Pasearon cogidos de la mano por las calles del barrio, Nuria acurrucada contra él, sonriendo complacida por el hecho de que su precipitado y alocado plan hubiera resultado ser tan sencillo de llevar a cabo.Jared por su parte caminaba como en una nube. No le molestaba la fresca brisa de la noche; todo lo contrario, la agradecía. Enfriaba su piel, que en esos momentos estaba a punto de entrar en combustión. Su amiga estaba pegada a él y su cuerpo era tan dulce y suave que parecía estar hecho de algodón de azúcar. Volvió la cabeza hacia ella, intentando aparentar que lo hacía por casualidad, no por necesidad. Rozó con sutileza su preciosa melena castaña con la barbilla e inhaló con disimulo su aroma. Olía a limón y azahar, y mandaba detalles de la personalidad de su dueña directamente al cerebro del hombre. Divertida, osada, impetuosa, gruñona… leal, firme, responsable. Entornó los párpados, y dejó que la esencia fluyera por sus venas y, un momento después, sin ser consciente de ello, b
—¿Por qué no entras un rato? —le preguntó Nuria frente a la puerta de su piso, con las llaves en la mano.—No me parece adecuado —respondió él mirando a su alrededor. No creía que a Dolores le hiciera mucha gracia que se metiera en su casa. Al fin y al cabo, por mucho que ella le hubiera ayudado, él no dejaba de ser un sin techo.—¿Por qué, por el amor de Dios, no te parece adecuado? —inquirió Nuria frunciendo el ceño al observar la mirada inquieta de Jared.—No estaría bien.—¡No digas chorradas!Jared dio un paso atrás negando con la cabeza y Nuria decidió que tendría que tomar al toro por los cuernos. ¡Otra vez!—¿Y si hay alguien en casa? —preguntó parpadeando con un gesto que quería parecer de estar asustada.Jared inclinó la cabeza a un lado y entrecerró los párpados, pensativo.—Cualquiera puede haberse colado dentro; ni mi abuela ni yo hemos estado en todo el santo día y la cerradura es una birria, se puede forzar con una radiografía sin ningún problema —explicó impaciente. ¡P
La joven se lamió los labios, pensando una y otra vez en el beso que habían compartido en plena calle, añorando sus caricias y temblando por dentro de la necesidad de repetir la escena e ir un poco más allá. Pero no en ese momento ni en ese lugar. Jamás haría eso en casa de su abuela. Por consiguiente, había llegado la hora de buscar algún pisito de alquiler que no fuera muy caro y comenzar a vivir sola. Al fin y al cabo ya no era una niña. De hecho, ninguno de los dos eran niños, sino dos adultos, y no deberían avergonzarse por sentir lo que sentían. Ella necesitaba sus caricias y sus besos. Y los necesitaba ya.Quería que él dejara de hacer el tonto y se lanzara, que la besara y abrazara con toda la pasión de que era capaz. Lo quería a su lado, cada momento del día. Quería que su sonrisa sesgada fuera solo para ella, que sus ojos profundos y sabios la miraran solo a ella. Y si eso significaba que era una mujer posesiva, perfecto. Sabía lo que quería, y quería a Jared en su vida.Cua
Deslizó sus callosas manos por la espalda femenina, pidiéndole en silencio que volviera a acercarse a él. Ella se lo concedió. Se aproximó casi asustado a su divino busto y lamió con la punta de la lengua uno de los pezones. Cerró los ojos deslumbrado al sentir su sabor, abrió los labios hasta abarcar en ellos la areola y succionó con ternura. Paladeó el gusto exquisito de su piel. Inspiró profundamente, en un intento por reunir la fuerza de voluntad necesaria para alejarse de ella. Pero no llegó siquiera a intentarlo.Nuria le asió el cabello con sus delicados puños, instándole a darse un festín con sus pechos a la vez que comenzó a balancearse sobre su erección.Jared perdió el poco control que apenas acababa de recuperar y se lanzó con deleite sobre la piel expuesta. Sus manos abandonaron su anclaje en la cintura y recorrieron ávidas las formas femeninas. Siguieron la línea de la columna vertebral, acariciaron los hombros, rozaron con sutileza las axilas y se posaron sobre sus pech
Tan arrepentido que apenas podía respirar, caminó dando tumbos por las tétricas calles. Debería buscar un lugar donde dormir, pensó, pero a la vez supo con diáfana claridad que no lo haría. Esa noche sería incapaz de cerrar los ojos, consciente de que, en el momento en que lo hiciera, evocaría el tacto exquisito de la piel de Nuria, sus curvas suaves y voluptuosas, su sabor dulce y excitante. Recordaría anhelante el placer que ella le prodigara, el cariño salvaje que había sentido hacia la mujer más maravillosa del mundo y la dulce agonía del éxtasis entre sus manos.Cerró los ojos para evitar que la humedad que sentía en ellos fluyera hasta sus mejillas. El rostro decepcionado de Dolores se dibujó en el interior de sus párpados. Sus palabras desencantadas, su gesto desdeñoso y la certeza ineludible de saber que le había hecho daño asolaron su mente.Negó bruscamente con la cabeza. No, no podría dormir en paz esa noche, ni ninguna otra. Caminaría sin rumbo fijo hasta agotar su cuerpo y
Acababan de abrir la mercería cuando Scooby entró como un huracán por la puerta.—¡Quieto, chucho! —ordenó Dolores cuando el gran danés hizo intención de poner sus enormes patas delanteras sobre ella.—¡Scooby, aquí! —lo llamó Nuria divertida.Su abuela y Scooby no se llevaban exactamente bien. La mascota pensaba que la anciana era un ser encantador y delicioso al que había que lamer y relamer, y la abuela pensaba que el perro era un chucho pulgoso y baboso al que era mejor tener lo más lejos posible.—¿Qué haces por aquí, grandullón? —le preguntó Nuria extrañada, sin dejar de rascarle por detrás de las orejas. El perro no solía alejarse mucho de la peluquería.Scooby se dio la vuelta hacia la puerta y lanzó un ladrido largo y agudo seguido de varios más cortos y roncos. Un segundo después Román entró en la tienda. Tenía la respiración acelerada, como si hubiera corrido. Una de sus manos portaba una arrugada servilleta de papel.—¿Qué ha pasado? —preguntó sin apenas resuello.—¿Qué ha
—Buenos días, Dolores, Nuria. ¿Qué tal la mañana? —saludó el cartero asomándose a la puerta de la mercería.—Buenos días, Antonio. Si son facturas lo que traes, ya puedes ir dándote la vuelta —bromeó la anciana acercándose al hombre para recibir las cartas.—Pues no, hoy tienes una postal, y debe de ser de algún cliente que compartís varios comercios de esta calle, porque he entregado dos más de la misma provincia —comentó divertido tendiéndosela y regresando a su trabajo.—¿Una postal? —preguntó Nuria—. ¿Desde dónde la mandan?—De Pontevedra.—Déjame verla. —No esperó a que su abuela se la diera, directamente se la quitó de las manos. Tenía un presentimiento.—Es de Jared —comentó al poco—. Está en Vigo —informó dejando la misiva sobre el mostrador—. Parece que le van bien las cosas. ¡Ojalá no vuelva nunca! —exclamó enfadada entrando en la trastienda y dando un tremendo portazo.Dolores se acercó y tomó la postal. Era tan escueta como poco informativa._______________________________
Necesitaba saborear en soledad cada una de las palabras escritas por su amado.Se aseguró de que la puerta estuviera cerrada con llave y devoró con la mirada la postal. Era, al igual que la vez anterior, una fotografía, pero en esta ocasión no de un paisaje, sino de una persona.La observó atentamente, con el corazón a punto de escapársele por la garganta.Era él.Jared.Se encontraba en mitad de un desierto helado, tan brillante, que la luz se reflejaba sobre el suelo que pisaba. No había nada más que esa blancura infinita; ni mar ni personas ni animales, solo hielo y más hielo, pero a él parecía no importarle.Estaba de pie y sonreía a la cámara o al menos eso imaginaba ella, porque apenas se le veía la cara. Llevaba un anorak de un rojo rabioso que destacaba como un faro en el gélido paisaje que le rodeaba, y el gorro de la prenda le cubría la cabeza hasta casi taparle los ojos. Pero Nuria podía ver perfectamente sus pómulos afilados y su sonrisa confiada. Era él, estaba segura. Es