha despertado. Ella comienza a escribir con frenesí en su libreta, ese diario personal que nunca parece abandonar. Hay algo cautivador en su dedicación a las palabras escritas, algo que me hace sentir admiración.

-¿En qué pensabas? -me pregunta con un gesto animado, tomando su bolígrafo y escribiendo en su libreta que siempre está a su lado, como si fueran inseparables.

Muevo mi cabeza, tratando de cristalizar mis pensamientos fugaces. Finalmente, decido compartirlo con ella:

-En muchas cosas... Quiero recordar toda mi vida para no sentirme tan perdida.

Sus ojos se iluminan con comprensión, y asiente lentamente mientras sigue escribiendo en su libreta.

-Lo entiendo... pero lo harás poco a poco, eso dijo Elena.

Asiento, sintiendo un leve alivio. Danna siempre tiene una forma de hacer que todo parezca un poco más sencillo. Sus palabras flotan entre nosotras como un pequeño resplandor de esperanza.

-Tienes razón -respondo, esbozando una pequeña sonrisa.

-¿Bajamos a comer? Tengo mucha hambre -me propone Danna, su estómago hace un ruido cómico, rompiendo la tensión del momento.

-Yo también tengo hambre. Además, Elena siempre prepara unos desayunos deliciosos.

La idea de un buen desayuno es irresistible. Danna y yo intercambiamos miradas cómplices, como si compartiéramos un secreto que nos perteneciera únicamente a nosotras. Me levanto de la cama y me estiro, sintiendo cómo el espacio a nuestro alrededor nos envuelve con un aire de familiaridad. La luz suave de la mañana entra por la ventana, iluminando la habitación con un tono cálido.

Bajamos directamente a la cocina, donde el aroma del café y de tostadas recién hechas nos recibe como un abrazo. Elena siempre ha sido una experta en crear un ambiente acogedor. La cocina es el corazón del hogar, y en esos momentos, no puedo evitar pensar en lo afortunadas que somos de tener a alguien como ella en nuestras vidas.

-¡Buenos días! ¿Cómo están mis hermosas niñas? -saluda Elena con una sonrisa.

-Excelente... -respondo, mientras Danna hace el mismo gesto en lenguaje de señas.

El sonido del reloj de pared resuena suavemente, marcando el tiempo que pasa. En ese instante, me doy cuenta de que, aunque Danna no pueda hablar, su espíritu es fuerte y vibrante. Su luz brilla con claridad, iluminando mis días y recordándome que, a pesar de la confusión y la búsqueda de respuestas, cada momento compartido es un regalo valioso.

Disfrutamos de todo lo que Elena había preparado con tanto esmero. El desayuno había estado deliciosa y la conversación, amena. Después de reírnos un buen rato y disfrutar de la compañía, decidí que era hora de consentirme un poco. Avisé a Danna, que estaba sumergida en su teléfono, y a Elena, la sirvienta, que me dirigiría a mi habitación para darme una buena ducha caliente. Al escuchar mis planes, Danna, quien siempre estaba dispuesta a relajarse, decidió acompañarme y también se retiró a su cuarto.

Subí las escaleras, sintiendo cómo el frío de la casa chocaba con la calidez de la tarde que aún persistía. Al llegar a mi habitación, entré en el baño y me quedé momentáneamente impresionada por cómo la luz del atardecer se filtraba a través de la ventana, iluminando suavemente el espacio. La tina lucía muy bien, invitándome a sumergirme en su interior. Atraída por su promesa de relajación, la llené de agua caliente, añadiendo un par de gotas de mi gel de baño favorito para crear una experiencia aún más placentera. Con el vapor que comenzaba a envolver el ambiente, me quité el pijama con calma y me deslicé en el agua, sintiendo cómo la tibia relajación me abrazaba.

En ese instante, un pequeño déjà vu me invadió; recordé cuántas veces había disfrutado de momentos como aquel en la tina, dejando que el mundo exterior se desvaneciera con cada burbuja que emergía. Cerré los ojos, dejándome llevar por el calor del agua sobre mi piel, que se sentía como un suave abrazo. Perdí por completo la noción del tiempo, sumergiéndome en mis pensamientos y reflexiones. Tal vez estuve allí una hora o más, dejando que la tranquilidad inundara cada rincón de mi ser. Fue un momento de paz que tanto necesitaba.

Sin embargo, la calma se rompió repentinamente cuando escuché un suave toque en la puerta del baño.

-¿Lucy? ¿Está todo bien? -preguntó Elena, su voz sonando clara y dulce a través de la puerta.

-Sí, Elena. Solo disfrutaba de un buen baño en la tina, pero ya salgo -respondí, tratando de contener una risa por lo indulgente que había sido con mi tiempo de relajación.

-De acuerdo, niña. Pensé que te había pasado algo. Danna te está esperando en la sala para ver una película -dijo Elena, y su voz se desvaneció.

-Está bien, salgo enseguida -contesté, sintiéndome algo culpable por haberme demorado tanto.

Me levanté de la tina, dejando que el agua escurriera por mi cuerpo mientras me envolvía en una toalla seca y suave. Salí del baño con la intención de cambiarme rápidamente. Caminé directo hacia el armario, buscando algo cómodo y abrigado, ya que había comenzado a sentir el frío recorrer la casa. Después de un momento de indecisión, elegí un mono de felpa en un bonito tono azul oscuro y un suéter de lana gris que siempre me hacía sentir acogedora.

Una vez lista, bajé las escaleras con paso ligero. Al llegar a la sala, el ambiente estaba cálido y acogedor, con luces tenues que daban un toque especial al lugar. Danna me recibió con una enorme sonrisa y un enorme tazón de palomitas, su entusiasmo era contagioso. Nos sentamos juntas en el sofá, donde el aroma de la mantequilla de las palomitas llenaba el aire.

-Decidimos ver la saga completa de "Crepúsculo", -anunció Danna con una chispa en sus ojos-. Espero que estés lista para un maratón.

Solo le sonreí y asentí, sintiendo la emoción burbujeando en mi interior. Aquel momento prometía ser uno de esos recuerdos que almacenaremos en nuestras memorias; la combinación de risas, el suspenso de las películas y la calidez de la amistad. Así que nos acomodamos en el sofá, preparadas para sumergirnos en el mundo de vampiros y romances, listas para perder la noción del tiempo una vez más.

Cuando estábamos sumergidas en la trama de la segunda película de nuestra serie favorita, el repentino sonido del timbre rompió el ambiente de complicidad en el que estábamos. Era inusual, ya que nuestros padres tenían llave y rara vez recibíamos visitas inesperadas. Miré a Elena, que alzó una ceja de curiosidad antes de levantarse y dirigirse hacia la puerta. Cuando regresó, me sorprendió ver que la acompañaba una chica morena, alta, con una silueta elegante y ojos almendrados que brillaban con un luminoso destello de magia.

-Hola, Lucy -dijo la chica, su voz suave y tierna como un susurro.

-Hola... -respondí, sintiéndome extraña y confusa ante el imprevisto encuentro.

-Supongo que no me recuerdas, ¿verdad? -preguntó, con una mezcla de esperanza y tristeza en su mirada.

-No -admití, sintiendo cómo la incomodidad se esparcía en mi pecho.

-Lo imaginé... Soy tu mejor amiga. He estado intentando comunicarme contigo desde hace días, pero tu padre siempre se negó a dejarme hablar contigo. Así que investigué por todos lados y, con un poco de ayuda de Danna, logré encontrar tu dirección.

Dirigí una mirada fugaz hacia Danna, quien, apartando la vista, parecía un cachorro atrapado en una travesura, incapaz de lidiar con la tensión del momento.

-Te he extrañado muchísimo, Lucy -continuó la chica mientras sus ojos se llenaban de lágrimas que amenazaban con desbordar-. Éramos inseparables. Sé que no lo recordarás, pero para mí eres como una hermana.

-Es evidente que realmente te importo, considerando todo lo que hiciste para dar conmigo. No cualquiera se tomaría la molestia de investigar de esta manera -dije, intentando entender la profundidad de sus palabras.

-¿Puedo pedirte algo? -su voz tembló, captando mi atención.

-Sí, dime -respondí, un tanto intrigada.

-¿Me das un abrazo? Sé que puede resultar incómodo para ti porque no recuerdas nuestra amistad, pero realmente necesito hacerlo. Han sido muchos meses sin saber de ti.- dijo Paula con notable sinceridad en su voz.

Al ver su vulnerabilidad y el brillo en sus ojos, que reflejaba una mezcla de nostalgia y anhelo, decidí dar un paso hacia ella. Me acerqué y, en el momento en que nuestros brazos se entrelazaron, un destello de memorias olvidadas surcó mi mente como un relámpago en una noche oscura. Una oleada de melancolía me envolvió, casi como si estuviera mirando a través de un vidrio empañado. Las imágenes eran borrosas, distantes, pero sentí que había fragmentos de nosotras mismas atrapados en esas sombras.

Las lágrimas comenzaron a deslizarse por mis mejillas, de una manera que yo no esperaba, reflejando aquellas emociones que había reprimido durante tanto tiempo. Veía que las suyas también caían, juntas en este mar de tristeza y anhelo compartido. El abrazo, al principio un gesto simple, se convirtió en un momento profundo, como si estuviéramos rompiendo una barrera que la distancia había construido entre nosotras.

Finalmente, nos separamos de aquel cálido abrazo y, mientras limpiaba mis lágrimas con la parte de mi mano, la expresión de sorpresa y gratitud en su rostro me hizo darme cuenta de cuán fundamental había sido ese encuentro. La calidez del abrazo aún permanecía en mis brazos, como si el calor de su ser hubiera dejado una huella indeleble en mi piel. Aunque no recordaba el pasado que ella mencionaba, había una certeza en mí: existía un hilo invisible que nos conectaba, un lazo robusto que, a pesar del tiempo y la distancia, se negaba a desvanecerse. Sin darme cuenta, este instante había comenzado a reescribir nuestra historia, como si las palabras que alguna vez habían estado perdidas en el aire comenzaran a emerger, trayendo consigo un nuevo significado. De alguna manera, sentía que todo iba a cambiar.

-Recordé el cariño que te tenía y algunas cosas que vivimos juntas... -dije, dejando que la emoción se filtrara en mi voz, haciéndola temblar ligeramente.

-¿De verdad, Lucy? -preguntó con incredulidad, sus ojos brillaron con una mezcla de esperanza y curiosidad.

-Sí, pero fue algo muy extraño... son recuerdos incompletos, fragmentos que vienen y van como si jugaran al escondite en mi mente.

-No importa, Lucy. Lo fundamental es que lograste recordar, aunque sea una pizca. Cada pequeño detalle cuenta en el rompecabezas de nuestro pasado.

-Es cierto... me siento tan extraña. Como si estuviera a medio camino entre lo que fui y lo que soy ahora.

Elena se acercó y, con suavidad, me tocó el hombro. Su gesto me brindó una sensación de calma, un ancla en medio de la confusión.

-Es normal que te sientas así, Lucy. No fuerces los recuerdos, ellos vendrán solos cuando menos lo esperes. A veces, el tiempo se encarga de desenterrar lo que creíamos perdido.

-Sí, ya lo he notado. A veces, cierro los ojos y las imágenes aparecen fugaces, pero luego se desvanecen como sombras al amanecer.

-Bueno, debo irme. Recuerda que tu padre no quiere que tengamos ningún tipo de contacto. Sin embargo, aquí te dejo mi número. Si alguna vez necesitas algo, no dudes en marcarme. Estoy aquí para ti.

-Está bien. Gracias por venir, Paula. Eres una persona maravillosa -respondí sinceramente, con el corazón latiendo con gratitud.

-No me agradezcas, Lucy. Mucho de lo que hice fue gracias a ti. Siempre conté con tu apoyo, por eso nos volvimos tan unidas. Nuestra amistad era un refugio, y tú siempre estuviste allí para darme luz en los momentos oscuros.

-¿Vendrás otro día a visitarme? -pregunté, con la esperanza de que este no fuera un encuentro aislado en el vasto océano de recuerdos perdidos.

-Por supuesto, pero debes avisarme cuándo no esté tu padre en casa. No quiero que te metas en problemas por mi culpa.

-De acuerdo. Necesito saber más sobre mi vida antes de todo esto. Confío en ti para contarme mi historia.

-Está bien, Lucy. Cuídame mucho. Ya debo irme -dijo con una sonrisa melancólica.

Me dio un abrazo apretado, un gesto lleno de amor y conexión, y lo mismo hizo con Danna, quien observaba desde un rincón con su mirada dulce y comprensiva. Era evidente que Elena era una persona cariñosa, que sabía cómo hacer que los demás se sintieran queridos y valorados.

La acompañé hasta la puerta, sintiendo que el momento se deslizaba entre mis dedos. Observé cómo se subía a su auto, aún con la sensación de su calidez en mi piel. La luz del sol se desvanecía lentamente, tiñendo el cielo de tonalidades anaranjadas y rosadas, reflejando la transformación que había ocurrido en mi interior.

Lo que sucedió hoy fue, sin duda, increíble. Tenía una mejor amiga que vino a visitarme, trayendo consigo un halo de cariño y una oportunidad para reconstruir los fragmentos de mi existencia. Detrás de aquel reencuentro, se ocultaba la promesa de respuestas y la necesidad de entender el porqué de mi accidente, así como el motivo del profundo odio que mi padre parecía sentir hacia ella. Esa visita significaba un puente hacia el pasado, un camino que podría llevarme a descubrir no solo quién fui, sino también a comprender quién soy ahora y quién deseo llegar a ser.

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