Capítulo 2
Tras ese trago amargo, salí del cuarto de Gabriel, con la tableta en mano, y me dirigí al despacho de Joaquín. No podía dejar de darle vueltas... ¿por qué tenía que ser justamente Carolina?

La primera vez que había oído ese nombre había sido el día de mi boda. En esa época, Joaquín era diferente conmigo: dulce, comprensivo. Cuando me sentía insegura, me consolaba diciendo: «No te preocupes, todos tenemos defectos», y se quedaba a mi lado hasta que me sentía mejor. Si caía enferma, dejaba todo por cuidarme. Por eso no dudé en casarme con él y mudarme lejos.

Pero, justo cuando estaba ahí, radiante en mi vestido blanco y con el ramo en las manos, soñando con nuestro futuro juntos, escuché sin querer a sus amigos hablar de su primer amor:

—Cuando vi lo apasionado que era el romance entre Joaquín y Carolina, pensé que terminarían juntos.

—Es cierto. Parecían la pareja perfecta.

—Qué lástima.

El pesar en sus voces era genuino, y, en ese momento, dejé de sentirme tan segura de que Joaquín realmente me amara.

Cuando me encaminé a buscar a Joaquín para aclarar las cosas, lo vi acercarse a ellos con el rostro sombrío, y su voz denotó una furia nunca antes vista:

—¡Ya he dicho mil veces que odio a Carolina! Si no he sido claro, les advierto que, si vuelven a mencionarla en mi presencia, nuestra amistad llegará a su fin.

Al escuchar esas palabras, mi corazón se tranquilizó, al ver que, aparentemente, no solo no amaba a Carolina, sino que la detestaba.

Por eso, no podía entender por qué en cuanto Carolina había regresado, él había corrido a ella llevándose a nuestro hijo.

Por primera vez, dudé de ese matrimonio que siempre creí feliz.

Sin llamar a la puerta, entré directamente en su despacho. Joaquín estaba concentrado, trabajando. Al oír la puerta, se volteó con calma, y, al verme, dejó todo de inmediato y se acercó.

—¿Qué pasa, mi amor? —preguntó con voz era suave y cálida, como si aún estuviéramos en nuestra etapa de enamoramiento.

Al escuchar su tono de preocupación, las lágrimas comenzaron a brotar sin control. Incluso ahora, frente a mí, seguía actuando como si me amara..., pero yo sabía que me había traicionado.

Un momento después, Joaquín se detuvo frente a mí. Con su altura de un metro ochenta y ocho, aunque no era robusto, se mantenía en forma y su complexión siempre transmitía seguridad.

Levantó una mano para secar mis lágrimas mientras intentaba consolarme con suavidad:

—¿Nuestro pequeño te hizo enojar otra vez?

—No —respondí con la voz entrecortada.

Joaquín parecía dispuesto a seguir preguntando, pero lo interrumpí:

—Vi las conversaciones del grupo.

Su mano se apartó de mi mejilla.

—¿Qué grupo?

Lo miré fijamente, a través de las lágrimas. ¿Aún intentaba hacerse el desentendido?

—¡El grupo de «Familia Feliz» donde están tú y Carolina! —exclamé, sin poder evitarlo.

Joaquín, como si no soportara verme sufrir, dio un paso adelante y me abrazó, acariciando suavemente mi espalda.

—Mi amor, cálmate.

Pero yo estaba tan tensa que sentía mi cuerpo como una cuera a punto de romperse.

—Gabriel insistió en crear ese grupo —intentó explicarme.

¿Gabriel? ¿Cómo había conocido a Carolina? ¿Qué relación tan cercana habían desarrollado para que mi hijo la llamara «mamá»? Era evidente que Joaquín no quería asumir su responsabilidad. Solo pensaba en justificar lo injustificable.

Cerré los ojos, agotada.

—Joaquín… —dije, y pronunciar su nombre agotó todas mis fuerzas— Vi todas las conversaciones, así que por favor no me trates como una tonta.

Joaquín guardó silencio, y yo esperé una respuesta que nunca llegó. Percatándome de esto, decidí darme la vuelta y regresar a la habitación, pero Joaquín me abrazó por la espalda.

—Lo siento. —murmuró, y yo me detuve—. La culpa es mía. Perdí el sentido de los límites. Solo quería ayudarte. Pensé que estarías cansada de cuidar del niño todos los días y que yo podía aligerarte la carga —continuó, eligiendo cuidadosamente sus palabras.

¡Qué ironía! Su manera de «ayudar» consistía en encontrar tiempo para otra mujer, pero no pasar ni un solo día completo ni con Gabriel ni conmigo.

Intenté zafarme de su abrazo, pero él se negó a soltarme.

—¡Nunca pensé que te molestaría! ¡Fue mi error, lo sé! Te prometo que no volveré a contactarla. Saldré del grupo junto con Gabriel. Incluso… la eliminaremos de nuestras vidas. —Su tono era suplicante—. Por favor, Luciana, dame otra oportunidad. Juro que de ahora en más viviré correctamente contigo, y mantendré distancia con otras mujeres. Por favor, por nuestro hijo… por todos estos años juntos. Te lo ruego: no me abandones.

Escuchando su tono lastimero, como si temiera ser abandonado, no pude evitar pensar en Gabriel. Era tan pequeño y vulnerable. Apenas había tenido contacto con Carolina, pero ya mostraba signos de estar siendo influenciado. Esa mujer lo había llevado al hospital en más de una ocasión por su descuido. Si me divorciaba, Joaquín seguramente intentaría formar una familia con ella, y Gabriel no tendría una buena vida; por lo que, aterrada por esa posibilidad, terminé cediendo.

—Está bien —pronuncié la palabra más pesada de mi vida, con un hilo de voz.

Al escucharme, Joaquín sujetó mi cintura y me obligó a darme la vuelta para mirarlo. Su rostro reflejaba alivio, como si acabara de recuperar algo perdido, y, lentamente, se inclinó para besarme.

Sin embargo, la traición seguía fresca en mi corazón, como una espina que no lograba arrancar. No podía olvidarlo tan fácilmente, mucho menos tolerar su cercanía, por lo que giré la cabeza, esquivando su beso.

Un momento después, sentí cómo mi cuerpo se elevó en el aire repentinamente. La sensación de ingravidez me sobresaltó, y por reflejo me aferré a los hombros de Joaquín.

—¿Todavía estás enojada? —preguntó él, entre risas.

—Necesito tiempo —respondí, sin negarlo.

—¿Y si me porto muy bien esta noche? —preguntó Joaquín, adoptando un tono seductor—. ¿Podrías ser más indulgente?

Normalmente, habría cedido a esa estrategia, pero esta vez no tenía ánimos. Y, aunque él lo sabía, no me dio oportunidad de rechazarlo y me dejó caer sobre la cama con cuidado. Apenas intenté incorporarme, se tendió sobre mí, inmovilizándome con su peso.

Presioné con fuerza su pecho con ambas manos, intentando mantenerlo a raya, pero él sujetó mis muñecas con una sola mano, levantándolas por encima de mi cabeza. Su fuerza era demasiada. No podía liberarme.
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