Capítulo 40

Sergio habló con cierto pesar. Ya no había nada que hacer, si no tenía la excusa de llevarla por las mañanas, ¿cómo iba a volver a verla? Disimuló. No quería quedar como un chavalín desencantado delante de ella. Estaba harto de esa refinada cortesía con la que se trataban, de no poder hablar de lo que había pasado entre los dos, aunque estaba deseándolo. Pero era mejor que nada. Si la veía todos los días, aún quedaba la esperanza de que las cosas pudieran cambiar, pero así…

—¿A qué hora irás a recogerlo?

—No sé, cuando salga. Tengo mucho trabajo y pensaba quedarme un rato más. ¿Tú sabes a qué hora cierra Juancho?

—No.

—No importa, lo llamaré para preguntárselo.

—¿Quieres que te acompañe?

—¡No! —parecía realmente alarmada—. Déjalo, bastante te he molestado ya. Mañana por fin te verás libre de mí.

—No quiero verme libre de ti.

Esta vez no detuvo el coche ante el edificio de oficinas donde se encontraba el bufete de Laura, sino que entró en un aparcamiento.

—¿Qué haces?

—Tengo que subir
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