CAPITULO 3

Estoy terminando de arreglar a Alana para la reunión que tiene Dante, aunque al parecer esta pequeña está muy mimada hoy porque quiere estar pegada a mí como un monito.

— Vamos, preciosa, tengo que ponerte el vestido — Esta parece entender porque me suelta y deja que le coloque el vestido — Esta es mi nena.

— Mira nada más qué hermosa que estás, tu papá se va a derretir apenas te vea así — Esta aplaude feliz y es inevitable no soltar una risita — Eres hermosa, pero ahora me toca a mí ponerme bella. Saco del armario el vestido que tenía apartado y con mucho cuidado me lo coloco, dejo mi cabello rojizo suelto pero con unas ondas en las puntas y aplico un maquillaje suave para que mi piel blanca no se vea tan cargada.

Escucho que tocan la puerta y luego esta se abre dejando ver a un Dante perfectamente arreglado con un traje negro bastante guapo. Cuando este posa su mirada en mí, sus ojos de inmediato me reparan haciéndome sentir algo expuesta.

— Qué bien se ve, Gabriella.

— Lo mismo digo, señor Dante — La nena comienza a hacer sonidos como tratando de llamar la atención de su padre y cuando lo logra, este sonríe.

— Quedó muy linda — Este hace un amago de acercarse a ella pero se detiene.

— Por qué no hace el intento, vamos, acaricie su mejilla — Este me mira algo dudoso pero luego se acerca algo temeroso y luego estira su mano y acaricia la mejilla de Alana. Cuando esta siente el toque de su padre, comienza a sonreír, lo que hace que a Dante se le escape una sonrisa.

— Mi hermosa Alana — Se aleja de ella y yo lo miro con una sonrisa.

— Ves, no fue tan difícil.

— Supongo que sí, creo que es momento de irnos — Nos montamos en la camioneta y durante todo el trayecto estuve hablándole a Alana.

— Vamos, princesa, di "gaby" — Esta aplaude y solo balbucea cosas — Qué difícil es que un bebé hable — Dante suelta una risita y yo lo miro con mala cara.

— No me mires así, es que te ves muy cursi hablándole a un bebé.

— Es que a ellos se les tiene que hablar mucho para que aprendan a hablar.

— Y tú, ¿de dónde sabes eso?

— Pues eso me decía mamá cuando iba a cuidar a mis vecinos y uno de ellos tenía la edad de Alana.

— Entiendo, bueno, supongo que tienes que hablar mucho más.

— Tú no te excluyas, te recuerdo que eres el padre — Este rueda los ojos y luego se queda callado.

Llegamos al lugar y cuando entramos veo que todas las miradas se posan en nosotros, lo que se me hace un poco incómodo.

— Señor, todos nos miran.

— Es normal, hace mucho no me presentaba a estas fiestas, además, deben estar preguntando quién eres tú.

— Odio que me miren tanto — En ese momento aparece Fran con una mujer al lado, muy hermosa.

— Hola, hermano, qué bueno que te animaste a venir — Ambos se saludan y luego Fran posa la mirada en mí y en Alana — Mira nada más esta hermosura — Le paso a Alana y esta se ríe al verlo — Hola, Gaby, qué bueno volver a verte, mira te presento a mi novia, Luna — La chica extiende su mano y la estrecha.

— Hola, Gaby, es un placer conocerte.

— Lo mismo digo — Alana estira sus brazos hacia donde estoy y Fran se queja.

— Oye, princesa, ¿cómo es eso que ya prefieres más estar con Gaby que con tu tío favorito? — Fran me entrega a Alana y esta coloca su cabecita en mi pecho.

— Ven, Gaby, por qué no nos vamos a sentar mientras ellos van y saludan — Yo miro a Dante esperando su aprobación y este asiente — ¿Hace cuánto trabajas para Dante?

— Llevo menos de una semana.

— Pero veo que la pequeña ya se ha encariñado contigo.

— Y yo con ella, es una bebé tan tierna.

— Lo sé, lástima que su padre no le dé el cariño que se merece.

— Hay que entender que el señor ha sufrido mucho por la pérdida de su esposa.

— Lo sé, pero eso no le da derecho para dejar a su hija desamparada. Ella vivió casi un año con la mejor amiga de Val y él solo llamaba para saber cómo estaba y si necesitaba dinero. Se tuvo que quedar con ella porque Matilda se tuvo que ir a Londres y desafortunadamente, Fran no se podía quedar con ella.

— Luna, solo trata de entenderlo, o por lo menos eso hago yo — Luna ve cómo Alana se acomoda bien como si buscara mi calor.

— Es en serio, la nena se ha encariñado contigo, nunca la había visto así tan apegada a alguien, ni siquiera a Matilda.

— Es raro, pero siento una conexión muy fuerte con ella. Desde el momento que la tuve en mis brazos, la siento como mía.

— Ay, Gaby, yo solo te digo algo, va a llegar el día en el que Alana ya no necesite más niñera, así que no debes encariñarte mucho con ella.

— Luna, es imposible. Además, creo que ya me encariñé — Cuando Luna va a decir algo más, aparecen ambos hombres.

— Ven, Gabriella, hay personas que quieren ver a Alana.

— Pero está dormida.

— Tranquila, no la despertaremos — Pasamos por muchas personas y todos quedan fascinados con la nena. Pero cuando algún hombre me tira algún piropo, veo cómo Dante se pone tenso pero no dice nada.

— Dante, qué bueno que al fin apareces — Un hombre alto, que debe ser de la misma edad de Dante, aparece en nuestro campo de visión. Cuando Dante lo ve, se pone tenso.

— Hola, Manuel.

— Hace mucho no te veía en esta clase de reuniones.

— Tenía mejores cosas que hacer — Responde serio. El tal Manuel posa su mirada en mí y veo cómo me come con ella.

— Y esta belleza, ¿quién es? — Dante se coloca delante mío.

— Nadie que te importe.

— No me digas que ya le buscaste madre a tu hija — Veo cómo Dante se le intenta tirar encima, pero cuando lo va a hacer, lo tomo del brazo.

— Dante, no lo hagas, no vale la pena — Le susurro y este se calma.

— A ti eso no te interesa, Manuel — Suelta enojado Dante.

— No me digas que ya le buscaste madre a tu hija — Veo cómo Dante se le intenta tirar encima, pero cuando lo va a hacer, lo tomo del brazo.

— Dante, no lo hagas, no vale la pena — Le susurro y este se calma.

— A ti eso no te interesa, Manuel — Suelta enojado Dante.

— Volverás al negocio o seguirás cediendo tu puesto.

— No, volveré al negocio y me posicionaré de nuevo — Veo cómo la cara de Manuel cambia por completo, entonces da un paso hacia Dante.

— Eso lo veremos — Manuel se va y Dante suelta un puño a la pared.

— ¡Maldito imbécil!

— Oye, calma, te vas a hacer daño — Este no me hace caso y camina hacia donde está Fran.

— Fran, los quiero mañana temprano en mi despacho. Vamos a volver a parar el negocio — Veo que Luna se sorprende y Fran, ni qué decirlo.

— ¿Estás seguro?

— Más que seguro.

— Está bien, entonces mañana a primera hora estaremos allá — Dante sale del lugar, pero antes escucho que Luna le dice a Fran.

— Cómo van a volver a lo mismo. Ese negocio solo les traerá problemas. ¿Qué clase de negocio es? No sé por qué siento que me estoy metiendo en la boca del lobo.

Hoy por fin era sábado, así que vería a mi hermana, que la extraño muchísimo.

— Así que hoy descansas — Dice nana, que ve que estoy arreglando algunas cosas.

— Sí, estoy feliz porque veré a mi hermana.

— Me alegro mucho, y lo bueno es que podrás descansar.

— Lo malo es que extrañaré a la pequeña.

— Lo sé, y ella también te va a extrañar.

Decido ir al despacho para anunciarle al señor Dante que ya me voy, aunque me da algo de pena porque desde temprano está reunido con Fran y no quiero interrumpir.

— Dante, tenemos pocas rutas, pero en esas rutas podemos hacer cosas — ¿De qué rutas hablan?

— Lo sé, ¿qué te parece si empezamos por meter droga por esta zona y luego en esta metemos armas? — ¿Qué? ¡Wow, esperen un minuto! ¿Acaso mis oídos escucharon lo que acabo de escuchar?

— Sí, podríamos. Además de cobrar una gran suma de dinero a las personas que quieran también pasar por esas rutas.

— Sí, tienes razón.

— Ya verás que en menos de lo que piensas, volveremos a ser los reyes de la mafia — ¡Mafia! ¡Por Dios! ¿En dónde mierdas me metí? Nunca pensé que esto me fuera a pasar a mí. Tengo que irme, no me puedo quedar aquí, pero justo en este momento se me viene el rostro de Alana.

— No la puedo dejar — Susurro con algo de dolor — No puedo dejar a la pequeña sola. Ay, Dios, estoy en el horno. Cuando siento que la puerta se va a abrir, me corro un poco y veo a ambos hombres salir.

— Gabriella?

— Señor, justo lo estaba buscando.

— Bueno, ¿qué necesitas?

— Era para despedirme. Ya me voy a mi casa, nos vemos el lunes.

— De acuerdo, te quiero puntual.

— Sí, señor — Tomo las maletas, pero en ese momento escucho un llanto fuerte, así que corro para ver qué pasa.

— ¿Nana, qué pasa? — Cuando Alana me ve, estira sus manitos desesperada hacia mí y yo, sin dudarlo, la tomo.

— Está llorando, pero no sé por qué — La arrullo y esta se pega a mi pecho como si de él dependiera.

— Tranquila, mi nena, aquí estoy — Veo a Dante en la entrada de la habitación.

— Tiene que irse a descansar — Cuando le intento dar a la nena a nana, ella vuelve a llorar y no se quita de mí.

— Vamos, mi amor, te tienes que quedar con nana — Siento un nudo en mi garganta, ya que odio ver a la pequeña así. No me gusta que llore.

— Al parecer, la pequeña Alana no se quiere separar de ti — La nana tiene razón, pero ¿y si me la llevo conmigo?

— Señor — Me acerco a él algo temerosa, porque no sé cómo se tomará esto.

— ¿Qué pasa? — Pregunta serio.

— ¿Hay algún problema en que yo me lleve a Alana estos dos días? — Veo cómo aquel hombre abre sus ojos a más no poder.

— ¿Pero quién te has creído para decirme eso?! Eres una empleada nada más, no te puedes llevar a mi hija.

— Lo sé, señor, pero no la quiero dejar aquí. Además, ella... ella se ha apegado mucho a mí.

— Entonces quédate.

— Necesito ver a mi hermana.

— Dante, mi niño, deja que vaya con Alana, sabes que Gaby la cuidará muy bien — Dante mira a su nana y suelta un suspiro.

— Vas a ir con unos guardaespaldas y escúchame bien, señorita, si algo le pasa a mi hija, un solo rasguño, usted me las pagará — Trago duro cuando dice eso, pero lo único que logro es asentir como niña buena.

— No se preocupe, señor, está en buenas manos.

— Perfecto — Se da la vuelta y ni siquiera se despide de la niña.

— Bueno, mi nena, vas a conocer mi casa — Esta aplaude con felicidad, lo que nos hace soltar una risa a nana y a mí.

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