Tenía el pelo negro aún un poco mojado, y un mechoncito díscolo le caía sobre la frente. Laura volvió a imaginárselo desnudo en la ducha con ella, extendiéndole el gel. Luego sus ojos se clavaron en las manos de Sergio, que tan íntimamente la habían acariciado, aunque él no tenía ni idea.Sergio pensó que debía de pasarle algo, porque estaba muy callada, pero no había nada en su actitud que le diera una pista sobre qué hacer. Bien, pues actuaría con naturalidad, no diría nada de lo que sabía que los dos tenían en la cabeza.¿Y de qué puede hablar un hombre cuando no tiene nada que decir? De coches, naturalmente.¿Es que ese hombre no se callaba nunca? Hablaba sin parar y Laura estaba empezando a ponerse de los nervios.—… Así que no te preocupes —concluyó, dando por terminada una frase que ella ni siquiera sabía cuándo había empezado—. Luego te daré el teléfono del taller, tengo una tarjeta. Llama y pregunta por Juancho. El tipo es amigo mío, siempre le llevo mi coche. Tú dile que vas
Su famoso cliente conocido con el apodo de Aníbal el Caníbal la esperaba en su despacho. Rosa se lo dijo sin disimular la risa cuando la vio entrar. Pobre hombre, se había convertido en el hazmerreír del bufete y, suponía Laura, de todo su vecindario.Aníbal Ribagorda (sí, se llamaba Aníbal) era un tipo menudo, de grandes orejas, precisamente, y ojillos saltones sobre los que cabalgaban unas pobladas cejas.Se puso en pie cuando entró Laura. La joven le tendió la mano:—Siéntese, por favor.—Gracias por recibirme, señorita. Como ya sabe, mi cuñado me ha denunciado por agresión… Es que…, bueno…, en una discusión me calenté demasiado y… llegamos a las manos, aunque no mucho —Laura sonrió y se preguntó qué significaría «no mucho». En fin, paciencia, ya llegarían a eso—. El caso es que le mordí una oreja.Le contó que su cuñado y él eran socios, tenían un negocio de transporte de mercancías y no les iba mal, aunque últimamente discutían cada vez más a menudo. Aníbal quería llegar a un acu
—Y en cuanto a dónde me metí ayer…, siento que te preocuparas. Simplemente desconecté el móvil y luego se me olvidó conectarlo. No es para tanto.—¡Claro que lo es! La próxima vez ten más cuidado y no seas tan despistada. No puedes desaparecer así, sin dar noticias de…—Ya está bien —lo interrumpió—. No soy una niña, Antonio, no quisiera enfadarme, pero me parece exagerado que andéis detrás de mí de esa manera. Ayer tuve la misma conversación con Celia, y te digo a ti lo que le dije a mi hermana: no soy una niña y me estáis hartando.Antonio se puso muy colorado y Laura estuvo a punto de pedirle perdón, pero no lo hizo. Tenía que dejarles bien claro a todos que no necesitaba su permanente custodia.—Bueno, no te pongas así. Me preocupo por una amiga, no me parece que la cosa sea tan grave —se acercó a ella y le acarició la cabeza. Un gesto fraternal, como tantas veces, pero en esta ocasión a Laura le pareció que había algo más. Y no le gustó.Se apartó con brusquedad y Antonio la miró
A partir de ese momento, el día transcurrió entre reuniones, expedientes y más reuniones. Como el día anterior, comió con Rosa, que, sospechando que su nueva amiga olvidaría la comida, había llevado doble ración. Un poco avergonzada, Laura reconoció que se había olvidado por completo de ese detalle y prometió a la secretaria que no volvería a pasar.A eso de las cinco recibió la llamada de Juancho. El mecánico le dijo que a su coche no sólo había que cambiarle la batería, también tenía… Y en ese punto le soltó una lista de averías que la sobrepasó. Ni siquiera sabía que los coches tuvieran tantas piezas, de manera que le dijo que le enviara la información y el presupuesto por correo electrónico. Lo consultaría con Sergio, que parecía entender de coches más que ella.Habían quedado en que lo llamaría cuando supiera algo del coche, así que cogió el móvil.—¿Sergio? —dijo antes de que él contestara.—¿Sí? Hola, Laura, ¿has hablado con Juancho?—Precisamente por eso te llamaba. Al parecer
Los días se sucedían con esa agradable rutina a la que Laura estaba tan acostumbrada y que tanto le gustaba. Como el coche no estuvo reparado hasta el jueves, Sergio cumplió su palabra y fue a buscarla para llevarla al trabajo todas las mañanas. Durante el viaje hablaban de muchas cosas y, cuando permanecían callados, el silencio no era incómodo, sino todo lo contrario: se establecía entre ellos esa agradable comunicación de las personas que se entienden y no necesitan llenar ningún vacío con las palabras. Simplemente estaban a gusto juntos. Esos instantes con él en el coche eran preciosos para Laura, que llegaba al bufete más animada y dispuesta a enfrentarse a la dura jornada que la esperaba. Pero eran pocos, pues normalmente hablaban de muchas cosas, de casi todo menos del intento fallido por parte de Sergio de hacerla subir a su casa. En ese aspecto sellaron un tácito pacto de silencio. Ninguno lo dijo explícitamente, pero se sobreentendía y eso bastaba.Le gustaba mucho ese hombr
Sergio habló con cierto pesar. Ya no había nada que hacer, si no tenía la excusa de llevarla por las mañanas, ¿cómo iba a volver a verla? Disimuló. No quería quedar como un chavalín desencantado delante de ella. Estaba harto de esa refinada cortesía con la que se trataban, de no poder hablar de lo que había pasado entre los dos, aunque estaba deseándolo. Pero era mejor que nada. Si la veía todos los días, aún quedaba la esperanza de que las cosas pudieran cambiar, pero así…—¿A qué hora irás a recogerlo?—No sé, cuando salga. Tengo mucho trabajo y pensaba quedarme un rato más. ¿Tú sabes a qué hora cierra Juancho?—No.—No importa, lo llamaré para preguntárselo.—¿Quieres que te acompañe?—¡No! —parecía realmente alarmada—. Déjalo, bastante te he molestado ya. Mañana por fin te verás libre de mí.—No quiero verme libre de ti.Esta vez no detuvo el coche ante el edificio de oficinas donde se encontraba el bufete de Laura, sino que entró en un aparcamiento.—¿Qué haces?—Tengo que subir
—Llegas tarde —fue el saludo de Rosa.—Sí… Voy corriendo a mi despacho, espero que no me haya llamado nadie —pasó como una exhalación por delante de una asombrada Rosa, que la miraba meneando la cabeza. Si empezaba así, no iba a durar mucho en esa bendita oficina.Ese día Laura afrontó el trabajo con un espíritu más positivo. La reunión matutina, que siempre se le hacía muy cuesta arriba, se le pasó volando, e incluso se divirtió con las puntualizaciones de su supervisor. El joven Juan era listo, se quedaba para él los casos más importantes y le daba a Laura los que no tenían ninguna relevancia. El día anterior eso le había molestado mucho, pero esa mañana nada podía destruir su buen humor. Así que cuando le asignaron dos casos más del montón, un hombre que pedía una indemnización por atropello y una señora que había denunciado a su vecino porque decía que había matado a su perro, se puso muy contenta. Pediría indemnizaciones millonarias para ellos. Los haría ricos.Estaba leyendo los
¿La habría poseído algún ente maligno? ¿Como esas vainas gigantes de la película La invasión de los ultracuerpos, que se meten dentro de la gente y la transforman? Exactamente así se sentía, porque por más que se miraba no podía reconocerse. El envoltorio era el mismo, pero en el interior… Quizá debería ir a un psiquiatra, pues era evidente que tenía algún trastorno.¿Cómo había podido besar así a Antonio? Aunque después le había dicho que sólo pretendía darle ánimos, un beso inocente, de amigos, obviamente él no se lo creyó. Debido a la insistencia de Laura fingió hacerlo, pero se fue más contento que unas castañuelas, pensando que ella empezaba a enamorarse de él y necesitaba algo de tiempo para hacerse a la idea.Mientras volvía a su casa esa tarde en su recién reparado coche, pensó en lo que podía hacer. En cómo arreglar el lío que ella sola se había montado. Con respecto a Antonio, no había muchas opciones. Suponía que acabaría desanimándose, aunque quizá eso significara el final