CAPITULO 4

Al fin estoy en casa con María y Alana. María, desde que vio a Alana, no ha parado de cargarla y de darle besos por todos lados.

- Oye, vas a asfixiar a la bebé.

- Es que es tan hermosa, no entiendo cómo su padre no la quiere.

- Él sí la quiere, es solo que le cuesta. Pero el señor Dante la adora, ¿o por qué crees que me mandó con esos gorilas? - digo señalando la ventana.

- Bueno, ¿y cuenta si es buenón tu jefe? - pregunta con picardía.

- Ay, por Dios, María, es mi jefe.

- ¿Y? Es hombre. Es más que bueno, es extremadamente bueno. Mi jefe, el hombre está que se parte de lo bueno que está. Cada vez que miro sus carnosos labios, me provoca tirarme a ellos y morderlos. Dios, de solo pensarlos me da calor en todo el cuerpo. - "Te colocaste colorada?" - dice María con una risita.

- Dios, María, ya basta. - Ambas nos reímos a carcajadas. - Sí, el hombre está bueno, pero es un amargado y gruñón.

- Qué lástima. Puede ser muy lindo y todo, pero no me gustan los hombres así.

Más tarde llevamos a Alana a la habitación, ya que se quedó dormida. Entonces, María y yo aprovechamos para tomarnos unos vinos relajantes.

- Recuerda que solo son dos copas, Gaby.

- Lo sé, aunque sabes que ahora me controlo en el tema del licor.

- Solo no quiero que se repita todo.

- Eso no pasará, te lo prometo. - El timbre de la casa suena, entonces me levanto para ver quién es, y cuando abro la puerta sin pensarlo, me tiro encima de esa persona.

- ¡Fede! - Grito emocionada. Fede es mi amigo de la infancia, que la verdad me gustaba mucho, pero nunca se lo pude decir. Al final, él se fue para Nueva York con su familia, y desafortunadamente perdimos contacto. Pero ahora que lo veo, estoy feliz de verlo.

- Sorpresa, pequeña Gaby. - Pequeña Gaby, así era como me decía él cuando éramos más chicos.

- Todavía me dices así.

- Para mí, siempre serás mi pequeña Gaby.

- ¿Cuál es el alboroto? - Dice mi hermana, pero cuando ve a Fede hace lo mismo que yo. - ¿Por qué no avisaste que venías, tonto?

- Quería que fuera sorpresa.

- Ven, pasa. - Todos pasamos a la sala, y María le sirve una copa a Fede.

- Vaya, cómo pasa el tiempo. Las dos están hermosas.

- Tú no te quedas atrás. Debes tener a más de una americana detrás tuyo.

- Tal vez, pero no me interesan. Igual, ya no volveré a Nueva York.

- ¿Qué? ¿Por qué?

- Quiero quedarme aquí. Extraño mi país y las extrañé a ustedes. - En ese momento se escucha el llanto de Alana, y Fede se pone alerta. - ¿Ese es el llanto de un bebé? - En ese momento se me ocurre hacerle una broma.

- Sí, es el llanto de mi hija. - Este se atraganta con la saliva y luego grita. - ¡Tu hija! - Veo cómo María está que se estalla de la risa.

- Sí, mi hija. Espera, ya la bajo. - Subo con unas ganas de reírme, y cuando veo a Alana, la tomo en brazos. - Hola, pequeña, aquí estoy. - Bajo con ella, y Fede, al verla, se queda impresionado.

- No puedo creerlo, ¡sí tienes una hija!

- Sí, se llama Alana. - Este parece estar en shock.

- ¿Y quién es el padre?

- No lo sé, estaba muy borracha ese día.

- ¡¿Qué tu qué?!! Dios, pequeña, pero... - Este hombre cae rendido al sofá y se pone las manos en la cara, como si en realidad estuviera sufriendo, así que María interviene.

- Vamos, Gaby, no seas mala con él. - Se sienta al lado de Fede. - Fede, es broma. Alana no es su hija. - Este mira a María confundido y luego a mí.

- Entonces, ¿de quién es?

- De mi jefe. Trabajo de niñera.

- ¿Y por qué la traes contigo?

- Pues, la nena se puso a llorar porque me iba, y pues le pedí permiso a mi jefe si me la podía llevar, y él aceptó.

- Dios, Gaby, te quiero matar. Casi me da un infarto. Me matarás antes de tiempo, mujer.

- Lo siento, solo quería bromear contigo.

- Y sí que lo lograste, pequeña bromista.

A la mañana siguiente, me levanto temprano aprovechando que Alana sigue dormida, y me doy una ducha rápida para luego cambiarme por unos shorts y una camisa de tirantes.

Cuando voy a la habitación de Alana, la pequeña no está. En ese momento, me entra el pánico, entonces comienzo a correr por toda la casa buscándola, hasta que la veo riendo con Fede.

- Por Dios, Fede, casi me da un infarto cuando no vi a la pequeña.

- Estaba llorando, así que vine por ella. Es muy hermosa y cariñosa.

- Lo sé, ella se roba el corazón de cualquiera. - El timbre de la casa suena, así que voy y miro quién es, pero al abrir la puerta, me llevo la sorpresa de ver a mi jefe.

- Señor, ¿qué hace aquí?

- ¿Acaso no puedo venir a ver a mi hija?

- Sí, claro, pase. - Este pasa y observa cada detalle de la casa, pero la voz de Fede hace llamar la atención de Dante.

- Gaby, esta pequeña traviesa me tiró el desayuno en la cara.

- ¿Qué hace ese hombre cargando a mi hija?!! - Grita colérico Dante.

- Señor, es un amigo mío, tranquilo.

- Usted y yo tenemos que hablar, señorita.

- Señor, no la culpe a ella, fui yo quien la cargó sin permiso.

- Usted no se meta y entréguele a mi hija a la señorita Gabriella. - Fede me entrega a la bebé, que está algo asustada.

- Tranquila, mi amor. - Miro a Dante con rabia por alterar la paz en mi hogar. - ¿Se puede calmar un poco? Está asustando a la niña.

- No me puedo calmar porque un maldito extraño estaba cargando a mi hija. - Grita más fuerte, lo que pone a llorar a Alana.

- Tranquila, mi amor, papi está un poco enojado, pero no es contigo. - Llamo a María, y esta aparece. - ¿Te puedes quedar con la nena unos minutos?

- Claro, yo encantada de tener a esta belleza. - Dirige su mirada al señor Dante. - Con permiso, señor. - Le indico a Dante que pasemos a un pequeño despacho que antes era de mi padre.

- No me dijo que vivía con un hombre.

- Él no vive aquí, llegó ayer de visita, y le dijimos que se quedara. Además, eso no es problema suyo.

- Claro que es problema mío, porque aquí está mi hija.

- Su hija ha recibido más amor aquí que en su propia casa. - Cuando menciono esas palabras, el señor me estrella contra la pared del despacho haciéndome soltar un grito. - ¿Qué dijo? - Dice enojado.

- Lo que escuchó. Por lo menos aquí recibe el amor y la atención que ella necesita.

- No colme mi paciencia, señorita Gabriella, no sabe de lo que soy capaz.

- ¿Qué, acaso piensa matarme? - En ese momento me acuerdo de la conversación de Dante con Fran, y me doy cuenta de que él sí es capaz de matarme.

- No rete a la suerte, señorita. - Siento cómo la sangre baja de mi rostro; ahora sí creo que estoy más pálida que el papel. - ¿Qué pasa, se le comió la lengua los ratones? - dice riéndose.

- No, usted no me da miedo, señor Dante. Puede hacer lo que quiera conmigo, no me importa, pero ni sueñe con que dejaré que usted me humille o me trate mal.

- ¿Sabe que puedo despedirla y contratar a otra niñera?

- Suerte con eso. - Cuando me voy a ir, él vuelve a tomarme y me atrae a su cuerpo, quedando muy pegada a él. - ¿Qué le pasa? - pregunto algo nerviosa por su cercanía. Él no responde, solamente se queda mirando mi rostro como si me estuviera analizando. Dante levanta su mano y luego me acaricia el rostro con delicadeza, lo que hace que todo mi cuerpo se erice. Cuando él comienza a acercarse para besarme, algo hace que se detenga.

- ¿Qué me pasa? - susurra algo confundido y después se separa, saliendo por la puerta y dejándome algo confundida.

- ¿Qué fue eso?

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