El pequeño parecía de tres o cuatro años, con un estilo muy moderno, y su aspecto era tan delicado que resultaba adorable al mirarlo.Sin embargo…Esto no pudo tomarse a la ligera.Estaba algo confundida, así que le acaricié la cabecita: —¿Tía?—¡Sí! Tía, me llamo Diego García, y tú puedes llamarme Dieguito.El pequeño se presentó de manera tan tierna y con voz infantil que era imposible no sonreír.Me agaché y le respondí suavemente: —Está bien, Dieguito, pero…Hice una pausa y miré a Mateo: —¿Dieguito es tu sobrino?—Hijo de Yolanda.Mateo, con aire de desinterés, dijo: —Ella tiene un vuelo a Europa esta noche, y como Dieguito tiene que ir a la escuela, sólo puedo cuidarlo un tiempo.—¿Ah?Miré sus piernas y no pude evitar cuestionar: —¿Estás seguro de que… puedes cuidar a un niño?Dieguito me abrazó el cuello y me llenó la cara de besos pegajosos, mientras decía con voz infantil: —¡Tía, tía, llévame contigo!...Admití que me derritía de ternura, pero aún así miré a Mateo y le respo
Mateo y yo quedamos, una vez más, en un incómodo silencio.Tiré del brazo de mi abuela: —Abuela, sobre eso…—Pronto.Mateo me interrumpió de repente, pero le habló a la abuela con suavidad: —Abuela, me casaré con ella muy pronto. Cuide su salud, y cuando esté bien, haremos la boda.¿¿¿¿????Lo miré perpleja.Mateo ni siquiera me dirigió la mirada, como si lo que acababa de decir no tuviera nada que ver conmigo.La abuela, radiante, tenía los ojos brillando: —¿De verdad?—De verdad —respondió Mateo con una sonrisa.Cambié de tema: —Abuela, coma su desayuno antes de que llegue Mario.Mario ya debería estar terminando de desayunar.Justo después de que Estrella e Isabel se fueron, le avisé al asistente de Mario que todo estaba resuelto.No me equivoqué; la abuela apenas terminó de desayunar cuando Mario llegó con su equipo.Como iba a empezar el tratamiento, decidí volver al hotel a recoger mis cosas.El apartamento era mucho más cómodo que el hotel.No esperaba que, al salir del ascensor
Yolanda habló sin reservas y preguntó: —¿Estos dos últimos años también han sido difíciles para ti, verdad?Me sorprendí un poco: —¿Cómo lo sabes?—Lo intuí.Sonrió con resignación, como una hermana mayor comprensiva: —Aunque no hemos tenido mucho trato, sé que no eres de las que juega a dos bandas.—Cuando lo dejaste, debió ser por obligación, ¿no? —Aunque preguntaba, su tono era afirmativo.No me sorprendió que lo dedujera.Yolanda parece despreocupada, pero era extremadamente observadora y astuta.En resumen, la familia Vargas era muy perspicaz.No tenía sentido mentirle, así que asentí y admití: —Sí, el padre de Mateo me buscó. Y Marc... me prometió que si volvía con él, ayudaría a Mateo.—Debió ser difícil para ti.Yolanda suspiró: —Elios jugaron tan sucio. Mateo casi se hunde, aunque, al final, logró salir adelante.Sonreí: —Sí, siempre fue muy inteligente.Desde niño, destacaba entre todos nosotros.El más listo y audaz.Mi abuela pensaba que yo era intrépida, pero en realidad f
Su mirada se suavizó un poco: —¿Y tú? ¿Cómo estás manejando tu depresión?—Ya dejé los medicamentos.Sonreí ligeramente: —Un amigo me consiguió un especialista en Solara. Llevo dos años en tratamiento y me ha ido bastante bien.Al menos, ya no me invadía el pánico, no temblaba ni pensaba en suicidarme al recordar el pasado o ver a las personas de entonces.Incluso aquella noche, cuando volví a la Ciudad de Perla y me topé inesperadamente con Marc en el hotel, dormí bastante bien.—Me alegra.Yolanda soltó un suspiro y miró el reloj: —Tengo que ir al aeropuerto. Hablaré con él cuando pueda, primero para prepararlo psicológicamente.Se levantó y señaló la habitación de Dieguito: —En cuanto a mi hijo, te lo encargo estos días. Mateo no tiene paciencia con él.—No te preocupes, a mí me encantan los niños.Sonriendo, la acompañé hasta la puerta: —Como Dieguito está en casa, no te acompañaré más allá.Yolanda me guiñó un ojo: —A Dieguito le encantas. Si te conviertes en su tía, sería el niño
Me sorprendí: —¿Tan pronto? ¿Cuándo llegaste a Ciudad Porcelana?—Esta tarde —respondió Enzo con una sonrisa.—¿Prefieres cenar fuera o en casa? ¿Quieres que lleve algo?—Espera un momento.Aparté el celular y le pregunté a Dieguito en voz baja: —Cariño, ¿quieres cenar en casa o salir?—¡Quiero comer lo que cocines!Respondió sin pensar, pero enseguida añadió: —Eh, mejor no, no quiero salir. ¿Podemos pedir algo? ¡Dieguito invita!Me reí y volví al celular: —Enzo, no traigas nada, solo ven tú.Enzo asintió.Al colgar la llamada, pellizqué las mejillas suaves de Dieguito: —¿No querías que cocinara yo? ¿Por qué cambiaste de idea?—Mi tío me advirtió algo.—¿Qué te dijo?Dieguito murmuró.—Que no te molestara. Si te cansas, ¡él va a matar a Ultraman!—¿Matar a Ultraman?—¡Sí!Asintió con los ojos brillantes: —¿Podrás protegerlo?Me quedaba sin palabras.Estos dos niños inmaduros.Uno decía disparates y el otro se los creía.Ni pensaban en el trauma que podían causarle al niño.Dieguito, al
Dieguito alzó la cabeza con dificultad y me miró: —¿Cómo se escribe tío?—Tío. ¿Ya lo tienes?—¡Sí!Al poco rato, volvió a preguntar: —¿Y casa?—CASA.Apenas lo dije, sonó el timbre.Me levanté a abrir la puerta y, al ver quién era, me quedé sorprendida y emocionada: —¡Toby!—¡Guau guau! ¡Auu!Un Samoyedo blanco se lanzó sobre mí, frotándose con entusiasmo.No podía estar más feliz. Miré a Enzo y le dije: —Enzo, justo estaba pensando en traer a Toby de vuelta, y tú ya me lo has traído.—Te has acostumbrado a él. Tenerlo cerca te hará bien.—¡Gracias!Lo miré agradecida: —Si no fuera por ti, no me habría recuperado tan rápido.Con una sonrisa traviesa, respondió: —¿No me invitas a pasar?—¡Claro, pasa!Retrocedí un poco mientras Toby, sin separarse de mí, seguía pegado, mostrando cuánto me había extrañado.Cuando llevé a Enzo al salón, me di cuenta de que Dieguito ya no estaba en el sofá.Lo busqué por la casa y me detuve frente al baño, donde escuché unos murmullos.Toqué suavemente la
Dieguito reaccionó rápidamente, bajó del sofá con agilidad y corrió emocionado hacia la puerta.: —¡Tío...! ¡Gracias!Era la comida que había pedido.Tomé el pedido, cerré la puerta y acaricié la cabeza de Dieguito: —¿Extrañas a tu tío?—Eh... no.Dieguito sacudió la cabeza: —No extraño a mi tío, solo quiero estar contigo. ¿Puedo dormir contigo esta noche?—Solo si tu tío está de acuerdo.Lo llevé al comedor y le dije a Enzo: —Enzo, pedí comida de un restaurante local en la Ciudad de Porcelana. ¡Ven a probarla!—Claro.Enzo no era exigente con la comida.Cuando se acercó para sentarse a mi lado, Dieguito subió rápidamente a la silla detrás de él, le dio unas palmaditas en la espalda y, con voz tierna, dijo: —¿Puedes sentarte enfrente? Quiero estar al lado de ella.Enzo le sonrió, le pellizcó la mejilla y respondió: —Está bien.La cena consistió en cinco platos y una sopa, y fue bastante relajada.Dieguito se comportó muy bien.Solo necesitaba ayuda para servirse más comida.—¿Qué pasa c
Mateo estaba siendo bastante irracional.Lo miré y le dije: —Déjalo ya.Como mencionó Enzo, él me ayudó tanto en la universidad como hace dos años.Si no hubiera sido por él, no me habría recuperado tan pronto de la depresión.Me encontró médicos, me presentó profesores y me ayudó a avanzar en mi carrera.Aunque no pude devolverle todo, siempre recordaba su favor.Además, Enzo se tomó el tiempo de traer a Toby ese día.Mateo parecía no escucharme y no aflojaba la presión en su mano. Con algo de resignación, escuché a Enzo decir: —No te preocupes, quédate aquí con ellos.Luego se cambió de zapatos y se fue.En el instante en que la puerta se cerró, un sentimiento de culpa me invadió. Me liberé de la mano de Mateo y le pregunté: —¿Ahora estás satisfecho?—Más o menos.Mateo me miró con una expresión ambigua y preguntó: —¿Estás enojada?Pensando en Dieguito y en su estado, negué con la cabeza y respondí en tono neutro: —No, come algo.Volví a sentarme y seguí comiendo en silencio.Después