Y entonces, cuando sus dedos retomaban la tarea de masajearla, sintió un terrible mareo. Todo el güisqui y los nervios acumulados se rebelaron en su organismo y saltó como un resorte del sofá, dejando a Sergio asombrado.—¿Dónde está el baño? —preguntó. Estaba temblando y Sergio, perplejo, también se levantó. La tomó de la mano y la condujo hasta una puerta.—Aquí.Se sintió mejor después de vomitar. Luego se sentó en el borde de la bañera y escondió la cabeza entre las manos. Sí, su estómago estaba mejor, pero ella… Lo había estropeado. ¿Qué pensaría de ella Sergio después de esa exhibición de estupidez?Unos golpecitos la sacaron de su ensimismamiento.—¿Laura?—Sí, pasa —Sergio asomó la cabeza por la puerta entreabierta.—¿Estás bien? Me tienes preocupado, ¿qué te ocurre?Entró y se agachó frente a ella. Estaba desnuda, salvo por las braguitas de encaje rojo que él rozó con sus dedos, mientras la miraba preocupado.—Nada, en realidad… Antes de venir aquí ya me había tomado dos güis
Esa frase revelaba la intimidad que ambos esperaban mantener y Laura se sintió conmovida. Era un gesto muy dulce por su parte.Le dirigió una tierna sonrisa.—Después de lavarte bien los dientes, date una ducha, te sentirás como nueva. Y cuando salgas retomaremos nuestra conversación —recalcó la palabra «conversación» mirándola fijamente a los ojos—, en el punto donde la habíamos dejado. ¿Hace?—¡Hace! Eres genial.—Ya lo sé.Dicho esto, salió del baño cerrando la puerta tras de sí.Laura obedeció. Se lavó los dientes y se quitó la única prenda que aún llevaba. El baño era bastante grande. Había una enorme bañera de hidromasajes y un plato de ducha en un rincón. La bañera era tentadora pero estaba impaciente por reunirse con Sergio, así que decidió darse un rápido remojón y entró decidida en la ducha. El agua resbaló por su cuerpo. Estaba fría pero era justo lo que necesitaba en ese momento. Cerró los ojos y sintió cómo el agua se deslizaba por su piel, despejándole la mente y activan
Un airecito caliente la despertó, pero estaba tan a gusto… El calor de otro cuerpo junto al de ella, el roce de otra piel contra la suya… ¡Qué sensación tan deliciosa! Se sentía calentita y protegida. No quería abrir los ojos, pero al final los abrió, renuente. Sergio la estaba mirando, divertido, notaba su aliento sobre el cuello.Se dieron un dulce beso, largo, tierno, tranquilo, de esos besos que se disfrutan con alevosía.—Buenos días —dijo Laura, perezosa, apartando su boca de la de él.—¿Buenos días? Pero ¿qué estás diciendo? Mira el reloj: son las diez de la noche.—Nos hemos dormido.—No, tú has dormido la mona un ratito. Yo, que soy un perfecto hombrecito de su casa, he preparado la cena mientras roncabas.—Yo no ronco.—Ya lo creo que sí, pero da igual. Posees otras virtudes que compensan con generosidad ese defecto —sacó la mano de entre el revoltijo de sábanas con que se cubrían y le acarició un mechón de pelo que le caía sobre la cara—. ¿Tienes hambre? He preparado unos d
Cuando se despertó, el sol entraba a raudales por la ventana, traspasando sus párpados cerrados. Estaba sola en la cama y se estiró con ganas, bostezando. ¿Cómo había llegado a la cama? No recordaba haber ido hasta allí por su propio pie. ¿Y cuándo se había dormido? No lo sabía, y ahora creía que llevaba durmiendo toda la tarde y que todo había sido un sueño, un sueño maravilloso que la luz de la mañana daría por terminado. No quería despertar.Remisa, abrió los ojos. No había sido un sueño, porque esa habitación no era la suya, era la de Sergio. Allí estaba la mesilla, con el cajoncito de los preservativos a medio abrir, y el reloj que marcaba… ¡las doce! Se incorporó, como si la hubieran impulsado con una polea. Era sábado, había quedado en ir a comer a la casa de su hermana. Hoy era la fiesta de Celia y no podía decepcionarla.Se levantó despacio, pues el cuerpo le dolía como consecuencia del ejercicio de la noche anterior, y empezó a buscar su ropa por toda la habitación. No la ve
El taxista no paraba de hablar: del tiempo, del partido Madrid-Barcelona que se jugaba esa tarde, del IVA y de los ERE de Andalucía… Era una máquina que sabía de todo y le regaló sus sabios comentarios durante el trayecto, de manera que Laura no pudo pensar en el extraño comportamiento de Sergio.Acababa de cerrar la puerta de su casa cuando sonó el móvil. Era Celia.—Hola, ¿qué tal? Te llamo para recordarte que quedaste en venir a las dos, que te conozco y eres capaz de pasar de mí.—¡No! ¿Por quién me tomas? ¿Quieres que lleve algo?—Sí, había pensado que trajeras unas cosillas que me faltan.«Unas cosillas» para Celia era algo así como la mitad del Mercadona y las tres cuartas partes del Hipercor, más unos cuantos detallitos del Lidl, que tiene unas galletas buenísimas. Laura tuvo que coger una libreta para apuntar todos los productos que su hermana recitaba al otro lado como si tal cosa.—Bueno, basta… No voy a poder con todo.—Tráete el coche.—No pienso llevar el coche a tu barr
Hacía mucho tiempo que no se sentía tan a gusto con sus hermanas. Celia y Luisa siempre habían vivido juntas, habían cuidado a su padre durante la enfermedad y se habían consolado mutuamente. Como Luisa era la más pequeña, Celia había actuado con ella casi como una madre, y la ausencia de Laura convirtió a su hermana mayor en el único referente de la pequeña. Sus hermanas estaban muy compenetradas, y Laura se sentía un poco celosa porque entre ellas había una relación especial de la que estaba excluida. Era mezquino, pero no lo podía remediar. Sabía que era culpa suya, pues ella prescindió de los demás cuando creía que no necesitaba a nadie, salvo a Daniel. A los veinte años decidió vivir para una sola persona, y durante un tiempo le fue bien. Pero cuando su castillo empezó a tambalearse no se atrevió a decirle a nadie que el cuento de hadas se había esfumado. Era orgullosa y consideraba una humillación reconocer ante los demás que se había equivocado. Si Daniel no hubiera enfermado,
Eran las once menos cuarto cuando, vestida con una falda de cuero, leggings y zapatillas deportivas y con una bolsa de viaje colgada al hombro, llamó a la puerta de Sergio.Tardó unos minutos en abrir, hasta tal punto que la joven iba a marcharse cuando lo hizo. Tenía el pelo revuelto y unas enormes ojeras. A los lados de su boca, unas arruguitas que esa mañana no había visto.—¿Qué te pasa? ¿Estás enfermo?Sergio tiró de ella y la hizo pasar.—Sí, desesperado porque tardabas.—Me dijiste que no viniera antes de las diez…—Yo digo muchas cosas, no te creas ni la mitad.Le quitó la bolsa del hombro y la tiró al suelo sin contemplaciones. Luego bajó la cara y la abrazó. El beso, cálido al principio, se convirtió en algo salvaje. Le mordió un poco el labio y Laura pensó que le había hecho sangre. Sacó la lengua para chuparla pero él la atrapó, volviendo a juguetear con ella entre sus dientes. El conocido estremecimiento de excitación que siempre experimentaba cuando él la tocaba volvió a
¡Qué agradables son los domingos por la mañana! Se puede remolonear en la cama, y si afuera hace frío, se está aún mejor, arrebujadito entre las sábanas, sobre todo si pegado a ti hay un cuerpo caliente y lleno de vida, que despierta todos tus instintos. Y ése era el caso, se dijo Laura, mirando a Sergio. Llevaban un par de horas despiertos, pero se resistían a levantarse. Era divertido jugar y reír, sin nada que hacer, disponer del tiempo para malgastarlo a placer. Y a eso se dedicaban desde las seis de la mañana.—¿Sabes una cosa? —dijo Sergio, la cabeza en la almohada, muy cerca de la de Laura—. Mañana hará una semana que nos conocemos. Yo creo que hay que celebrarlo.—¡Una semana! Sólo una semana y cuántas cosas han pasado. Hace una semana estaba yo muy nerviosa porque empezaba a trabajar, y ahora… —lo miró muy seria—. Creo que he perdido la ilusión por el trabajo del bufete, no me gusta mucho…—¿Qué dices? No lo puedo creer, si no llevas más que unos días. En los trabajos nuevos,