Cuando llegó a la casa de Sergio, Laura estaba conmocionada. Después de sopesar muy seriamente los pros y los contras de llamar a Antonio se había reafirmado en su primera opinión; mejor no hacerlo. ¿Qué iba a lograr con ello? Estaba segura de que la habían despedido por él y, aunque sabía que algún día tendría que pedirle explicaciones, no le parecía que ése fuera el momento; no tenía ningunas ganas de oír su voz, y mucho menos de verlo. Dejaría pasar unos días y luego ya vería.Aún no había podido decírselo a Sergio, pues no había recibido respuesta a su SMS, lo cual significaba que él no lo había leído, y tampoco a las llamadas que le había hecho, pues tenía el teléfono desconectado. Bien, tendría que esperar a que llegara a casa para contárselo, y casi lo prefería, porque no era una noticia como para darla por teléfono y ahora pensaba que se había precipitado al mandarle el mensaje.Con tantas emociones, se había olvidado del relato. Al menos tenía tiempo para leer, dado que Sergi
¿Carla? ¿Quién era esa Carla? Nunca había oído hablar de ella. ¿Andaría también por ahí, comiendo con él en restaurantes íntimos y llamándolo por teléfono?Laura sintió ganas de coger el ordenador y tirarlo al suelo; para evitar la tentación, se levantó y comenzó a pasear por el salón. Sentía una gran inquietud que no lograba identificar. ¡Estaba celosa! ¡Muy celosa! ¿Hasta qué punto la tenía dominada ese hombre? ¿Por qué estaba tan enganchada? ¿Por qué no podía dejarlo, a pesar de que cada cosa que descubría sobre él era peor que la anterior?De pronto, corrió al sofá, donde había dejado caer su cartera, y empezó a buscar frenéticamente en su interior. Estaba tan alterada que era incapaz de encontrar lo que buscaba, por lo que acabó volcando el contenido de la cartera sobre el sofá. Entre los objetos había un pendrive. ¿Cómo no se le había ocurrido antes? Copiaría el archivo y lo leería en su ordenador. Así Sergio no sospecharía nada.Lo copió y cerró el ordenador de Sergio.Iba a co
Sí, había estado de acuerdo y le había dado su palabra. Pero no pensaba cumplirla, porque tenía un as en la manga. Aunque no quisiera contárselo, se iba a enterar muy pronto, en cuanto pudiera estar a solas y acabara de leer el relato. Decidió no insistir y seguir con su plan.—¿Tienes que salir luego?Por primera vez desde que lo conocía deseaba que se fuera.—No, hoy tengo todo el día para ti… —le dio un beso cálido, seductor. Pero, también por primera vez desde que lo conocía, su beso no surtió efecto, porque un nombre, enorme, como iluminado con bombillas de colores, bailaba en su mente: Carla. ¿Quién sería? A Marga podía ponerle cara. Ya sabía, además, que no era un peligro para ella, pues había leído que para Sergio sólo era una mujer con la que se había acostado en una época y que ya ni siquiera le gustaba.Pero, Carla… ¡De ella estaba enamorado!—De camino hacia aquí he estado pensando…Mientras hablaba contra su boca, la empujó hacia el sillón. Laura se apartó de él para quit
Eran casi las siete de la tarde cuando Laura se levantó, relajada y satisfecha, pensando en Sergio. Nunca lo había visto tan feliz… y tan guapo, pues las líneas de preocupación que surcaban su rostro habían desaparecido y sus ojos brillaban como el día que lo conoció. ¿A qué se debería esa transformación? ¿Le pasaría a él lo mismo que a ella? ¿También se olvidaba de todos sus problemas cuando estaba a su lado?Entonces se dio cuenta de que él no estaba a su lado y lo llamó mientras se levantaba de la cama. Se puso la bata y salió al pasillo, llamándolo sin obtener contestación. Alarmada, recorrió la casa, incluso miró en esa especie de habitación de invitados que nunca se abría. Nada. Sergio no estaba.Notaba los labios resecos y se dirigió a la cocina para tomar un vaso de agua, preguntándose qué habría pasado para que él se marchara sin decirle nada. Entonces vio la nota. Estaba sobre la encimera y era muy escueta. Decía: No he querido despertarte. Vuelvo en un minuto. Besos.Nada
Cuando entraron a la casa Laura se fue directamente a la habitación. No quería pensar, porque si lo hacía quizá se arrepintiera de la decisión que había tomado, y esta vez no debía hacerlo. Así que lo mejor era mantenerse alejada de él, se dijo, evitar a toda costa que se le acercara, que la tocara, que le dijera la única palabra que quería oír, la única que podía hacer que cambiara de opinión: quédate.Abrió la maleta sobre la cama y empezó a guardar sus cosas sin orden ni concierto: la ropa arrugada, los zapatos entre los vestidos… Iba y venía del baño al dormitorio y tiraba sobre la maleta sus frasquitos, sus artilugios, esos que tanta gracia le hacían a él. Tenía los ojos empañados por las lágrimas… Y Sergio seguía sin decir nada, sin pedirle que se quedara, sin acercarse a ella para abrazarla. ¡Mejor! Si la abrazara, si ahora le hiciera el amor, flaquearía. ¡Tan débil era su voluntad!Sergio no entró en el cuarto, no le habló, no dijo nada. Era como si se lo hubiera tragado la ti
Condujo como flotando en una nube. Las lágrimas empañaban su visión y estaba tan conmocionada que no prestaba atención al tráfico: oía pitidos y algunas imprecaciones de otros conductores sin saber que iban dirigidos a ella. Pisaba el acelerador, deseando llegar a su casa, deseando alejarse lo más posible de Sergio y de sus mentiras. Había aguantado demasiado, en sus circunstancias nadie habría soportado tanto como ella.Y entró en la fase de la autocompasión. Lo sabía, pero no podía ni quería evitarlo.Ahora comprendía que nunca había estado enamorada de Daniel. Pero en su momento creyó estarlo, y la desilusión que sintió al descubrir que estaba atada por los lazos de la lealtad a un hombre al que no amaba, con ser tremenda, no era nada parecido a lo que sentía ahora. Amaba a Sergio. Por primera vez en su vida se había enamorado… ¿Por qué siempre tenía que buscarse a los hombres más raros, los más conflictivos?Cuando entró en su casa soltó la pesada maleta de golpe y comenzó a dar v
… la nieta de Henry Roms.Era el cambio de milenio: esas Navidades pasaríamos del siglo XX al XXI. El acontecimiento merecía una celebración, y Carla Roms decidió festejarlo por todo lo alto en su casa de Peñíscola, un enorme y elegante chalé frente al mar que su abuelo le dejaba usar en ocasiones especiales. Marga, su hermano Lucas y yo éramos los invitados estrella.Y los únicos, como pude comprobar cuando llegué al chalé en mi descapotable con Marga y su hermano. Carla nos esperaba y nos hizo pasar a un lugar que incluso a mí, acostumbrado a los mayores lujos, me pareció espectacular. Era un salón con paredes de cristal desde donde se podía contemplar cómo el mar rompía contra las rocas más abajo, formando cintas blancas de espuma rizada.Carla estaba preciosa, como siempre. Era de la misma edad que Marga, veintiocho años, y tenía un rostro de facciones finas y perfectas, con enormes ojos verdes, rasgados, herencia seguramente de sus antepasados centroeuropeos, y un pelo rojo natur
Laura alzó la cabeza, desconcertada por la forma de escribir de Sergio. No parecía él, la persona que hablaba en ese relato era un niñato mimado e inmoral. ¿Había cambiado o seguía siendo así? El Sergio que a ella la había conquistado no era así, pero ya no podía estar segura de conocerlo, pues sólo sabía de él lo que él había querido contarle, que no era mucho. Su entendimiento se basaba en el sexo. Fuera de eso, Sergio era un completo desconocido para ella, y ahora lo estaba comprobando.Volvió a sentir la tentación de aplazar la lectura. ¿Y si lo dejaba para más tarde? Se le estaban quitando las ganas de seguir leyendo, no quería descubrir que Sergio era una especie de indeseable, que era lo que daban a entender esas páginas, más que por el contenido, por el tono en que estaban escritas.Pero la curiosidad se impuso y continuó:Cuando bajamos ya había algunos invitados, toda gente guapa y de buena familia. Algunos ya estaban colocados y otros se dedicaban a ello con ahínco: el alco