No entendía por qué no se iba ya de allí. Deseaba que saliera de la habitación y volviera por fin a la mansión familiar de Hilton Head.
-En cuanto a lo de esta mañana... -comenzó él con algo de verguenza-. Sigues pensando lo mismo, ¿no?
Sus palabras desataron las alarmas en su interior, no podía creer que le diera tanta lástima como para imaginarse que esa noche de pasión había significado para ella más de lo que quería admitir.
Rezaba para que Matthew no dijera nada más porque no sabía si podría controlarse y no darlle después de todo el puñetazo que se merecía.
-Tengo problemas mucho más graves en mi vida ahora mismo que pensar en con quién me he acostado.
-Claro, lo entiendo.
-Tengo que encargarme de los daños en la tienda, hablar con mis hermanas, ocuparme de dar los partes a la compañía de seguros...
Era una empresaria muy competente y profesional y quería que la respetara por eso. No quería darle pena.
-Muy bien -repuso él levantando las mans en señal de rendición y con media sonrisa en la boca-. Veo que de verdad quieres que me vaya.
No entendía cómo había conseguido Matthew cambiar las cosas para que fuera ella entonces la que se sintiera culpable. Estaba segura de que era alguna técnica que aprendían todos los políticos. De un modo u otro, hizo que se sintiera como una bruja.
Respiró profundamente e intentó tranquilizarse. Incluso llegó a sonreírle también.
-Lo de anoche estuvo... Estuvo bien, pero ahora hay que volver a la realidad.
Matthew levantó una ceja al escucharla.
-¿Bien? ¿Crees que la noche de pasión que compartimos estuvo bien? ¿Nada más?
Demasiado tarde, se dio cuenta de que le había dado en su talón de Aquiles. Matthew Landis era un hombre competitivo, ésa era su forma de vida y no parecía dispuesto a conformarse con su comentario.
Fue hacia la ventana y se distrajo mirando por ella. No quería mirarlo a los ojos, a pesar de que eso era lo que deseaba hacer. Quería ver si volvía a mirarla con la msma pasion de la noche anterior. Su presencia le afectaba demasiado, sobre todo después de todo lo que le había pasado y no sabía si iba a poder mantener el control por más tiempo.
-Matthew, necesito que te vayas, por favor -repuso ella mientras jugaba con el lazo de satén que decoraba uno de los centros de flores.
El tejido del lazo le recordó al camisón que había echado a perder de manera tan tonta esa misma madrugada.
-Por supuesto -murmuró él con voz sugerente -escuchó dos pasos fuertes y seguros y supo que estaba detrás de ella. Pudo sentir el calor de su aliento cuando le habló de nuevo-. Siento mucho lo de la prensa y no habe sido capaz de mantener las distancias cuando debía haberlo hecho. Pero nunca definiría lo que pasó anoche como lo has hecho tú. No estuvo sólo bien.
Esperaba que no volviera a tocarla porque estaba a punto de perder el control. Y podría acaba dándole un puñetazo o, mucho peor, besándolo.
Se dio la vuelta para mirarlo y apenas pudo soportar su intensa y penetrante mirada.
Ignoró sus buenos modales. Era cuestión de vida o muerte.
-Mi hermana está a punto de volver con un secador. Se le olvidó traérmelo cuando me dio el resto de mis cosas.
Matthew asintió con la cabeza.
-Llámame si tienes algún problema con la prensa o con el seguro de la casa.
Abrió la puerta y salió de la habitación.
Ella tomó la rosa que Matthew había estado sosteniendo en sus manos. Apenas podía creer que no hubiera salido corriendo tras él. Le ardía la boca, hambrienta de besos. Ese hombre siempre le había atraído, aunque se imaginaba que eso era algo que les pasaba a muchas mujeres.
Todo su cuerpo lo deseaba, pero su mente aún se dejaa llevar por el sentido común. Casi siempre.
No quería ser una de esas mujeres que parecían volverse tontas de repente si el hombre de sus sueños les sonreía.
Se acarició la mejilla con la rosa y jugó con el rallo entre dos de sus dedos, como había hecho él. Tenía las ideas muy claras, pero no sabía cómo llevarlas a cabo ni cómo podría mantenerse alejada de él cuando ya había experimentado lo que era estar entre sus brazos y sentir contra su cuerpo desnudo la piel de ese hombre.
Se acercó a uno de los jarrones y metió en él la rosa. Tenía que agarrarse de nuevo a su fortaleza y su voluntad, como había hecho siempre, desde que sus padres la abandonaron siendo poco más que un bebé.
Había sobrevido en ese mundo gracias a sus agallas y al gran autocontrol que siempre había demostrado.
Matthew tuvo que usar todo su autocontrol para no montar en cólera cuando vio el periódico.
Lo apretaba en su puño mientras subía en el ascensor de camino a la habitación de Ashley.
Se había imaginado que la prensa averiguaría lo que pudiera sobre ella y lo que había pasado. Era algo con lo que había tenido que vivir siempre. Casi siempre había aprovechado esas oportunidades para decir lo que opinaba de una manera calmada y articulada.
Pero, en ese instante, habría sido incapaz de hacerlo.
Desenrolló el periódico y volvió a mirar las fotografías inculpatorias que ilustraban la primera página. Un reportero había conseguido de alguna manera captar fotografías de la noche que había pasado con Ashley. Había fotos muy íntimas que no dejaban demasiado a la imaginación. La menos escandalosa era la que el fotógrafo había obtenido mientras se despedían en la puerta. Ella sólo llevaba puesta una bata y el casto beso que él le había dado en la mejilla parecía algo mucho más apasionado desde el ángulo del paparazzi.
El resto de las fotos era mucho peor. Una imagen captaba con teleobjetivo a través de una de las ventanas reflejaba el momento en el que los dos salían al pasillo camino del dormitorio de Ashley, sin dejar de besarse y desprendiéndose rápidamente de la ropa.
Se preguntó si ella habría visto ya las fotos o si alguien le habría hablado de ellas. Iba a saberlo en cuestión de segundos.
Al llegar a la habitación de la joven, asintió de nuevo para darle las gracias a la enfermera y llamó a la puerta.
-Soy yo -dijo a modo de saludo mientras empujaba una puerta que ya estaba entreabierta.
Ashley estaba sentada al lado de la ventana. Llevaba vaqueros y una camiseta. Las prendas abrazaban sus curvas que él soñaba con acariciar de nuevo.
Ashley hizo un gesto con la cabeza para señalar el periódico que llevaba en la mano.
-Es el escándolo político del años. Menuda exclusiva... -le dijo.
Sus palabras contestaron una de sus dudas. Estaba claro que había leído los periódicos.
-No sabes cuánto lo siento.
-Me imagino que tu director de campaña aún no se ha levantado, ¿no? -preguntó ella con amargo sarcasmo y con mucha frialdad.
-Lleva despierto desde las cuatro de la mañana, cuando alguien le llamó por teléfono para informarle sore lo que estaba a punto de salir a los quioscos.
-¿Y no se te ocurrió pensar que habría sido buena idea contármelo a mí también?
Mantenía la voz m´pas o menos controlada. Pero sabía que estaba furiosa.
-Te habría llmado, pero había sobrecarga en la centralita del hospital.
Ashley cerró con fuerza los ojos y suspiró. Segundos después, soltó los reposabrazos del sillón en el que estaba sentada y lo miró.
-¿Por qué le importa tanto a la prensa con quién te acuestas? -no podía creer que fuera tan ingenua como para hacerle esa pregunta. Le contestó levantando una ceja-. Por supuesto -repuso ella. Se puso en pie y comenzó a dar vueltas por la habitación como una leona en su jaula-. Claro que les importa. A la prensa le interesa cualquier cosa que haga un político, sobre todo procede de una familia adinerada. Aun así, ¿por qué tiene eso que afectar a las encuentas? Eres joven y sin compromiso. Yo soy soltera y mayor de edad. Nos acostamos. ¡Vaya cosa!
-No sé si leerías lo que pasó con mi última relación. Mi ex novia reaccionó muy mal cuando rompí con ella y se lo dejó bien claro a la prensa. Lo que no dijo nadie fue que ella me había estado engañando mientras yo estaba en Washington trabajando. Eso no les importaba... -sabía que tenía que prepararla para lo que esperaba fuera de esa habitación-. La prensa va a perseguirte para conseguir más información. Nadie se imagina lo duro que es hasta que pasa por ello. ¿Sabes cuántos periodistas te esperan ahí afuera?
-Cuando llegue mi hermana a buscarme, saldremos juntas por la parte de atrás del hospital.
Se rascó la parte de atrás de la oreja antes de contestarle.
-No es tan sencillo. Tu hermana no va a venir.
-¡Deja de rascarte!
No entendía nada.
-¿Cómo has dicho?
-Que dejes de rascarte -repitió Ashley-. Es tan obvio... Te rascas así la oreja cada vez que intentas eludir una pregunta. ¿Qué es lo que estás escondiendo...? -Ashley se quedó callada. Después lo miró con cara de pocos amigos-. Espera un momento. Has dicho que mi hermana no va a venir, ¿no?
Era la primera vez que alguien le decía que tenía un gesto incriminatorio. No sabía cómo se le podía haber pasado por alto algo así al director de campaña y al resto de su equipo. Hizo una nota mental para intentar corregirlo en el futuro.
En ese instante, sin embargo, tenía un problema mucho más grave. Debía tranquilizar a una mujer que estaba más que enfadada con él.
-Su marido y yo hemos pensado que sería más seguro para ella que no tuviera que venir y lidiar con la multitud de medios que hay allí afuera.
-¿Lo habéis decidido entre David y tú? Veo que habéis estado tan ocupados como tu director de campaña -protestó Ashley mientras recogía su bolso de viaje-. Tomaré un taxi.
-No digas tonterías. Mi coche está aparcado frente a la puerta trasera.
Lo miró con cara de frustración, pero acabó por rendirse con un sonoro respiro.
-De acuerdo. Cuanto antes salgamos, antes podré dejar atrás todo esto.
Bajaron por el ascensor sin más problemas. Pero cuando fueron a abrir la puerta de servicio, se encontraron con cuatro fotógrafos listos para acribillarlos con flashes y preguntas. Escudó a Ashley como mejor pudo y la llevó casi en volandas hasta el coche. Sabía que más fotos de ellos dos no iba a ayudar a que el tema se olvidara, pero se alegraba de haber estado allí para que Ashley no tuviera que pasar sola por ese trago.
Tuvo que abrirse camino entre los periodistas, pero finalmente consiguió acceder al asiento del conductor. Cerró la puerta con cuidado de no hacerles daño, pero con firmeza.
Ashley se dejó caer sobre el asiento, parecía hundida.
-¡Dios mío! Tenías razón, no pensé que iba a ser tan desagradable.
-¿Desagrable? -repitió el mientras aceleraba-. Siento decírtelo, pero eso no ha sido nada y no creo que vayan a dejarnos tan fácilmente. Van a fisgonear hasta descubrir todo tu pasado.
Vio que Ashley palidecía, pero reunió fuerzas para incorporarse en su asiento.
-Bueno, supongo que tendré que comprarme unas buenas gafas de sol y algunos sombreros -comentó ella.
Le gustó ver que tenía agallas, sobre todo por que sabía que todo lo que estaba pasando a ser mucho más duro para ella que para otras personas.
-La prensa no te va a dejar en paz. Llevan muchos años intentando casarme.
-Soy fuerte -repuso ella con algo de temblor en la voz-. Puedo esperar a que se cansen.
No podía soportar esa situación. Se sentía fatal. Ella no merecía eso. Todo aquello era culpa suya y debería ser él quien acarrease con las consecuencias de sus actos.
Fue entonces cuando pensó de repente en la solución. Acababa de comprobar que para ella sería mucho más fácil sobrellevar aquella si lo tenía a su lado. Se la había ocurrido la manera perfecta de mantenerla cerca y conseguir que los cotilleos dejaran de ser negativos.
Ya había tomado la decisión y no se lo pensó más. -Hay una manera mucho más rápida de acabar antes con los rumores. -¿Cómo? -preguntó Ashley? Se dio cuenta de que la joven estaba hecho un manojo de nervios. Se paró ante un semafóro en rojo, era su oportunidad. Colocó el brazo sobre el respaldo de ella y la contempló con su mirada más seductora y persuasiva. -Nos prometeremos. -¿Prometernos? -repitió ella con los ojos como platos. Aquello consiguió despertarla del todo. Se incorporó aún más en su asiento-. No hablarás en serio. ¿No crees que contraer matrimonio para apaciguar a la prensa es un poco extremo? >, se repitió él. La palabra lo atravesó como un puñal. Era tan reacio como ella a pasar por el altar. El semáforo se puso en verde y agradeció la oportunidad de apartar de ella la mirada para concentrarse de nuevo en la carretera. -No llegaremos a tanto. Cuando la novedad del compromiso pase, nos limitamos a romper de manera discreta. Podemos incluso darla la
-Me ha sorprendido porque no sabía nada. No tenía ni idea de que os conocierais tan bien -repuso Starr mientras buscaba las fotos más escamdalosas-. Aunque, viendo estas imágenes, me he dado cuenta de que no has estado ocultando muchas cosas. No entiendo cómo no me contaste nada cuando te llevé al hospital -añadió con algo de dolor en su tono. -Lo siento. Tienes razón, pero es que no nos conocemos tan bien. Ya has leído todo lo que hay que saber. No hay nada más. Nos hemos visto de vez en cuando para preparar cenas y reuniones relacionadas con la campaña electoral. Lo de esa noche fue... Bueno, fue algo... -¿Espontáneo? -Creo que ninguno de los dos nos paramos a pensar. -Bueno, me alegra que tú estés bien. -¿Qué quieres decir? -Que esto puede ser un duro golpe para Matthew. Todo está muy igualado en las encuestas -comentó Starr mientras tomaba un montón de camisetas que había pintado ella misma-. Espero que su oponente no consiga sacar partido de esto en un momento en el que uno
Matthew no entendía cómo Ashley podía soportar ver de manera tan estoica en qué se había convertido su maravillosa casa. Cuando ella le dijo que iba a ir a echar un vistazo, decidió que tenía que estar con ella para prestarle todo su apoyo. Vio cómo le temblaba la barbilla. Lo entendía perfectamente. Había esperado verla así. Lo que no había esperado era que a él le afectara tanto verla sufrir. Se cruzó de brazos para retener sus manos y no tener la tentación de abrazarla de nuevo. Ashley pasó entonces a su lado y la tela de su blusa rozó su brazo. No pudo evitar imaginarse qué llevaría debajo de la delicada prenda. Su cuerpo estaba deseando conocer la respuesta. Nunca habría pensado que la práctica Ashley se pondria la lencería que vendía en la tienda de regalos. La tienda de regalos... No entendía cómo podía haber estado tan enfrascado soñando con el cuerpo de Ashley como para olvidar el escensario devastador que tenía a su alrededor. Se acercaron a lo que quedaba de la tiend
Si Ashley se negaba, le diría que podrían venderlo después y donar el dinero a alguna obra de caridad. Era una mujer generosa y sabía que algo así sería de su agrado. Y él no estaría comprando un símbolo de compromiso, sólo un objeto que podría proteger a Ashley de la prensa y servir después a una buena causa. -¿Por qué no le das a esa tal Ashley Carson el anillo de compromiso que tu padre le dio a tu madre? -le preguntó David con los ojos entrecerrados. Era una buena pregunta. -Ashley quiere comprarse uno que sea sólo para ella -contestó con rapidez-. Ha crecido en hogares de acogida y siempre tenía que heredar ropas y cosas de otros niños, casi nunca podía elegir ella misma lo que quería. Se merece un anillo que ella elija -le pareció una respuesta verosímil y le dio la impresión de que sería lo que Ashley habría decidido hacer si ese compromiso fuera real-. Supongo que la prensa se enterará gracias a alguien de la joyería, así que ve preparando un comunicado oficial. ¿Cuándo cre
Carraspeó para aclararse la garganta y concentrarse en el tema del que estaban hablando. -¿Dónde estaban esos terrenos? -En la playa de Myrtle -repuso él. Era un lugar de veraneo exclusivo, donde las familias más pudientes del estado se construían sus mansiones. -Eso explica muchas cosas... -comentó ella. Le llamó la atención que quitara importancia a la manera en la que su familia se había hecho rica. Pero una riqueza así no crecía sola-. Explica muchas cosas, pero no todo -insistió ella-. Muchas familias se gastan las herencias antes de que llegue la siguiente generación. -Hemos invertido ese dinero de manera bastante inteligente durante décadas -reconoció Matthew mientras jugaba con los gemelos de su camisa. Parecían antiguos. Se acercó más y vio que tenían las iniciales de su padre-. Siempre hemos vivido bien, pero sin perder el norte y pendientes de que los bienes fueran creciendo. -Muy inteligentes -pensó en muchas maneras de incrementar una cartera tan importante como la
Estaba claro que le gustaba jugar, pero ella no iba a rendirse. -Sí sigues hablando de esa manera no vas a conseguir convencerme para que vaya a vivir a tu casa. Matthew le dedicó media sonrisa. -Tienes razón -repuso él-. Dentro del recinto familiar hay varias propiedades. Allí viven también mis dos hermanos. Todos tenemos nuestra propia zona. Mi madre y el general viven entre Washington y Carolina del Sur. Él está ahora mismo en el Pentágono, pero mi madre se ha quedado en casa, así que tendremos carabina. -¿Qué quieres decir con que todos tenéis vuestra propia zona? -le preguntó con suspicacia -Matthew acababa de dejarle claro que ella aún le atraía. Pero no le gustaba la idea de tener una aventura con él cuando llevaba un falso anillo de compromiso. Sabía que era irónico que se hubiera acostado con él antes y no estuviera dispuesta a repetir cuando a ojos de los demás estaban prometidos, pero así era como se sentía-. ¿Es que tenéis todos vuestra propia suite en la misma casa? A
Se quedaron en silencio y Ashley se entretuvo mirando por la ventana. Había crecido en Charleston, pero no conocía bien esa zona de la costa. Era una de las más exclusivas de todo el estado. Parecían haber sido capaces de domar la naturaleza sin que fuera evidente. El paisaje era bellísimo. Fueron pasando impresionants mansiones. Cada una parecía más grande y lujosa que la anterior. Se dio cuenta de que los dueños de esas propiedades se podían permitir hacer lo que quisieran con el paisaje, incluso transformarlo a capricho. Salieron de la carretera principal y siguieron por una sinuosa calle. Desde el coche sólo veía palmeras y cuidados céspedes. Y llegaron poco después frente a una enorme casa blanca, de tres pisos y con tejados victorianos. Desde allí se podía ver el océano. Distinguió las escaleras que subían hasta el segundo piso, donde un porche ofrecía las mejores vistas desde la casa. Y allí parecía estar también la entrada principal. Ventanas con celosías cerraban a mayor
Estaba a punto de terminar el que era sólo el primer discurso del días y ya estaba sudando. Pero no podía echarle la culpa a la multitud allí presente, a los focos ni al calor del verano. Si le ardía la sangre en las venas era por culpa de la mujer que tenía sentada a su lado en el escenario. Una joven que no había dejado de observarlo con atención durante todo el discurso. El vestido recto de Ashley parecía estar resbalándose permanentemente sobre sus muslos, revelando unas rodillas que ella se empeñaba en cubrir. Era un gesto inocente, pero le dio la impresión de que iba a sufrir un infarto por su culpa. Cuando su madre le dijo que salían de comprar, pensó que se limitarían a trajes conservadores como los de la senadora, pero habían elegido un vestido recto en color verde esmeralda que dibujaba la figura de Ashley. Con su pelo rojizo recogido hacia atrás con un simple prendedor, resultaba muy bella y elegante con ese atuendo. Tanto que no podía dejar de mirarla. Terminó su discu