No podía más. Dejó el ordenador sobre el sofá y se levantó para ponerse a dar vueltas como un animal enjaulado mientras se frotaba las manos. En ese momento sonó su móvil y la joven corrió a mirar quién era, porque, si se trataba de Sergio, no pensaba responder. Pero no era él, sino Celia. ¡Qué inoportuna! Se sentía incapaz de hablar con nadie, y menos con ella, así que dejó que el teléfono sonara. Luego lo desconectó, para no sufrir más interrupciones, y continuó.De pronto Marga desapareció. Me quedé muy aliviado, porque así podría buscar a Carla con más tranquilidad, aunque sin olvidarme de las bellezas que por allí pululaban, la mayoría muy colocadas, con las que era fácil juguetear. En una de éstas, cuando estaba a punto de echar un polvo con una morena gordita cuyas carnes eran pura concupiscencia, me llamó Lucas. Yo me cabreé, porque me había cortado el rollo con mi Venus entradita en carnes, pero él insistió en que lo siguiera. Carla y Marga me tenían preparada una sorpresa, d
Se tapó la boca con las manos, realmente impresionada. Los corsés que llevaban Marga y Carla eran iguales al que le prestó Celia, aquel que Sergio no había querido ni ver. Y la escena era muy similar: ella estaba situada bajo una vela, y se había puesto así justo para que la luz le diera sobre el pelo, resaltando su tono rojizo. Al verla, Sergio debió de evocar aquella escena que, según la última frase que había leído, no debió de dejar en él muy buenos recuerdos. ¡Qué estúpida había sido! ¡Otra vez lo había estropeado todo! Sin quererlo, le había hecho revivir un recuerdo que quería olvidar.«De todos modos, vaya coincidencia», dijo en voz alta y le pareció oír la voz de Celia: «Esas cosas sólo te pasan a ti, siempre te vas a lo más raro». Pero en esta ocasión su hermana no tenía razón, porque algo así jamás le había pasado.Volvió a fijar los ojos en la pantalla. Ese escrito le estaba revelando a un Sergio que ella no conocía, porque, sencillamente, ya no existía. Se aferró a esa id
Tiró el ordenador sobre el sofá y cerró los ojos. No podía creerlo… Sergio había matado a esa mujer, la había torturado hasta la muerte. Ahora entendía por qué se resistía a contárselo.Las lágrimas asomaron a sus ojos y se echó a llorar, negándose a creer lo que acababa de leer. Era imposible. No podía ser verdad, ese hombre horrible no era él, no era Sergio, su Sergio, considerado, tierno y cariñoso…Pero sí lo era. O al menos lo había sido.El llanto le hizo bien. Se fue calmando poco a poco y, cuando pensó que ya estaba lo suficientemente tranquila, volvió a sentarse y a poner el ordenador sobre sus rodillas.Aún le quedaban unas líneas.Nuestros abuelos eran muy influyentes y no tuvieron mucha dificultad para tapar los hechos. Oficialmente, Carla murió de un ataque al corazón. Sus restos fueron incinerados. Mi abuelo no volvió a ser el mismo conmigo desde entonces. Nunca me habló de aquella noche ni de la muerte de Carla. Supongo que para él era incluso más doloroso que para mí; s
No sabía qué hora era, ni dónde estaba ni qué hacía en ese lugar irreconocible. Se levantó y recorrió el cuarto dominada por una tremenda agitación, con la sobrecogedora incertidumbre que asalta a cualquier mortal al despertar en un lugar desconocido al que ni siquiera sabe cómo ha llegado.Poco a poco se fue tranquilizando: estaba en su casa, ése era su salón… Y los recuerdos acudieron en tropel a su mente, cayendo sobre ella como un jarro de agua fría: había discutido con Sergio, lo había abandonado, lo había dejado, había leído esa especie de terrorífica confesión y luego se había quedado dormida… Sí, había dejado a Sergio y ahora estaba sola, en su casa. Pero nada de lo que veía le parecía suyo. No tenía nada que ver con ese lugar, con esos libros, con todos esos cachivaches que ella misma había comprado y que tanto le gustaban hasta hacía unos pocos días. No, ya no formaba parte de aquello; lo sabía porque todo le resultaba ajeno, lejano…Se sentía vacía. De pronto no sabía qué h
Pobre Sergio. Llevaba doce años reviviendo aquella horrible escena a cada momento, rumiando su culpa sin compartir sus sentimientos con nadie, sin ayuda de ningún tipo, enfrentándose él solo, día tras día, al hecho terrible e irreparable de haber matado a una persona. En cierto modo fue un accidente. Pero él, a pesar de los años transcurridos, aún continuaba traumatizado, lo cual resultaba lógico teniendo en cuenta que nunca había recibido la ayuda que en un caso así se necesita. No había acudido a terapia, nadie le había dado ninguna explicación, no había vuelto a hablar de ese asunto con ningún ser humano… Ella se habría vuelto loca en sus circunstancias, y le parecía admirable que Sergio hubiera sido capaz de seguir adelante y de labrarse un futuro. ¡Ahora entendía tantas cosas de él que antes le parecían inexplicables! Su misantropía; el hecho de que no tuviera amigos y no se relacionara con nadie, salvo con la gente del trabajo; la enfermedad de la que había hablado Carmen, un es
Pensó en la situación actual de Sergio, en la amenaza que pendía sobre su cabeza como una espada de Damocles. Aunque esa amenaza había sido el detonante, la chispa que había provocado el incendio, no era lo más importante. Incluso en el caso de que Sergio no hiciera lo que Marga le pedía, aunque metiera a su hermano en la cárcel para toda la vida, esa mujer no podía jugar su baza, porque el escándalo también la salpicaría a ella. No. Después de leer el relato de lo sucedido aquella noche Laura estaba segura de que Marga tenía que seguir callada. No podía hablar, porque ella misma estaba involucrada y no querría que salieran a la luz todos sus trapos sucios, que debían de ser muchos. Pero Sergio no lo veía, porque vivía traumatizado, arrastrando un sentimiento de culpa que estaba acabando con su cordura. Por eso no era capaz de juzgar su situación con claridad. Se creía amenazado porque siempre se había visto amenazado, porque pensaba que se merecía cualquier cosa que le pasara y, en e
Sí, tenía que tranquilizarse, tenía que relajarse y reflexionar, para lo cual necesitaba estar descansada; no podía hacerlo en su estado, agotada y confusa. Así pues, lo primero era descansar, dormir. Luego intentaría encontrar respuestas a todas sus preguntas. Pensaría después.Más tranquila una vez tomada esta decisión, se dirigió a su habitación para acostarse. Pero, una vez allí, se sintió rara. Ésa no le parecía su habitación. Se sentó en la cama y posó la mano sobre el edredón: era suave al tacto y calentito… Se tumbó sin desvestirse. Estaba tan agotada que podría dormir durante años, se dijo, y cerró los ojos. El reloj luminoso de la mesilla marcaba las cuatro y media.Despertó a las seis, más agotada aún de lo que estaba cuando se acostó, pero, como sabía que no podría seguir durmiendo, se levantó de la cama. Lo primero era darse una ducha para despejarse y luego tomar un buen café y comer algo; después retomaría sus actividades habituales. Tenía una vida antes de conocer a Se
A las cuatro de la tarde, después de un absurdo día que se le hizo eterno, pensó en llamar a su hermana. Pero no lo hizo, y no porque no quisiera hablar con ella, sino, sencillamente, porque no se podía mover.¿Por qué no la llamaba Sergio? Cogió el teléfono para llamarlo ella, pero lo tiró con fuerza sobre el sofá… No. Que llamara él.La tarde fue avanzando y Laura seguía sentada en el sofá, con el ordenador abierto sobre las rodillas y el teléfono a mano, por si él escribía o llamaba, mientras la casa se quedaba a oscuras poco a poco, sin que ella se diera cuenta.El sonido del teléfono la hizo reaccionar y rápidamente lo cogió. Miró la pantallita encendida mientras el corazón le latía tan deprisa que creía que se le saldría del pecho… Al ver quién llamaba, lo desconectó y lo tiró con indignación sobre el sofá, mientras sollozaba. La pobre Rosa no se merecía que la cortaran así, pero en ese momento no podría soportar hablar con ella.¿Por qué no la llamaba Sergio?Ese incidente la h