Capítulo 3

Matthew estaba seguro de estar imaginando cosas. Ashley estaba de nuevo cubierta. Sólo había quedado un hombro al descubierto y pudo distinguir un fino tirante de satén rosa. 

Le sorprendió darse cuenta de que no quería que nadie más viera esa parte de ella. Intentó acercarse de nuevo a la camilla, pero se lo impidió uno de los sanitarios. 

-Apártese, por favor, congresista. Ese enfermero le echará un vistazo mientras nos ocupamos nosotros de la señorita -le dijo mientras colocaba una mascarilla de oxígeno sobre la cara de Ashley-. Respire... Muy bien, señorita. Respire profundamente y con calma. Intente relajarse. 

Apenas fue consciente de que alguien lo auscultaba, le limpiaba la herida que tenía en la sien y le colocaba un vendaje. Intentó calmarse y respirar de manera normal, como si así pudiera conseguir que Ashley también lo hiciera. 

Alguien le tocó el brazo y ese gesto lo devolvió a la realidad, era la hermana de Ashle. Starr Reis. Recordaba su nombre de otras cenas y encuentros políticos que habían organizao en Beachcombers. Sus ojos estaban llenos de preocupación. 

-Congresista, ¿qué es lo que ha pasado? 

-Ojalá lo supiera. 

-Si no me hubiera quedado dormida esta mañana, a lo mejor habría escuchado la alarma contra incendios... -murmuró la joven-. Acabo de llamar a David para decírselo -recordó entonces que su marido era piloto militar. Se imagino que sería muy duro para esa mujer ver que su hermana estaba herida y su negocio se consumía entre las llamas-. Gracias por entrar por ella -le dijo la joven con los ojos llenos de lágrimas. 

Algo incómodo, se ajustó el nudo de la corbata. 

Ashley estaba muy cerca de allí y temía que pudiera oírlos. Sabía que Starr no le estaría tan agradecida de haber sabido toda la historia de lo que había sucedido allí esa noce y de cómo había acabado. 

-Me alegra haber estado en el sitio apropiado, en el momento oportuni. 

-Sí, ha sido una suerte que se acercara entonces a Beachcombers. Por cierto, ¿qué es lo que hacía aquí? Beachcombers no abre hasta dentro de una hora. 

-Vine a...

-Vino a recoger los contraros para la cena de recaudación de fondos -intervino entonces Ashley-. Pero, por favor, no os preocupéis por mí, ¿qué es lo que pasa con la casa? ¿Qué es esa sirena? 

No le sorprendió su actitud. 

Hacía poco que la conocía, pero estaba claro que no le gustaba que nadie se preocupase por ella. 

Pero él no iba a apartarse de allí hasta que los médicos le dijeran que estaba bien. 

Miró entonces al enfermero que le había hablado. 

-¿No deberían llevarla al hospital? 

-Señor Landis -lo llamó alguien que estaba tras él-. ¿Puede responder a unas preguntas? 

<<¡Lo que me faltaba!>>, pensó. 

Miró por encima del hombro y vio a una reportera vestida de manera impecable y con un micrófono en la mano. 

No entendía cómo se le podía haber pasado por alto que la prensa acudiría tarde o temprano. 

Sabía que no podía mantener su vida privada en secreto, pero estaba dispuesto a proteger la intímidad de Ashley. Ya le había hecho bastante daño y no iba a dejar que sufriera más por su culpa. 

Se dio la vuelta. Pero, antes de que pudiera decirles que no pensaba hacer declaraciones, escuchó el disparo de una cámara de fotos. Se dio cuenta entonces de que su decisión no iba a conseguir mantenerla fuera de todo aquello. 

Ashley se enjabonó una vez más la melena en la ducha del hospital. Le estaba costando deshacerse del hollín y el olor a humo.

El agua estaba limpiando su cuerpo, pero no conseguía liberarla del sentimiento de frustración que atenazaba sus nervios. Hacía muy poco que Matthew Landis había aparecido en su vida, sólo había pasado por Charleston unas cuantas veces, pero ya había conseguido dar un giro de ciento ochenta grados a su existencia. 

Se preguntó si su impresión había sido la acertada, si de verdad él la había mirado con revodado inte´res cuando la manta la dejó casi desnuda sobre la camilla. A una parte de ella le gustaba que así fuera, sobre todo después de lo mal que le había sentado que se escapara de su dormitorio de madrugada. Pero entonces recordó el momento en el que él arriesgó su vida para salvarla. Sabía que, de no haber sido por él, habría muerto atrapada en el tocador de señoras. Tomó la esponja y frotó con fuerza su piel. Tenía que deshacerse del hollín y de la memorio de sus caricias. 

Cuando salió de la ducha y se secó, se sintió algo mejor y más fuerte. Se puso un camisón y la bata que su hermana le había llevado al hospital y no pudo evitar pensar en la delicada prenda de satén que había quedado arruinida para siempre. 

Estaba decidida a olvidarse de lo que no era importante y concentrarse en todo lo que el fuego había cambiado. 

Abrió la puerta del baño y se quedó helada. 

Matthew Landis estaba sentado en la única silla que había en su habitación y tenía sus largas piernas estiradas frente a él. Se había cambiado y llevaba un traje gris. En el alfiler de su corbata le pareció reconocer el escudo de Carolina del Sur. No entendía cómo podía estar tan relajado después de lo que había pasado ese día. 

Matthew sujetaba una rosa de tallo largo en una de sus manos, pero no quiso ni pensar que fuera un regalo para ella. Se imaginó que la habría arrancado de alguno de los ramoz y centro frorales que adornaban ya el alféizar de la ventana de su habitación. No entendía qué hacía aún en Charleston ni por qué no había regresado a la mansión que su familia tenía en Hilton Head. 

-No... No esperaba que...

-He llamado a la puerta -dijo a modo de explicación. 

-Es obvio que no te oí. 

Se quedaron en silencio. 

Matthew se puso entonces de pie y ella dio instintivamente un paso hacia atrás. Colgó la toalla mojada del picaporte y miró a odas partes menos a sus penetrantes ojos verdes, no podía hacerlo. Eran los mismo ojos que habían cautivado a los electores durante años. 

En esa zona del país, los cuatro hermanos Landis llevaban algún tiempo apareciendo en las noticias, primero como hijos del senador. Y, después de la trágica muerte de su padre, su madre había ocupado el cargo que su marido había dejado vacante. 

Matthew, como el resto de su familia, se había presentado a las elecciones para diputado en cuanto hubo terminado su máster universitario. Y, desde que su madre se concentrara en conseguir ser la siguiente ministra de Asuntos Exteriores, él se había propuesto hacerse con su sitio en el Senado. 

El apellido Landis estaba unido a los conceptos de familia, tradición, riqueza y poder. Y esa influencia en la sociedad sureña les había proporcionado gran seguridad a todos los miembros de la conocida familia. Quería odiarlo por poseer todas las cosas que ella nunca había tenido, pero la verdad era que nadie había podido nunca reprocharle nada a su familia. 

-¿Cómo estás? -le preguntó entonces Matthew. 

-Estoy bien. 

-Ashley... -repuso él-. Soy político y estos acostumbrado a leer entre líneas. Ese <<bien>> no me ha parecido sincero. Creo que sólo me has dicho lo que quiero oír. 

-Sea como sea, la verdad es que estoy bien. El doctor Kwan me ha dicho que podré irme por la mañana -le dijo mientras pasaba a su lado para dejar la bolsa de aseo en la mesita-. Dice que tengo un caso moderado de intoxicación por inhalación de humo. Mi garganta aún está algo irritada, pero mis pulmones están bien. Tengo mucho por lo que sentirme agradecida...

-Es un alivio ver que te pondrás bien muy pronto. 

La miraba con intensidad pero sin revelar nada de lo que pensaba o sentía. 

-He tenido mucha suerte. Gracias por arriestarte como lo hiciste para sacarme de allí -le dijo con sinceridad-. Por cierto, ¿por qué volviste a Beachcombers esta mañana¡ 

-Se me había olvidado allí el maletín -repuso él mientras dejaba la rosa sobre una mesa. 

Bajó deprisa la cabeza para que no pudiera reconocer la decepción en sus ojos. La salvó un repentino ataque de tos que casi agradeció. 

Matthew apareció rápidamente a su lado con un vaso de agua. 

-Gracias -le dijo. 

-Debería haberte sacado antes de allí... -repuso él con el ceño fruncido. 

-No digas tonterías. Estoy viva gracias a ti. ¿Cómo ha quedado Beachcombers? Starr me ha contado un poco, pero no sé si está diciendo toda la verdad...

-La estructura está intacta. Parece que el uego sólo afectó a la parte de abajo. Lo apagaron pronto, pero todo ha quedado inundado. Eso es todo lo que sé. 

-Supongo que los inspectores nos facilitarán más información muy pronto. 

-Si os dan problemas, dímelo y avisaré a los abogados de mi familia para que os ayuden. 

-Starr me dijo lo mismo que tú cuando vino antes. Pero ella no deja de repetir lo contenta que esta al ver que no me ha pasado nada. 

Su otra hermana de acogida, Claire, la había llamado desde el barco en el que estaba haciendo un crucero con su marido y su hija. Y estaba tan aliviada como Starr. Su seguro se haría cargo de todos los gastos, pero ella no podía dejar de sentirse culpable por lo que había pasado. 

Matthew se levantó y se sentó a su lado en la cama. La abrazó antes de que ella pudiera negarse y le acarició la espalda. 

Poco a poco, fue relajándose entre sus brazos dejando que la inundara un aroma a loción de afeitado que ya empezaba a resultarle familiar. Podía escuchar el constante y uniforme latido de su corazón a través de la impoluta camisa blanca. Después del día tan duro que había tenido, se convenció de que merecía que alguien la consolara. 

-Todo irá bien -susurró Mattheew para calmarla y sin dejar de acariciar su espalda-. Tienes mucha gente a tu alrededor dispuesta a ayudar. 

No pudo resistir la tentación de jugar con el alfiler de su corbata. Le encantaba estar entre sus brazos, se sentía allí tan bien como recordaba. 

Pensó por un momento que quizás no hubiera entendido bien por qué se había de madrugada de su lado, que quizás no fuera una manera de alejarse de ella, sino que había otros motivos. 

-Gracias por pasarte para ver cómo estoy -le dijo ella. 

-Por supuesto. He tenido mucho cuidado para que no me vieran. 

Sus palabras la devolvieron a la realidad con fuerza. 

-¿Qué? 

Matthew le apartó con cuidado el pelo de la cara. Sus manos eran grandes y fuertes, pero la tocaban con ternura. 

-He conseguido dar esquinazo a la prensa y que no me vieran entrar en el hospital. 

Recordó entonces todas las preguntas que los periodistas les habían gritado mientras la metían apresuradamente en la ambulancia. Algo incómoda, se apartó de Matthew. 

-Me imagino que tu heroico acto estará en todos los medios de comunicación. 

Él se frotó la barbilla un instante antes de contestarla. 

-No es ése el ángulo que le están dando a la historia. 

El temor se apoderó de ella y sintió un escalofrío recorriendo su espalda.

-¿Hay algún problema? 

-No te preocupes -repuso él con una sonrisa que no consiguió tranquilizarla-. Yo me ocuparé de la prensa y de las fotos que están apareciendo en Internet. El director de mi campaña no tardará en encontrar un nuevo giro a la historia y entonces nadie pensará, ni por un segundo, que somos pareja. 

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