¡Qué agradables son los domingos por la mañana! Se puede remolonear en la cama, y si afuera hace frío, se está aún mejor, arrebujadito entre las sábanas, sobre todo si pegado a ti hay un cuerpo caliente y lleno de vida, que despierta todos tus instintos. Y ése era el caso, se dijo Laura, mirando a Sergio. Llevaban un par de horas despiertos, pero se resistían a levantarse. Era divertido jugar y reír, sin nada que hacer, disponer del tiempo para malgastarlo a placer. Y a eso se dedicaban desde las seis de la mañana.—¿Sabes una cosa? —dijo Sergio, la cabeza en la almohada, muy cerca de la de Laura—. Mañana hará una semana que nos conocemos. Yo creo que hay que celebrarlo.—¡Una semana! Sólo una semana y cuántas cosas han pasado. Hace una semana estaba yo muy nerviosa porque empezaba a trabajar, y ahora… —lo miró muy seria—. Creo que he perdido la ilusión por el trabajo del bufete, no me gusta mucho…—¿Qué dices? No lo puedo creer, si no llevas más que unos días. En los trabajos nuevos,
Laura rio. Claro, cómo no se le había ocurrido. Era tranquilizador saber que el motivo era algo tan inocente. ¿Por qué no podían ser igual de inocentes todos los detalles de su comportamiento que le habían llamado tanto la atención? No, al menos uno no lo era: la rubia explosiva. Estuvo a punto de preguntarle otra vez qué pintaba ella en su vida, pero lo pensó mejor y decidió no hacerlo. No quería que Sergio volviera a enfadarse.—Princesa, son las ocho. Nos hemos despertado muy pronto, pero hay ocasiones en que merecen la pena estos madrugones, ¿no te parece? —le acarició el trasero y luego le dio una pequeña palmadita—. ¡Arriba! Te propongo un plan.Laura se removió, no tenía ningunas ganas de levantarse. ¡Se estaba tan bien así!—Nos levantamos, nos vestimos y salimos a pasear.—¿A pasear? Son las ocho de la mañana, es domingo y hace frío. ¿Qué pintamos dando un paseo con lo bien que se está en la camita?—¿No me digas que nunca has paseado un domingo temprano por el centro de Madr
La ducha se alargó algo más de lo planeado y, cuando salieron, eran ya las diez de la mañana. Subieron por la calle Alfonso XII y luego bajaron por Alcalá, tomados de la mano.—Tengo hambre. Ni siquiera me has dado de desayunar.—Pues yo he desayunado muy bien en la ducha. Pero, como soy un caballero, voy a invitarte a tomar un opíparo desayuno.Desayunaron en un VIP, dedicándose a despellejar a todos los que veían. Era divertido especular sobre quién sería aquel que tenía cara de volver de una loca fiesta, o aquel otro del chándal, que tenía pinta de salir a correr todas las mañanas, el pobre estaba congestionado y no parecía que le sentara muy bien el ejercicio; sin embargo aquel otro, vaya piernas, ése seguro que era un atleta profesional. Y mira aquel padre con su hijo, seguro que está divorciado. Sí, hoy le toca el niño y viene de recogerlo. Y qué me dices de esa señora…, vaya collares, no pegan por la mañana, ¿no te parece?De pronto Sergio se puso serio.—He tenido mucha suerte
Cuando abrió los ojos vio el rostro de Sergio sobre el suyo. ¿Cuánto tiempo llevaba así, mirándola?—Me he dormido.—Sí, llevas una hora como catatónica.—¿Tú también has dormido?—No, yo llevo una hora como catatónico, mirándote.La acarició con ternura.—¿Cómo te sientes?—De maravilla… —lo besó—. Aunque un poco flojucha. Me has dejado sin fuerzas.—Me alegro, ése era mi propósito. ¿Sabes lo que necesitas? ¡Calorías! Voy a preparar algo de comer —se levantó de un salto. Estaba desnudo y Laura lo contempló: parecía un dios clásico, su vientre plano y duro y su miembro, largo y duro de nuevo, se movía cuando él se movía. En un impulso, Laura se incorporó y alzó las manos para tocarlo.—Basta por hoy, señorita. Hay que comer. Creo que estoy creando un monstruo —concluyó con una risita—. Y me encanta. Pero, si seguimos juntos, tendremos que organizarnos. Porque así, con este descontrol, no podemos estar.Si seguimos juntos… ¿Quería eso decir que contemplaba la posibilidad de que siguier
—Tienes una casa muy bonita —Sergio estaba parado en la entrada contemplando el enorme salón, con tres balcones—. Es muy grande.—Sí. Tenía tres dormitorios, pero nosotros preferíamos habitaciones grandes y tiramos tabiques. No veas qué lío montamos… Hicimos una gran reforma. Ahora sólo tiene un dormitorio —Laura paseó la mirada por el enorme salón—. Me encanta esta casa. Pero, si he de decirte la verdad, me siento un poco sola aquí. Tiene demasiados recuerdos para mí.—¿Vivías con alguien?—Sí, pero ahora vivo sola. Voy a la habitación a llenar una maleta…Escapó corriendo de las preguntas incómodas. Desde su cuarto oía hablar a Sergio.—¡Cuántas fotos! ¿Este hombre es tu padre? ¿Vivías con él?A Laura le dio un vuelco el corazón y salió corriendo al salón. Sergio estaba de pie junto a las estanterías llenas de libros, con una fotografía en las manos.—¿Es tu padre? —alzó la cabeza de la fotografía al verla entrar.—No, es… Es mi marido.Sergio abrió unos ojos como platos y se encami
Mientras Laura hacía la maleta, Sergio se movía por el salón, curioseándolo todo. La casa estaba bien, aunque parecía un poco tristona, con tan poca luz. La suya era muy luminosa y le iba mucho mejor a Laura, que era toda luz y alegría. Al menos cuando lograba dominar su carácter receloso.Había un montón de discos de vinilo en una especie de caja de colores, en el suelo, junto al aparato de música. Sergio empezó a revisarlos uno a uno sin dejar de pensar en Laura. «Soy injusto —se dijo—. Si es recelosa, sus motivos tiene. Es lógico que manifieste ciertas reservas cuando el hombre con el que se acuesta y a cuya casa se va a trasladar se niega a hablar de ciertos aspectos de su pasado… Pensará que algo así debió de decirle Jack el Destripador a su novia cuando le propuso matrimonio, y eso no es muy tranquilizador. En fin, si se lo cuento se marchará. Sé que acabará enterándose, que al final tendré que decírselo. Pero, cuanto más tarde en llegar ese momento, más tiempo la tendré para mí
Sergio soltó la pesada maleta en el pasillo nada más entrar en la casa:—Vaya con la liberación de la mujer, la igualdad y todo eso… Mucho rollo es lo que hay, porque cuando llega la hora de la verdad la maleta la cargo yo.—Cállate, cavernícola —le dio un beso. No podía quitarse la sonrisa de la cara. El disco de Los Chunguitos se lo había metido en el bolsillo.—¿Cavernícola? ¡Todo lo contrario! Anda, libérate un poco y lleva la maleta hasta la habitación.Dicho esto, Sergio cogió la maleta y avanzó por el pasillo, haciendo como que se tambaleaba por el peso. Laura lo seguía, riendo.—Bueno, voy a guardar las cosas. ¿Tengo algún cajón libre?—Todos éstos son suyos, señorita.Y señaló una cómoda.—Yo tengo muy pocas cosas y el armario es bastante grande —descorrió las puertas del enorme armario empotrado. Tenía mucha capacidad, ciertamente; una parte estaba ocupada por la ropa de Sergio, pero en la otra sólo había un par de abrigos y unas chaquetas.—Sí, aquí cabrá lo que te has traí
Cuando sonó el despertador continuaban abrazados. En algún momento de la noche se habían tapado, pero Laura no era consciente de haberlo hecho. Quizá la había tapado Sergio, se dijo, y ese pensamiento la complació.Se removió, perezosa.—Buenos días, ¿qué tal estás?—De maravilla. ¿Qué hora es?—Las siete.—Vaya, qué tarde.Laura le dio un pequeño empujoncito para apartarlo e intentó levantarse, pero él la retuvo.—No te levantes, hay tiempo para uno rápido —la carita de desolación de Sergio la hizo reír.—Venga, sátiro, al trabajo.—No te soltaré. Ahora eres mía, estás a mi merced.—No, ya no estoy atada —dijo ella mostrándole orgullosa sus brazos, que sacó de entre las sábanas para volver a meterlos rápidamente—. Jo, qué frío.—¿Lo ves? Cuando acabemos estarás ardiendo.Y tenía razón.Esa mañana Laura llegó tarde al trabajo por segunda vez en una semana; pasó deprisa ante el mostrador de la recepción donde una asombrada Rosa le reprochó su conducta:—Llegas tarde otra vez.—Lo sé, h