Capítulo 6
Las palabras inocentes pero directas de Gabriel son como una aguja que se clava en mi corazón.

En su momento más vulnerable, estando enfermo, no puede dejar de pensar en la mujer que le causó esto.

Lo miro con tristeza. La enfermedad claramente lo ha agotado; después de decir solo dos frases, vuelve a dormirse profundamente.

—Mi amor —me dice Joaquín, tomándome la mano. Claramente, él también ha oído las palabras de Gabriel.

No tengo nada que decirle. Intento retirar mi mano, pero Joaquín aumenta ligeramente la presión, sin dejarme escapar.

—Lo de hoy fue un accidente. Mamá actuó por su cuenta, y el niño habló así porque está enfermo. No lo dijo en serio...

—No es que no entienda al niño —digo, cargando a Gabriel de camino a la salida del hospital—. Está en una etapa donde le gusta Carolina, y, por supuesto, pensará que todo en ella es bueno. —Me detengo un momento, y agrego—: Por eso le prohibí el contacto con ella. Al principio, se resistirá, pero Gabriel no es malo por naturaleza. Lo guiaré para que entienda quién realmente se preocupa por él. Pero espero que cumplas tu palabra. Hoy puedo considerar esto un simple accidente, pero no quiero que se repita.

Joaquín asiente, y, temiendo que me canse, toma al niño de mis brazos.

—¡Lo haré, te lo prometo, mi amor!

Miro al niño, que sigue durmiendo profundamente ahora brazos de su padre, y no digo nada más.

...

Al llegar a casa.

Joaquín estaciona el auto con cuidado, mientras yo, viendo que Gabriel continúa durmiendo, me dispongo a cargarlo. Sin embargo, Joaquín ya está en la puerta del copiloto antes de que pueda hacerlo.

—Yo lo llevo —me dice con voz suave.

Con facilidad, carga al niño con un brazo y me extiende la otra mano. Y yo levanto la mirada, sorprendida. La luz de la calle cae sobre su rostro; y su alta figura y sus rasgos definidos lo hacen parecer una deidad lejana y perfecta.

—Señora Echeverri, volvamos a casa —me dice suavemente.

—Mm —suspiro, mientras tomo su mano y bajo del auto— Vamos.

En casa, Joaquín acuesta a Gabriel con cuidado en su pequeña cama, en tanto yo voy a la cocina y regreso con una palangana de agua caliente y una toalla. Joaquín, como si leyera mis pensamientos, comienza a quitarle la ropa a Gabriel con movimientos precisos. Exprime la toalla y limpia con cuidado su pequeño cuerpo.

Gabriel no se despierta ni cuando terminamos de limpiarlo y vestirlo con el pijama. Solo se queja ocasionalmente, dejando escapar suaves sonidos de incomodidad.

Joaquín lo mira con indulgencia. Cuando termina, sonríe y tira la toalla en la palangana, llevándosela. Mientras yo me quedo sentada junto a la cama, mirando a Gabriel en silencio.

Últimamente, su actitud hacia mí es cada vez peor. Cada conversación termina en hostilidad o impaciencia. Ya no hablamos tranquilamente. Y solo cuando duerme puedo sentir que hay algo de paz entre nosotros.

—Mi amor —oigo que me llama Joaquín mientras se acerca y me levanta en brazos.

Instintivamente, rodeo su cuello, mirando su perfil, confundida.

—¿Qué pasa?

Joaquín apaga la luz con el codo y cierra la puerta del cuarto de Gabriel suavemente, antes de mirarme con una sonrisa traviesa y encaminarse hacia el dormitorio.

—¿Qué habíamos acordado antes de ir al hospital?

Lo miro, perpleja. He olvidado completamente lo que sucedió antes de correr hacia el hospital. Aunque recuerdo claramente todo lo que pasó después…

Cuando sostenía al niño, realmente consideré divorciarme de Joaquín. Pero rápidamente deseché la idea. Si Carolina, sin estar casada con él, ya trataba a mi hijo como un objeto secundario, ¿qué pasaría después de un divorcio? ¿Podría Gabriel estar bien? Lo más seguro era que no, por lo que, por el bien del niño, decidí que la familia no puede separarse.

—¿Me refrescas la memoria? —pregunto.

—Qué despistada eres, mi amor —responde Joaquín, cerrando la puerta del dormitorio, antes de tomar mi rostro entre sus manos y besar suavemente mis labios.

Su voz baja, en esta silenciosa noche, tiene un sabor indescriptible.

—¿Ya recordaste? —ríe Joaquín, como si estuviera haciendo una travesura.

Sé que intenta provocarme, pero me niego a ceder tan fácilmente.

—¿Qué hacemos entonces? —digo, fingiendo estar pensativa—. Parece que aún no recuerdo.

Joaquín sonríe, y en sus ojos puedo ver mi reflejo: el cabello suelto, esparcido como una cascada sobre las sábanas blancas; mis mejillas sonrosadas y el brillo en mis labios.

La nuez de Adán de Joaquín sube y baja, lentamente y su voz se torna grave:

—Entonces te ayudaré a recordar...

...

El impacto emocional y el cansancio físico de toda la noche me tienen extremadamente agotada. Sin embargo, Gabriel acaba de ser hospitalizado por problemas digestivos y necesita cuidados especiales. Por lo que, a pesar del cansancio, me obligo a levantarme temprano para prepararles el desayuno.

Gabriel solo puede comer arroz blanco para recuperarse, por lo que, para que quede bien blando, uso específicamente una olla de barro donde primero hiervo el agua a fuego alto y luego dejo cocinar el arroz a fuego bajo.

Miro la hora, comprobando que apenas son las cinco de la mañana; por lo que aprovecho para ir al mercado más cercano y comprar algunas verduras frescas y un poco de carne. Al regresar a casa, limpio cuidadosamente las verduras, las lavo y las dejo listas, esperando la hora en la que Gabriel debe levantarse, para empezar a cocinar.

Preparo dos platos en total: uno de verduras salteadas y otro de sopa de res.

Sin embargo, justo cuando termino y estoy a punto de por llamarlos a comer, escucho un suave «tap, tap, tap», antes de ver a Gabriel corriendo hacia mí, con las mejillas infladas por el enojo.

—¡Ya dije que no quiero volver a casa! —me grita—. ¡Solo quiero quedarme en casa de la abuela...! —Me mira con reproche, y continúa, con la voz cargada de frustración—: ¡Incluso, aunque me haya enfermado y me hayan puesto suero en el hospital, deberías haberme llevado a casa de la abuela al salir!

Lo observo en silencio. Sé exactamente lo que intenta. Gabriel cree que no sé nada y que puede continuar usando a su abuela como pretexto para seguir viendo a Carolina.

Pensando en esto, elijo cortar el problema de raíz.

—¿Quieres estar con la abuela para que ella te lleve a casa de Carolina? —pregunto, con voz tranquila pero firme, revelándole que ya estoy enterada.

Gabriel se queda perplejo. Por un momento, me mira sin saber qué decir. Es solo un niño, por lo que no sabe cómo manejar cuando lo enfrentan directamente.

—Gabriel, a partir de hoy no volveré a dejarte en casa de tu abuela —le informo, aprovechando su desconcierto.

—¿Por qué no? —replica Gabriel de manera inmediata e instintiva.

—¡Porque soy tu madre! —respondo, sin titubear, alzando la barbilla. Por una vez, decido ser firme.

—¡Entonces ya no quiero que seas mi madre! —Gabriel rompe en llanto— ¡Quiero ir a casa de tía Carolina!, ¡quiero que tía Carolina sea mi madre!

El dolor me atraviesa como un rayo. Es mi hijo, el que llevé en mi vientre durante nueve meses, el que he cuidado con tanto amor y esfuerzo. Y ahora… ahora me rechaza por una mujer que lo ha dañado, que lo expone a riesgos que lo han llevado al hospital en más de una ocasión.

Mi corazón se rompe en pedazos.

Los ojos de Gabriel, oscuros como piedras negras, brillan llenos de lágrimas, y, como si llorar no fuera suficiente para expresar su insatisfacción, agarra el vaso de agua que está sobre la mesa y lo estrella contra el suelo con todas sus fuerzas.

El sonido del vidrio al romperse resuena en la casa, y los fragmentos de vidrio y el agua se esparcen por todas partes. Pero lo que realmente se hace añicos no es el vaso, sino mi corazón.

No entiendo cómo puede lastimarme así. ¿Cómo puede herir a su madre de esta manera, por una mujer que apenas conoce?

Como si no fuera suficiente, Gabriel empieza a romper todo lo que encuentra a su alcance.

En ese momento, Joaquín aparece en la sala, y, con el ceño fruncido, recorre el desastre con la mirada.

—Gabriel, ¿qué estás haciendo?

Al escuchar la voz de su padre, Gabriel finalmente deja de llorar, y corre hacia él, aferrándose a sus piernas, sollozando:

—Papá, ¿no es tía Carolina la que más te gusta? —Alza la cabeza, y lo mira con ojos suplicantes—. Por favor, divórciate de mamá y cásate con tía Carolina. Quiero que tía carolina sea mi madre. Quiero vivir con ella.

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