Un mes más tarde…Sergio estaba ante el ordenador, escribiendo muy concentrado. Quería acabar cuanto antes su libro, que auguraba trabajoso, porque requería una ardua labor de investigación. Laura tenía sus propios planes, aunque, por supuesto, aún no se lo había dicho a Sergio, pues lo de abrir un bufete entre los dos resultaba más complicado de lo que había pensado en un principio, y quería estudiar las opciones y tenerlo todo controlado cuando se lo propusiera.Tampoco le había dado aún una noticia muy importante, con la que ella estaba encantada, aunque no sabía cómo se la iba a tomar él. Sonrió, acariciándose el vientre y mirando con ternura a Sergio, que, en su bendita ignorancia, sólo pensaba en el libro que escribía, sin saber que su original familia de dos pronto contaría con tres miembros. Esa noche pensaba decírselo porque, por muy despistado que fuera, si tardaba más acabaría dándose cuenta.Y allí estaba, en el sofá, organizando el viaje a París que planeaban para el vera
Dicen que la primera impresión es la que cuenta…La primera vez que Nuria vio a Jared fue una tarde lluviosa de febrero. Estaba colocando madejas de lana, hilos de perlé y telas de lino y panamá en sus correspondientes estantes mientras su abuela se afanaba en limpiar el inexistente polvo de cada cuadro de punto de cruz o ganchillo que adornaba las paredes.En el mismo instante en que la campanilla que colgaba sobre la puerta sonó avisando de la entrada del primer cliente de la tarde, ambas mujeres se dieron la vuelta y parpadearon sorprendidas.Un hombre joven las miraba, entre avergonzado y tímido, desde el umbral de la tienda. Vestía unos pantalones tan raídos que a través de la tela se le podían ver las huesudas rodillas, una chamarra militar cuyas mangas deshilachadas apenas alcanzaban sus muñecas y, en sus pies, unas deportivas que en algún tiempo pasado fueron blancas; completaba su gastado atuendo un gorro negro plagado de agujeros que apenas cubría su cabeza.—Buenas tardes,
Un par de semanas después, el mismo hombre volvió a entrar en la pequeña tienda. Nuria lo miró con mala cara, mientras su abuela Dolores le sonrió amablemente.—Buenos días, señoras —saludó educadamente quitándose el gorro y comenzando a arrugarlo entre los dedos—. ¿Necesita que le haga algún recado? —preguntó dirigiéndose a la anciana.—Pues sí —respondió la abuela ante la mirada estupefacta de su nieta—. Me vienes de maravilla en este instante. Tenía que haber llevado hace días esta caja a la residencia de ancianos, pero he andado liada y no me ha dado tiempo. Si no te importa…—No, claro que no, señora. Lo que usted diga. —La sonrisa que brotó en los labios del joven iluminó por completo su semblante de rasgos afilados por la delgadez—. Será un placer, señora —reiteraba una y otra vez mientras entraba en la tienda con pasos decididos y cogía la caja—. Dígame dónde debo llevarla y ahora mismo lo hago.Dolores sonrió feliz y le dio la dirección; el hombre se dio la vuelta, casi trope
Jared caminó presuroso por la ronda de Toledo en dirección a la glorieta de Embajadores sin dejar de mirar constantemente a ambos lados. Durante los últimos seis meses se había acostumbrado a estar siempre pendiente de todo aquello que le rodeaba, lo había necesitado para seguir con vida. Vivir en la calle no era fácil; algunos energúmenos tenían la estúpida creencia de que era muy divertido burlarse, empujar e incluso golpear a los sin techo. Y él era justamente eso. Un sin techo.Cruzó la carretera y entró en la Casa de Baños de Embajadores, se encaminó hasta el mostrador y esperó paciente su turno. Del hombre que le precedía en la fila emanaba un insistente olor a humanidad en estado puro: sudor, excrementos, orina… Era apestoso. Jared volvió la cabeza disimuladamente y pensó, no por primera vez desde hacía ya algún tiempo, que él jamás se permitiría llegar hasta ese extremo. Quizá se viera obligado a vestir harapos y dormir en cajeros automáticos o albergues para indigentes cuando
—Así que tu abuela ha adoptado a un vagabundo y no contenta con eso ha liado a mi madre para que la ayude —resumió Anny.—No es un vagabundo —replicó Nuria.—Ah, perdona. Un mendigo, un sin techo, un…—No es nada de eso. Solo es un tipo que ha tenido mala suerte —afirmó Nuria.—Joder, Nur, ¡empiezas a hablar igual que tu abuela!—No es eso… es… no lo sé. Después de comer con él no me pareció un… vagabundo. Es inteligente y agradable, aunque no habla mucho. Parece…—Ya, parece triste. ¡Pobrecito! Y avergonzado ¡Qué pena! —interrumpió su amiga—. Venga ya, Nur, ¿qué mosca te ha picado?Nuria suspiró y centró su mirada en la taza de humeante café que reposaba frente a ella sobre la mesa. Estaba acompañada de Anny, su mejor amiga, y no sabía por qué motivo la conversación se había centrado en el hombre al que su abuela había decidido «salvar». Bueno, sí sabía el motivo. Su querida e ingenua abuela había decidido inmiscuir en su nueva acción a todos sus amigos, y entre ellos se encontraba S
Jared no desvió la vista del rostro de la joven y durante todo el trayecto no había podido dejar de observarla. Ahora que ya no le miraba enfadada y que su ceño no se fruncía ni sus labios se apretaban, se había dado cuenta de que era muy joven, apenas veinte años, imaginó. No era alta, apenas sobrepasaba sus hombros; tampoco era muy delgada. Tenía un cuerpo precioso, con curvas donde todas las mujeres deberían tenerlas, ojos castaños en los que se había perdido al saludarla, y un rostro de facciones amables y soñadoras. Parpadeó aturdido al pensar que ella podía sentirse incómoda ante su maleducado escrutinio y volvió la cabeza para enfrentarse a su nueva aventura. Convencer a la tintorera de que podía serle útil. Un mes antes no lo había conseguido, no veía por qué motivo lo iba a lograr en esta ocasión.La tienda era la típica tintorería de barrio, ocupada casi por completo por varias barras de metal ancladas al techo, repletas de prendas colgadas en perchas y envueltas en plástico
Revisó su mochila buscando la ropa más estropeada, la dejó a un lado para tirarla al primer contenedor de basura que encontrara y en su lugar metió la nueva ropa que acababa de seleccionar. Se mordió los labios y se acercó de nuevo a la caja de cartón. Si pudiera se llevaría las mantas que había en ella, pero no le cabían en el petate y además no podía cargar con más peso. Al fin y al cabo lo llevaba a su espalda todas las horas del día. Aun así, las noches eran frescas y pasaba mucho frío. Rebuscó de nuevo y encontró una mantita infantil; no era muy grande ni pesaba mucho; apenas ocupaba, pero parecía cálida. La dobló e intentó guardarla, mas no cabía. Con un suspiro sacó la chaqueta informal, de todas maneras no cuadraba con su actual aspecto, y volvió a meter la mantita. Esta vez no tuvo ningún problema. No obstante… Sin pensárselo dos veces se puso la americana. Si no podía llevarla en la mochila, la llevaría puesta. Al fin y al cabo iban a tirarla. Metió su ropa vieja en una bols
—¡Eh! Yo no le he pedido que haga nada por mí —replicó Jared quitándose la toalla de la cara e intentando levantarse de la silla. Pero una enorme cabeza posada en su regazo se lo impidió.Scooby acababa de decidir que sus muslos eran mucho más cómodos que el frío suelo.Jared no tenía miedo al chucho, pero tampoco era tan inconsciente como para hacer un movimiento brusco, sobre todo teniendo en cuenta que el enorme hocico del animal estaba pegado a su ingle y, por mucho que su virilidad no estuviera en condiciones de ejercer como tal, seguía siendo suya, y pretendía conservarla.—Claro, claro. Por supuesto que no has pedido nada; si lo hubieras hecho, le habría ordenado a Scooby que te diera un buen bocado en el trasero. Además yo jamás hago nada por nadie a no ser que obtenga algo a cambio —sentenció sin dudar a la vez que afilaba una navaja—. No te muevas.Jared se quedó paralizado al sentir la aguda cuchilla posarse sobre su garganta. La saliva se le quedó atorada en el paladar, in