Mis ojos pesan como si llevaran el peso de un mundo entero, y me resulta casi imposible abrirlos. Hay un miedo abrumador que me embarga, y no tengo la más mínima idea de dónde me encuentro. La presión en mi cabeza es tortuosa, como si cada pulso estuviera a punto de hacer estallar algo interno. Siento un tubo grueso que atraviesa mi boca y se adentra en mi garganta... ¿Estoy en un hospital?
Mis inquietudes comienzan a desvanecerse cuando el insistente bip de una máquina que monitorea los latidos de mi corazón resuena con fuerza. Mi pulso es rápido, acelerado por la impotencia de no poder mover ni un solo dedo. Una ola de desesperación me inunda, y una lágrima solitaria se desliza por mi mejilla; estoy sola aquí, aterrorizada en una habitación que carece de familiaridad, mientras nadie parece saber que he despertado. Mi corazón comienza a calmarse levemente al escuchar el sonido de una puerta abriéndose. -Vamos a ver cómo está Lucy hoy -dice una voz suave, casi maternal. Deseo fervientemente poder hablarle, comunicarle que soy consciente, que puedo escucharla; sin embargo, mi cuerpo se siente rígido, inmóvil como una estatua de piedra. -Parece que la hinchazón en tu cerebro ha disminuido bastante. Pronto podrás despertar, mi pequeña pelirroja. El miedo se apodera de mí otra vez; no quiero que se marche y me deje sola en esta penumbra. Un grito ahogado se forma en mi interior, un deseo desesperado de que no se aleje. La enfermera está a punto de irse, pero en un instante de valentía que brota del fondo de mi ser, ajusto mi almohada como si eso pudiera aliviar mis inquietudes. -Pobre niña, estás llena de moretones. Pareces una uva por todos los golpes que tienes, pero pronto estarás mejor -murmura, pasando suavemente su mano por mi mejilla con un gesto tierno. Cuando nota la humedad de mis lágrimas, su expresión cambia rápidamente. -¡Oh Dios mío! Sé que me puedes escuchar, Lucy. Tranquila, podrás abrir los ojos de nuevo, pero aún no. Te daré un calmante para el dolor. Debes estar sintiendo molestias en cada parte de tu cuerpo. Y, efectivamente, olas de dolor me atraviesan. Sin embargo, en este momento, la certeza de que la enfermera ha comprendido mi conciencia me trae un atisbo de alivio. -Todo saldrá bien, mi niña; con este calmante dormirás de nuevo. Al despertar, puede que aún no puedas abrir los ojos. Despertar de un coma no es fácil, pero tú estás progresando muy bien. ¿Un coma? ¿He estado en coma? La confusión es abrumadora, y mi mente es como un lienzo en blanco: no puedo recordar nada. Ni siquiera sé si ese es mi nombre. La enfermera me llama "Lucy," así que eso es lo que asumo que soy. Busco en mi mente un atisbo de recuerdos, alguna imagen familiar, pero todo está perdido en la bruma de mi olvidada subjetividad. Me siento más cansada que nunca y, sin querer, caigo en un profundo sueño. ................................ Despierto con un pitido familiar, aunque abrir los ojos todavía me cuesta. El tubo ha desaparecido; solo siento una ligera corriente de oxígeno que entra por mi nariz. Hago un esfuerzo titánico para intentar abrir los párpados. Poco a poco, la luz intensa me ciega momentáneamente, pero mis ojos se van acostumbrando. Al mirar a mi alrededor, me encuentro desconcertada. Esto no es un hospital... estoy en una habitación que parece una versión íntima de un centro médico, pero con un ambiente hogareño. Casi me sobresalto cuando siento una mano pequeña tocando la mía. Dirijo la mirada a mi derecha y veo a una hermosa niña de ojos aceituna junto a mí. Parece que se ha asustado por mi reacción, porque da un pequeño paso atrás. Nos miramos en silencio, incapaces de comunicarnos debido a mi voz aún ausente. Tras un momento de duda, ella comienza a hacer gestos con las manos, pero no comprendo sus señales. Frustrada, gira los ojos hacia arriba y se marcha a buscar un lápiz y papel. Cuando regresa, empieza a escribir con una letra infantil: **Soy tu hermana**. La miro, confundida. No tengo ningún recuerdo de ella. Ella se da cuenta de mi desconcierto y añade rápidamente: **¿No recuerdas nada?** Sacudo la cabeza con desasosiego. Luego, toma otra hoja y escribe: **No recuerdo ni mi nombre.** La tristeza aparece en sus ojos al leer mi respuesta, como si mis palabras desnudaran una parte de su propia historia. De repente, la puerta se abre y entran la enfermera y dos adultos más. -¡Qué alegría que despertaste, Lucy! -exclama la enfermera, su tono rebosante de calidez. Asiento con la cabeza, pero intento hablar y solo consigo emitir un susurro inaudible. -No, querida, aún no puedes hablar. Tus cuerdas vocales necesitan tiempo para recuperarse -explica la enfermera con dulzura, mientras comienza a examinarme. Al finalizar, me entrega una hoja y un lápiz. -¿Qué es lo último que recuerdas? -me pregunta de nuevo. Obedientemente escribo: **Nada, no recuerdo ni mi nombre.** La enfermera frunce el ceño, notoriamente alarmada por mi respuesta. Tras una pausa, toma un respiro profundo y se dirige a mí suavemente. -Tu nombre es Lucy Brown. Aquella pequeña en el sillón es tu hermana, se llama Danna. Estas personas aquí son tus padres: Teresa y Henry Brown. Simplemente asiento, sintiéndome vacía. Mi madre se acerca con un aire preocupante. -¿En serio no recuerdas nada? -su voz es un susurro lleno de angustia. Retomo el lápiz y escribo: **No recuerdo sus rostros... son unos desconocidos para mí.** La enfermera se inclina hacia mí, su mirada llena de empatía. -No te asustes, Lucy. Tus recuerdos volverán, poco a poco. Será fundamental que vayas a un psicólogo, ¿sí? Pasaste por un momento muy traumático y eso puede ayudarte a recuperar lo que has perdido. Conozco a varios colegas que pueden asistirte. Mi madre añade con una mezcla de ternura y preocupación: -Ya sabíamos lo del psicólogo. Tu padre es especialista en psicología y psiquiatría, así que las consultas serán con él. -Excelente entonces. Lucy, estaré a tu cuidado hasta que te recuperes por completo. Mi nombre es Elena, por cierto. Escribo en mi hoja: **Un gusto, eres muy amable.** -Te traeré un poco de sopa para que comas y luego descansarás. Mientras comes, puedes ver una película -dice la enfermera con una sonrisa cálida. Mis ojos brillan de entusiasmo ante la idea. Todos salen de la habitación, excepto Danna. Ella se acerca tímidamente a mi cama y me entrega un pequeño papel que dice: **¿Puedo quedarme contigo a ver una película?** Le sonrío y le respondo: **Me encantaría, así no me siento sola.** Danna, mostrando un brillo de esperanza, arrastra un pequeño sofá que había en la esquina y lo coloca cuidadosamente cerca de mi cama. Elena regresa con la comida para ambas. Decidimos juntos qué película ver, y al final elegimos "Piratas del Caribe". Preparo los subtítulos, anticipando un rato divertido. Escribo en un papel: **¿Por qué los subtítulos?** Ella responde, sencilla y directa: **Soy sorda de nacimiento. Antes nos comunicábamos en lenguaje de señas, pero como ahora no recuerdas nada, no podemos.** Le pregunto en un papel: **¿Puedes enseñarme de nuevo?** Su rostro se ilumina con una gran sonrisa y asiente con entusiasmo. Pasamos la tarde sumergidas en la atracción de la película, riendo y comentando los momentos más emocionantes, hasta que, finalmente, el cansancio me vence y caigo en un profundo sueño una vez más. Corro y corro sin parar, como si el mundo detrás de mí estuviera en llamas. Mis pies descalzos se hunden en el barro, un lodo espeso que me atrapa y me ralentiza. El vestido que llevo puesto está desgastado y rasgado; parece haber sido víctima de una feroz batalla, como si hubiera luchado con un león y hubiera salido apenas con vida. Mis piernas ya no pueden soportar la presión del esfuerzo, la fatiga se acumula en cada fibra de mi ser, pero sigo adelante. No puedo darme por vencida, no ahora que el miedo me impulsa. Estoy huyendo, pero de algo o de alguien que permanece en la penumbra, un misterio que se cierne como una sombra sobre mi conciencia. La sensación de terror me paraliza mientras intento anticipar lo que está detrás de mí. Con un movimiento furtivo, torciendo el cuello, logro vislumbrar a través de un velo de adrenalina y ansiedad. Una figura enorme se recorta contra la oscuridad; su presencia es imponente. Aunque se encuentra a cierta distancia, puedo escuchar cómo sus pasos resuenan con una claridad inquietante, cada vez más ágiles que los míos. Aunque mis instintos claman por mantener la calma, una punzada de desesperación se apodera de mí al darme cuenta de que, lentamente, está alcanzándome. La figura lleva una máscara que oculta cualquier rastro de humanidad, un pasamontañas que convierte su rostro en una mera silueta. Su identidad es un enigma aterrador, un rostro que se niega a revelarse. La mezcla de la oscuridad y mi miedo me impide entender quién, o qué, se oculta en esa sombra, pero eso no disminuye mi temor. Me esfuerzo por concentrarme, por mantener mis pasos ligeros y rápidos, pero en mi distracción no veo la gran rama que se interpone en mi camino. De pronto, el suelo me traiciona y caigo, el impacto reverbera en mi cuerpo. Siento la fría mano del atacante en mi tobillo, un agarre helado que parece extraído de una pesadilla. Un escalofrío recorre mi columna, paralizándome. Trato de gritar, de liberar toda la terrorífica angustia que me consume, pero mi voz se queda atrapada en mi garganta, como si el miedo la hubiera ahogado antes de que pudiera salir. La oscuridad se cierne sobre mí, y una sensación de impotencia se apodera de mi ser. De repente, despierto sobresaltada en mi cama, el corazón latiendo desbocado contra mi pecho. Gracias al cielo, solo fue un horrible sueño. Pero, ¿por qué soñé eso? ¿Qué significado tiene esta pesadilla aterradora? Mi mente divaga, tratando de encontrar respuestas en medio de esta confusión abrumadora. Las imágenes del sueño se deslizan lentamente, pero la sensación de pavor permanece. Recuerdo mi accidente, esas dudas que nunca han sido respondidas, esa sensación de desconexión. ¿Cómo es que terminé en coma? Las preguntas sin respuesta me rodean como fantasmas inquietantes. Trato de calmarme, de ignorar la inquietud que se acumula en mi pecho. Sin embargo, la realidad sigue ahí, insistente, recordándome que hay algo oscuro que acecha en las sombras de mi memoria. La confusión se mezcla con la ansiedad, y una pregunta me atormenta: ¿Qué me sucedió realmente?.La puerta de mi habitación se abre suavemente, y Elena, la sirvienta de la casa, entra con una bandeja que humea deliciosamente. El aroma del desayuno recién preparado inunda el ambiente, despertando mis sentidos y provocando un suave gruñido en mi estómago que reclama atención. El olor a café y pan tostado se mezcla con el fresco aire de la mañana, creándome un anhelo innegable por el alimento que, indudablemente, me hará sentir mejor. -Buenos días, Lucy, mi niña. ¿Cómo amaneciste hoy? -pregunta Elena con su habitual calidez, un brillo de cariño en sus ojos castaños. -Bien -respondo, esforzándome por esbozar una sonrisa, aunque la molestia en mi garganta se mantiene, y las palabras me salen con dificultad, como si el simple acto de hablar fuera un desafío. -Al menos puedes hablar, y con el paso de los días, estoy segura de que recuperarás tu voz por completo -me asegura, mientras colocando la bandeja a mi lado lo hace con una delicadeza casi maternal. Tomando aire, decido aprovech
Me despierto bruscamente al escuchar el suave chirrido de la puerta de mi habitación al abrirse. Reconozco esa figura familiar al instante; es Teresa, mi madre.-Hola, Lucy... ¿cómo has estado? -su voz resuena con una mezcla de preocupación y ternura.-Estoy mejor... -le respondo, intentando dibujar una sonrisa en mi rostro.Ella se acerca un poco más y, por un momento, puedo ver el cansancio reflejado en sus ojos. -Perdón por no estar tan al pendiente de ti... He tenido mucho trabajo últimamente, y debo viajar con frecuencia -me dice, con un tono casi apologético.-Tranquila... lo entiendo -le aseguro, aunque por dentro siento un pequeño vacío. La ausencia de su presencia siempre deja una huella en mis días.Mientras hablo, no puedo evitar mirar a Danna, que duerme a mi lado como un bebé, ajena a la conversación que se desarrolla entre mi madre y yo. Teresa vuelve a hablar.-Hoy debo viajar por tres días... ¿Me despides de Danna? No quiero despertarla.-Está bien... Espero que tenga
Han pasado varias semanas desde el suceso, y mi recuperación ha sido sorprendentemente rápida. Sin embargo, a pesar de los avances físicos, hay un aspecto que se niega rotundamente a avanzar: mi memoria. Cada intento por recordar lo que ocurrió se siente inútil; es como intentar atrapar agua con las manos. La mente se niega a cooperar, manteniendo cerrada la puerta a los recuerdos que, supongo, deberían ser dolorosos.Mis sesiones de terapia con mi padre tienen lugar cada dos días, pero suelen ser encuentros silenciosos, con escasas palabras compartidas entre nosotros. Es como si ambos estuviéramos navegando en un lago de melancolía, cada uno inmerso en su propio mundo de pensamientos, mientras yo, como una hoja en blanco, aguardo una pequeña mancha que me diga quién soy y qué me ha sucedido.Mi frustración crece cada día. Siento que el suceso que marcó mi vida es como una niebla densa que me impide avanzar. Me han prohibido ver las noticias, ya que mi nombre apareció en ellas, y eso
Me despierto con una maraña de cabellos rojos que me cubren la cara. Al apartarlos con suavidad, me doy cuenta de que son de Danna. Nos parecemos tanto que, si ella tuviera mi edad, la gente podría llegar a pensar que somos gemelas. Mientras mis pensamientos navegan entre los recuerdos nebulosos de mi infancia, no soy consciente de que Danna ha despertado. Ella comienza a escribir con frenesí en su libreta, ese diario personal que nunca parece abandonar. Hay algo cautivador en su dedicación a las palabras escritas, algo que me hace sentir admiración. -¿En qué pensabas? -me pregunta con un gesto animado, tomando su bolígrafo y escribiendo en su libreta que siempre está a su lado, como si fueran inseparables.Muevo mi cabeza, tratando de cristalizar mis pensamientos fugaces. Finalmente, decido compartirlo con ella:-En muchas cosas... Quiero recordar toda mi vida para no sentirme tan perdida.Sus ojos se iluminan con comprensión, y asiente lentamente mientras sigue escribiendo en su l
Ya habían transcurrido dos meses desde que fui dada de alta tras mi recuperación. Poco a poco, he ido notando mejoras significativas en mi condición física. Con el tiempo, incluso he comenzado a practicar yoga por las mañanas: una actividad que le apasionaba a Dana antes de aquel desafortunado accidente que nos cambió la vida. La conexión entre nosotras ha crecido; participar juntas en esta rutina matutina nos brinda momentos de complicidad y alegría.Dana, mi adorada hermana, siempre se muestra entusiasta y motivadora. Cada mañana, la luz del sol ilumina la habitación mientras ambas nos entregamos a las posturas y a la respiración tranquila que el yoga nos ofrece. Una hora se pasa volando mientras nuestras risas llenan el espacio, y el ejercicio se convierte en una celebración de la vida y la recuperación.Después de nuestra sesión de yoga, nos dirigimos a la ducha para refrescarnos antes de la siguiente actividad del día. Hoy, estábamos emocionadas porque comenzaríamos las clases de
Me encontraba durmiendo plácidamente en la calidez de mi cama, envuelta en un estado de calma y tranquilidad, acompañada por mi hermana Dana. Las sombras de la habitación se desvanecían suavemente con los primeros destellos del amanecer. Sin embargo, mi serenidad se vio interrumpida de repente por un ruido inquietante que provenía del exterior de nuestra casa.La vivienda estaba protegida por un gran portón de madera, y, gracias a la posición de mi ventana, podía ver claramente si alguien se escondía entre los árboles y arbustos que rodeaban nuestra propiedad. Pero el sonido era diferente, crujiente y furtivo, como si alguien estuviera escalando algo con la intención de ingresar. Un escalofrío helado recorrió mi cuerpo al instante. Pensé en la posibilidad aterradora de que aquel que me había secuestrado en el pasado estuviera de vuelta, que de alguna manera hubiera logrado encontrarme.La idea me paralizó. Si ya sabía dónde vivía, era plausible que estuviera buscando llevarme de nuevo
Me despierto en medio de la noche, el corazón acelerado, porque un ruido tenue y familiar me saca de mis pensamientos. Es el mismo sonido inquietante que había escuchado la última vez...- Maldición... Ahora será imposible que duerma tranquila, sabiendo que podría haber alguien fuera de la casa, acechando y tratando de mirar a través de la ventana de mi habitación.La idea me paraliza. No tengo el valor suficiente para poner un pie fuera de mi cama, esa cálida y reconfortante burbuja que me protege, aunque sea solo por un momento. La oscuridad de la noche se siente opresiva, como una manta pesada que me aprieta el pecho. A cada segundo que pasa, la inquietud crece y una sensación de terror me invade por completo. Sin embargo, algo está cambiando en mí. A medida que las noches pasan, la incertidumbre y el miedo me hacen sentir más fuerte, más decidida. Cada noche, escucho el mismo sonido, y aunque me estremezco con solo pensarlo, hay una chispa de valentía que comienza a surgir en mi i
Pasaron horas mientras mi mente divagaba en un mar de pensamientos, intentando idear un plan para descubrir la identidad de aquel intruso que, como un espectro, se colaba en mi jardín bajo el manto de la noche. Los frondosos árboles que rodeaban nuestra casa parecían esconder más secretos de los que estaban dispuestos a revelar, y la inquietud se apoderaba de mí a cada instante. Después de mucho deliberar, decidí que debía actuar, no podía quedarme de brazos cruzados. Comencé a escudriñar cada rincón de mi habitación, buscando algo que pudiera servir como herramienta en esta empresa. Fue en uno de los cajones donde encontré lo que estaba buscando: una pequeña cámara portátil, un dispositivo que había olvidado por completo que existía. Sentí como si un rayo de esperanza iluminara mi mente. Tenía también una laptop en mi habitación que, aunque nunca la usaba debido a la falta de Internet, podría ser de utilidad en esta ocasión. Con determinación, conecté la cámara y la laptop, y tras u