CAPITULO 2

Estoy bañándome con la pequeña Alana, ya que no la quiero dejar sola porque donde lo haga Mr. Gruñón se va a poner como loco y es lo menos que quiero.

-Tu padre es un tempano de hielo, mi niña - en ese momento recuerdo que él perdió al amor de su vida y eso me hace sentir como la m****a porque él debe estar sufriendo y yo aquí juzgando -Olvida lo que te dije - ella se ríe y salpica el agua - Ok, suficiente agua por hoy.-

 Salgo con ella y enrollo una toalla en mi cuerpo. Tomo la ropita que Alana se va a poner y con cuidado la visto, pero la puerta está abierta, dejando ver a Dante, quien me mira de arriba abajo. Cuando miro mi cuerpo, me doy cuenta del porqué se me había olvidado que estaba en toalla y ahora él me está viendo casi desnuda.

-Lo siento, no sabía que te estabas cambiando -mis mejillas se ponen coloradas al sentir su mirada tan penetrante en mi cuerpo.

-Tranquilo, puedes llevarte a Alana, es que me cambiaré -Cuando le digo eso, veo el pánico en su mirada.

-No, quédate con ella, para eso te pago.

-¿En algún momento piensas cargar a tu hija? -Veo que él se queda algo sorprendido por mi pregunta, ya que se demora algunos segundos en responder, pero su rostro se contrae y me mira con rabia.

-No te metas en eso - sale dando un portazo y yo suelto un suspiro. -Qué hombre tan difícil.- Tomo unos pantalones, una blusa y unos zapatos cómodos.

Cuando bajo, veo que hay lindo día, así que aprovecho para salir al jardín con Alana.

-Qué hermoso día hace - Extiendo el mantel y luego me siento con Alana a jugar con ella. -¿Puedes decir Gaby?- La aliento. -Vamos, hermosa, di ga-by.- Ella se ríe y aplaude con sus manitos, balbuceando. -Bueno, creo que eso basta por hoy - En un momento, la nena gatea hasta donde estoy y se sienta en mis piernas, pegando su cabecita a mi pecho, lo que hace que una sensación extraña se forme por todo mi ser. Esta bebita solo busca amor, pero su padre se siente impedido de dárselo. -Tranquila, princesa, si tu padre no te puede dar amor, yo te daré todo el que necesites - Dios, sé que no me puedo encariñar con la nena, pero es imposible. Es tan hermosa, tan tierna, tan amorosa, soy imposible de soltarla y dejarla con su padre. Me recuesto con ella en el mantel y esta se pega más a mí, colocando sus manitas en mi pecho, hasta que poco a poco me quedo dormida con ella.

Escucho un ruido como si alguien acabara de tomar una foto y cuando abro mis ojos, veo al señor Dante con su celular en mano.

-¿Acaba de tomarme una foto?

-Para nada, sabe que está prohibido quedarse dormida en horas laborales.

-Señor, la nena se quedó dormida - trato de excusarme.

-No importa, tu deber es cuidarla, no dormir con ella - Tomo todo el aire que pueda, controlando mi ira.

-Tranquilo, señor, no volverá a suceder -digo entre dientes, enojada.

-Eso espero- Tomo a Alana, que se encuentra profundamente dormida, y esta vuelve a colocar su manita en mi pecho, lo que me causa una sonrisa que, al ver a Dante, puedo notar que también la tiene. -Voy a llevar a la nena a su cuarto, con permiso.

Cuando ya estoy en mi cuarto, pongo el monitor en alto para escuchar si se levanta la nena y decido llamar a mi hermana.

-¿Hola?

-¿Hola, Mari, cómo estás?

-¿Por dios, Gaby, cuándo te ibas a dignar a llamarme?- dice preocupada.

-Lo siento, es que he tenido mucho trabajo, cuidar de un bebé no es trabajo fácil, y más si tiene un padre que es una patada en el culo.

-¿Así de complicado es el señor?- Suelto un suspiro y me tiro a la cama.

-Muy difícil, ese hombre es un témpano de hielo, aunque en parte lo entiendo.

-¿Por qué?- pregunta curiosa María.

-Perdió a su mujer cuando nació Alana, y eso lo destrozó tanto que ni siquiera es capaz de cargar a su hija, es como si le tuviera miedo.

-Vaya cosa, no debe ser fácil todo lo que ha vivido.

-Lo sé, por eso trato de entenderlo, pero lo que no soporto es que no quiera estar con la nena. Es que ella es tan hermosa, tan tierna.

-Wow, alto ahí, Gaby - me interrumpe mi hermana - no te puedes encariñar con Alana, recuerda que solo la cuidas, porque si llega un momento en el que el señor decida terminar tu contrato, te dará muy duro y no quiero que vuelvas a recaer.

-Tranquila, Mari, lo tengo todo controlado- bueno, eso creo.

-Eso espero, Gaby.

-Bueno, Mari, te dejo. Tal vez vaya mañana por mis cosas.

-Dale, si quieres te empaco una maleta con algunas cosas, así no tienes que estar de allá para acá mañana.

-Eres la mejor, te amo.

-Yo a ti, Gaby. - Cuelgo la llamada y, como Alana no se despierta, decido dar una vuelta por la casa. Salgo de mi habitación y camino por todas las habitaciones hasta que llego a la habitación prohibida. Al verla, siento demasiada curiosidad por entrar. Sé que ahí guarda las cosas de su esposa, pero me encantaría ver qué hay ahí. La curiosidad me gana, así que tomo el pomo de la puerta, pero cuando voy a girar la perilla, algo jala de mi brazo, haciendo que dé la vuelta con fuerza.

-¡¿QUÉ MIERDAS ESTABAS HACIENDO?!- El señor Dante está con sus ojos hechos furia, parece que en cualquier momento acabará conmigo.

-Señor, yo... yo lo siento mucho, yo...- Dante aprieta con fuerza mi brazo, haciendo que haga una mueca de dolor.

-¡QUE SEA LA ÚLTIMA VEZ QUE TOCAS ESA PUERTA, NADIE PUEDE ENTRAR!-

 Suelta mi brazo con brusquedad y se da la vuelta, marchándose del lugar. Cuando veo que está lejos, corro a mi cuarto y me tiro a llorar. Nunca había sentido tanto miedo en mi vida, ese hombre parecía el demonio en persona. Cuando veo mi brazo, tengo sus dedos marcados, y sé que pronto aparecerá un gran morado. Sentía tanta rabia y tanto miedo que no podía parar de llorar, hasta que el llanto de la pequeña Alana me hace levantar del suelo y secar mis lágrimas. Cuando llego a su habitación, Alana llora y, al verme, ella estira sus manitas y me sonríe.

-Hola, preciosa, aquí estoy

 la cargo en mis brazos y me siento con ella en la silla mecedora. Alana coloca una manito en mi mejilla, como si supiera lo mal que me siento, y es raro porque, a los segundos, se me pasa todo, ahora solo me puedo concentrar en ella.

-Ay, mi preciosa Alana, tú eres salvación y curación. Ojalá pronto cures a tu padre de ese dolor que lo carcome todos los días - la nana entra con un platito de papilla para la bebe y me lo entrega, pero al ver mi brazo, se queda estática.

-Por dios, ¿qué te pasó? ¿Quién te hizo eso?

-No importa, nana, no tiene importancia.

-Claro que lo tiene, ese brazo no se ve bien - le doy la comida a Alana, pero nana no se va - ¿Eso te lo hizo Dante?

-Nana, ya te dije, no importa -esa mujer se pone de todos los colores y, sin que yo me lo espere, esta sale de la habitación.

- Nana, ya te dije que no importa – esa mujer se pone de todos los colores y, sin que yo me lo espere, sale de la habitación – ¡mierda! – tomo a Alana y bajo con ella hacia donde va la nana. Esta entra al despacho donde está Dante y luego escucho su grito.

- ¿Qué pasa contigo? – uy, la viejita tiene su carácter.

- ¿A qué te refieres? ¿Por qué vienes así?

- Me refiero a que la niña Gaby tiene una marca horrible en el brazo y sé perfectamente que fuiste tú – se escucha un largo silencio.

- Ella intentó entrar al cuarto de mi mujer.

- ¿Y por eso te da derecho a maltratarla? Sabes que te puede demandar.

- ¿Ella te dijo algo?

- No, pero fue fácil deducir que fuiste tú el causante de semejante marca.

- Entonces, si no quieres que eso vuelva a pasar, dile que no se meta donde no la han llamado.

- Ay, hijo, sé que tienes un dolor muy grande en tu corazón, pero te estás equivocando. Y sabes lo más triste, que tu hija está pagando por tus estupideces. No creo que a la niña Val le guste el hombre que ahora tengo al frente.

- Ella murió, nana. Ella me dejó – la voz de Dante se quiebra y eso me da una sensación extraña en mi corazón – ella prometió que sería fuerte.

- Lo sé, hijo, pero sabes lo delicada que era su situación. Ya no puedes seguir así, debes dejarla ir y concentrarte ahora en tu hija, que es la que más te necesita. Tú le prometiste a Val que cuidarías a tu hija y hasta el momento no lo has hecho.

- ¡Es que no puedo! Cuando la veo, es como ver a mi Val. Soy tan idiota que ni siquiera puedo cargarla. Me siento un mal padre, pero no puedo.

- Hijo, creo que lo mejor es que vayas a una terapia.

- Nana, no creo... – la nana lo interrumpe.

- No lo hagas por mí, hazlo por tu hija, que te está necesitando.

- De acuerdo, nana, buscaré un profesional.

- Y deberías disculparte con Gaby. Ella es una buena mujer y no se merece el trato que le diste.

- Lo pensaré, nana – decido no escuchar más, así que subo a la habitación, dejo a Alana ya dormida en su cuna, y yo voy a mi cuarto. Me coloco un pijama y luego a dormir.

Escucho cómo la puerta se abre, pero decido no levantarme. Los pasos se acercan y luego siento una mano que acaricia mi brazo lastimado.

- Lo siento, no quería lastimarte – por Dios, es la voz de mi jefe. Se que ahora estás dormida, pero quería decírtelo. Tenía mucha rabia y lo último que quería era desquitarme contigo. La verdad es que no han sido tiempos fáciles. Cuando mi esposa murió, algo de mí se fue con ella – siento su mano subir hasta mi rostro – todos los días pienso en que debí ser yo el que debía morir y no ella. Quise darle mi corazón, pero el médico me dijo que sería inútil. ¡Él pensaba morir por ella! Dios, sí que la amó, pobre. Sabes, tal vez me desquito contigo porque te pareces en algunas cosas a ella y eso me llena de dolor. Quisiera que estuvieras lejos para no sentir ese dolor, pero tampoco te quiero lejos porque así podré tener algo de mi esposa aquí en casa, aunque sea a través de ti. ¿Esto es en serio? ¿El hombre me quiere aquí solo porque tengo cosas parecidas a su mujer? Porque me siento mal... claro, tal vez yo esperaba algo más, pero sé que el fantasma de su esposa siempre estará presente.

- Debes dejarla ir – este se separa de golpe y ahí me doy cuenta de que pensé en voz alta.

- ¿Estabas despierta? – dice algo enojado – ¿escuchaste todo lo que dije? – me levanto, quedando sentada en la cama.

- Sí, disculpe si eso le molestó – este toma aire y se sienta en la silla que está frente a mi cama – señor Giordiano...

- Llámame Dante – me interrumpe.

- Dante, si me permite usted, se ve que es un hombre muy bueno pero que sufre. Y sabe por qué sufre, por el fantasma de su mujer. Entiendo cuánto la amó y sé que es perder a un ser querido, pero tenemos que aprender a soltar, a dejarlos ir con amor. No recordarlos con dolor ni recordar los malos momentos, sino recordarlos con alegría. Pero usted se está consumiendo por dentro al pensar en todo lo malo. Créame, señor Dante, eso te mata por dentro – este parece perplejo ante mis palabras.

- ¿Y tú, cómo sabes eso? – recuerdo todo lo que pasé después de la muerte de mis padres.

- Cuando mis padres murieron, mi vida se volvió una m****a. Empecé a tomar mucho y, como sentía que eso tampoco me servía, comencé a drogarme. Sentía que eso era lo único que aliviaba el dolor que tenía al no tenerlos. Con el tiempo, dejé de comer. Llegué a pesar 35 kilos. Mi hermana ya no sabía qué hacer conmigo. Lloraba todos los días porque tenía miedo de perderme a mí también. Y es que, la verdad, yo me estaba matando, pero era una muerte lenta y dolorosa. Así que un día, mi hermana no lo soportó más y me internó en una clínica de reposo donde me ayudaron a sanar mi mente y volver a renacer – este parece algo sorprendido por mi historia, ya que no dice nada.

- ¿Cuánto tiempo estuviste ahí?

- Eso no importa.

- Dios, lo siento mucho.

- Ya pasó. Ahora míreme, estoy bien. No te puedo decir que no tengo mis recaídas, pero me dieron mis técnicas para no caer de la forma como yo caí – este parece pensativo y como si estuviera ido, así que me acerco a él y me siento a su lado, tomando su mano y tomándolo por sorpresa – señor Dante, tiene que renacer como el ave fénix de todo ese dolor que siente. Tenga el impulso de renacer porque tiene muchos motivos para vivir, pero el más importante es esa pequeña que ha cautivado mi corazón desde el primer día que llegué. Y sé que el suyo también, pero por alguna razón siente miedo.

- No la quiero perder – confiesa.

- No la perderá. No sienta ese miedo - este suelta un suspiro.

- Lo intentaré – este se levanta y camina hacia la puerta, pero antes de salir, me mira – eres una gran mujer, Gabriella. Me sirvió hablar contigo.

- Puede contar conmigo para lo que necesite, señor – este me dedica una sonrisa.

- Mañana tengo una fiesta y me gustaría que fueras con Alana.

- Claro, sería genial.

- Perfecto. Linda noche y ruego me perdones por lo de tu brazo.

- Tranquilo, todo está olvidado. Feliz noche, Dante - me tiro a la cama una vez Dante sale y no sé por qué me duermo con una estúpida sonrisa en el rostro.

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