Una compungida Rosa la ayudó a recoger los pocos objetos personales que tenía en su mesa.Después se sentaron en la cocina, a tomar su último café juntas en aquel lugar.—Lo siento mucho, Laura, me encantaba tenerte. ¿Qué vas a hacer ahora? Perdona que te haga esta pregunta tan personal, pero… ¿Andas bien de dinero? Si necesitas algo, yo…—Gracias —la interrumpió Laura, conmovida—. No tengo problemas económicos. Cuento con la pensión de Daniel y con algunas inversiones que hizo y que me reportan beneficios anuales. Pero me gusta mi profesión y quiero ejercerla. No sé, quizá prepare oposiciones a la fiscalía…—Lo que no entiendo es por qué te han despedido tan pronto… Es absurdo —dijo Rosa, que ya no escuchaba a Laura. Le encantaban los chismes de oficina y ése era jugoso—. A no ser…—Sí —la interrumpió Laura—. Está claro que Juan ha conseguido lo que quería: que yo me marchara; desde el primer día ha estado decidido a echarme.—No, no es eso lo que estaba pensando. Juan no tiene tanta
—Creo que ya lo sabe. Vino ayer por la tarde, después de que tú te fueras. En realidad justo después, como si hubiera estado esperando a que salieras para entrar, y se metió en el despacho de don Tomás. Cuando me fui aún seguían. Lo que no entiendo es por qué lo ha hecho, tú le gustas…—¡Tienes razón! —Laura lo comprendió todo de repente—. Le gusto, me propuso que saliéramos juntos y yo le di calabazas —sonrió—. Ésta es su forma de vengarse. Nunca lo habría pensado. ¡Vaya desilusión! Crees conocer a alguien y luego…Laura guardó silencio. No quería hablar de más delante de Rosa y prefería reservarse su opinión. Si sus sospechas se confirmaban, si Antonio había sido el artífice de su despido, cosa que le parecía muy probable, iba a decirle cuatro palabritas. Pero más adelante, cuando estuviera más tranquila.Charlaron durante un rato y prometieron llamarse y verse alguna vez, aunque ambas sabían que sólo se llamarían en Navidad y en algunas fechas señaladas y que, por supuesto, lo más
Cuando llegó a la casa de Sergio, Laura estaba conmocionada. Después de sopesar muy seriamente los pros y los contras de llamar a Antonio se había reafirmado en su primera opinión; mejor no hacerlo. ¿Qué iba a lograr con ello? Estaba segura de que la habían despedido por él y, aunque sabía que algún día tendría que pedirle explicaciones, no le parecía que ése fuera el momento; no tenía ningunas ganas de oír su voz, y mucho menos de verlo. Dejaría pasar unos días y luego ya vería.Aún no había podido decírselo a Sergio, pues no había recibido respuesta a su SMS, lo cual significaba que él no lo había leído, y tampoco a las llamadas que le había hecho, pues tenía el teléfono desconectado. Bien, tendría que esperar a que llegara a casa para contárselo, y casi lo prefería, porque no era una noticia como para darla por teléfono y ahora pensaba que se había precipitado al mandarle el mensaje.Con tantas emociones, se había olvidado del relato. Al menos tenía tiempo para leer, dado que Sergi
¿Carla? ¿Quién era esa Carla? Nunca había oído hablar de ella. ¿Andaría también por ahí, comiendo con él en restaurantes íntimos y llamándolo por teléfono?Laura sintió ganas de coger el ordenador y tirarlo al suelo; para evitar la tentación, se levantó y comenzó a pasear por el salón. Sentía una gran inquietud que no lograba identificar. ¡Estaba celosa! ¡Muy celosa! ¿Hasta qué punto la tenía dominada ese hombre? ¿Por qué estaba tan enganchada? ¿Por qué no podía dejarlo, a pesar de que cada cosa que descubría sobre él era peor que la anterior?De pronto, corrió al sofá, donde había dejado caer su cartera, y empezó a buscar frenéticamente en su interior. Estaba tan alterada que era incapaz de encontrar lo que buscaba, por lo que acabó volcando el contenido de la cartera sobre el sofá. Entre los objetos había un pendrive. ¿Cómo no se le había ocurrido antes? Copiaría el archivo y lo leería en su ordenador. Así Sergio no sospecharía nada.Lo copió y cerró el ordenador de Sergio.Iba a co
Sí, había estado de acuerdo y le había dado su palabra. Pero no pensaba cumplirla, porque tenía un as en la manga. Aunque no quisiera contárselo, se iba a enterar muy pronto, en cuanto pudiera estar a solas y acabara de leer el relato. Decidió no insistir y seguir con su plan.—¿Tienes que salir luego?Por primera vez desde que lo conocía deseaba que se fuera.—No, hoy tengo todo el día para ti… —le dio un beso cálido, seductor. Pero, también por primera vez desde que lo conocía, su beso no surtió efecto, porque un nombre, enorme, como iluminado con bombillas de colores, bailaba en su mente: Carla. ¿Quién sería? A Marga podía ponerle cara. Ya sabía, además, que no era un peligro para ella, pues había leído que para Sergio sólo era una mujer con la que se había acostado en una época y que ya ni siquiera le gustaba.Pero, Carla… ¡De ella estaba enamorado!—De camino hacia aquí he estado pensando…Mientras hablaba contra su boca, la empujó hacia el sillón. Laura se apartó de él para quit
Eran casi las siete de la tarde cuando Laura se levantó, relajada y satisfecha, pensando en Sergio. Nunca lo había visto tan feliz… y tan guapo, pues las líneas de preocupación que surcaban su rostro habían desaparecido y sus ojos brillaban como el día que lo conoció. ¿A qué se debería esa transformación? ¿Le pasaría a él lo mismo que a ella? ¿También se olvidaba de todos sus problemas cuando estaba a su lado?Entonces se dio cuenta de que él no estaba a su lado y lo llamó mientras se levantaba de la cama. Se puso la bata y salió al pasillo, llamándolo sin obtener contestación. Alarmada, recorrió la casa, incluso miró en esa especie de habitación de invitados que nunca se abría. Nada. Sergio no estaba.Notaba los labios resecos y se dirigió a la cocina para tomar un vaso de agua, preguntándose qué habría pasado para que él se marchara sin decirle nada. Entonces vio la nota. Estaba sobre la encimera y era muy escueta. Decía: No he querido despertarte. Vuelvo en un minuto. Besos.Nada
Cuando entraron a la casa Laura se fue directamente a la habitación. No quería pensar, porque si lo hacía quizá se arrepintiera de la decisión que había tomado, y esta vez no debía hacerlo. Así que lo mejor era mantenerse alejada de él, se dijo, evitar a toda costa que se le acercara, que la tocara, que le dijera la única palabra que quería oír, la única que podía hacer que cambiara de opinión: quédate.Abrió la maleta sobre la cama y empezó a guardar sus cosas sin orden ni concierto: la ropa arrugada, los zapatos entre los vestidos… Iba y venía del baño al dormitorio y tiraba sobre la maleta sus frasquitos, sus artilugios, esos que tanta gracia le hacían a él. Tenía los ojos empañados por las lágrimas… Y Sergio seguía sin decir nada, sin pedirle que se quedara, sin acercarse a ella para abrazarla. ¡Mejor! Si la abrazara, si ahora le hiciera el amor, flaquearía. ¡Tan débil era su voluntad!Sergio no entró en el cuarto, no le habló, no dijo nada. Era como si se lo hubiera tragado la ti
Condujo como flotando en una nube. Las lágrimas empañaban su visión y estaba tan conmocionada que no prestaba atención al tráfico: oía pitidos y algunas imprecaciones de otros conductores sin saber que iban dirigidos a ella. Pisaba el acelerador, deseando llegar a su casa, deseando alejarse lo más posible de Sergio y de sus mentiras. Había aguantado demasiado, en sus circunstancias nadie habría soportado tanto como ella.Y entró en la fase de la autocompasión. Lo sabía, pero no podía ni quería evitarlo.Ahora comprendía que nunca había estado enamorada de Daniel. Pero en su momento creyó estarlo, y la desilusión que sintió al descubrir que estaba atada por los lazos de la lealtad a un hombre al que no amaba, con ser tremenda, no era nada parecido a lo que sentía ahora. Amaba a Sergio. Por primera vez en su vida se había enamorado… ¿Por qué siempre tenía que buscarse a los hombres más raros, los más conflictivos?Cuando entró en su casa soltó la pesada maleta de golpe y comenzó a dar v