¿ Donde están mis recuerdos ?
¿ Donde están mis recuerdos ?
Por: Jetzi Rojas
¿ Donde estoy ?

Mis ojos pesan como si llevaran el peso de un mundo entero, y me resulta casi imposible abrirlos. Hay un miedo abrumador que me embarga, y no tengo la más mínima idea de dónde me encuentro. La presión en mi cabeza es tortuosa, como si cada pulso estuviera a punto de hacer estallar algo interno. Siento un tubo grueso que atraviesa mi boca y se adentra en mi garganta... ¿Estoy en un hospital?

Mis inquietudes comienzan a desvanecerse cuando el insistente bip de una máquina que monitorea los latidos de mi corazón resuena con fuerza. Mi pulso es rápido, acelerado por la impotencia de no poder mover ni un solo dedo. Una ola de desesperación me inunda, y una lágrima solitaria se desliza por mi mejilla; estoy sola aquí, aterrorizada en una habitación que carece de familiaridad, mientras nadie parece saber que he despertado.

Mi corazón comienza a calmarse levemente al escuchar el sonido de una puerta abriéndose.

-Vamos a ver cómo está Lucy hoy -dice una voz suave, casi maternal.

Deseo fervientemente poder hablarle, comunicarle que soy consciente, que puedo escucharla; sin embargo, mi cuerpo se siente rígido, inmóvil como una estatua de piedra.

-Parece que la hinchazón en tu cerebro ha disminuido bastante. Pronto podrás despertar, mi pequeña pelirroja.

El miedo se apodera de mí otra vez; no quiero que se marche y me deje sola en esta penumbra. Un grito ahogado se forma en mi interior, un deseo desesperado de que no se aleje. La enfermera está a punto de irse, pero en un instante de valentía que brota del fondo de mi ser, ajusto mi almohada como si eso pudiera aliviar mis inquietudes.

-Pobre niña, estás llena de moretones. Pareces una uva por todos los golpes que tienes, pero pronto estarás mejor -murmura, pasando suavemente su mano por mi mejilla con un gesto tierno.

Cuando nota la humedad de mis lágrimas, su expresión cambia rápidamente.

-¡Oh Dios mío! Sé que me puedes escuchar, Lucy. Tranquila, podrás abrir los ojos de nuevo, pero aún no. Te daré un calmante para el dolor. Debes estar sintiendo molestias en cada parte de tu cuerpo.

Y, efectivamente, olas de dolor me atraviesan. Sin embargo, en este momento, la certeza de que la enfermera ha comprendido mi conciencia me trae un atisbo de alivio.

-Todo saldrá bien, mi niña; con este calmante dormirás de nuevo. Al despertar, puede que aún no puedas abrir los ojos. Despertar de un coma no es fácil, pero tú estás progresando muy bien.

¿Un coma? ¿He estado en coma? La confusión es abrumadora, y mi mente es como un lienzo en blanco: no puedo recordar nada. Ni siquiera sé si ese es mi nombre. La enfermera me llama "Lucy," así que eso es lo que asumo que soy. Busco en mi mente un atisbo de recuerdos, alguna imagen familiar, pero todo está perdido en la bruma de mi olvidada subjetividad.

Me siento más cansada que nunca y, sin querer, caigo en un profundo sueño.

................................

Despierto con un pitido familiar, aunque abrir los ojos todavía me cuesta. El tubo ha desaparecido; solo siento una ligera corriente de oxígeno que entra por mi nariz. Hago un esfuerzo titánico para intentar abrir los párpados. Poco a poco, la luz intensa me ciega momentáneamente, pero mis ojos se van acostumbrando. Al mirar a mi alrededor, me encuentro desconcertada. Esto no es un hospital... estoy en una habitación que parece una versión íntima de un centro médico, pero con un ambiente hogareño.

Casi me sobresalto cuando siento una mano pequeña tocando la mía.

Dirijo la mirada a mi derecha y veo a una hermosa niña de ojos aceituna junto a mí. Parece que se ha asustado por mi reacción, porque da un pequeño paso atrás. Nos miramos en silencio, incapaces de comunicarnos debido a mi voz aún ausente. Tras un momento de duda, ella comienza a hacer gestos con las manos, pero no comprendo sus señales. Frustrada, gira los ojos hacia arriba y se marcha a buscar un lápiz y papel.

Cuando regresa, empieza a escribir con una letra infantil: **Soy tu hermana**.

La miro, confundida. No tengo ningún recuerdo de ella. Ella se da cuenta de mi desconcierto y añade rápidamente: **¿No recuerdas nada?**

Sacudo la cabeza con desasosiego. Luego, toma otra hoja y escribe: **No recuerdo ni mi nombre.**

La tristeza aparece en sus ojos al leer mi respuesta, como si mis palabras desnudaran una parte de su propia historia.

De repente, la puerta se abre y entran la enfermera y dos adultos más.

-¡Qué alegría que despertaste, Lucy! -exclama la enfermera, su tono rebosante de calidez.

Asiento con la cabeza, pero intento hablar y solo consigo emitir un susurro inaudible.

-No, querida, aún no puedes hablar. Tus cuerdas vocales necesitan tiempo para recuperarse -explica la enfermera con dulzura, mientras comienza a examinarme.

Al finalizar, me entrega una hoja y un lápiz.

-¿Qué es lo último que recuerdas? -me pregunta de nuevo.

Obedientemente escribo: **Nada, no recuerdo ni mi nombre.**

La enfermera frunce el ceño, notoriamente alarmada por mi respuesta. Tras una pausa, toma un respiro profundo y se dirige a mí suavemente.

-Tu nombre es Lucy Brown. Aquella pequeña en el sillón es tu hermana, se llama Danna. Estas personas aquí son tus padres: Teresa y Henry Brown.

Simplemente asiento, sintiéndome vacía.

Mi madre se acerca con un aire preocupante.

-¿En serio no recuerdas nada? -su voz es un susurro lleno de angustia.

Retomo el lápiz y escribo: **No recuerdo sus rostros... son unos desconocidos para mí.**

La enfermera se inclina hacia mí, su mirada llena de empatía.

-No te asustes, Lucy. Tus recuerdos volverán, poco a poco. Será fundamental que vayas a un psicólogo, ¿sí? Pasaste por un momento muy traumático y eso puede ayudarte a recuperar lo que has perdido. Conozco a varios colegas que pueden asistirte.

Mi madre añade con una mezcla de ternura y preocupación:

-Ya sabíamos lo del psicólogo. Tu padre es especialista en psicología y psiquiatría, así que las consultas serán con él.

-Excelente entonces. Lucy, estaré a tu cuidado hasta que te recuperes por completo. Mi nombre es Elena, por cierto.

Escribo en mi hoja: **Un gusto, eres muy amable.**

-Te traeré un poco de sopa para que comas y luego descansarás. Mientras comes, puedes ver una película -dice la enfermera con una sonrisa cálida.

Mis ojos brillan de entusiasmo ante la idea.

Todos salen de la habitación, excepto Danna. Ella se acerca tímidamente a mi cama y me entrega un pequeño papel que dice: **¿Puedo quedarme contigo a ver una película?**

Le sonrío y le respondo: **Me encantaría, así no me siento sola.**

Danna, mostrando un brillo de esperanza, arrastra un pequeño sofá que había en la esquina y lo coloca cuidadosamente cerca de mi cama.

Elena regresa con la comida para ambas.

Decidimos juntos qué película ver, y al final elegimos "Piratas del Caribe". Preparo los subtítulos, anticipando un rato divertido.

Escribo en un papel: **¿Por qué los subtítulos?**

Ella responde, sencilla y directa: **Soy sorda de nacimiento. Antes nos comunicábamos en lenguaje de señas, pero como ahora no recuerdas nada, no podemos.**

Le pregunto en un papel: **¿Puedes enseñarme de nuevo?**

Su rostro se ilumina con una gran sonrisa y asiente con entusiasmo.

Pasamos la tarde sumergidas en la atracción de la película, riendo y comentando los momentos más emocionantes, hasta que, finalmente, el cansancio me vence y caigo en un profundo sueño una vez más.

Corro y corro sin parar, como si el mundo detrás de mí estuviera en llamas. Mis pies descalzos se hunden en el barro, un lodo espeso que me atrapa y me ralentiza. El vestido que llevo puesto está desgastado y rasgado; parece haber sido víctima de una feroz batalla, como si hubiera luchado con un león y hubiera salido apenas con vida. Mis piernas ya no pueden soportar la presión del esfuerzo, la fatiga se acumula en cada fibra de mi ser, pero sigo adelante. No puedo darme por vencida, no ahora que el miedo me impulsa.

Estoy huyendo, pero de algo o de alguien que permanece en la penumbra, un misterio que se cierne como una sombra sobre mi conciencia. La sensación de terror me paraliza mientras intento anticipar lo que está detrás de mí. Con un movimiento furtivo, torciendo el cuello, logro vislumbrar a través de un velo de adrenalina y ansiedad. Una figura enorme se recorta contra la oscuridad; su presencia es imponente. Aunque se encuentra a cierta distancia, puedo escuchar cómo sus pasos resuenan con una claridad inquietante, cada vez más ágiles que los míos. Aunque mis instintos claman por mantener la calma, una punzada de desesperación se apodera de mí al darme cuenta de que, lentamente, está alcanzándome.

La figura lleva una máscara que oculta cualquier rastro de humanidad, un pasamontañas que convierte su rostro en una mera silueta. Su identidad es un enigma aterrador, un rostro que se niega a revelarse. La mezcla de la oscuridad y mi miedo me impide entender quién, o qué, se oculta en esa sombra, pero eso no disminuye mi temor. Me esfuerzo por concentrarme, por mantener mis pasos ligeros y rápidos, pero en mi distracción no veo la gran rama que se interpone en mi camino. De pronto, el suelo me traiciona y caigo, el impacto reverbera en mi cuerpo.

Siento la fría mano del atacante en mi tobillo, un agarre helado que parece extraído de una pesadilla. Un escalofrío recorre mi columna, paralizándome. Trato de gritar, de liberar toda la terrorífica angustia que me consume, pero mi voz se queda atrapada en mi garganta, como si el miedo la hubiera ahogado antes de que pudiera salir. La oscuridad se cierne sobre mí, y una sensación de impotencia se apodera de mi ser.

De repente, despierto sobresaltada en mi cama, el corazón latiendo desbocado contra mi pecho. Gracias al cielo, solo fue un horrible sueño. Pero, ¿por qué soñé eso? ¿Qué significado tiene esta pesadilla aterradora? Mi mente divaga, tratando de encontrar respuestas en medio de esta confusión abrumadora. Las imágenes del sueño se deslizan lentamente, pero la sensación de pavor permanece. Recuerdo mi accidente, esas dudas que nunca han sido respondidas, esa sensación de desconexión. ¿Cómo es que terminé en coma? Las preguntas sin respuesta me rodean como fantasmas inquietantes.

Trato de calmarme, de ignorar la inquietud que se acumula en mi pecho. Sin embargo, la realidad sigue ahí, insistente, recordándome que hay algo oscuro que acecha en las sombras de mi memoria. La confusión se mezcla con la ansiedad, y una pregunta me atormenta: ¿Qué me sucedió realmente?.

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