Capítulo 5
Me quedo sin palabras. Esa simple frase me deja aturdida por largo rato, antes de mirar a Joaquín, desconcertada. ¿Acaso no me dijo que había dejado a Gabriel con su abuela?

Su abuela conoce la condición de Gabriel, por lo que jamás le daría algo que pudiera hacerle daño. ¿Entonces por qué está en el hospital?

Y, además, ¿cómo sabe Carolina en qué estado se encuentra Gabriel?

—¿En qué hospital está? —pregunta Joaquín mientras recoge apresuradamente su ropa del suelo y se la pone de cualquier manera.

Carolina murmura el nombre del hospital entre lágrimas, y yo, preocupada por mi hijo, no tengo más remedio que seguir a Joaquín.

Él finalmente recuerda mi presencia. Sé que mi rostro debe verse terrible, al borde del colapso, pero me contengo. Rápidamente, abre la puerta del auto y se sienta sin más, mientras yo hago lo mismo en el asiento del copiloto.

No hablamos, durante todo el camino, y el caos de información en mi mente se ordena de manera gradual durante esos veinte minutos de trayecto, comprendiendo que, mientras Joaquín me decía que él y el niño cortarían todo contacto con Carolina, había llevado al niño con ella, a mis espaldas. Y, lo que es peor, para que yo no sospechara, había sacrificado sus propios deseos, usando la excusa de que quería tener otro hijo.

Volteo a mirar por la ventana, pensando que soy la única en casa que quiere recuperar nuestra vida y vivir bien. Lamentablemente, la balanza en sus corazones ya se ha inclinado hacia Carolina desde hace tiempo…

...

Al llegar al hospital, corro directamente al área de sueros, y veo que Gabriel está completamente solo, con la cabeza ladeada hacia la pared, profundamente dormido.

Rápidamente, me acerco a él, viendo su dulce rostro dormido y no puedo evitar sentir una mezcla de dolor y furia.

Dolor, porque es tan pequeño…, aún no sabe distinguir entre lo bueno y lo malo. Pero esos adultos que deberían ser responsables, sabiendo que tiene problemas digestivos, lo consiente hasta el punto de terminar hospitalizado, una y otra vez.

Y furia porque la culpable… lo ha dejado solo en el hospital, después de dañarlo, sin importarle el miedo que pueda sentir.

Respiro hondo, obligándome a mantener la calma, me siento junto a Gabriel y, con cuidado de no despertarlo, acomodo su cabecita para que repose en mi regazo.

De repente, una voz acusadora rompe el silencio.

—Luciana, mi hijo tuvo la consideración de dejarte ser ama de casa, cuidando bien al niño, ¿y qué resulta? —la voz de Patricia, la madre de Joaquín, resuena desde la puerta, y yo la miro con incredulidad.

Acaba de llegar, pero en lugar de preocuparse por su nieto, me ataca para ocultar su propia negligencia.

—Bajo tu supuesto cuidado «meticuloso», Gabriel tiene problemas digestivos cada dos por tres... —continúa con un tono cargado de reproche.

¿Intenta echarme la culpa a mí?

Cuando surgen conflictos con la familia de Joaquín, suelo aguantar para no ponerlo en una posición incómoda. Pero Gabriel es mi límite. ¡En lo que se refiere a mi hijo, jamás cederé!

Contengo la voz para no despertar a Gabriel, aunque no logro ocultar mi enojo:

—Mamá, sabes mejor que yo quién arruinó el estómago del niño.

—¡Por supuesto que lo sé! —Patricia se burla con frialdad—. Gabriel pasa más tiempo contigo, Luciana. Si te hubieras esforzado en cuidarlo mejor, ¡su estómago no estaría tan débil como para hospitalizarse por cualquier cosa que coma!

Levanto la mirada para enfrentarla, y toda la frustración acumulada durante el día finalmente estalla.

—Pero cuando yo cuidaba a Gabriel, nunca fue hospitalizado por problemas digestivos.

—Tú... —intenta replicar Patricia, pero se queda sin palabras.

—Al contrario —continúo. No tengo intención de detenerme—, desde que dijiste que lo extrañabas y le pediste que Joaquín lo dejara con ustedes después del trabajo... empezó a enfermarse con frecuencia. —La miro fijamente y siento cómo el enojo me consume—. Te advertí que no le dieras nada inadecuado de comer, pero ¿qué hicieron?

No es que tenga resentimiento hacia mi familia política, pero antes, siempre había pensado que no eran problemas graves, y, además, que quieren al niño, por lo que bastaría con decirles una vez, tras lo que, seguramente, tendrían más cuidado y no lo repetirían.

Sin embargo, la realidad demuestra que los juzgué demasiado bien.

—¡No solo ignoraron mis palabras, sino que enviaron al niño con Carolina! ¡Dejaron que Gabriel desarrollara una relación con ella, la tercera en discordia, que intenta interferir en nuestro matrimonio! ¡Incluso hoy fue así! —exclamo, hecha una furia, antes de hacer una breve pausa—. Joaquín llegó a casa diciéndome que había dejado al niño con su abuela. ¡Y en pocas horas estaba en casa de Carolina, vomitando y con diarrea, teniendo que ser hospitalizado! ¿Qué hay de eso? —Recuerdo la imagen al llegar al hospital, y me entristezco—: Simplemente se fue, dejándolo solo.

Patricia abre la boca queriendo rebatir, pero no sabe qué decir.

—Mamá —digo con dificultad—, sé que nunca me has aprobado. Y entiendo que la única nuera a la que aceptas es a Carolina…, pero, si me odias, si quieres atormentarme, ¡hazme las coas a mí! Gabriel es tu nieto, y es tan pequeño… ¡No tiene por qué soportar tal maltrato!

Patricia no esperaba que su nuera, normalmente tan respetuosa y obediente, se atreviera a contradecirla. Al reaccionar, se prepara para responder, lista para darme una lección.

Sin embargo, antes de poder decir nada, Joaquín la interrumpe corriendo hacia nosotros:

—Mamá, ya basta.

Cuando tengo conflictos con su familia, Joaquín siempre me apoya incondicionalmente, y esta es una de las razones por las que lo amo tanto.

Patricia, detenida por su hijo, parece incapaz de contener su frustración, y su voz se eleva cargada de reproche:

—¡Desagradecido! ¿No escuchaste cómo me habló tu esposa?

—¿Acaso dijo algo incorrecto? —pregunta Joaquín, con el rostro serio y firme, parándose junto a mí.

Patricia se queda muda, aturdida por esa respuesta, y Joaquín aprovecha para continuar con un tono más duro:

—Te lo dejé claro, mamá: no volveré a contactar a Carolina, pero tú, aun sabiendo esto, llevaste al niño con ella, a mis espaldas. —Hizo una pausa, mirando a su madre fijamente—. Esto ya está afectando a mi matrimonio.

Al escuchar esto, miro a Joaquín, sorprendida. ¿Eso quería decir que él tampoco lo sabía?

Patricia abre la boca, como si estuviera a punto de soltar una andanada de argumentos, pero finalmente se contiene; solo me lanza una mirada furiosa.

Sin embargo, mi atención está completamente en Gabriel, no tengo tiempo ni energía para lidiar con ella.

Después de un momento de silencio, decido hablar, de manera firme pero tranquila, aclarando:

—Mamá, no volveré a dejar al niño contigo.

La decisión ya está tomada. No sé exactamente desde cuándo Carolina empezó a relacionarse con mi hijo, pero tengo claro que desde hoy no habrá más contacto entre ellos.

Al mismo tiempo, me prometo que dedicaré más tiempo en acompañar y guiar a Gabriel... Estoy segura de que, con suficiente paciencia, volverá a ser ese niño saludable y obediente que era antes.

Pero Patricia, visiblemente contrariada, no tarda en estallar:

—¡No puedes hacer eso!

«No te estoy pidiendo opinión. Solo te estoy notificando», pienso, mas no lo digo.

Al no recibir una respuesta de mi parte, Patricia mira a Joaquín, buscando apoyo.

—Apoyo a Luciana —se limita a responder él.

—¡Ustedes…! —murmura Patricia, claramente frustrada, pero sin poder cambiar nada.

Tras un largo y tenso silencio, viendo que no cederemos, por fin se marcha.

En la amplia sala de sueros, ahora solo quedamos los tres: Joaquín, Gabriel y yo.

Respiro profundamente y abrazo a Gabriel, que sigue dormido, mientras Joaquín se sienta junto a mí guardando silencio.

Gabriel duerme profundamente hasta que una enfermera le quita el suero. Despierta sobresaltado, parpadeando con confusión antes de fijar sus ojos en mí.

—Mi amor, no temas, mamá está aquí —le digo con suavidad, mientras le acaricio la espalda, buscando tranquilizarlo.

Gabriel hace un puchero, evidentemente molesto.

—Todo es tu culpa, ¿por qué tenías que venir al hospital? —me reprocha.

Tal vez por ser su madre, a pesar de la situación, no puedo evitar sentir ternura.

—¿No querías que viniera?

—Claro que no —responde Gabriel sin pensarlo—. Si no hubieras venido, tía Carolina seguramente se habría quedado a acompañarme.
Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo