Sergio cerró la puerta de su despacho para que nadie lo molestara y sacó de su cartera el expediente de Lucas Salcedo, presidente de Salcedo y Roms Enterprises. Tenía que abrir diligencias y no lo había hecho. Aún era pronto, podía esperar. Pero era muy consciente de que alguna vez iba a tener que enfrentarse a ello y eso le producía esa angustia que últimamente casi no lo dejaba respirar. Por fortuna, la denuncia era una cuestión personal, que no afectaba ni a los empleados ni a los inversores de Salcedo y Roms, y el denunciante deseaba que todo se llevara con el máximo secreto. Esto resultaba un tanto sospechoso, y en otras circunstancias habría cuestionado los motivos, pero a él lo favorecía, ya que le proporcionaba el respiro que necesitaba para meditar. Si se hubiera hecho público, ya estaría presente en todos los medios y no habría podido tratarlo con tanta discreción. Así que al menos algo había jugado a su favor en todo aquel endiablado asunto. De todos modos, el tiempo pasaba
Y la noche al fin llegó. Cuando Laura entró en casa, eran las siete de la tarde. Sergio aún no había regresado; la casa vacía se le hacía extraña. Se dio una vuelta por las habitaciones, deteniéndose un rato en cada una de ellas, contemplando y tocando los objetos que contenían para ir haciéndolos suyos. Seguía eufórica, ni siquiera la actitud de Antonio había podido alterarla, y la preocupación por su hermana, aunque seguía presente, no constituía un obstáculo para su exultante alegría: el único problema que tenía Sergio era la reaparición de su antigua novia, y ese asunto a Laura ya no le parecía tan grave. Sergio prefería estar con ella, como lo demostraba el hecho de que fuera con ella con quien estaba viviendo, no con la rubia. Y eso tenía que significar algo.Después de recorrer el salón y la cocina, Laura entró al cuarto que estaba al fondo del pasillo, que tan bien conocía, y donde pensaba esperarlo esa noche con un atuendo muy especial. El baño también era un viejo conocido.
—Espera, ¿no ves que las medias van enganchadas a los ligueros del corsé? Espera a que me las quite. Y sal de la habitación.—No, me quedo aquí. La verdad es que estás muy sexi… y las putillas tenéis vuestro morbo… —acabó de desabrochar el corsé y metió la mano por debajo para acariciarle los pechos—. Pero quítate eso de una vez.Laura se quitó las medias y descendió de los zapatos, lo que obligó a Sergio a bajar más la cabeza para mirarla. «Se acabó el aspecto sexi», se dijo. «Ya no soy una mujer fatal, vuelvo a ser la misma pardilla de siempre». Al verla libre de las medias, Sergio le quitó el corsé y Laura sintió un gran alivio, porque lo cierto era que la maldita prenda apretaba.—Ahora sí —le puso las manos en los hombros, comiéndosela con la mirada—. Ahora estás como a mí me gusta.—Pero no como me gusta a mí. ¿Por qué siempre acabamos haciendo lo que te gusta a ti? Y yo, ¿no cuento?—Me parece que hasta ahora no hemos hecho nada que no te gustara.—Bueno, sí… Pero había puesto
Lo primero que pensó Laura al despertar fue que era miércoles y ésa era la tercera mañana de su vida juntos. Lo segundo, que nunca había sido tan feliz. Pero lo que dijo fue: «Hoy salgo más tarde. Tengo que estar en el juzgado a las once y no me merece la pena pasar antes por la oficina».Se levantó y se puso a dar vueltas por la habitación mientras Sergio acababa de vestirse. Como estaba tan inquieta y no podía parar, decidió prepararle un magnífico desayuno, el mejor. Él le había dicho que ninguna mujer lo había hecho tan feliz y eso merecía una celebración, aunque no le diría que era eso lo que celebraban. No quería recordárselo por si, con la luz de la mañana, se arrepentía de unas palabras pronunciadas al calor de la excitación. Aun así, lo había dicho, y eso era lo que contaba.Preparó el desayuno muy contenta, canturreando por lo bajo: tostadas, mantequilla, mermelada y varios panecillos con tomate en recuerdo de su primer encuentro. ¿Se daría cuenta él de ese detalle? Seguro q
—Tiene usted mucha razón… Lo siento, es que…—No se preocupe, es lógico que quiera saber muchas cosas de él, pero yo no soy la persona indicada para contárselas. No estaría bien.—Claro… Perdone… —Laura no sabía qué más decir y no pensaba seguir disculpándose, así que adoptó de nuevo la personalidad de la joven y despreocupada señorita de la casa—. Bueno, yo me tengo que ir al trabajo. Le hemos dejado la lista de la compra sobre la encimera. Pero si no puede hacerla, yo la haré esta tarde.—No se preocupe, siempre la hago. Después de limpiar.Laura echó un vistazo al salón, como calibrando cuánto tardaría Carmen en limpiarlo. Entonces se dio cuenta de una cosa, de algo que el día anterior la había inquietado, aunque no sabía qué era… Algo faltaba, algo que todo el mundo tiene y de lo que allí no había ni rastro.Fotos. No había una sola fotografía en toda la casa.
«Todo el mundo tiene fotografías. ¿Por qué Sergio no tiene ni una? De su madre, de su abuelo, de cuando era pequeño… La verdad es que es muy raro. Tendré que preguntárselo —Laura hablaba en voz alta mientras conducía camino del juzgado—. Le diré: ¿por qué en tu casa no hay ni una foto?».Sí, se lo preguntaría. No pensaba hacer más cábalas ni comerse el coco con todas las cosas de Sergio que le parecían raras y que luego resultaban ser de lo más inocentes, como los malditos papeles o que estuviera dormido en el coche… No más especulaciones.¿Y qué enfermedad sería ésa de la que le había hablado Carmen? «No. Laura, para». Sobre eso no podía preguntarle, pues, de hacerlo, tendría que admitir que había estado hablando de él con Carmen, y sabía que, si Sergio se enteraba de que había estado sonsacando a la mujer, se iba a enfadar mucho. Muchísimo.Cuando entró en el juzgado, su cliente ya estaba esperándola. El pobre hombre parecía muy nervioso y no lo tranquilizaba nada el hecho de que el
La mujer se alejaba con su sexi contoneo, pero sobresalía entre el resto de los mortales que pululaban a su alrededor como una diosa que hubiera decidido darse una vuelta por la tierra a ver cómo se encontraban sus esclavos. Roberto enseguida supo a quién se refería Laura.—¿Sabes quién es? —insistió ella, cada vez más nerviosa, dándole golpecitos en el brazo.—Sí, como para no saberlo… Ha provocado toda una revolución por aquí. Está como un tren, ¿verdad?, y… —la furiosa mirada de Laura obligó al pobre Roberto a centrarse en lo que le había preguntado—. Es Marga Salcedo, la hermana de Lucas Salcedo, el empresario.Laura soltó el brazo de Roberto y fue a sentarse en uno de los bancos que había contra la pared. ¡Lucas Salcedo! Ése era el nombre que figuraba en el expediente que leía Sergio. ¿Marga estaba relacionada con ese asunto?—Laura, ¿te pasa algo? Estás pálida —Roberto la siguió, preocupado.—¿Y qué hace aquí?—No lo sé. Habrá venido a declarar por el asunto de su hermano, supon
—Hola, Roberto. ¿Qué has averiguado?Acababa de entrar en la casa de Sergio cuando sonó su móvil. Eran las siete de la tarde y él aún no había llegado. Laura se sentó en el sofá y puso los pies sobre la mesa.—Nada, lo que te dije. El juez Mendizábal lleva el caso de Lucas Salcedo. Pero aún no ha empezado y nadie sabe nada en el juzgado, ni siquiera sabían que Marga Salcedo había ido a visitarlo, y eso me parece muy irregular, la verdad. En fin, yo no tengo nada que ver en ese caso y no pienso intervenir. El juez Mendizábal me cae bien, es uno de los mejores. Pero, francamente, si esto se sabe… Lo que no entiendo es tu actitud, no hemos podido hablar. Pero ¿por qué te has puesto así cuando la has visto?—La conozco. Déjalo, no tiene nada que ver con este caso, por favor, olvídalo, es una cuestión personal.—Si la conoces ¿por qué preguntabas quién era con tanto interés? Creo que me estás ocultando algo, y no me gusta que me utilicen, sobre todo cuando está en juego nuestra profesional