Jared no desvió la vista del rostro de la joven y durante todo el trayecto no había podido dejar de observarla. Ahora que ya no le miraba enfadada y que su ceño no se fruncía ni sus labios se apretaban, se había dado cuenta de que era muy joven, apenas veinte años, imaginó. No era alta, apenas sobrepasaba sus hombros; tampoco era muy delgada. Tenía un cuerpo precioso, con curvas donde todas las mujeres deberían tenerlas, ojos castaños en los que se había perdido al saludarla, y un rostro de facciones amables y soñadoras. Parpadeó aturdido al pensar que ella podía sentirse incómoda ante su maleducado escrutinio y volvió la cabeza para enfrentarse a su nueva aventura. Convencer a la tintorera de que podía serle útil. Un mes antes no lo había conseguido, no veía por qué motivo lo iba a lograr en esta ocasión.La tienda era la típica tintorería de barrio, ocupada casi por completo por varias barras de metal ancladas al techo, repletas de prendas colgadas en perchas y envueltas en plástico
Revisó su mochila buscando la ropa más estropeada, la dejó a un lado para tirarla al primer contenedor de basura que encontrara y en su lugar metió la nueva ropa que acababa de seleccionar. Se mordió los labios y se acercó de nuevo a la caja de cartón. Si pudiera se llevaría las mantas que había en ella, pero no le cabían en el petate y además no podía cargar con más peso. Al fin y al cabo lo llevaba a su espalda todas las horas del día. Aun así, las noches eran frescas y pasaba mucho frío. Rebuscó de nuevo y encontró una mantita infantil; no era muy grande ni pesaba mucho; apenas ocupaba, pero parecía cálida. La dobló e intentó guardarla, mas no cabía. Con un suspiro sacó la chaqueta informal, de todas maneras no cuadraba con su actual aspecto, y volvió a meter la mantita. Esta vez no tuvo ningún problema. No obstante… Sin pensárselo dos veces se puso la americana. Si no podía llevarla en la mochila, la llevaría puesta. Al fin y al cabo iban a tirarla. Metió su ropa vieja en una bols
—¡Eh! Yo no le he pedido que haga nada por mí —replicó Jared quitándose la toalla de la cara e intentando levantarse de la silla. Pero una enorme cabeza posada en su regazo se lo impidió.Scooby acababa de decidir que sus muslos eran mucho más cómodos que el frío suelo.Jared no tenía miedo al chucho, pero tampoco era tan inconsciente como para hacer un movimiento brusco, sobre todo teniendo en cuenta que el enorme hocico del animal estaba pegado a su ingle y, por mucho que su virilidad no estuviera en condiciones de ejercer como tal, seguía siendo suya, y pretendía conservarla.—Claro, claro. Por supuesto que no has pedido nada; si lo hubieras hecho, le habría ordenado a Scooby que te diera un buen bocado en el trasero. Además yo jamás hago nada por nadie a no ser que obtenga algo a cambio —sentenció sin dudar a la vez que afilaba una navaja—. No te muevas.Jared se quedó paralizado al sentir la aguda cuchilla posarse sobre su garganta. La saliva se le quedó atorada en el paladar, in
Jared tensó todo su cuerpo a la espera del inminente mordisco, pero ocurrió todo lo contrario a lo esperado. El gigantesco perro se levantó sobre sus patas traseras, le dio tres sonoros lametazos en la cara y se colocó otra vez a cuatro patas. Acto seguido lanzó un gañido lastimero y colocó la inmensa cabeza pegada a su cintura.Jared no reaccionó, estaba petrificado. El perro se comportaba como un manso corderito.Scooby gimió lamentándose de la escasa atención que le prestaba su nuevo amigo y buscó con la cabeza los dedos del joven. Los lamió y luego agachó la mollera hasta que quedó bajo ellos. Jared no pudo evitarlo, le rascó la coronilla. El perro comenzó a mover el rabo mostrando a todo aquel que quisiera verlo lo feliz que era.—Piénsalo un poco, muchacho. ¿Crees que, si yo fuera capaz de matar a una mosca, mi perro sería tan tonto como es? —bufó Román—. Ah, las apariencias engañan, amigo. Es la reputación la que manda, y yo tengo que hacer honor a la mía. Y ahora déjate de mil
—No he terminado —le interrumpió ella—. Mi única intención era hacerte el trabajo más fácil. Por si no lo sabes, me he pasado años recogiendo y llevando cosas a la tintorería. Conozco a cada portero, a cada clienta y cada atajo que puedes tomar para llegar antes. ¿Lo entiendes? Pero si no te interesa mi ayuda, dímelo y me largaré con viento fresco —aseveró enfadada.—Pensé que te caía mal —replicó Jared.—¿Perdona?—Se me hace extraño que quieras acompañarme. Dejaste bien claro que no te gustaba y no te fiabas de mí —explicó Jared en la frase más larga que había dicho en meses.—Oh. —Nuria se mordió los labios—. Eso era antes —se defendió la joven.—¿Antes de qué?—Antes de que me cayeras bien —afirmó resuelta a no dejarse intimidar por el hombre.—Ah —repuso él sin saber qué decir.—Ahora me caes bien y, por tanto, si mi presencia no te molesta, pretendo acompañarte. ¿Estás de acuerdo?—Sí —contestó con una sonrisa iluminando sus normalmente serias facciones.Nuria era una mujer muy
Jared caminaba por la calle en dirección a ninguna parte. Acababa de entregar la última alfombra a Sonia y por el momento no tenía nada más que hacer. Se estaba planteando si acercarse o no a la mercería para saludar a Dolores y, para que engañarse, ver a Nuria, conversar y reírse con ella, sentirla cerca. Lo cierto era que esa mañana, en contra de lo que venía siendo habitual durante las últimas semanas, no habían coincidido y, sinceramente, la echaba de menos. Mucho.—Oye, perdona —escuchó decir a alguien.Jared se dio la vuelta, más por curiosidad que porque pensara que se referían a él.—¿Eres Jared? —preguntó un hombre desde la puerta de la zapatería.—Sí —afirmó observando al varón. Tendría más o menos su misma edad, unos veintisiete o veintiocho años. Era un tipo enorme, con un delantal azul que le cubría parte del torso y acababa un poco por encima de sus rodillas.—Soy Darío, el zapatero remendón del barrio —se presentó bromeando—. Dolores me ha dicho que podrías estar intere
Jared tenía la paciencia de escuchar con atención cada palabra que se mencionara en su presencia, de reflejar cada duda del interlocutor en su mirada, de asimilar cada pena y hacerla más llevadera. Y todo esto utilizando únicamente su mirada, sus manos y sus gestos.En presencia de Nuria, no era su mirada o sus manos las que hablaban por él. Lo hacía su corazón y este le hablaba directamente al de la muchacha, burlándose de las palabras que jamás podrían alcanzar a expresar lo que él sentía al estar con ella.Jared arqueó las cejas, se encogió de hombros, bajó de nuevo la mirada a sus pies y pensó desesperado algo que decir, cualquier cosa que le permitiera quedarse un rato más con ella para saborear su presencia.—¡Vaya! —exclamó de pronto Nuria rompiendo el incómodo silencio—. ¿Deportivas nuevas? —preguntó saliendo de detrás del mostrador para acercarse a él.—Sí —respondió con una enorme sonrisa satisfecha en los labios.—¡Guau! Son preciosas. Estás que lo tiras, eh. ¿Dónde las has
No podía contarle nada muy llamativo, porque entonces Jared, que de tonto no tenía un pelo, se extrañaría de no haberse enterado por Román, y se lo preguntaría al día siguiente durante el desayuno. Y si el peluquero no estaba enterado de un robo en el barrio —cosa fácil, ya que no había ocurrido—, haría lo imposible por enterarse, y como era mentira lo descubriría y ella quedaría como una embustera, cosa que no era su intención. ¡Dios que jaleo!Jared deslizó los dedos por las mejillas de la muchacha, dándole su apoyo en silencio, instándola a seguir hablando.—Pues eso, el muy asqueroso se coló en el edificio, subió hasta la azotea y desde allí bajó con una cuerda hasta… —inventó a toda prisa— la terraza del sexto, y se coló dentro. Robó un par de joyas sin apenas valor y luego se largó, pero fue tan inútil que se tropezó en el último escalón del portal y despertó al portero. Este salió de su casa al oír el escándalo y el imbécil del ladrón se asustó al verlo y escapó corriendo olvid