Sólo eran las siete de la tarde. Pensó que se moriría si se quedaba allí sola, hora tras hora, dándole vueltas a la cabeza. Entonces recordó a Celia. ¿Cómo podía haberse olvidado de su hermana? Ya debía de haber hablado con Antonio, pero no la había llamado. Bien, llamaría ella.Cogió el móvil y marcó su número.—Hola, Laura.—Celia… ¿Qué tal va todo? No he podido llamarte antes. Lo siento, he estado todo el día en los juzgados. Dime, ¿qué tal ayer con Antonio?—No tengo ganas de hablar de ello. Creo que con eso está dicho todo, ¿no te parece?—¿Estás en casa?—Sí.—Pues voy para allá, no tardo nada —y colgó antes de que Celia pudiera poner alguna objeción.Era insano estar todo el día dándole vueltas a su situación con Sergio. Insano y egoísta. Había otras personas con problemas sobre la faz de la tierra y su hermana era una de ellas. Y la necesitaba.—Tú lo sabías y no me lo dijiste.Fueron las primeras palabras de Celia al encontrarse cara a cara con su hermana. Laura entró y cerró
Había estado muy a gusto con su hermana, pensaba Laura de camino a casa en el taxi. Se preguntaba si debería haberse sincerado con ella. Compartir las dudas con otra persona es beneficioso, se dijo, porque cuando uno da vueltas y vueltas en la cabeza a un problema acaba pareciendo enorme; pero si ese mismo problema lo cuentas, hablas de él en voz alta con alguien que te entiende, lo ves desde otra perspectiva, te convences de que no es para tanto, de que has exagerado su importancia. Sí, debería de haber hablado con Celia, y quizá lo hiciera, quizá la llamara más tarde para pedirle consejo. Sergio aún no había llegado cuando entró al apartamento, y Laura encendió todas las luces. La leve llovizna que había empezado a caer cuando iba en el taxi se había convertido en un auténtico aguacero. Se acercó a los enormes ventanales. Las sombras de la noche y el ruido de la lluvia en los cristales y en el suelo de la terraza le resultaban inquietantes. No es que tuviera miedo, pero pensó que se
La tormenta se había hecho más fuerte y ahora los relámpagos seguidos de los truenos amenizaban su extraña velada. Laura sintió un escalofrío. Le daban miedo las tormentas desde muy pequeña. Recordó que su padre, para animarla, le decía que si se echaban las cortinas nada malo podía pasar. Así que se levantó y cerró las cortinas, más en recuerdo de su padre que porque pensara que así estaba a salvo; luego volvió a su puesto ante el ordenador.«Vaya tormenta», se dijo, mientras cerraba Google y volvía al escritorio. Al ver el fondo azul, Laura pensó que Sergio debía de ser la única persona del mundo sin un salvapantallas con una fotografía o un cuadro. Ella tenía una foto de sus hermanas. Iba a apagar el ordenador, pero, sin pensarlo, en lugar de hacerlo abrió el Word y buscó entre las carpetas. Había muchas, la mayoría con documentos de trabajo, antiguas notas, ensayos de libros jurídicos… Pero una llamó su atención. Ponía «relato». Laura la abrió: «Escueto relato de los hechos».Ése
Laura no pensaba más que en salir del trabajo temprano para llegar a casa cuanto antes y acabar de leer el relato que había descubierto la noche anterior, pues intuía que allí iba a encontrar respuesta a muchas de sus preguntas, si no a todas. No pararía hasta descubrir lo que le ocultaba, fuera como fuese, quisiera Sergio o no. Estaba decidida: como él no soltaba prenda, lo averiguaría por su cuenta. Ya ni siquiera le importaba que se enfadase o que la descubriera espiando en su ordenador; lo único que deseaba era conocer los motivos de su comportamiento. Sabía que era un hombre alegre, listo, cariñoso y bueno; así era como se le había revelado la mayor parte de las veces. Ese aspecto suyo tan negro, tan inquietante, que afloraba en ocasiones, sobre todo cuando le preguntaba por Marga, no era natural en él. Y Laura se impuso la tarea de descubrir la causa.Con todas esas preocupaciones dando vueltas en su cabeza no podía centrarse mucho en el trabajo. Ni siquiera se dio cuenta de la
Una compungida Rosa la ayudó a recoger los pocos objetos personales que tenía en su mesa.Después se sentaron en la cocina, a tomar su último café juntas en aquel lugar.—Lo siento mucho, Laura, me encantaba tenerte. ¿Qué vas a hacer ahora? Perdona que te haga esta pregunta tan personal, pero… ¿Andas bien de dinero? Si necesitas algo, yo…—Gracias —la interrumpió Laura, conmovida—. No tengo problemas económicos. Cuento con la pensión de Daniel y con algunas inversiones que hizo y que me reportan beneficios anuales. Pero me gusta mi profesión y quiero ejercerla. No sé, quizá prepare oposiciones a la fiscalía…—Lo que no entiendo es por qué te han despedido tan pronto… Es absurdo —dijo Rosa, que ya no escuchaba a Laura. Le encantaban los chismes de oficina y ése era jugoso—. A no ser…—Sí —la interrumpió Laura—. Está claro que Juan ha conseguido lo que quería: que yo me marchara; desde el primer día ha estado decidido a echarme.—No, no es eso lo que estaba pensando. Juan no tiene tanta
—Creo que ya lo sabe. Vino ayer por la tarde, después de que tú te fueras. En realidad justo después, como si hubiera estado esperando a que salieras para entrar, y se metió en el despacho de don Tomás. Cuando me fui aún seguían. Lo que no entiendo es por qué lo ha hecho, tú le gustas…—¡Tienes razón! —Laura lo comprendió todo de repente—. Le gusto, me propuso que saliéramos juntos y yo le di calabazas —sonrió—. Ésta es su forma de vengarse. Nunca lo habría pensado. ¡Vaya desilusión! Crees conocer a alguien y luego…Laura guardó silencio. No quería hablar de más delante de Rosa y prefería reservarse su opinión. Si sus sospechas se confirmaban, si Antonio había sido el artífice de su despido, cosa que le parecía muy probable, iba a decirle cuatro palabritas. Pero más adelante, cuando estuviera más tranquila.Charlaron durante un rato y prometieron llamarse y verse alguna vez, aunque ambas sabían que sólo se llamarían en Navidad y en algunas fechas señaladas y que, por supuesto, lo más
Cuando llegó a la casa de Sergio, Laura estaba conmocionada. Después de sopesar muy seriamente los pros y los contras de llamar a Antonio se había reafirmado en su primera opinión; mejor no hacerlo. ¿Qué iba a lograr con ello? Estaba segura de que la habían despedido por él y, aunque sabía que algún día tendría que pedirle explicaciones, no le parecía que ése fuera el momento; no tenía ningunas ganas de oír su voz, y mucho menos de verlo. Dejaría pasar unos días y luego ya vería.Aún no había podido decírselo a Sergio, pues no había recibido respuesta a su SMS, lo cual significaba que él no lo había leído, y tampoco a las llamadas que le había hecho, pues tenía el teléfono desconectado. Bien, tendría que esperar a que llegara a casa para contárselo, y casi lo prefería, porque no era una noticia como para darla por teléfono y ahora pensaba que se había precipitado al mandarle el mensaje.Con tantas emociones, se había olvidado del relato. Al menos tenía tiempo para leer, dado que Sergi
¿Carla? ¿Quién era esa Carla? Nunca había oído hablar de ella. ¿Andaría también por ahí, comiendo con él en restaurantes íntimos y llamándolo por teléfono?Laura sintió ganas de coger el ordenador y tirarlo al suelo; para evitar la tentación, se levantó y comenzó a pasear por el salón. Sentía una gran inquietud que no lograba identificar. ¡Estaba celosa! ¡Muy celosa! ¿Hasta qué punto la tenía dominada ese hombre? ¿Por qué estaba tan enganchada? ¿Por qué no podía dejarlo, a pesar de que cada cosa que descubría sobre él era peor que la anterior?De pronto, corrió al sofá, donde había dejado caer su cartera, y empezó a buscar frenéticamente en su interior. Estaba tan alterada que era incapaz de encontrar lo que buscaba, por lo que acabó volcando el contenido de la cartera sobre el sofá. Entre los objetos había un pendrive. ¿Cómo no se le había ocurrido antes? Copiaría el archivo y lo leería en su ordenador. Así Sergio no sospecharía nada.Lo copió y cerró el ordenador de Sergio.Iba a co