—Hola, Roberto. ¿Qué has averiguado?Acababa de entrar en la casa de Sergio cuando sonó su móvil. Eran las siete de la tarde y él aún no había llegado. Laura se sentó en el sofá y puso los pies sobre la mesa.—Nada, lo que te dije. El juez Mendizábal lleva el caso de Lucas Salcedo. Pero aún no ha empezado y nadie sabe nada en el juzgado, ni siquiera sabían que Marga Salcedo había ido a visitarlo, y eso me parece muy irregular, la verdad. En fin, yo no tengo nada que ver en ese caso y no pienso intervenir. El juez Mendizábal me cae bien, es uno de los mejores. Pero, francamente, si esto se sabe… Lo que no entiendo es tu actitud, no hemos podido hablar. Pero ¿por qué te has puesto así cuando la has visto?—La conozco. Déjalo, no tiene nada que ver con este caso, por favor, olvídalo, es una cuestión personal.—Si la conoces ¿por qué preguntabas quién era con tanto interés? Creo que me estás ocultando algo, y no me gusta que me utilicen, sobre todo cuando está en juego nuestra profesional
Era miércoles. Habían pasado cinco días desde el viernes, cuando se había instalado en casa de Sergio, y sólo hacía diez que lo conocía. En sólo diez días todo había cambiado en su vida. Era irónico, una persona tan conservadora como ella, tan pusilánime… No se reconocía. Lo peor era que no sabía qué hacer: podía decirle la verdad a Sergio, que había visto a Marga, y pedirle explicaciones; pero él le había dejado muy claro que no pensaba dárselas, que lo que tuviera con Marga a ella no le importaba. Así que sólo tenía dos opciones: marcharse, dejándolo para siempre, o quedarse, en cuyo caso tendría que aguantar la situación tal y como estaba.¡Y otra vez las dudas! Con lo contenta que estaba esa mañana… El caso era que las dudas sobre él aparecían cuando no estaban juntos. Si estaba con Sergio se encontraba de buen humor y las sospechas se disipaban. Reían, gastaban bromas y hacían el amor de una forma que ella nunca había creído posible, salvo en el cine o en las novelas, claro. Cuand
Sólo eran las siete de la tarde. Pensó que se moriría si se quedaba allí sola, hora tras hora, dándole vueltas a la cabeza. Entonces recordó a Celia. ¿Cómo podía haberse olvidado de su hermana? Ya debía de haber hablado con Antonio, pero no la había llamado. Bien, llamaría ella.Cogió el móvil y marcó su número.—Hola, Laura.—Celia… ¿Qué tal va todo? No he podido llamarte antes. Lo siento, he estado todo el día en los juzgados. Dime, ¿qué tal ayer con Antonio?—No tengo ganas de hablar de ello. Creo que con eso está dicho todo, ¿no te parece?—¿Estás en casa?—Sí.—Pues voy para allá, no tardo nada —y colgó antes de que Celia pudiera poner alguna objeción.Era insano estar todo el día dándole vueltas a su situación con Sergio. Insano y egoísta. Había otras personas con problemas sobre la faz de la tierra y su hermana era una de ellas. Y la necesitaba.—Tú lo sabías y no me lo dijiste.Fueron las primeras palabras de Celia al encontrarse cara a cara con su hermana. Laura entró y cerró
Había estado muy a gusto con su hermana, pensaba Laura de camino a casa en el taxi. Se preguntaba si debería haberse sincerado con ella. Compartir las dudas con otra persona es beneficioso, se dijo, porque cuando uno da vueltas y vueltas en la cabeza a un problema acaba pareciendo enorme; pero si ese mismo problema lo cuentas, hablas de él en voz alta con alguien que te entiende, lo ves desde otra perspectiva, te convences de que no es para tanto, de que has exagerado su importancia. Sí, debería de haber hablado con Celia, y quizá lo hiciera, quizá la llamara más tarde para pedirle consejo. Sergio aún no había llegado cuando entró al apartamento, y Laura encendió todas las luces. La leve llovizna que había empezado a caer cuando iba en el taxi se había convertido en un auténtico aguacero. Se acercó a los enormes ventanales. Las sombras de la noche y el ruido de la lluvia en los cristales y en el suelo de la terraza le resultaban inquietantes. No es que tuviera miedo, pero pensó que se
La tormenta se había hecho más fuerte y ahora los relámpagos seguidos de los truenos amenizaban su extraña velada. Laura sintió un escalofrío. Le daban miedo las tormentas desde muy pequeña. Recordó que su padre, para animarla, le decía que si se echaban las cortinas nada malo podía pasar. Así que se levantó y cerró las cortinas, más en recuerdo de su padre que porque pensara que así estaba a salvo; luego volvió a su puesto ante el ordenador.«Vaya tormenta», se dijo, mientras cerraba Google y volvía al escritorio. Al ver el fondo azul, Laura pensó que Sergio debía de ser la única persona del mundo sin un salvapantallas con una fotografía o un cuadro. Ella tenía una foto de sus hermanas. Iba a apagar el ordenador, pero, sin pensarlo, en lugar de hacerlo abrió el Word y buscó entre las carpetas. Había muchas, la mayoría con documentos de trabajo, antiguas notas, ensayos de libros jurídicos… Pero una llamó su atención. Ponía «relato». Laura la abrió: «Escueto relato de los hechos».Ése
Laura no pensaba más que en salir del trabajo temprano para llegar a casa cuanto antes y acabar de leer el relato que había descubierto la noche anterior, pues intuía que allí iba a encontrar respuesta a muchas de sus preguntas, si no a todas. No pararía hasta descubrir lo que le ocultaba, fuera como fuese, quisiera Sergio o no. Estaba decidida: como él no soltaba prenda, lo averiguaría por su cuenta. Ya ni siquiera le importaba que se enfadase o que la descubriera espiando en su ordenador; lo único que deseaba era conocer los motivos de su comportamiento. Sabía que era un hombre alegre, listo, cariñoso y bueno; así era como se le había revelado la mayor parte de las veces. Ese aspecto suyo tan negro, tan inquietante, que afloraba en ocasiones, sobre todo cuando le preguntaba por Marga, no era natural en él. Y Laura se impuso la tarea de descubrir la causa.Con todas esas preocupaciones dando vueltas en su cabeza no podía centrarse mucho en el trabajo. Ni siquiera se dio cuenta de la
Una compungida Rosa la ayudó a recoger los pocos objetos personales que tenía en su mesa.Después se sentaron en la cocina, a tomar su último café juntas en aquel lugar.—Lo siento mucho, Laura, me encantaba tenerte. ¿Qué vas a hacer ahora? Perdona que te haga esta pregunta tan personal, pero… ¿Andas bien de dinero? Si necesitas algo, yo…—Gracias —la interrumpió Laura, conmovida—. No tengo problemas económicos. Cuento con la pensión de Daniel y con algunas inversiones que hizo y que me reportan beneficios anuales. Pero me gusta mi profesión y quiero ejercerla. No sé, quizá prepare oposiciones a la fiscalía…—Lo que no entiendo es por qué te han despedido tan pronto… Es absurdo —dijo Rosa, que ya no escuchaba a Laura. Le encantaban los chismes de oficina y ése era jugoso—. A no ser…—Sí —la interrumpió Laura—. Está claro que Juan ha conseguido lo que quería: que yo me marchara; desde el primer día ha estado decidido a echarme.—No, no es eso lo que estaba pensando. Juan no tiene tanta
—Creo que ya lo sabe. Vino ayer por la tarde, después de que tú te fueras. En realidad justo después, como si hubiera estado esperando a que salieras para entrar, y se metió en el despacho de don Tomás. Cuando me fui aún seguían. Lo que no entiendo es por qué lo ha hecho, tú le gustas…—¡Tienes razón! —Laura lo comprendió todo de repente—. Le gusto, me propuso que saliéramos juntos y yo le di calabazas —sonrió—. Ésta es su forma de vengarse. Nunca lo habría pensado. ¡Vaya desilusión! Crees conocer a alguien y luego…Laura guardó silencio. No quería hablar de más delante de Rosa y prefería reservarse su opinión. Si sus sospechas se confirmaban, si Antonio había sido el artífice de su despido, cosa que le parecía muy probable, iba a decirle cuatro palabritas. Pero más adelante, cuando estuviera más tranquila.Charlaron durante un rato y prometieron llamarse y verse alguna vez, aunque ambas sabían que sólo se llamarían en Navidad y en algunas fechas señaladas y que, por supuesto, lo más