Estoy sola, estoy enfadada, me siento mortificada y avergonzada.También estoy caliente, de ahí la vergüenza.Es por mi maldita culpa, desde luego. He estado jugando con fuego y lo sabía.Damien Stark está fuera de mi alcance. Más aún, resulta peligroso. ¿Por qué Ollie se ha dado cuenta y yo no?Pero sí me he dado cuenta.La dureza de su mirada, la máscara que se coloca con tanta habilidad. Lo primero que me dijo el instinto fue que enviara al cuerno a Damien Stark. ¿Por qué demonios no le hice caso?¿Porque creí haber visto algo más de lo que había en realidad?¿Porque yo también llevo una máscara y creí haber encontrado una especie de alma gemela?¿Porque está como un tren y me deseaba abiertamente?¿Porque una parte de mí ansía el peligro?Cierro los ojos. Si esto fuera un test de opción múltiple tendría que marcar «todas las anteriores».Me digo que da igual. Como mucho Damien Stark desea conquistarme del mismo modo que ha conquistado el mundo de la industria, pero por mucho que p
De repente en la limusina hace mucho, mucho calor, y tengo la sensación de haber olvidado los pasos necesarios para respirar.«No creo que…»Me doy cuenta de que esas palabras solo están en mi cabeza y lo intento de nuevo.—No creo que sea una buena idea.—Es una idea fantástica. No he pensado en otra cosa desde que la acompañé hasta la limusina. Tocarla otra vez, acariciarla, besarla…Me vuelvo, decidida a mantenerme firme. Sin embargo me siento débil y estoy bastante bebida. Mi voluntad flaquea.—Dígame que no ha pensado lo mismo que yo.—No lo he pensado.—No me mienta, Nikki. Esa es la regla número uno: nunca me mienta.«¿Reglas?»—¿Se trata de un juego?—¿Acaso no lo es todo?No contesto.—«Simon dice», Nikki. ¿Nunca ha jugado?Su voz es suave como una caricia.—Sí.—¿Está subida la pantalla de privacidad?Levanto la vista. Estoy sentada al fondo de la limusina pero alcanzo a ver al chófer al volante, los hombros de su chaqueta negra y el blanco contraste del cuello de su camisa.
El cubito de hielo se derrite sobre mi piel ardiente.—Lo imagino lamiendo las gotitas —le digo—. Su lengua jugando con mi duro pezón, tentándome hasta que no puede más y lo mordisquea. Noto el roce de sus dientes antes de que empiece a chuparlo con fuerza, con tanta fuerza que acaba siendo como un cable al rojo vivo que me atraviesa hasta el clítoris.—¡Jesús! —exclama con sorpresa—. ¿Quién está jugando ahora?—Es que soy muy competitiva —contesto. Sin embargo me cuesta hablar. Mi mano ha subido un poco más, y mis dedos acarician la suave piel donde termina el muslo y empieza mi sexo—. Damien, por favor… —suplico.El hielo se ha derretido.—Un dedo. Extiendo un dedo y lo deslizo por su sexo, su sexo húmedo y abierto. Noto que se estremece de deseo.—Sí —susurro.—¿Está mojada?—Estoy empapada.—Quiero estar dentro de usted —me dice.Antes de que me dé permiso deslizo dos dedos hasta lo más profundo de mí, y mi cuerpo reacciona al instante llevándome un poco más allá. Estoy caliente y
Giro la llave en la cerradura tan sigilosamente como puedo, doy la vuelta al picaporte y abro la puerta lentamente. Lo único que deseo es meterme en mi habitación y dormir, pero Jamie tiene el sueño más ligero del mundo, de modo que no sé si lo conseguiré.El apartamento está en silencio y prácticamente a oscuras. La única claridad proviene de una luz de emergencia que insistí en dejar siempre encendida en el cuarto de baño. Brinda una claridad mínima, suficiente para proporcionar cierta orientación y no sumir el apartamento en una oscuridad total.La silenciosa penumbra parece una buena señal. Puede que Jamie haya bajado al bareto que hay en la esquina, junto al Stop’n Shop. Ambos locales huelen un poco a cloaca y sudor, pero nada de eso detiene a mi amiga cuando le apetece alcohol o chocolate. Llevo menos de una semana viviendo aquí y ya hemos visitado la tienda dos veces (para aprovisionarnos de Diet Coke y Chips Ahoy), y el bar, una (para bourbon a palo seco porque no es la clase
Meneo la cabeza. Lo de «una nueva vida, una nueva Nikki» no se aplica cuando se trata de desnudarse ante Damien Stark.—Ese es un jardín que no tengo intención de pisar —le digo con firmeza—. Lo de la limusina ha sido increíble, pero ha funcionado según mis condiciones. En persona yo no sería más que una muesca más en el cabezal de su cama. Ya sé que eso es lo que te gusta, pero a mí no me va.—Vale, ahí me has pillado, pero todo lo demás son chorradas.—¿Qué?—Dices que no quieres que te ponga las manos encima. Vale. —Hago una mueca por la habilidad con que ha puesto el dedo en la llaga de mis neurosis personales—. Pero al menos reconócelo, Nik.Mira, yo no he estado en esa fiesta pero te aseguro que Stark piensa en ti como en algo más que en un simple culo. —Señala las flores—.Ahí tienes la prueba número uno.—Eso solo significa que es un multimillonario educado. Lo de las flores no le ha costado más que hacer una llamada. Seguramente han llegado tan deprisa porque en la floristerí
Sólo había algo peor que llevar aburrida ropa interior de algodón cuando por fin conseguía acostarse con el hombre de sus sueños: que él se fuera antes del amanecer. Ashley Carson sintió cómo su cuerpo se tensaba bajo la sábana. Con los ojos aún entrecerradados, observó silenciosa cómo se vestía. Había sido lo suficientemente imprudente como para acostarse con Matthew Landis la noche anterior, pero lo cierto era que ese tipo de conducta no era propio de ella. Su cuerpo aún evocaba las maravillosas sensaciones y no se arrepentía de nada. Pero su sentido común le recordaba que había sido un error. Para colmo de males, el error lo había cometido con uno de los más prometedores candidatos a ser senador por el estado de Carolina del Sur. Se fijó en su pelo oscuro y corto. La impoluta camisa blanca cubría una espalda de anchos y fuertes hombros. Recordó cómo se la había quitado ella horas antes, mientras organizaban una cena para recaudar fondos que iba a tener lugar en su restaurante, d
Matthew Landis intentó aclararse las ideas mientras contemplaba el amanecer sobre el océano. Iba de vuelta a Beachcombers, donde se había dejado olvidado su maletín. Dejó el coche en el aparcamiento del restaurante, era la segunda vez que lo hacía ese día. Volvía al mismo lugar donde había empezado todo al lado de Ashley Carson. Era una persona muy organizada y eso le ayudaba a no cometer errores. Pero lo que había pasado esa noche no había formado parte de sus planes. Siempre había tenido mucho cuidado con su vida personal y su elección de amantes. No tenía intención de casarse, pero tampoco podía vivir como un monje. Ya había intentando tener una relación serio y para toda la vida, fue durante su tiempo en la universidad, pero había acabado perdiéndola por culpa de una fatal enfermedad cardiaca producida por un defecto de nacimiento. No tuvo siquiera la oportunidad de que su familia conociera a Dana y nadie supo nunca que habían estado prometidos para casarse. Lo había mantenido
Matthew estaba seguro de estar imaginando cosas. Ashley estaba de nuevo cubierta. Sólo había quedado un hombro al descubierto y pudo distinguir un fino tirante de satén rosa. Le sorprendió darse cuenta de que no quería que nadie más viera esa parte de ella. Intentó acercarse de nuevo a la camilla, pero se lo impidió uno de los sanitarios. -Apártese, por favor, congresista. Ese enfermero le echará un vistazo mientras nos ocupamos nosotros de la señorita -le dijo mientras colocaba una mascarilla de oxígeno sobre la cara de Ashley-. Respire... Muy bien, señorita. Respire profundamente y con calma. Intente relajarse. Apenas fue consciente de que alguien lo auscultaba, le limpiaba la herida que tenía en la sien y le colocaba un vendaje. Intentó calmarse y respirar de manera normal, como si así pudiera conseguir que Ashley también lo hiciera. Alguien le tocó el brazo y ese gesto lo devolvió a la realidad, era la hermana de Ashle. Starr Reis. Recordaba su nombre de otras cenas y encuentr