La joven se lamió los labios, pensando una y otra vez en el beso que habían compartido en plena calle, añorando sus caricias y temblando por dentro de la necesidad de repetir la escena e ir un poco más allá. Pero no en ese momento ni en ese lugar. Jamás haría eso en casa de su abuela. Por consiguiente, había llegado la hora de buscar algún pisito de alquiler que no fuera muy caro y comenzar a vivir sola. Al fin y al cabo ya no era una niña. De hecho, ninguno de los dos eran niños, sino dos adultos, y no deberían avergonzarse por sentir lo que sentían. Ella necesitaba sus caricias y sus besos. Y los necesitaba ya.Quería que él dejara de hacer el tonto y se lanzara, que la besara y abrazara con toda la pasión de que era capaz. Lo quería a su lado, cada momento del día. Quería que su sonrisa sesgada fuera solo para ella, que sus ojos profundos y sabios la miraran solo a ella. Y si eso significaba que era una mujer posesiva, perfecto. Sabía lo que quería, y quería a Jared en su vida.Cua
Deslizó sus callosas manos por la espalda femenina, pidiéndole en silencio que volviera a acercarse a él. Ella se lo concedió. Se aproximó casi asustado a su divino busto y lamió con la punta de la lengua uno de los pezones. Cerró los ojos deslumbrado al sentir su sabor, abrió los labios hasta abarcar en ellos la areola y succionó con ternura. Paladeó el gusto exquisito de su piel. Inspiró profundamente, en un intento por reunir la fuerza de voluntad necesaria para alejarse de ella. Pero no llegó siquiera a intentarlo.Nuria le asió el cabello con sus delicados puños, instándole a darse un festín con sus pechos a la vez que comenzó a balancearse sobre su erección.Jared perdió el poco control que apenas acababa de recuperar y se lanzó con deleite sobre la piel expuesta. Sus manos abandonaron su anclaje en la cintura y recorrieron ávidas las formas femeninas. Siguieron la línea de la columna vertebral, acariciaron los hombros, rozaron con sutileza las axilas y se posaron sobre sus pech
Tan arrepentido que apenas podía respirar, caminó dando tumbos por las tétricas calles. Debería buscar un lugar donde dormir, pensó, pero a la vez supo con diáfana claridad que no lo haría. Esa noche sería incapaz de cerrar los ojos, consciente de que, en el momento en que lo hiciera, evocaría el tacto exquisito de la piel de Nuria, sus curvas suaves y voluptuosas, su sabor dulce y excitante. Recordaría anhelante el placer que ella le prodigara, el cariño salvaje que había sentido hacia la mujer más maravillosa del mundo y la dulce agonía del éxtasis entre sus manos.Cerró los ojos para evitar que la humedad que sentía en ellos fluyera hasta sus mejillas. El rostro decepcionado de Dolores se dibujó en el interior de sus párpados. Sus palabras desencantadas, su gesto desdeñoso y la certeza ineludible de saber que le había hecho daño asolaron su mente.Negó bruscamente con la cabeza. No, no podría dormir en paz esa noche, ni ninguna otra. Caminaría sin rumbo fijo hasta agotar su cuerpo y
Acababan de abrir la mercería cuando Scooby entró como un huracán por la puerta.—¡Quieto, chucho! —ordenó Dolores cuando el gran danés hizo intención de poner sus enormes patas delanteras sobre ella.—¡Scooby, aquí! —lo llamó Nuria divertida.Su abuela y Scooby no se llevaban exactamente bien. La mascota pensaba que la anciana era un ser encantador y delicioso al que había que lamer y relamer, y la abuela pensaba que el perro era un chucho pulgoso y baboso al que era mejor tener lo más lejos posible.—¿Qué haces por aquí, grandullón? —le preguntó Nuria extrañada, sin dejar de rascarle por detrás de las orejas. El perro no solía alejarse mucho de la peluquería.Scooby se dio la vuelta hacia la puerta y lanzó un ladrido largo y agudo seguido de varios más cortos y roncos. Un segundo después Román entró en la tienda. Tenía la respiración acelerada, como si hubiera corrido. Una de sus manos portaba una arrugada servilleta de papel.—¿Qué ha pasado? —preguntó sin apenas resuello.—¿Qué ha
—Buenos días, Dolores, Nuria. ¿Qué tal la mañana? —saludó el cartero asomándose a la puerta de la mercería.—Buenos días, Antonio. Si son facturas lo que traes, ya puedes ir dándote la vuelta —bromeó la anciana acercándose al hombre para recibir las cartas.—Pues no, hoy tienes una postal, y debe de ser de algún cliente que compartís varios comercios de esta calle, porque he entregado dos más de la misma provincia —comentó divertido tendiéndosela y regresando a su trabajo.—¿Una postal? —preguntó Nuria—. ¿Desde dónde la mandan?—De Pontevedra.—Déjame verla. —No esperó a que su abuela se la diera, directamente se la quitó de las manos. Tenía un presentimiento.—Es de Jared —comentó al poco—. Está en Vigo —informó dejando la misiva sobre el mostrador—. Parece que le van bien las cosas. ¡Ojalá no vuelva nunca! —exclamó enfadada entrando en la trastienda y dando un tremendo portazo.Dolores se acercó y tomó la postal. Era tan escueta como poco informativa._______________________________
Necesitaba saborear en soledad cada una de las palabras escritas por su amado.Se aseguró de que la puerta estuviera cerrada con llave y devoró con la mirada la postal. Era, al igual que la vez anterior, una fotografía, pero en esta ocasión no de un paisaje, sino de una persona.La observó atentamente, con el corazón a punto de escapársele por la garganta.Era él.Jared.Se encontraba en mitad de un desierto helado, tan brillante, que la luz se reflejaba sobre el suelo que pisaba. No había nada más que esa blancura infinita; ni mar ni personas ni animales, solo hielo y más hielo, pero a él parecía no importarle.Estaba de pie y sonreía a la cámara o al menos eso imaginaba ella, porque apenas se le veía la cara. Llevaba un anorak de un rojo rabioso que destacaba como un faro en el gélido paisaje que le rodeaba, y el gorro de la prenda le cubría la cabeza hasta casi taparle los ojos. Pero Nuria podía ver perfectamente sus pómulos afilados y su sonrisa confiada. Era él, estaba segura. Es
Cuando Nuria entró en su casa, se dirigió con rapidez a su habitación, cerró la puerta con llave, se tumbó sobre la cama sin molestarse en quitarse los zapatos y acarició con dedos impacientes el cuaderno.Era una libreta normal y corriente con tapas rojas de cartón. Estaban muy ajadas, como si Jared hubiera tocado constantemente la cubierta. Los bordes estaban doblados y el alambre en forma de canutillo que mantenía unidas las hojas estaba retorcido en uno de los extremos, como si en un momento dado se hubiera salido de su sitio y él hubiera intentado colocarlo. En una de las esquinas había una pequeña mancha, parecía de humedad. Tenía la forma de una lágrima que hubiera sido limpiada con las yemas de los dedos.Nuria acercó el usado cuaderno hasta su rostro y besó con dulzura la mancha. Quizá fuera una gota de alguna bebida, o una mancha de tomate, pero todo su ser le decía que era una parte del alma de Jared que había sido derramada sin su consentimiento.Acarició con los pómulos l
__________________________________7 de junio de 2010Desde que embarqué no he vuelto a tocar tierra. Sigo escribiéndote cada día que tengo un segundo libre, pero dudo de que alguna vez logre reunir el valor para mandarte lo que escribo.Te añoro con tanta fuerza que a veces creo que la vasta soledad del mar se burla de mí trayéndome tu voz sobre la espuma de las olas. Siento tu presencia en cada soplo de viento y me doy la vuelta buscándote, aun sabiendo que no estás aquí, conmigo.Me estoy volviendo loco pensando en ti, y lo único que puedo hacer es depositar estos pensamientos sobre el frío papel.__________________________________17 de junio de 2010Navegamos siguiendo la corriente marina del Atlántico norte. Estamos investigando la evolución de la comunidad biológica. Los científicos que dirigen esta expedición quieren comprobar hasta qué punto resulta sensible al cambio climático. Por lo que les oigo quejarse, imagino que es peor de lo que pensaban. Aún no hemos pisado tierra,