—Tiene usted mucha razón… Lo siento, es que…—No se preocupe, es lógico que quiera saber muchas cosas de él, pero yo no soy la persona indicada para contárselas. No estaría bien.—Claro… Perdone… —Laura no sabía qué más decir y no pensaba seguir disculpándose, así que adoptó de nuevo la personalidad de la joven y despreocupada señorita de la casa—. Bueno, yo me tengo que ir al trabajo. Le hemos dejado la lista de la compra sobre la encimera. Pero si no puede hacerla, yo la haré esta tarde.—No se preocupe, siempre la hago. Después de limpiar.Laura echó un vistazo al salón, como calibrando cuánto tardaría Carmen en limpiarlo. Entonces se dio cuenta de una cosa, de algo que el día anterior la había inquietado, aunque no sabía qué era… Algo faltaba, algo que todo el mundo tiene y de lo que allí no había ni rastro.Fotos. No había una sola fotografía en toda la casa.
«Todo el mundo tiene fotografías. ¿Por qué Sergio no tiene ni una? De su madre, de su abuelo, de cuando era pequeño… La verdad es que es muy raro. Tendré que preguntárselo —Laura hablaba en voz alta mientras conducía camino del juzgado—. Le diré: ¿por qué en tu casa no hay ni una foto?».Sí, se lo preguntaría. No pensaba hacer más cábalas ni comerse el coco con todas las cosas de Sergio que le parecían raras y que luego resultaban ser de lo más inocentes, como los malditos papeles o que estuviera dormido en el coche… No más especulaciones.¿Y qué enfermedad sería ésa de la que le había hablado Carmen? «No. Laura, para». Sobre eso no podía preguntarle, pues, de hacerlo, tendría que admitir que había estado hablando de él con Carmen, y sabía que, si Sergio se enteraba de que había estado sonsacando a la mujer, se iba a enfadar mucho. Muchísimo.Cuando entró en el juzgado, su cliente ya estaba esperándola. El pobre hombre parecía muy nervioso y no lo tranquilizaba nada el hecho de que el
La mujer se alejaba con su sexi contoneo, pero sobresalía entre el resto de los mortales que pululaban a su alrededor como una diosa que hubiera decidido darse una vuelta por la tierra a ver cómo se encontraban sus esclavos. Roberto enseguida supo a quién se refería Laura.—¿Sabes quién es? —insistió ella, cada vez más nerviosa, dándole golpecitos en el brazo.—Sí, como para no saberlo… Ha provocado toda una revolución por aquí. Está como un tren, ¿verdad?, y… —la furiosa mirada de Laura obligó al pobre Roberto a centrarse en lo que le había preguntado—. Es Marga Salcedo, la hermana de Lucas Salcedo, el empresario.Laura soltó el brazo de Roberto y fue a sentarse en uno de los bancos que había contra la pared. ¡Lucas Salcedo! Ése era el nombre que figuraba en el expediente que leía Sergio. ¿Marga estaba relacionada con ese asunto?—Laura, ¿te pasa algo? Estás pálida —Roberto la siguió, preocupado.—¿Y qué hace aquí?—No lo sé. Habrá venido a declarar por el asunto de su hermano, supon
—Hola, Roberto. ¿Qué has averiguado?Acababa de entrar en la casa de Sergio cuando sonó su móvil. Eran las siete de la tarde y él aún no había llegado. Laura se sentó en el sofá y puso los pies sobre la mesa.—Nada, lo que te dije. El juez Mendizábal lleva el caso de Lucas Salcedo. Pero aún no ha empezado y nadie sabe nada en el juzgado, ni siquiera sabían que Marga Salcedo había ido a visitarlo, y eso me parece muy irregular, la verdad. En fin, yo no tengo nada que ver en ese caso y no pienso intervenir. El juez Mendizábal me cae bien, es uno de los mejores. Pero, francamente, si esto se sabe… Lo que no entiendo es tu actitud, no hemos podido hablar. Pero ¿por qué te has puesto así cuando la has visto?—La conozco. Déjalo, no tiene nada que ver con este caso, por favor, olvídalo, es una cuestión personal.—Si la conoces ¿por qué preguntabas quién era con tanto interés? Creo que me estás ocultando algo, y no me gusta que me utilicen, sobre todo cuando está en juego nuestra profesional
Era miércoles. Habían pasado cinco días desde el viernes, cuando se había instalado en casa de Sergio, y sólo hacía diez que lo conocía. En sólo diez días todo había cambiado en su vida. Era irónico, una persona tan conservadora como ella, tan pusilánime… No se reconocía. Lo peor era que no sabía qué hacer: podía decirle la verdad a Sergio, que había visto a Marga, y pedirle explicaciones; pero él le había dejado muy claro que no pensaba dárselas, que lo que tuviera con Marga a ella no le importaba. Así que sólo tenía dos opciones: marcharse, dejándolo para siempre, o quedarse, en cuyo caso tendría que aguantar la situación tal y como estaba.¡Y otra vez las dudas! Con lo contenta que estaba esa mañana… El caso era que las dudas sobre él aparecían cuando no estaban juntos. Si estaba con Sergio se encontraba de buen humor y las sospechas se disipaban. Reían, gastaban bromas y hacían el amor de una forma que ella nunca había creído posible, salvo en el cine o en las novelas, claro. Cuand
Sólo eran las siete de la tarde. Pensó que se moriría si se quedaba allí sola, hora tras hora, dándole vueltas a la cabeza. Entonces recordó a Celia. ¿Cómo podía haberse olvidado de su hermana? Ya debía de haber hablado con Antonio, pero no la había llamado. Bien, llamaría ella.Cogió el móvil y marcó su número.—Hola, Laura.—Celia… ¿Qué tal va todo? No he podido llamarte antes. Lo siento, he estado todo el día en los juzgados. Dime, ¿qué tal ayer con Antonio?—No tengo ganas de hablar de ello. Creo que con eso está dicho todo, ¿no te parece?—¿Estás en casa?—Sí.—Pues voy para allá, no tardo nada —y colgó antes de que Celia pudiera poner alguna objeción.Era insano estar todo el día dándole vueltas a su situación con Sergio. Insano y egoísta. Había otras personas con problemas sobre la faz de la tierra y su hermana era una de ellas. Y la necesitaba.—Tú lo sabías y no me lo dijiste.Fueron las primeras palabras de Celia al encontrarse cara a cara con su hermana. Laura entró y cerró
Había estado muy a gusto con su hermana, pensaba Laura de camino a casa en el taxi. Se preguntaba si debería haberse sincerado con ella. Compartir las dudas con otra persona es beneficioso, se dijo, porque cuando uno da vueltas y vueltas en la cabeza a un problema acaba pareciendo enorme; pero si ese mismo problema lo cuentas, hablas de él en voz alta con alguien que te entiende, lo ves desde otra perspectiva, te convences de que no es para tanto, de que has exagerado su importancia. Sí, debería de haber hablado con Celia, y quizá lo hiciera, quizá la llamara más tarde para pedirle consejo. Sergio aún no había llegado cuando entró al apartamento, y Laura encendió todas las luces. La leve llovizna que había empezado a caer cuando iba en el taxi se había convertido en un auténtico aguacero. Se acercó a los enormes ventanales. Las sombras de la noche y el ruido de la lluvia en los cristales y en el suelo de la terraza le resultaban inquietantes. No es que tuviera miedo, pero pensó que se
La tormenta se había hecho más fuerte y ahora los relámpagos seguidos de los truenos amenizaban su extraña velada. Laura sintió un escalofrío. Le daban miedo las tormentas desde muy pequeña. Recordó que su padre, para animarla, le decía que si se echaban las cortinas nada malo podía pasar. Así que se levantó y cerró las cortinas, más en recuerdo de su padre que porque pensara que así estaba a salvo; luego volvió a su puesto ante el ordenador.«Vaya tormenta», se dijo, mientras cerraba Google y volvía al escritorio. Al ver el fondo azul, Laura pensó que Sergio debía de ser la única persona del mundo sin un salvapantallas con una fotografía o un cuadro. Ella tenía una foto de sus hermanas. Iba a apagar el ordenador, pero, sin pensarlo, en lugar de hacerlo abrió el Word y buscó entre las carpetas. Había muchas, la mayoría con documentos de trabajo, antiguas notas, ensayos de libros jurídicos… Pero una llamó su atención. Ponía «relato». Laura la abrió: «Escueto relato de los hechos».Ése