La habían abandonado en la iglesia y Helene nunca se había sentido más humillada en toda su vida.
Se sintió como una muchacha estúpida y torpe, y se quedó ahí de pie frente al altar por un par de horas mientras los invitados se alejaban poco a poco dedicándole una mirada de lástima.
Solo quedaron sus amigos, y sus hermanos, pero Helene no quería escucharlos, no quería oír a nadie, solo quería escapar de todo, de su vida sin sentido, así que dio media vuelta y se fue, dejando caer el ramo de rosas en el camino.
¿A dónde iría? No tenía idea, solo quería buscar su propia vida. Apagó el celular y tomó lo último que tenía en la billetera y corrió al aeropuerto, desesperada, dolida, con los ojos hinchados de tanto llorar y el corazón roto.
— ¿A dónde quiere ir? — le preguntó la recepcionista cuando Helene se acercó a comprar el boleto de avión.
¿A dónde quería ir? No tenía idea.
Levantó la cabeza para ver los destinos que estaban en una tabla tras la recepcionista y un cartel llamó su atención:
“¿Has soñado con ser piloto toda tu vida? Únete al curso becado de Aeromaya y cumple tu sueño de ser el piloto que estás destinado a ser”
Cuando era adolescente ese era su sueño, antes de entrar a la carrera de modelaje, sus padres se lo habían impedido.
Pero ahora, ya libre de la boda en la que se había enredado, Helene estaba dispuesta a retomar su vida donde la había dejado.
《La piloto que estoy destinada a ser》 murmuró entre dientes.
— Ahí — dijo y señaló al cartel — quiero ir a la ciudad donde Aeromaya impartirá el curso de pilotos — la mujer blanqueó los ojos.
— Nunca se ha visto una mujer piloto en Aeromaya.
— Ya verás.
La ciudad estaba muy cerca, apenas a unos cuarenta minutos en avión, pero era casi como otro mundo, tan diferente que Helene se sintió abrumada.
Pagó un hotel barato cerca del centro y salió del hotel a pasear un poco ya cayendo la noche.
La ciudad era bonita, con edificios antiguos hechos en piedra y Helene se dejó llevar por las construcciones hasta que la tormenta que amenazaba comenzó a caer contra la ciudad.
La calle estaba totalmente vacía, tanto que cuando los rayos comenzaron a caer Helene se aterrorizaba accidentalmente irrumpió en una bodega… odiaba los rayos.
Adentro estaba oscuro, iluminado solo por un bombillo en la parte alta.
En la bodega había un pasillo y Helene escuchó voces allí, así que avanzó, solo necesitaba alguien que la guiara de nuevo al hotel, pero cuando estaba a punto de asomar la cabeza escuchó un grito.
— ¿Dime dónde está? — gritaba un hombre.
— Ya le dije que no lo sé — le contestó otro suplicando. Helene asomó la cabeza despacio por la esquina. Y vio que un hombre alto y moreno tenía a un policía atado a una silla.
— Si eso es verdad, entonces no me sirves — y dicho esto, el moreno disparó en la cabeza del policía y su cuerpo cayó al suelo.
Helene dejó escapar un grito de terror acompañado de otro relámpago.
— ¡Te dije que cerraras la puerta! — le gritó el moreno a otro que estaba ahí y le apuntó a Helene.
La joven dio media vuelta y salió corriendo, pero a medio camino por la bodega se topó con otro policía que la agarró por los hombros.
— ¡Por favor, déjeme ir! — le suplicó — Juro que no vi nada, sólo entré para escapar de la lluvia. — el hombre la miró a los ojos.
— Lástima que vieras algo que no debías. Niña — Helene sacudió la cabeza y la expresión del hombre cambió, sacó el arma que tenía y le apuntó a la cabeza.
— ¡No!
— ¡Espere! — el hombre moreno llegó con ellos — no puede matarla… ¿no sabe quién es?
— No me importa quién sea, sólo sé que los muertos guardan secretos.
Cuando levantó el arma hacia la cabeza de Helene un fuerte relámpago cortó la luz y todo se llenó de oscuridad. Cuando la bombilla se apagó la joven aprovechó para correr hacia la puerta.
Los hombres le gritaron, pero ella corrió y cuando cerró la puerta tras ella un disparo se escuchó.
Los hombres salieron y comenzaron a perseguirla por las calles.
El cuerpo de Helene se empapó y la ropa parecía pesarle una tonelada mientras corría.
Se metió por un callejón, pero el policía logró alcanzarla, la tomó por el hombro e hizo que perdiera el equilibrio cayendo al suelo y raspándose los codos.
Desde arriba el hombre le apuntó con el arma y Helene gritó:
— ¡Ayuda! — pero nadie acudió a su rescate — ¡Ayuda!
— ¿Tus últimas palabras? — le preguntó el policía y Helene lo miró con desafío, el miedo se transformó en rabia.
— No para ti.
Justo antes de que el policía apretara el gatillo, algo pasó volando y le golpeó la muñeca haciendo que el arma saliera volando lejos, era la tapa de un basurero que rodó más allá junto al arma.
Helene volteó a mirar, por la entrada del callejón se logró ver la silueta de un hombre alto y fornido.
El otro acompañante del policía corrupto estaba en el suelo ya sometido por el desconocido.
— ¡Déjala! — dijo el misterioso recién llegado.
— ¡Suéltala! — ordenó de nuevo el desconocido y el policía se rio. — Serán dos muertos esta noche — dijo y corrió hacia el desconocido para golpearlo, pero él era más rápido y fuerte y en un par de movimientos logró derribar al policía. — ¡Ahí están! — gritaron más hombres llegando a la escena, el desconocido corrió, tomó a Helene de la muñeca y la levantó. — Tenemos que irnos, ¡Ahora! — Tenía la mano grande y muy cálida, y Helene se dejó guiar por las intrincadas calles hasta que perdieron a quienes los perseguían cerca del mar, en el centro de la ciudad. Se detuvieron en una tienda, estaban empapados y Helene miró al hombre, era de unos treinta, con el cabello rubio y los ojos claros, de hecho, era muy atractivo. — ¡¿Qué diablos hacía en la parte más peligrosa de la ciudad?! — la regañó él y se sentó en una banca del parque, Helene se sentó a su lado. — Es que soy nueva en la ciudad. — Con más razón debería de ser cuidadosa — al ver que la muchacha se tensó el hombre
Helene apretó los puños y bajó la mirada, todavía podía sentir la mejilla del hombre en su palma cuando le dio la cachetada, pero ya se había disculpado, ¿No? La noche anterior estaba llena de adrenalina, asustada, y él se había inclinado hacia ella y Helene pensó que se cobraría el salvarle la vida con un beso. De cualquier forma, lo había abofeteado, a su futuro jefe, a su futuro instructor del cual dependería la vida que creyó era la que le tenía el destino… como siempre, Helene arruinándolo todo. Itsac continuó hablando para todos los presentes, pero la amenaza directa que le dedicó la dejó incómoda. De vez en cuando, el piloto le dedicaba una mirada. — En media hora haremos un examen teórico y de habilidades para elegir solamente a los cincuenta mejor calificados para el trabajo. Recuerden que este curso es gratis, pero no por eso será fácil, de hecho, será todo lo contrario — miró a Helene una última vez antes de dirigirse a los demás — les enseñaremos: Física, matemáticas
Helene gritó, trató de quitarse la silla, pero estaba pegada a su pantalón. muy muy pegada.— Maldita pelirroja — maldijo, era una trampa y había caído como una estúpida. Una mesera de la cafetería llegó a ayudarla, pero el pegamento que habían usado era fuerte, debía agradece que no se le hubiera pegado a la piel o la hubiese quemado. — Tengo la solución — dijo y se quitó la correa. No había más alternativa que quitarse los pantalones y eso hizo, quedando en ropa interior. Varias de las persona que había ahí la miraron, pero Helene estaba acostumbrada a eso. Metió la mano en su mochila y sacó una falda corta que tenía. Si algo le habían dejado sus años de modelo, era el tener siempre algo de ropa extra, siempre. Su puso la falda y la ajustó. — Si es capaz de arrancar eso de ahí, quédatelos — le dijo a la mesera y emprendió carrera al auditorio. Corrió con todas sus fuerzas los cien metros que la separaban del lugar y cuando logró ver las puertas era la última que faltaba por
— Felicidades — le dijo Itsac después de un rato — espero que no sea suerte de principiante — pero Helene únicamente sonrió y recibió el papel. Para desgracia de Helene, la Brenda también entró en el top cincuenta para competir por los puestos de polito. Pero Helene no dejó amainar su alegría, había ocupado el primer puesto. Esa noche en el hotel se sentó en el borde de la cama y tomó su celular, si se quedaría ahí por meses, sus propios ahorros por sí solos definitivamente no eran suficientes, necesitaba ayuda. — Carlo, cuñadito — dijo en cuanto el hombre contestó al otro lado. — Mocosa tonta, ¿Dónde estás? ¡No puedes desaparecer de esa forma sin decir nada! — Helene aguantó la regañisa de su cuñado — te pasaré a Portia. — ¡No! — la cortó ella — mi hermana de seguro sacará la mano por el teléfono y me golpeará. — Pues te lo mereces. — Carlo… Necesito este tiempo para mí, para estar sola, para pensar qué es lo que realmente quiero de mi vida y… creo que encontré lo que q
Toro seguía insistiendo en los mimo, en que le pidiera a Helene ser su esposa falsa.— Le salvé la vida y me abofeteó — Toro soltó una carcajada, lo hacía cada vez que se lo contaba. — Lo siento — dijo cuando se calmó — ya mandé a investigar a Fernando Bertinelli, es un mafioso peligroso de acá de la ciudad, pero no parece que la esté buscando por lo que vio, creo que está a salvo… y creo también que te ayudará en este favor cuando sepas que no solo le salvaste la vida anoche si no que también la estás protegiendo ahora. — Ella fue testigo de un crimen, es tan inocente que pensó que no pasaría nada, no creo que los secuaces de Bertinelli dejen pasar esto por alto, y si lograron reconocerla por que antes era famosa… es mejor tenerla vigilada. Pero hago esto por ayudarla y lo haría por cualquiera, no creo que acepte ser mi esposa falsa solo por eso. — Tal vez sí. — Es mejor otra. — Ya no tenemos tiempo, Itsac, es ahora o nunca — el rubio miró hacia la pista donde otro avión aterriz
— He visto malas primeras simulaciones — les dijo Itsac por el radio — pero nadie jamás se había estrellado. Señorita Helene, parece que el conocimiento teórico que le sobra le falta en práctica. Helene miró mal a su compañero que trataba de contener la hemorragia de sangre. — La próxima vez que me toque, le rompo el brazo.El hombre se quitó el cinturón de seguridad y salió disparado de la cabina. A Helene le tomó un rato soltar el cinturón, de seguro se atrancó con el brusco movimiento. Cuando salió, todos estaban alrededor de Carlos y le ayudaban, preocupados. Itsac tenías las mejillas tan rojas que Helene se asustó. — ¡¿Cómo pudiste golpearlo solo por que no querías seguir sus consejos?¡ — No, ¡Las cosas no sucedieron así! Itsac golpeó la mesa donde tenía su computadora. — Chingada madre — dijo, parecía que cuando se enojaba salía su mexicano interior — empaque sus cosas, Helene, abandona el curso de inmediato. Helene no había logrado explicar ni una sola palabra. Itsac
— ¿Qué necesita? Helene lo miró y casi se cae del susto, el hombre tenía una enorme cicatriz que le atravesaba toda la cara.— le dijo y Helene pasó saliva.— Quiero hablar con el piloto.— Pues eso no se va a poder, acaba de salir de cirugía. — Pues fui yo quien le salvó la vida, así que necesito hablar con él — Helene levantó el pecho y quiso entrar directamente.El hombre la tomó del hombro con fuerza.— Nadie puede entrar hoy. — la metió al elevador y presionó el botón — vuelva mañana.Pero Helene no podía esperar hasta mañana, debía aclarar con él la situación de inmediato.Cuando salió del hospital se plantó en la acera a contemplar el edificio, pensando en cómo sus sueños estaban a punto de truncarse, entonces solo le quedaba una opción.Una hora más tarde, en la sala, Istac oyó de repente un ruido extraño y levantó la vista.— ¡¿Pero qué…?! — gritó él cuando vio entrar a Helene por la ventana, pero ella corrió y cuando llegó con él le cubrió la boca con la mano.— Tranquilo,
— ¡Ojalá no hubiera estado en el aeropuerto esta mañana! —Itsac la miró silencioso, tan silencioso como la muerte.Helene sabía que era una declaración muy fuerte, y el gesto del hombre se ensombreció.— Entonces lárguese.Cuando Helene se volvió hacia la puerta para irse el hombre de la cicatriz estaba ahí de pie.— ¿Cómo llegó aquí? — preguntó.— Subió por las escaleras de emergencia — contestó Itsac por ella, pero Helene no tenía ganas de hablar, así que rodeó al hombre y se alejó por el pasillo.Toro miró a Itsac cuando la joven desapareció.— ¿La hiciste llorar? Te salvó la vida — Itsac se sentó y comenzó a amarrarse los zapatos con dificultad.— ¿No la escuchaste? Se arrepiente de salvarme — pero Toro no parecía muy convencido.— ¿Qué quería? — el joven respiró, parecía aún un poco sedado, pero Toro sabía que no lo escucharía si le recomendaba descansar, era tan terco.— Fue por lo que pasó esta mañana con el otro aprendiz — pero Toro se lo quedó mirando. — ¿Por qué me miras