Angélica sentía como si hubiera metido la cabeza en un balde de agua helada y su cerebro se hubiera congelado. No lograba hilvanar dos palabras seguidas porque la realidad era que el shock apenas la dejaba respirar. ¿Había cancelado? ¿Después de todo Leo Lombardo había cancelado su membresía? ¡Faltaban apenas dos días para que se venciera el plazo de rescisión…! ¿y él había cancelado?—Creí que estaba feliz… —murmuró para sí misma mientras retrocedía y se dirigía a la salida—. Creí que había hecho las cosas bien… creí que estaba contento con la membresía… ¿Dónde...? ¡Por Dios ¿dónde me equivoqué?!Arrastró los pies hasta la sala de ventas, donde todo el mundo la miró con cierta lástima, porque cuando se perdía un contrato tan grande era obvio que los jefes se iban a poner histéricos, y no era para menos. A aquella hora a nadie le importaba que ella hubiera hecho todo bien, solo importaba la suma mayúscula de dinero que el hotel había perdido y si tenían que poner la culpa en alguien,
Leo quería que la tierra se lo tragara mientras Belina armaba un escándalo mayúsculo en pleno restaurante. Y lo peor de todo era ver a Angélica frente a él, empapada en lo que parecía una jarra de sangría y con los puños cerrados y temblorosos sobre la mesa, porque era lo bastante madura como para saber contener el volcán hirviente que debía tener dentro en ese momento.—¿Qué demonios te pasa? ¿Cómo te atreves hacer esto? —Leo increpó a Belina con rabia—. ¿Qué diablos haces aquí? ¿Me estás siguiendo?—¡Pero por supuesto que te estoy siguiendo! ¡¿O acaso creíste que iba a quedarme de brazos cruzados mientras tenías el descaro de dejarme como si yo no fuera nadie?! ¡Yo sabía que si me habías dejado era por culpa de otra mujer! —volvió a gritar Belina y trató de acercarse a Angélica, pero Leo se metió en medio de inmediato.—¡No te atrevas a tocarla! ¡Ella no tiene la culpa de absolutamente nada! ¡Te dejé porque me colmaste la paciencia! —escupió mientras todo el mundo en aquel restaura
Angélica sintió que ese tambaleaba. Aquello no podía ser, aquella tenía que ser solo otra mentira o algún absurdo de esos en los que su vida se había sumido en los últimos días. ¡Lo que aquel hombre estaba diciendo no podía ser verdad!Leo no era Leo lombardo. No era un cliente… y ahora entendía muy bien por qué había cancelado la membresía.Leo era Leonardo Grecco, el hijo del dueño de la gran cadena de hoteles Grecco, y al parecer tenía grandes conflictos con su padre, lo suficiente como para que se atreviera a usar cualquier método y a cualquier persona para lograr su objetivo de espiarlo. Angélica sintió que el estómago se le revolvía sólo de pensarlo y se cubrió la boca con una mano porque de lo contrario vomitaría el poco desayuno que llevaba en el estómago.—Esto no puede ser… yo no… yo no sabía… —intentó justificarse balbuceando, pero las palabras apenas le salían—. Yo no tenía idea de quién era… sólo llegó como un cliente más… como otro cliente común de la sala de ventas…—
Aurelio sentía que estaba en el borde del precipicio y rogando por caer. Había conocido a muchas mujeres locas en su vida, pero no supo por qué aquella pequeña pelirroja tenía algo especial. A lo mejor el reguero de pecas en su cara, o a lo mejor era aquella actitud demandante que parecía lista para darle cinco nalgadas a cualquiera que se le pasara por delante… Lo cierto era que con un pañuelo no le alcanzaría, quizás con una sábana le alcanzara para limpiarse la baba que se le estaba saliendo por ella en un solo segundo.Greta clavó en él sus ojos verdes y caminó con decisión hasta el escritorio que por suerte estaba ahí para separarlos.—¿Dónde está Leonardo Grecco? ¡Necesito hablar con él!Aurelio hizo un puchero juntando las cejas y unió las manos en un gesto de súplica.—¡Por Dios. dime que no eres su amante!—¡Claro que no! —gruñó Greta—. ¡Ay Dios, asco, asco!Una sonrisa de victoria se dibujó en el rostro de Aurelio y luego golpeó la mesa con un puño.—¿Qué fue lo que hizo el
Angélica estaba sentada en el pequeño sofá de su casa con la vista perdida en el infinito espacio entre ella y sus chanclas. Le dolía el corazón por la situación tan vulnerable en la que se encontraba y en la que sin quererlo había puesto a su hijo. Le dolían los ojos de llorar, y le dolía la garganta de aguantarse todos aquellos gritos que tenía acorralados en el pecho. Gianni por supuesto que no se había tomado nada bien la noticia de su despido y cuando su teléfono comenzó a sonar, Angélica rogó a Dios que no hubiera hecho otra de las suyas en represalia.—¿Estás bien, te pasó algo? —preguntó asustada, pero por suerte la voz de su hijo salió llena de calma.“Sí mamá, estoy bien, es solo que… este… bueno hice una tonta apuesta con uno de mis amigos y me gané un poco de dinero…”—¿¡Quééééé…!? ¿Cómo que apostando, Gianni? ¿Cómo se te ocurre…?—Mamá, ¿sí escuchaste la parte en la que te dije que gané?—¡Pues ahora escucha tú la parte en la que te digo que no me importa! ¡Nunca en tu v
Leo tenía que reconocerlo, a pesar de que teóricamente era un adulto crecidito, maduro e inteligente, no podía evitar regodearse con el simple hecho de ver al gusano de Federico Gentile temblar frente a él.Estaba muy claro de que su padre era un hijo de puta que había despedido a Angélica sin molestarse en averiguar si realmente tenía la culpa o no de lo que estaba pasando, pero también conocía al viejo lo suficiente como para estar seguro de que no cometería ni un solo error que lo pusiera en la mira de una demanda laboral, de cualquier sindicato, o incluso de simples abogados, porque si había algo su padre detestaba era el escándalo del vulgo, ese que se hacía con mucha facilidad por cuestiones de trabajo.Por eso estaba completamente seguro de qué quien había ordenado que no se le pagara a Angélica su finiquito no podía ser él, así que solo quedaba otro nombre en la lista y Leonardo Grecco miró al gerente de aquella sala como si fuera una cucaracha a la que tuviera muchas pero muc
Angélica y Gianni se miraron durante un instante que pareció infinito mientras aquella hoja de papel se mantenía temblorosa entre los dos.—¿Qué quieres decir? ¿Cómo que “bienvenida al curso”? ¿Cómo que “uniforme”, mamá, si nosotros no pagamos la colegiatura y ya el plazo venció? —le preguntó su hijo.Angélica negó encogiéndose de hombros porque ella tampoco lo entendía.—No lo sé, Gianni, pero supongo que averiguar será cuestión solo de un momento —le respondió intentando mantener la calma.Alcanzó su celular sobre la barra de la cocina y marcó el número que estaba a pie de página en la carta de bienvenida.—Buenos días. Disculpe ¿me estoy comunicando con la señora Irela Briseio? —preguntó leyendo el nombre que aparecía como referencia.“Sí, soy yo. ¿Con quién tengo el gusto?”—Mire, yo soy la madre de uno de sus… bueno, de sus estudiantes, y acabo de recibir su carta solicitando los útiles y el uniforme para el nuevo curso —murmuró con el corazón encogido.“¡Ah, sí! Siempre la manda
Angélica no podía evitar que la desconfianza se le nota a flor de piel, pero Leo realmente tenía cara de cachorro arrepentido y ella terminó aceptando aquella mano y tratando de ignorar el escalofrío que la recorría.—Está bien… Está bien, vamos a hablar y luego decidiré qué es lo que quiero hacer, pero espero que quede claro desde ahora que las colegiaturas de Gianni las tomaré como un préstamo.—No tienes que devolverme las ni…—Esa es mi decisión —replicó Angélica—. ¿La tomas o la dejas?Leo suspiró con resignación y asintió mientras le acariciaba el dorso de la mano con el pulgar.—Está bien, ángel, la acepto, pero solo porque no me das otra opción —cedió por fin y ella se soltó de su agarre para ir a buscar su bolso.Bajaron al estacionamiento y se subieron al dichoso Bugatti antes de recorrer media ciudad para salir a una carretera que bordeaba la costa. Angélica sabía que aquellas playas eran las más hermosas de la costa italiana, pero también sabía que casi todas eran privad