—Espera, ¿no ves que las medias van enganchadas a los ligueros del corsé? Espera a que me las quite. Y sal de la habitación.—No, me quedo aquí. La verdad es que estás muy sexi… y las putillas tenéis vuestro morbo… —acabó de desabrochar el corsé y metió la mano por debajo para acariciarle los pechos—. Pero quítate eso de una vez.Laura se quitó las medias y descendió de los zapatos, lo que obligó a Sergio a bajar más la cabeza para mirarla. «Se acabó el aspecto sexi», se dijo. «Ya no soy una mujer fatal, vuelvo a ser la misma pardilla de siempre». Al verla libre de las medias, Sergio le quitó el corsé y Laura sintió un gran alivio, porque lo cierto era que la maldita prenda apretaba.—Ahora sí —le puso las manos en los hombros, comiéndosela con la mirada—. Ahora estás como a mí me gusta.—Pero no como me gusta a mí. ¿Por qué siempre acabamos haciendo lo que te gusta a ti? Y yo, ¿no cuento?—Me parece que hasta ahora no hemos hecho nada que no te gustara.—Bueno, sí… Pero había puesto
Lo primero que pensó Laura al despertar fue que era miércoles y ésa era la tercera mañana de su vida juntos. Lo segundo, que nunca había sido tan feliz. Pero lo que dijo fue: «Hoy salgo más tarde. Tengo que estar en el juzgado a las once y no me merece la pena pasar antes por la oficina».Se levantó y se puso a dar vueltas por la habitación mientras Sergio acababa de vestirse. Como estaba tan inquieta y no podía parar, decidió prepararle un magnífico desayuno, el mejor. Él le había dicho que ninguna mujer lo había hecho tan feliz y eso merecía una celebración, aunque no le diría que era eso lo que celebraban. No quería recordárselo por si, con la luz de la mañana, se arrepentía de unas palabras pronunciadas al calor de la excitación. Aun así, lo había dicho, y eso era lo que contaba.Preparó el desayuno muy contenta, canturreando por lo bajo: tostadas, mantequilla, mermelada y varios panecillos con tomate en recuerdo de su primer encuentro. ¿Se daría cuenta él de ese detalle? Seguro q
—Tiene usted mucha razón… Lo siento, es que…—No se preocupe, es lógico que quiera saber muchas cosas de él, pero yo no soy la persona indicada para contárselas. No estaría bien.—Claro… Perdone… —Laura no sabía qué más decir y no pensaba seguir disculpándose, así que adoptó de nuevo la personalidad de la joven y despreocupada señorita de la casa—. Bueno, yo me tengo que ir al trabajo. Le hemos dejado la lista de la compra sobre la encimera. Pero si no puede hacerla, yo la haré esta tarde.—No se preocupe, siempre la hago. Después de limpiar.Laura echó un vistazo al salón, como calibrando cuánto tardaría Carmen en limpiarlo. Entonces se dio cuenta de una cosa, de algo que el día anterior la había inquietado, aunque no sabía qué era… Algo faltaba, algo que todo el mundo tiene y de lo que allí no había ni rastro.Fotos. No había una sola fotografía en toda la casa.
«Todo el mundo tiene fotografías. ¿Por qué Sergio no tiene ni una? De su madre, de su abuelo, de cuando era pequeño… La verdad es que es muy raro. Tendré que preguntárselo —Laura hablaba en voz alta mientras conducía camino del juzgado—. Le diré: ¿por qué en tu casa no hay ni una foto?».Sí, se lo preguntaría. No pensaba hacer más cábalas ni comerse el coco con todas las cosas de Sergio que le parecían raras y que luego resultaban ser de lo más inocentes, como los malditos papeles o que estuviera dormido en el coche… No más especulaciones.¿Y qué enfermedad sería ésa de la que le había hablado Carmen? «No. Laura, para». Sobre eso no podía preguntarle, pues, de hacerlo, tendría que admitir que había estado hablando de él con Carmen, y sabía que, si Sergio se enteraba de que había estado sonsacando a la mujer, se iba a enfadar mucho. Muchísimo.Cuando entró en el juzgado, su cliente ya estaba esperándola. El pobre hombre parecía muy nervioso y no lo tranquilizaba nada el hecho de que el
La mujer se alejaba con su sexi contoneo, pero sobresalía entre el resto de los mortales que pululaban a su alrededor como una diosa que hubiera decidido darse una vuelta por la tierra a ver cómo se encontraban sus esclavos. Roberto enseguida supo a quién se refería Laura.—¿Sabes quién es? —insistió ella, cada vez más nerviosa, dándole golpecitos en el brazo.—Sí, como para no saberlo… Ha provocado toda una revolución por aquí. Está como un tren, ¿verdad?, y… —la furiosa mirada de Laura obligó al pobre Roberto a centrarse en lo que le había preguntado—. Es Marga Salcedo, la hermana de Lucas Salcedo, el empresario.Laura soltó el brazo de Roberto y fue a sentarse en uno de los bancos que había contra la pared. ¡Lucas Salcedo! Ése era el nombre que figuraba en el expediente que leía Sergio. ¿Marga estaba relacionada con ese asunto?—Laura, ¿te pasa algo? Estás pálida —Roberto la siguió, preocupado.—¿Y qué hace aquí?—No lo sé. Habrá venido a declarar por el asunto de su hermano, supon
—Hola, Roberto. ¿Qué has averiguado?Acababa de entrar en la casa de Sergio cuando sonó su móvil. Eran las siete de la tarde y él aún no había llegado. Laura se sentó en el sofá y puso los pies sobre la mesa.—Nada, lo que te dije. El juez Mendizábal lleva el caso de Lucas Salcedo. Pero aún no ha empezado y nadie sabe nada en el juzgado, ni siquiera sabían que Marga Salcedo había ido a visitarlo, y eso me parece muy irregular, la verdad. En fin, yo no tengo nada que ver en ese caso y no pienso intervenir. El juez Mendizábal me cae bien, es uno de los mejores. Pero, francamente, si esto se sabe… Lo que no entiendo es tu actitud, no hemos podido hablar. Pero ¿por qué te has puesto así cuando la has visto?—La conozco. Déjalo, no tiene nada que ver con este caso, por favor, olvídalo, es una cuestión personal.—Si la conoces ¿por qué preguntabas quién era con tanto interés? Creo que me estás ocultando algo, y no me gusta que me utilicen, sobre todo cuando está en juego nuestra profesional
Era miércoles. Habían pasado cinco días desde el viernes, cuando se había instalado en casa de Sergio, y sólo hacía diez que lo conocía. En sólo diez días todo había cambiado en su vida. Era irónico, una persona tan conservadora como ella, tan pusilánime… No se reconocía. Lo peor era que no sabía qué hacer: podía decirle la verdad a Sergio, que había visto a Marga, y pedirle explicaciones; pero él le había dejado muy claro que no pensaba dárselas, que lo que tuviera con Marga a ella no le importaba. Así que sólo tenía dos opciones: marcharse, dejándolo para siempre, o quedarse, en cuyo caso tendría que aguantar la situación tal y como estaba.¡Y otra vez las dudas! Con lo contenta que estaba esa mañana… El caso era que las dudas sobre él aparecían cuando no estaban juntos. Si estaba con Sergio se encontraba de buen humor y las sospechas se disipaban. Reían, gastaban bromas y hacían el amor de una forma que ella nunca había creído posible, salvo en el cine o en las novelas, claro. Cuand
Sólo eran las siete de la tarde. Pensó que se moriría si se quedaba allí sola, hora tras hora, dándole vueltas a la cabeza. Entonces recordó a Celia. ¿Cómo podía haberse olvidado de su hermana? Ya debía de haber hablado con Antonio, pero no la había llamado. Bien, llamaría ella.Cogió el móvil y marcó su número.—Hola, Laura.—Celia… ¿Qué tal va todo? No he podido llamarte antes. Lo siento, he estado todo el día en los juzgados. Dime, ¿qué tal ayer con Antonio?—No tengo ganas de hablar de ello. Creo que con eso está dicho todo, ¿no te parece?—¿Estás en casa?—Sí.—Pues voy para allá, no tardo nada —y colgó antes de que Celia pudiera poner alguna objeción.Era insano estar todo el día dándole vueltas a su situación con Sergio. Insano y egoísta. Había otras personas con problemas sobre la faz de la tierra y su hermana era una de ellas. Y la necesitaba.—Tú lo sabías y no me lo dijiste.Fueron las primeras palabras de Celia al encontrarse cara a cara con su hermana. Laura entró y cerró