Capítulo 121

Dicen que la primera impresión es la que cuenta…

La primera vez que Nuria vio a Jared fue una tarde lluviosa de febrero. Estaba colocando madejas de lana, hilos de perlé y telas de lino y panamá en sus correspondientes estantes mientras su abuela se afanaba en limpiar el inexistente polvo de cada cuadro de punto de cruz o ganchillo que adornaba las paredes.

En el mismo instante en que la campanilla que colgaba sobre la puerta sonó avisando de la entrada del primer cliente de la tarde, ambas mujeres se dieron la vuelta y parpadearon sorprendidas.

Un hombre joven las miraba, entre avergonzado y tímido, desde el umbral de la tienda. Vestía unos pantalones tan raídos que a través de la tela se le podían ver las huesudas rodillas, una chamarra militar cuyas mangas deshilachadas apenas alcanzaban sus muñecas y, en sus pies, unas deportivas que en algún tiempo pasado fueron blancas; completaba su gastado atuendo un gorro negro plagado de agujeros que apenas cubría su cabeza.

—Buenas tardes,
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