El taxista no paraba de hablar: del tiempo, del partido Madrid-Barcelona que se jugaba esa tarde, del IVA y de los ERE de Andalucía… Era una máquina que sabía de todo y le regaló sus sabios comentarios durante el trayecto, de manera que Laura no pudo pensar en el extraño comportamiento de Sergio.Acababa de cerrar la puerta de su casa cuando sonó el móvil. Era Celia.—Hola, ¿qué tal? Te llamo para recordarte que quedaste en venir a las dos, que te conozco y eres capaz de pasar de mí.—¡No! ¿Por quién me tomas? ¿Quieres que lleve algo?—Sí, había pensado que trajeras unas cosillas que me faltan.«Unas cosillas» para Celia era algo así como la mitad del Mercadona y las tres cuartas partes del Hipercor, más unos cuantos detallitos del Lidl, que tiene unas galletas buenísimas. Laura tuvo que coger una libreta para apuntar todos los productos que su hermana recitaba al otro lado como si tal cosa.—Bueno, basta… No voy a poder con todo.—Tráete el coche.—No pienso llevar el coche a tu barr
Hacía mucho tiempo que no se sentía tan a gusto con sus hermanas. Celia y Luisa siempre habían vivido juntas, habían cuidado a su padre durante la enfermedad y se habían consolado mutuamente. Como Luisa era la más pequeña, Celia había actuado con ella casi como una madre, y la ausencia de Laura convirtió a su hermana mayor en el único referente de la pequeña. Sus hermanas estaban muy compenetradas, y Laura se sentía un poco celosa porque entre ellas había una relación especial de la que estaba excluida. Era mezquino, pero no lo podía remediar. Sabía que era culpa suya, pues ella prescindió de los demás cuando creía que no necesitaba a nadie, salvo a Daniel. A los veinte años decidió vivir para una sola persona, y durante un tiempo le fue bien. Pero cuando su castillo empezó a tambalearse no se atrevió a decirle a nadie que el cuento de hadas se había esfumado. Era orgullosa y consideraba una humillación reconocer ante los demás que se había equivocado. Si Daniel no hubiera enfermado,
Eran las once menos cuarto cuando, vestida con una falda de cuero, leggings y zapatillas deportivas y con una bolsa de viaje colgada al hombro, llamó a la puerta de Sergio.Tardó unos minutos en abrir, hasta tal punto que la joven iba a marcharse cuando lo hizo. Tenía el pelo revuelto y unas enormes ojeras. A los lados de su boca, unas arruguitas que esa mañana no había visto.—¿Qué te pasa? ¿Estás enfermo?Sergio tiró de ella y la hizo pasar.—Sí, desesperado porque tardabas.—Me dijiste que no viniera antes de las diez…—Yo digo muchas cosas, no te creas ni la mitad.Le quitó la bolsa del hombro y la tiró al suelo sin contemplaciones. Luego bajó la cara y la abrazó. El beso, cálido al principio, se convirtió en algo salvaje. Le mordió un poco el labio y Laura pensó que le había hecho sangre. Sacó la lengua para chuparla pero él la atrapó, volviendo a juguetear con ella entre sus dientes. El conocido estremecimiento de excitación que siempre experimentaba cuando él la tocaba volvió a
¡Qué agradables son los domingos por la mañana! Se puede remolonear en la cama, y si afuera hace frío, se está aún mejor, arrebujadito entre las sábanas, sobre todo si pegado a ti hay un cuerpo caliente y lleno de vida, que despierta todos tus instintos. Y ése era el caso, se dijo Laura, mirando a Sergio. Llevaban un par de horas despiertos, pero se resistían a levantarse. Era divertido jugar y reír, sin nada que hacer, disponer del tiempo para malgastarlo a placer. Y a eso se dedicaban desde las seis de la mañana.—¿Sabes una cosa? —dijo Sergio, la cabeza en la almohada, muy cerca de la de Laura—. Mañana hará una semana que nos conocemos. Yo creo que hay que celebrarlo.—¡Una semana! Sólo una semana y cuántas cosas han pasado. Hace una semana estaba yo muy nerviosa porque empezaba a trabajar, y ahora… —lo miró muy seria—. Creo que he perdido la ilusión por el trabajo del bufete, no me gusta mucho…—¿Qué dices? No lo puedo creer, si no llevas más que unos días. En los trabajos nuevos,
Laura rio. Claro, cómo no se le había ocurrido. Era tranquilizador saber que el motivo era algo tan inocente. ¿Por qué no podían ser igual de inocentes todos los detalles de su comportamiento que le habían llamado tanto la atención? No, al menos uno no lo era: la rubia explosiva. Estuvo a punto de preguntarle otra vez qué pintaba ella en su vida, pero lo pensó mejor y decidió no hacerlo. No quería que Sergio volviera a enfadarse.—Princesa, son las ocho. Nos hemos despertado muy pronto, pero hay ocasiones en que merecen la pena estos madrugones, ¿no te parece? —le acarició el trasero y luego le dio una pequeña palmadita—. ¡Arriba! Te propongo un plan.Laura se removió, no tenía ningunas ganas de levantarse. ¡Se estaba tan bien así!—Nos levantamos, nos vestimos y salimos a pasear.—¿A pasear? Son las ocho de la mañana, es domingo y hace frío. ¿Qué pintamos dando un paseo con lo bien que se está en la camita?—¿No me digas que nunca has paseado un domingo temprano por el centro de Madr
La ducha se alargó algo más de lo planeado y, cuando salieron, eran ya las diez de la mañana. Subieron por la calle Alfonso XII y luego bajaron por Alcalá, tomados de la mano.—Tengo hambre. Ni siquiera me has dado de desayunar.—Pues yo he desayunado muy bien en la ducha. Pero, como soy un caballero, voy a invitarte a tomar un opíparo desayuno.Desayunaron en un VIP, dedicándose a despellejar a todos los que veían. Era divertido especular sobre quién sería aquel que tenía cara de volver de una loca fiesta, o aquel otro del chándal, que tenía pinta de salir a correr todas las mañanas, el pobre estaba congestionado y no parecía que le sentara muy bien el ejercicio; sin embargo aquel otro, vaya piernas, ése seguro que era un atleta profesional. Y mira aquel padre con su hijo, seguro que está divorciado. Sí, hoy le toca el niño y viene de recogerlo. Y qué me dices de esa señora…, vaya collares, no pegan por la mañana, ¿no te parece?De pronto Sergio se puso serio.—He tenido mucha suerte
Cuando abrió los ojos vio el rostro de Sergio sobre el suyo. ¿Cuánto tiempo llevaba así, mirándola?—Me he dormido.—Sí, llevas una hora como catatónica.—¿Tú también has dormido?—No, yo llevo una hora como catatónico, mirándote.La acarició con ternura.—¿Cómo te sientes?—De maravilla… —lo besó—. Aunque un poco flojucha. Me has dejado sin fuerzas.—Me alegro, ése era mi propósito. ¿Sabes lo que necesitas? ¡Calorías! Voy a preparar algo de comer —se levantó de un salto. Estaba desnudo y Laura lo contempló: parecía un dios clásico, su vientre plano y duro y su miembro, largo y duro de nuevo, se movía cuando él se movía. En un impulso, Laura se incorporó y alzó las manos para tocarlo.—Basta por hoy, señorita. Hay que comer. Creo que estoy creando un monstruo —concluyó con una risita—. Y me encanta. Pero, si seguimos juntos, tendremos que organizarnos. Porque así, con este descontrol, no podemos estar.Si seguimos juntos… ¿Quería eso decir que contemplaba la posibilidad de que siguier
—Tienes una casa muy bonita —Sergio estaba parado en la entrada contemplando el enorme salón, con tres balcones—. Es muy grande.—Sí. Tenía tres dormitorios, pero nosotros preferíamos habitaciones grandes y tiramos tabiques. No veas qué lío montamos… Hicimos una gran reforma. Ahora sólo tiene un dormitorio —Laura paseó la mirada por el enorme salón—. Me encanta esta casa. Pero, si he de decirte la verdad, me siento un poco sola aquí. Tiene demasiados recuerdos para mí.—¿Vivías con alguien?—Sí, pero ahora vivo sola. Voy a la habitación a llenar una maleta…Escapó corriendo de las preguntas incómodas. Desde su cuarto oía hablar a Sergio.—¡Cuántas fotos! ¿Este hombre es tu padre? ¿Vivías con él?A Laura le dio un vuelco el corazón y salió corriendo al salón. Sergio estaba de pie junto a las estanterías llenas de libros, con una fotografía en las manos.—¿Es tu padre? —alzó la cabeza de la fotografía al verla entrar.—No, es… Es mi marido.Sergio abrió unos ojos como platos y se encami