El murmullo tranquilo de la noche llenaba el espacio, mientras yo me encontraba sumida en un profundo sueño, uno de esos que parecen atraparte en un abrazo cálido del que no deseas escapar. Había pasado mucho tiempo desde que disfruté de un descanso tan reparador, casi como si el mundo exterior se disipara y solo quedara yo, tranquila y en paz. Sin embargo, el sonido de unos movimientos bruscos rompió la magia del sueño y me hizo despertar de golpe, recorriéndome un ligero escalofrío.Al abrir los ojos, lo primero que vi fue a Dana. Su rostro tenía una expresión de alerta, mientras hacía esfuerzos por comunicarse a través de sus manos, un lenguaje que había llegado a conocer y entender como si fuera una segunda naturaleza. Sus movimientos eran imposibles de interpretar como algo menos que una advertencia: había escuchado ruidos entre los árboles y necesitábamos observar la situación con discreción desde la ventana.—No es necesario, Dana —respondí, aunque una parte de mí sabía que qui
Me desperté temprano, sintiendo la suave luz del sol filtrarse a través de las cortinas. La mañana tenía un aroma fresco, que invitaba a comenzar el día con positividad, pero mi corazón estaba pesado. Me dirigí al baño y, tras una reconfortante ducha caliente, cepillé mis dientes tratando de despejar mi mente. Sin embargo, al salir del baño, un artículo de mi ropa llamó mi atención: una camisa que pertenecía a Johnny. Al verla, un torrente de recuerdos me asaltó, imágenes de momentos compartidos que deseaba revivir.-Maldición, ¿por qué no puedo salir con él? -susurré para mí misma, sintiendo cómo la frustración burbujeaba en mi interior.Fue entonces cuando escuché la voz de Henry, mi padrastro, resonando desde la sala.-Él no es bueno para ti, Luci -dijo con un tono de advertencia.-¿Cómo puedes decir eso, padre? No sabes cómo es él, ni siquiera te has tomado la molestia de conocerlo a fondo.-Solo sé que traerá problemas a esta casa -replicó, con una convicción que me irritaba.-¿C
Me despierto sintiéndome más emocionada que de costumbre. Hoy es un día especial porque finalmente veré a Paula, quien regresa después de una larga ausencia. He estado contando los días, y creo que el universo se ha alineado de una manera perfecta para que ella pueda venir a mi casa; mi padrastro, Henry, estará casi todo el día fuera, lo que significa que tendremos la casa para nosotras solas. Este pensamiento me hace aumentar mi entusiasmo, pero también surgen en mí una oleada de preguntas acumuladas que tengo ganas de hacerle. Preguntas, sobre todo, relacionadas con las valientes personas que salvaron mi vida. Tras un momento de reflexión, me dirijo al baño para cepillarme los dientes. La rutina matutina me ayuda a despejar la mente y prepararme para el emocionante reencuentro. Luego, en la ducha, el agua caliente me envuelve, pero de repente un fuerte dolor de cabeza me sorprende. Sin pensarlo, mis manos se aprietan sobre mis sienes, en un intento de calmar el malestar. En medio d
Continuamos conversando Danna y yo sobre los recientes recuerdos que habían aflorado en mi mente. La experiencia de perder la memoria había sido un camino lleno de dificultades y emociones abrumadoras. Cada fragmento de mi pasado que regresaba era un pequeño ladrillo en la construcción de mi identidad, una pieza que, aunque pequeña, resultaba esencial en el rompecabezas de mi vida. De repente, nuestra plática fue interrumpida por un suave golpe en la ventana. Me volví intrigada y vi cómo una diminuta piedrita, envuelta en un pequeño trozo de papel, había hecho su aparición. Con curiosidad, me agaché rápidamente para recogerla y, al desplegar el papel, mis ojos se iluminaron al leer lo que estaba escrito: “Soy Paula, ven a buscarme”. Sin pensarlo dos veces, le hice señas a Danna, indicando que se trataba de nuestra amiga Paula y que debíamos actuar con rapidez. Sabíamos que debíamos esconderla en mi habitación antes de que alguien la viera. La urgencia de la situación nos llenó de a
No pude dormir más que unas pocas horas durante toda la noche. La ansiedad me invadía al pensar en la llamada que debía hacer a aquellas personas que, con nobleza y generosidad, decidieron preocuparse por mí a pesar de no conocerme. Decidí que los llamaría a las 10 a.m. Elegí esa hora cuidadosamente; al fin y al cabo, pensé que en la tarde podrían estar ocupados. Al girar la cabeza hacia la mesita de noche, eché un vistazo al reloj: ya eran las 8 a.m. En este instante, debería estar levantándome, pero al observar a Dana, que dormía profundamente, no me atreví a despertarla. Su paz era contagiosa, y sentí que merecía algunos momentos más de descanso. Con un suspiro, me dirigí al baño. El habitual ritual de cepillarme los dientes se convirtió en un acto casi automático mientras mi mente divagaba. Entonces, al mirarme en el espejo, noté la presencia inconfundible de mis compañeras nocturnas: las ojeras. Eran el recordatorio tangible de las noches de desvelo y de la lucha interna que
Me levanté muy temprano esa mañana, antes de que el sol alzara su luz sobre la ciudad. Sabía que a esa hora, mi padrastro, Henry, se preparaba para irse al trabajo. Era el momento más adecuado para confrontarlo. Había estado guardando una pregunta en mi mente durante demasiado tiempo: ¿qué había sucedido realmente aquellos días en que desaparecí? Tenía que enfrentarlo y obtener respuestas. Me instalé justo afuera de su habitación, decidida y con una mezcla de nerviosismo y determinación. Busqué una silla y me senté con la espalda recta, sosteniendo una taza de café caliente entre mis manos. El aroma del café me reconfortaba un poco, pero el malestar que sentía en el estómago no se disipaba. Mis pensamientos giraban en torno a esos momentos vitales que se habían borrado de mi memoria, a ese periodo oscuro en el que había pasado por un verdadero calvario del que no quería ser ajena. De repente, escuché el chirrido de la manilla de la puerta al girar, y supe que no había vuelta atrás. L
Al despertar, me giro y veo a Dana a mi lado, envuelta en sus suaves sábanas. La luz tenue de la mañana apenas se filtra por la ventana. Al instante, mi mirada se dirige hacia el reloj en la mesita de noche: son las 5:59 a.m. Justo en ese momento, una alarma resonante interrumpe el silencio de la habitación, proveniente del lado de Dana. Ella también tiene su propio despertador, aunque la mayor parte del tiempo parece ignorarlo.Dana no es como los otros niños. A sus siete años, ha demostrado ser una niña excepcionalmente madura, tan diferente a sus compañeros que a menudo me hace pensar que tiene la sabiduría de alguien mayor, tal vez de doce años o más. No se deja llevar por el desorden que suele invadir la vida de los niños pequeños, ni presenta la típica resistencia a hacer las tareas del hogar. Todo lo contrario, parece que ha aprendido a asumir responsabilidades que no debería tener a su edad, y creo que las circunstancias que nos rodean han influido en su forma de ser.Recuerdo
Me desperté de un sobresalto, empapada en sudor y con lágrimas brotando en mis ojos. El recuerdo del horrible momento que había vivido me asaltó de nuevo, adentrándome en un túnel oscuro de angustia. Fue como si el maldito monstruo que tanto había querido dejar atrás estuviera de nuevo frente a mí, acechando en las sombras de mi mente. Lloré desconsoladamente, permitiendo que las lágrimas fluyeran hasta que, finalmente, el torrente emocional comenzó a ceder. En medio de mi pesar, traté de encontrar un destello de luz, un resquicio de esperanza: ya estoy a salvo, ya no estoy con ese demente, y eso es algo por lo que debo estar agradecida.De repente, oí el suave chirrido de la puerta al abrirse. Era Danna. Al verme con los ojos hinchados y llenos de lágrimas, se acercó a mí de inmediato, su expresión preocupada lo decía todo. Usando el lenguaje de señas, me preguntó qué me había pasado.-¿Qué sucede, Lucy? -me preguntó Danna, sus manos moviéndose con fluidez mientras separaba nuestro a