Capítulo 59

Cuando sonó el despertador continuaban abrazados. En algún momento de la noche se habían tapado, pero Laura no era consciente de haberlo hecho. Quizá la había tapado Sergio, se dijo, y ese pensamiento la complació.

Se removió, perezosa.

—Buenos días, ¿qué tal estás?

—De maravilla. ¿Qué hora es?

—Las siete.

—Vaya, qué tarde.

Laura le dio un pequeño empujoncito para apartarlo e intentó levantarse, pero él la retuvo.

—No te levantes, hay tiempo para uno rápido —la carita de desolación de Sergio la hizo reír.

—Venga, sátiro, al trabajo.

—No te soltaré. Ahora eres mía, estás a mi merced.

—No, ya no estoy atada —dijo ella mostrándole orgullosa sus brazos, que sacó de entre las sábanas para volver a meterlos rápidamente—. Jo, qué frío.

—¿Lo ves? Cuando acabemos estarás ardiendo.

Y tenía razón.

Esa mañana Laura llegó tarde al trabajo por segunda vez en una semana; pasó deprisa ante el mostrador de la recepción donde una asombrada Rosa le reprochó su conducta:

—Llegas tarde otra vez.

—Lo sé, h
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