—Perdone… Lo siento —dijo, refiriéndose a su titubeo y mirando con reparos al secretario. Volvió a posar su mirada en el señor Roms—. Juan no cree que haya muerto. Sospecha que sucedió algo de lo que él no está enterado; duda que Carla muriera. Estaba enamorado de ella y piensa que usted la obligó a marcharse por alguna razón; dice que tenía medios e influencias suficientes para hacerlo y que Carla debe de andar por ahí, escondida en algún sitio… Está obsesionado y temo que acabe volviéndose loco —aquí Laura puso freno a su imaginación. No le convenía exagerar, no fuera a ser que se dieran cuenta—. Incluso ha contratado a un detective privado para que la busque, ya que las pesquisas que ha hecho por su cuenta no han dado resultado… En fin. No dejará de buscarla y yo quiero impedir a toda costa que siga, porque vamos a casarnos y no quisiera vivir con un hombre obsesionado por otra mujer. Por eso necesito que alguien que sepa lo que ocurrió me lo cuente, para que él se convenza. Si le
Laura atravesó casi corriendo el caminito hasta la puerta de hierro y, cuando la cerró tras de sí, libre al fin de la opresiva atmósfera de esa casa, respiró varias veces para que el aire fresco reemplazara en sus pulmones al enrarecido aire de la mansión. Corrió hasta su coche. No podía esperar para leer las páginas, que crujían en sus manos temblorosas. Pero no se atrevía a leerlas allí, porque, aunque sabía que era imposible, le parecía que el terrible y maligno viejo la observaba. Así que arrancó y se alejó varias calles, hasta que pensó que estaba a salvo.Aparcó y se puso a leer con avidez.Cuando Sergio entró en casa no había nadie. Al principio se alarmó, pero enseguida recordó que Laura le había dicho que iría a comer con su hermana. Se sirvió una cerveza y, a pesar del frío, salió a la terraza y encendió un puro. Le dolía un poco que Laura no lo hubiera apoyado más en un día tan importante para él. Sabía que ella no estaba de acuerdo con que dimitiera, pero irse a comer con
Por fin Sergio cogió los folios. Estaban muy manoseados, porque ella los había leído unas veinte veces, luego los había doblado para meterlos en el bolso y después los había sacado y desdoblado para leerlos otra vez antes de doblarlos de nuevo para guardarlos. Aun así se leían con mucha claridad.—¿Qué es esto?—Tú lee.Se sentó a su lado.—Estás temblando. ¿De verdad estás bien?—Sí. Muy bien.—Entonces deja de morderte el labio, que te vas a hacer daño.—No puedo evitarlo, estoy histérica. Lee.Sergio la miró una vez más muy intrigado y luego posó sus ojos sobre el escrito.No entendía nada. ¿Qué significaba todo aquello? De todos modos, se puso a leer para contentar a Laura y porque a esas alturas ya estaba muy intrigado. __________________________________He desenmascarado a muchas personas en estas memorias. Espero que, si no a la ley, porque los delitos que cometieron ya han prescrito, tengan que enfrentarse al juicio de la opinión pública. La gente sabrá quiénes y cómo son eso
__________________________________Llamé a Carla al móvil, pero no respondió. Salcedo y Mendizábal llamaron a sus nietos, pero tampoco éstos contestaron las llamadas, que repetimos con intervalos de pocos minutos sin ningún resultado. Pensamos que, con el ruido de la fiesta, no nos oían y decidí salir para Peñíscola cuanto antes. Mis amigos, alarmados por mi preocupación, estuvieron de acuerdo. Salcedo y Mendizábal se ofrecieron a acompañarme. El primero sugirió que cogiéramos la avioneta de la empresa, pero lo descartamos porque habría que movilizar a demasiada gente para ponerla en marcha y al final íbamos a tardar casi lo mismo. Decidimos, pues, ir en mi coche.Me pasé todo el viaje llamando a Carla, pero seguía sin contestar y no pude comunicarme con ella. Así que, cuando sonó mi móvil y vi que no era mi nieta quien llamaba, sino Marga, la inquietud que sentía se multiplicó por cien. Me dijo que Carla estaba muy mal y que no sabía qué hacer. Yo le respondí que iba en camino y el d
—¿Por qué lo haría? En fin… —miró a Laura, muy serio—. Al menos nos daremos el gusto de verla en la cárcel, a ella y a Lucas.—¿Los vas a denunciar?—No, eso no puedo hacerlo. Pero irán a la cárcel. He revisado muy bien la denuncia contra Lucas y es una bomba. En cuanto empiecen a tirar del hilo, van a salir cosas muy graves, y Marga está metida hasta el cuello.—¡Vaya dos elementos! Cuando se enteraron de que la denuncia de Lucas había caído en tu juzgado vieron el cielo abierto. Sólo ella y su hermano sabían que tú creías que habías matado a Carla, así que pensaron que no sería difícil manipularte, como hicieron con Roms… Por cierto, ¿a qué se referirá Roms cuando dice que Marga y Lucas le hicieron chantaje? Estoy intrigada, pero supongo que tendré que esperar a que salgan las memorias para saberlo.—No hace falta. Eso sí lo sé. Bueno, al menos me lo puedo imaginar sin ninguna dificultad. Mi abuelo solía hablar mucho de ello, y siempre me decía que Roms consideraba a Lucas un inútil
Un mes más tarde…Sergio estaba ante el ordenador, escribiendo muy concentrado. Quería acabar cuanto antes su libro, que auguraba trabajoso, porque requería una ardua labor de investigación. Laura tenía sus propios planes, aunque, por supuesto, aún no se lo había dicho a Sergio, pues lo de abrir un bufete entre los dos resultaba más complicado de lo que había pensado en un principio, y quería estudiar las opciones y tenerlo todo controlado cuando se lo propusiera.Tampoco le había dado aún una noticia muy importante, con la que ella estaba encantada, aunque no sabía cómo se la iba a tomar él. Sonrió, acariciándose el vientre y mirando con ternura a Sergio, que, en su bendita ignorancia, sólo pensaba en el libro que escribía, sin saber que su original familia de dos pronto contaría con tres miembros. Esa noche pensaba decírselo porque, por muy despistado que fuera, si tardaba más acabaría dándose cuenta.Y allí estaba, en el sofá, organizando el viaje a París que planeaban para el vera
Dicen que la primera impresión es la que cuenta…La primera vez que Nuria vio a Jared fue una tarde lluviosa de febrero. Estaba colocando madejas de lana, hilos de perlé y telas de lino y panamá en sus correspondientes estantes mientras su abuela se afanaba en limpiar el inexistente polvo de cada cuadro de punto de cruz o ganchillo que adornaba las paredes.En el mismo instante en que la campanilla que colgaba sobre la puerta sonó avisando de la entrada del primer cliente de la tarde, ambas mujeres se dieron la vuelta y parpadearon sorprendidas.Un hombre joven las miraba, entre avergonzado y tímido, desde el umbral de la tienda. Vestía unos pantalones tan raídos que a través de la tela se le podían ver las huesudas rodillas, una chamarra militar cuyas mangas deshilachadas apenas alcanzaban sus muñecas y, en sus pies, unas deportivas que en algún tiempo pasado fueron blancas; completaba su gastado atuendo un gorro negro plagado de agujeros que apenas cubría su cabeza.—Buenas tardes,
Un par de semanas después, el mismo hombre volvió a entrar en la pequeña tienda. Nuria lo miró con mala cara, mientras su abuela Dolores le sonrió amablemente.—Buenos días, señoras —saludó educadamente quitándose el gorro y comenzando a arrugarlo entre los dedos—. ¿Necesita que le haga algún recado? —preguntó dirigiéndose a la anciana.—Pues sí —respondió la abuela ante la mirada estupefacta de su nieta—. Me vienes de maravilla en este instante. Tenía que haber llevado hace días esta caja a la residencia de ancianos, pero he andado liada y no me ha dado tiempo. Si no te importa…—No, claro que no, señora. Lo que usted diga. —La sonrisa que brotó en los labios del joven iluminó por completo su semblante de rasgos afilados por la delgadez—. Será un placer, señora —reiteraba una y otra vez mientras entraba en la tienda con pasos decididos y cogía la caja—. Dígame dónde debo llevarla y ahora mismo lo hago.Dolores sonrió feliz y le dio la dirección; el hombre se dio la vuelta, casi trope