Verdades ocultas

Han pasado varias semanas desde el suceso, y mi recuperación ha sido sorprendentemente rápida. Sin embargo, a pesar de los avances físicos, hay un aspecto que se niega rotundamente a avanzar: mi memoria. Cada intento por recordar lo que ocurrió se siente inútil; es como intentar atrapar agua con las manos. La mente se niega a cooperar, manteniendo cerrada la puerta a los recuerdos que, supongo, deberían ser dolorosos.

Mis sesiones de terapia con mi padre tienen lugar cada dos días, pero suelen ser encuentros silenciosos, con escasas palabras compartidas entre nosotros. Es como si ambos estuviéramos navegando en un lago de melancolía, cada uno inmerso en su propio mundo de pensamientos, mientras yo, como una hoja en blanco, aguardo una pequeña mancha que me diga quién soy y qué me ha sucedido.

Mi frustración crece cada día. Siento que el suceso que marcó mi vida es como una niebla densa que me impide avanzar. Me han prohibido ver las noticias, ya que mi nombre apareció en ellas, y eso solo alimenta mi curiosidad y mi ansiedad. Fuera de mi casa, hay reporteros que intentan obtener información, como buitres en torno a una presa. Esta situación ha llevado a mi padre a aumentar la seguridad, temiendo que se repita un trauma que ya ha sido suficientemente doloroso.

A pesar de sus buenas intenciones, mi necesidad de saber es cada vez más urgente. La única persona en quien puedo confiar para intentar entender lo que sucedió es mi pequeña hermana y, por supuesto, la enfermera que me cuida. Ellas son mi única fuente de apoyo en esta incertidumbre que abruma mis días.

La habitación que ocupo es normal, desprovista de aparatos médicos y rodeada de una tranquilidad que contrasta con mi confusión interna. Tomo medicamentos para ayudar con mi recuperación y, aunque he mejorado en mis habilidades diarias, caminar aún presenta cierto desafío. Puedo bañarme y realizar más actividades de manera independiente, lo cual me da un leve sentido de normalidad.

Decido darme una ducha caliente, la cual resulta reconfortante en medio de la tormenta emocional que vivo. Al salir, me envuelvo en una toalla suave y busco algo cómodo para ponerme. Después de vestirme y peinarme, me siento lista para ver a Danna, mi hermana.

Camino con cuidado por el pasillo y abro la puerta de su habitación. Ella está concentrada, escribiendo en su cuaderno, así que me acerco despacio para no asustarla. Pero justo en el momento que hago contacto con su hombro, se sobresalta. Cuando se vuelve y me reconoce, su rostro se relaja.

Escribo en mi libreta: "Lo siento, no quería asustarte". Hay un pequeño nudo en mi corazón al recordarla, a pesar de que todavía no me acostumbro a la idea de que tengo una hermana que no escucha.

Ella responde con la seguridad que la caracteriza: "Tranquila, Lucy, estoy acostumbrada".

Mi mirada se queda fija en Danna, y la duda me asalta. No sé si debo preguntarle sobre el accidente; quizás sea demasiado pronto. Sin embargo, la preocupación en mi rostro no pasa desapercibida para ella.

-¿Qué sucede? -me pregunta, se que ha notado mi inquietud.

-Quiero preguntarte sobre mi accidente -admito, sintiendo cómo mi voz tiembla.

Puedo ver cómo el cuerpo de Danna se tensa y se pone visiblemente nerviosa.

-Sabes que no puedo contarte nada.

-Será nuestro secreto... nadie lo sabrá, lo prometo -le aseguro, sintiendo que puedo confiar en ella.

Su nerviosismo es palpable; traga grueso, preparándose para escribir en su cuaderno.

-Estuviste desaparecida... buscamos por cada rincón y no te encontrábamos. Papá estaba como loco. Contrató a los mejores detectives y no había rastro de ti.

El impacto de las palabras de Danna me golpea como un torrente imparable. La idea de haber estado tan ausente de mi propia vida y, peor aún, de ser una carga para mi familia me llena de angustia y un inquietante sentido de culpa.

-¿Pero cuándo pasó eso? -pregunto, tratando de recuperar algún destello de memoria. -Solo recuerdo algunas cosas... Estudiaba en la universidad, tenía una amiga... pero no logro recordar su rostro ni su risa.- Mis pensamientos vagan perdidos entre las sombras de un pasado que se sienten ajenos.

Danna, siempre atenta, se sumerge en su libreta con calma y escribe rápidamente. Su mano se mueve con gracia, como si cada letra fuera una cuenta de una historia que deseara contar. Luego levanta la vista hacia mí, transmitiendo una inquietud que me estremece.

-Ella ha estado llamando a casa todos los días para saber de ti, pero papá no quiere que tengas contacto con ella.

Las palabras caen en el aire como hojas secas que, al ser pisadas, rompen la tranquilidad del momento.

-¿Por qué? -mi pregunta, cargada de desasosiego, busca respuestas que no parecen llegar.

-Dice que fue una mala influencia para ti...- responde Danna con una frialdad que me sorprende. La lejanía en su expresión habla de secretos que aún no he descifrado.

-¿Lo fue? -me atrevo a preguntar, con la esperanza de que la respuesta no se encoja en mi corazón.

-No... para nada. -sus ojos brillan por un momento, recordando con nostalgia la conexión que teníamos con aquella amiga. -Ustedes eran muy tranquilas y aplicadas.

Un silencio tenso se establece entre nosotras, tan pesado como los pensamientos que giran en mi mente. La imagen de mi padre, hermético y protector, se dibuja en mis recuerdos. Su figura imponente, siempre dispuesta a tomar decisiones que, en su opinión, salvaguarda nuestro bienestar, ahora me hace cuestionar cuántos momentos perdí en su nombre.

-¿Cuánto tiempo estuve desaparecida? -susurro, casi temiendo escuchar la respuesta, deseando que el tiempo que ha transcurrido no sea tan extenso como imagino.

-Fueron tres meses.

La revelación me sacude hasta los cimientos.

-¡Dios mío! Tanto... pensé que solo habían sido unas semanas.

-No... -Danna comienza a luchar contra la emoción en su voz-. Cada día fue una tortura para nosotros... Solo deseaba no tener que escuchar que encontraron tu cuerpo sin vida en algún rincón de un bosque o en un lago. Ese era mi mayor miedo.

Mientras Danna pronuncia esas palabras, las lágrimas brotan de sus ojos con una sinceridad desgarradora, como un torrente que rompe la calma del momento. Sin poder evitarlo, mi mano se desliza hacia su rostro; con delicadeza, limpio las lágrimas que caen de sus mejillas. La caricia que le ofrezco trata de suavizar, aunque solo sea por un instante, la tristeza que la atormenta.

-Pero eso no pasó, y ya estoy aquí... -le digo, intentando infundir un poco de alivio en su corazón, como si mis palabras tuvieran el poder de disipar la oscura nube de preocupación que nos envuelve.

-Y siempre agradezco todos los días eso... -susurrar lo dicho le cuesta, su rostro refleja la lucha interna que enfrenta-. Pero... no sabes qué pasó en esos tres meses.

Su expresión es un eco de un pasado que aún no logra comprender del todo.

-Bueno, supongo que poco a poco mi memoria cederá. -Le respondo, tratando de restarle importancia a mis propias preocupaciones, aunque cada palabra que pronuncio se siente como un intento de cubrir un abismo de incertidumbre que se abre ante mí.

-Supongo que sí. -Repite, pero podemos sentir el peso de las dudas que todavía flotan entre nosotras. Una pregunta no formulada se manifiesta en el aire, sin pronunciarse, pero claramente presente.

-¿Mi madre aún sigue de viaje? -pregunto, recordando que ha pasado un tiempo considerable desde que escuché su voz con claridad. La imagen de su figura, distante y fría, se muestra en mi mente, como una sombra que me sigue.

-Sí, aún. -me responde, escribiendo en su libreta de nuevo. Su expresión se torna seria, como si cada letra que traza fuera un símbolo de un dolor que ambas compartimos-. Es mejor así...

-¿Por qué? -mi voz se quiebra, inquieta.

-No nos llevamos bien con ella. -La pluma se detiene, pero las palabras han salido cargadas de un sentimiento que no necesito leer para comprender. Un vacío comienza a llenar el espacio entre nosotras.

-¿Y yo tampoco? -cuestiono, mi corazón se encoge ante la idea de que la distancia no solo la abarca a ella, sino también a mí. La realidad de ser sordomuda complica nuestras interacciones y transforma nuestras emociones en gestos, miradas y palabras escritas.

Danna levanta la vista, y puedo ver un reflejo de su propia lucha. La libreta se convierte en nuestro puente, un lazo que entrelaza nuestros mundos, pero en él también habitaban secretos, dolor y esperanzas.

-Tú eras la que más problemas tenías con ella. -anota Danna, su mirada baja, como si recordar esos momentos la lastimara.

-¿Y mi padre? ¿Cómo nos llevamos con él? -mi preocupación por nuestra familia se agranda, como un océano de incógnitas.

-Regular... Es muy frío, solo está pendiente de su trabajo, pero al menos no discutimos con él. -sus palabras son un eco distante, una descripción de la relación que siempre se había sentido inalcanzable.

Mis pensamientos giran en torno a las decisiones indebidas y a los retos que han marcado nuestras vidas. Espero que, algún día, las sombras se disipen y el camino hacia la comprensión entre nosotras se ilumine. Mientras nos encontramos en este momento de vulnerabilidad, la esperanza resplandece, frágil pero constante, como un faro en medio de la niebla, guiándome hacia la verdad que aún nos queda por descubrir.

-Entiendo... -respondo, mientras una sensación de peso se asienta en el ambiente, un silencio incómodo que flota entre nosotras.

Justo en ese momento, la voz alegre y cálida de Elena, la enfermera, interrumpe nuestra conversación.

-¡Niñas! ¡El desayuno está listo! Han tardado mucho en bajar.

-Es Elena. Debemos bajar. -dice Danna, mirándome con complicidad, como si en sus ojos leyera todo lo que aún quedaba por decir.

-Pero me ibas a contar lo de mi padre. -insisto, pero en el fondo sé que la comida puede ser un paréntesis al dolor que lleva en su corazón.

-Luego te lo digo. Si no bajamos, ella subirá por nosotras. -responde con cierta determinación.

-Está bien... Me tocará esperar. -mi voz es suave, resignada, sintiendo que esas palabras son solo un pequeño alivio ante la tormenta que llevamos dentro.

Danna y yo bajamos juntas al comedor, y al atravesar la puerta de la cocina, un aroma embriagador nos envuelve por completo. Es un festín que invita a los sentidos: los panqueques dorados en la sartén emanan un perfume dulce y cálido, mientras que las tostadas crujientes, recién sacadas de la tostadora, emiten un leve crepitar. Una fuente de cereal multicolor brilla como un arcoíris sobre la mesa, destacando entre las humeantes porciones de avena que parecen susurrarnos promesas de un comienzo nutritivo del día. El café recién hecho llena el aire con su aroma robusto, y el yogurt, decorado con frutas frescas, añade un toque vibrante a la escena. Nunca antes había presenciado un despliegue tan rico y variado; siento que mi estómago va a explotar de tantas delicias que me incitan a disfrutar.

La calidez de la cocina, ese abrazo reconfortante, hace que por un instante logre olvidar las tensiones y la tristeza que nos han acompañado últimamente. Me vuelvo hacia Danna y nuestras miradas se encuentran, cómplices en medio de un instante que, aunque fugaz, me recuerda que la vida aún tiene matices de felicidad que vale la pena celebrar. Es un momento que atesoro en lo profundo de mi corazón.

-¡Vaya! ¡El desayuno está delicioso, Elena! Has cocinado de más -exclamo, dejando escapar una sonrisa que refleja mi sincero aprecio.

-Me gusta consentir a mis niñas -responde ella, iluminada por la felicidad que brota de su ser.

-Muchísimas gracias, de verdad... -reitero, esta vez con un tono más cálido.

-¿Y qué hacían tanto allá arriba? Tardaron en bajar -pregunta Elena, curiosa.

Danna y yo compartimos una mirada cómplice. Aunque Elena probablemente no tenga idea, Danna puede leer todo lo que escribo, ya que entiende el lenguaje de señas. Es un secreto entre nosotras que le da un toque especial a nuestra relación.

-Nosotras solo jugamos con las muñecas de Dana. Tiene como cien muñecas, ¡y quiere jugar con todas! -digo, intentando mantener el ambiente ligero y alegre.

-Es cierto. Danna ama las muñecas y me alegra que estés jugando con ellas de nuevo -concluye Elena, con una sonrisa que refleja su comprensión de nuestra complicidad.

-¿Por qué lo dices? -pregunta Elena, intrigada por la repentina chispa de alegría que ilumina nuestros rostros.

-Durante tu ausencia, no tocó ni una sola muñeca en todo ese tiempo... -respondí, sintiendo la gravedad del pasado que aún podría asomarse a la conversación.

Al voltear la mirada, veo a Danna con los ojos un poco aguados, un indicio de la lucha que ha enfrentado en esos largos días. Con ternura, aplico una suave caricia en su espalda y le escribo en mi libreta: "Ahora jugaremos todos los días, de acuerdo?" Ella asiente felizmente, una gran sonrisa ilumina su rostro y la conexión que compartimos se siente más fuerte que nunca.

Después de disfrutar de un desayuno encantador, nuestro día transcurre entre risas y juegos con las muñecas de Dana, viendo películas, disfrutando del cálido sol que baña el jardín y escuchando música que nos llena de energía y alegría. Todo parece fluir suavemente; es un día perfecto, uno que anhelaba experimentar.

Al caer la noche, cuando la luz se convierte en un suave resplandor, Dana se acomoda a mi lado para dormir. Antes de que el sueño nos atrape en su abrazo, decidimos leer un cuento juntas, sumergiéndonos en las mágicas historias que nos permiten soñar y evadirnos de la realidad. Recuerdo lo mucho que he anhelado estos momentos de cercanía, de conexión auténtica y cálida con mi hermana.

Mi corazón se siente cálido al reflexionar sobre todo lo que hemos atravesado. Sé que Danna ha sufrido mucho durante mi ausencia, pero ahora estoy aquí, y en lo profundo de mí prometo que seremos inseparables, que nuestro vínculo se volverá aún más fuerte a partir de este momento.

Mis ojos comienzan a pesar lentamente, y dejo que el sueño me consuma por completo, sintiendo que, aunque todavía hay muchas preguntas sin respuesta, al menos tengo a mi hermana a mi lado, una presencia constante y reconfortante que me recuerda que, a pesar de todo, siempre hay lugar para la esperanza y el amor.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo