Jared caminó presuroso por la ronda de Toledo en dirección a la glorieta de Embajadores sin dejar de mirar constantemente a ambos lados. Durante los últimos seis meses se había acostumbrado a estar siempre pendiente de todo aquello que le rodeaba, lo había necesitado para seguir con vida. Vivir en la calle no era fácil; algunos energúmenos tenían la estúpida creencia de que era muy divertido burlarse, empujar e incluso golpear a los sin techo. Y él era justamente eso. Un sin techo.Cruzó la carretera y entró en la Casa de Baños de Embajadores, se encaminó hasta el mostrador y esperó paciente su turno. Del hombre que le precedía en la fila emanaba un insistente olor a humanidad en estado puro: sudor, excrementos, orina… Era apestoso. Jared volvió la cabeza disimuladamente y pensó, no por primera vez desde hacía ya algún tiempo, que él jamás se permitiría llegar hasta ese extremo. Quizá se viera obligado a vestir harapos y dormir en cajeros automáticos o albergues para indigentes cuando
—Así que tu abuela ha adoptado a un vagabundo y no contenta con eso ha liado a mi madre para que la ayude —resumió Anny.—No es un vagabundo —replicó Nuria.—Ah, perdona. Un mendigo, un sin techo, un…—No es nada de eso. Solo es un tipo que ha tenido mala suerte —afirmó Nuria.—Joder, Nur, ¡empiezas a hablar igual que tu abuela!—No es eso… es… no lo sé. Después de comer con él no me pareció un… vagabundo. Es inteligente y agradable, aunque no habla mucho. Parece…—Ya, parece triste. ¡Pobrecito! Y avergonzado ¡Qué pena! —interrumpió su amiga—. Venga ya, Nur, ¿qué mosca te ha picado?Nuria suspiró y centró su mirada en la taza de humeante café que reposaba frente a ella sobre la mesa. Estaba acompañada de Anny, su mejor amiga, y no sabía por qué motivo la conversación se había centrado en el hombre al que su abuela había decidido «salvar». Bueno, sí sabía el motivo. Su querida e ingenua abuela había decidido inmiscuir en su nueva acción a todos sus amigos, y entre ellos se encontraba S
Jared no desvió la vista del rostro de la joven y durante todo el trayecto no había podido dejar de observarla. Ahora que ya no le miraba enfadada y que su ceño no se fruncía ni sus labios se apretaban, se había dado cuenta de que era muy joven, apenas veinte años, imaginó. No era alta, apenas sobrepasaba sus hombros; tampoco era muy delgada. Tenía un cuerpo precioso, con curvas donde todas las mujeres deberían tenerlas, ojos castaños en los que se había perdido al saludarla, y un rostro de facciones amables y soñadoras. Parpadeó aturdido al pensar que ella podía sentirse incómoda ante su maleducado escrutinio y volvió la cabeza para enfrentarse a su nueva aventura. Convencer a la tintorera de que podía serle útil. Un mes antes no lo había conseguido, no veía por qué motivo lo iba a lograr en esta ocasión.La tienda era la típica tintorería de barrio, ocupada casi por completo por varias barras de metal ancladas al techo, repletas de prendas colgadas en perchas y envueltas en plástico
Revisó su mochila buscando la ropa más estropeada, la dejó a un lado para tirarla al primer contenedor de basura que encontrara y en su lugar metió la nueva ropa que acababa de seleccionar. Se mordió los labios y se acercó de nuevo a la caja de cartón. Si pudiera se llevaría las mantas que había en ella, pero no le cabían en el petate y además no podía cargar con más peso. Al fin y al cabo lo llevaba a su espalda todas las horas del día. Aun así, las noches eran frescas y pasaba mucho frío. Rebuscó de nuevo y encontró una mantita infantil; no era muy grande ni pesaba mucho; apenas ocupaba, pero parecía cálida. La dobló e intentó guardarla, mas no cabía. Con un suspiro sacó la chaqueta informal, de todas maneras no cuadraba con su actual aspecto, y volvió a meter la mantita. Esta vez no tuvo ningún problema. No obstante… Sin pensárselo dos veces se puso la americana. Si no podía llevarla en la mochila, la llevaría puesta. Al fin y al cabo iban a tirarla. Metió su ropa vieja en una bols
—¡Eh! Yo no le he pedido que haga nada por mí —replicó Jared quitándose la toalla de la cara e intentando levantarse de la silla. Pero una enorme cabeza posada en su regazo se lo impidió.Scooby acababa de decidir que sus muslos eran mucho más cómodos que el frío suelo.Jared no tenía miedo al chucho, pero tampoco era tan inconsciente como para hacer un movimiento brusco, sobre todo teniendo en cuenta que el enorme hocico del animal estaba pegado a su ingle y, por mucho que su virilidad no estuviera en condiciones de ejercer como tal, seguía siendo suya, y pretendía conservarla.—Claro, claro. Por supuesto que no has pedido nada; si lo hubieras hecho, le habría ordenado a Scooby que te diera un buen bocado en el trasero. Además yo jamás hago nada por nadie a no ser que obtenga algo a cambio —sentenció sin dudar a la vez que afilaba una navaja—. No te muevas.Jared se quedó paralizado al sentir la aguda cuchilla posarse sobre su garganta. La saliva se le quedó atorada en el paladar, in
Jared tensó todo su cuerpo a la espera del inminente mordisco, pero ocurrió todo lo contrario a lo esperado. El gigantesco perro se levantó sobre sus patas traseras, le dio tres sonoros lametazos en la cara y se colocó otra vez a cuatro patas. Acto seguido lanzó un gañido lastimero y colocó la inmensa cabeza pegada a su cintura.Jared no reaccionó, estaba petrificado. El perro se comportaba como un manso corderito.Scooby gimió lamentándose de la escasa atención que le prestaba su nuevo amigo y buscó con la cabeza los dedos del joven. Los lamió y luego agachó la mollera hasta que quedó bajo ellos. Jared no pudo evitarlo, le rascó la coronilla. El perro comenzó a mover el rabo mostrando a todo aquel que quisiera verlo lo feliz que era.—Piénsalo un poco, muchacho. ¿Crees que, si yo fuera capaz de matar a una mosca, mi perro sería tan tonto como es? —bufó Román—. Ah, las apariencias engañan, amigo. Es la reputación la que manda, y yo tengo que hacer honor a la mía. Y ahora déjate de mil
—No he terminado —le interrumpió ella—. Mi única intención era hacerte el trabajo más fácil. Por si no lo sabes, me he pasado años recogiendo y llevando cosas a la tintorería. Conozco a cada portero, a cada clienta y cada atajo que puedes tomar para llegar antes. ¿Lo entiendes? Pero si no te interesa mi ayuda, dímelo y me largaré con viento fresco —aseveró enfadada.—Pensé que te caía mal —replicó Jared.—¿Perdona?—Se me hace extraño que quieras acompañarme. Dejaste bien claro que no te gustaba y no te fiabas de mí —explicó Jared en la frase más larga que había dicho en meses.—Oh. —Nuria se mordió los labios—. Eso era antes —se defendió la joven.—¿Antes de qué?—Antes de que me cayeras bien —afirmó resuelta a no dejarse intimidar por el hombre.—Ah —repuso él sin saber qué decir.—Ahora me caes bien y, por tanto, si mi presencia no te molesta, pretendo acompañarte. ¿Estás de acuerdo?—Sí —contestó con una sonrisa iluminando sus normalmente serias facciones.Nuria era una mujer muy
Jared caminaba por la calle en dirección a ninguna parte. Acababa de entregar la última alfombra a Sonia y por el momento no tenía nada más que hacer. Se estaba planteando si acercarse o no a la mercería para saludar a Dolores y, para que engañarse, ver a Nuria, conversar y reírse con ella, sentirla cerca. Lo cierto era que esa mañana, en contra de lo que venía siendo habitual durante las últimas semanas, no habían coincidido y, sinceramente, la echaba de menos. Mucho.—Oye, perdona —escuchó decir a alguien.Jared se dio la vuelta, más por curiosidad que porque pensara que se referían a él.—¿Eres Jared? —preguntó un hombre desde la puerta de la zapatería.—Sí —afirmó observando al varón. Tendría más o menos su misma edad, unos veintisiete o veintiocho años. Era un tipo enorme, con un delantal azul que le cubría parte del torso y acababa un poco por encima de sus rodillas.—Soy Darío, el zapatero remendón del barrio —se presentó bromeando—. Dolores me ha dicho que podrías estar intere