—¡Eh! Yo no le he pedido que haga nada por mí —replicó Jared quitándose la toalla de la cara e intentando levantarse de la silla. Pero una enorme cabeza posada en su regazo se lo impidió.Scooby acababa de decidir que sus muslos eran mucho más cómodos que el frío suelo.Jared no tenía miedo al chucho, pero tampoco era tan inconsciente como para hacer un movimiento brusco, sobre todo teniendo en cuenta que el enorme hocico del animal estaba pegado a su ingle y, por mucho que su virilidad no estuviera en condiciones de ejercer como tal, seguía siendo suya, y pretendía conservarla.—Claro, claro. Por supuesto que no has pedido nada; si lo hubieras hecho, le habría ordenado a Scooby que te diera un buen bocado en el trasero. Además yo jamás hago nada por nadie a no ser que obtenga algo a cambio —sentenció sin dudar a la vez que afilaba una navaja—. No te muevas.Jared se quedó paralizado al sentir la aguda cuchilla posarse sobre su garganta. La saliva se le quedó atorada en el paladar, in
Jared tensó todo su cuerpo a la espera del inminente mordisco, pero ocurrió todo lo contrario a lo esperado. El gigantesco perro se levantó sobre sus patas traseras, le dio tres sonoros lametazos en la cara y se colocó otra vez a cuatro patas. Acto seguido lanzó un gañido lastimero y colocó la inmensa cabeza pegada a su cintura.Jared no reaccionó, estaba petrificado. El perro se comportaba como un manso corderito.Scooby gimió lamentándose de la escasa atención que le prestaba su nuevo amigo y buscó con la cabeza los dedos del joven. Los lamió y luego agachó la mollera hasta que quedó bajo ellos. Jared no pudo evitarlo, le rascó la coronilla. El perro comenzó a mover el rabo mostrando a todo aquel que quisiera verlo lo feliz que era.—Piénsalo un poco, muchacho. ¿Crees que, si yo fuera capaz de matar a una mosca, mi perro sería tan tonto como es? —bufó Román—. Ah, las apariencias engañan, amigo. Es la reputación la que manda, y yo tengo que hacer honor a la mía. Y ahora déjate de mil
—No he terminado —le interrumpió ella—. Mi única intención era hacerte el trabajo más fácil. Por si no lo sabes, me he pasado años recogiendo y llevando cosas a la tintorería. Conozco a cada portero, a cada clienta y cada atajo que puedes tomar para llegar antes. ¿Lo entiendes? Pero si no te interesa mi ayuda, dímelo y me largaré con viento fresco —aseveró enfadada.—Pensé que te caía mal —replicó Jared.—¿Perdona?—Se me hace extraño que quieras acompañarme. Dejaste bien claro que no te gustaba y no te fiabas de mí —explicó Jared en la frase más larga que había dicho en meses.—Oh. —Nuria se mordió los labios—. Eso era antes —se defendió la joven.—¿Antes de qué?—Antes de que me cayeras bien —afirmó resuelta a no dejarse intimidar por el hombre.—Ah —repuso él sin saber qué decir.—Ahora me caes bien y, por tanto, si mi presencia no te molesta, pretendo acompañarte. ¿Estás de acuerdo?—Sí —contestó con una sonrisa iluminando sus normalmente serias facciones.Nuria era una mujer muy
Jared caminaba por la calle en dirección a ninguna parte. Acababa de entregar la última alfombra a Sonia y por el momento no tenía nada más que hacer. Se estaba planteando si acercarse o no a la mercería para saludar a Dolores y, para que engañarse, ver a Nuria, conversar y reírse con ella, sentirla cerca. Lo cierto era que esa mañana, en contra de lo que venía siendo habitual durante las últimas semanas, no habían coincidido y, sinceramente, la echaba de menos. Mucho.—Oye, perdona —escuchó decir a alguien.Jared se dio la vuelta, más por curiosidad que porque pensara que se referían a él.—¿Eres Jared? —preguntó un hombre desde la puerta de la zapatería.—Sí —afirmó observando al varón. Tendría más o menos su misma edad, unos veintisiete o veintiocho años. Era un tipo enorme, con un delantal azul que le cubría parte del torso y acababa un poco por encima de sus rodillas.—Soy Darío, el zapatero remendón del barrio —se presentó bromeando—. Dolores me ha dicho que podrías estar intere
Jared tenía la paciencia de escuchar con atención cada palabra que se mencionara en su presencia, de reflejar cada duda del interlocutor en su mirada, de asimilar cada pena y hacerla más llevadera. Y todo esto utilizando únicamente su mirada, sus manos y sus gestos.En presencia de Nuria, no era su mirada o sus manos las que hablaban por él. Lo hacía su corazón y este le hablaba directamente al de la muchacha, burlándose de las palabras que jamás podrían alcanzar a expresar lo que él sentía al estar con ella.Jared arqueó las cejas, se encogió de hombros, bajó de nuevo la mirada a sus pies y pensó desesperado algo que decir, cualquier cosa que le permitiera quedarse un rato más con ella para saborear su presencia.—¡Vaya! —exclamó de pronto Nuria rompiendo el incómodo silencio—. ¿Deportivas nuevas? —preguntó saliendo de detrás del mostrador para acercarse a él.—Sí —respondió con una enorme sonrisa satisfecha en los labios.—¡Guau! Son preciosas. Estás que lo tiras, eh. ¿Dónde las has
No podía contarle nada muy llamativo, porque entonces Jared, que de tonto no tenía un pelo, se extrañaría de no haberse enterado por Román, y se lo preguntaría al día siguiente durante el desayuno. Y si el peluquero no estaba enterado de un robo en el barrio —cosa fácil, ya que no había ocurrido—, haría lo imposible por enterarse, y como era mentira lo descubriría y ella quedaría como una embustera, cosa que no era su intención. ¡Dios que jaleo!Jared deslizó los dedos por las mejillas de la muchacha, dándole su apoyo en silencio, instándola a seguir hablando.—Pues eso, el muy asqueroso se coló en el edificio, subió hasta la azotea y desde allí bajó con una cuerda hasta… —inventó a toda prisa— la terraza del sexto, y se coló dentro. Robó un par de joyas sin apenas valor y luego se largó, pero fue tan inútil que se tropezó en el último escalón del portal y despertó al portero. Este salió de su casa al oír el escándalo y el imbécil del ladrón se asustó al verlo y escapó corriendo olvid
Pasearon cogidos de la mano por las calles del barrio, Nuria acurrucada contra él, sonriendo complacida por el hecho de que su precipitado y alocado plan hubiera resultado ser tan sencillo de llevar a cabo.Jared por su parte caminaba como en una nube. No le molestaba la fresca brisa de la noche; todo lo contrario, la agradecía. Enfriaba su piel, que en esos momentos estaba a punto de entrar en combustión. Su amiga estaba pegada a él y su cuerpo era tan dulce y suave que parecía estar hecho de algodón de azúcar. Volvió la cabeza hacia ella, intentando aparentar que lo hacía por casualidad, no por necesidad. Rozó con sutileza su preciosa melena castaña con la barbilla e inhaló con disimulo su aroma. Olía a limón y azahar, y mandaba detalles de la personalidad de su dueña directamente al cerebro del hombre. Divertida, osada, impetuosa, gruñona… leal, firme, responsable. Entornó los párpados, y dejó que la esencia fluyera por sus venas y, un momento después, sin ser consciente de ello, b
—¿Por qué no entras un rato? —le preguntó Nuria frente a la puerta de su piso, con las llaves en la mano.—No me parece adecuado —respondió él mirando a su alrededor. No creía que a Dolores le hiciera mucha gracia que se metiera en su casa. Al fin y al cabo, por mucho que ella le hubiera ayudado, él no dejaba de ser un sin techo.—¿Por qué, por el amor de Dios, no te parece adecuado? —inquirió Nuria frunciendo el ceño al observar la mirada inquieta de Jared.—No estaría bien.—¡No digas chorradas!Jared dio un paso atrás negando con la cabeza y Nuria decidió que tendría que tomar al toro por los cuernos. ¡Otra vez!—¿Y si hay alguien en casa? —preguntó parpadeando con un gesto que quería parecer de estar asustada.Jared inclinó la cabeza a un lado y entrecerró los párpados, pensativo.—Cualquiera puede haberse colado dentro; ni mi abuela ni yo hemos estado en todo el santo día y la cerradura es una birria, se puede forzar con una radiografía sin ningún problema —explicó impaciente. ¡P