— Felicidades — le dijo Itsac después de un rato — espero que no sea suerte de principiante — pero Helene únicamente sonrió y recibió el papel.
Para desgracia de Helene, la Brenda también entró en el top cincuenta para competir por los puestos de polito.
Pero Helene no dejó amainar su alegría, había ocupado el primer puesto.
Esa noche en el hotel se sentó en el borde de la cama y tomó su celular, si se quedaría ahí por meses, sus propios ahorros por sí solos definitivamente no eran suficientes, necesitaba ayuda.
— Carlo, cuñadito — dijo en cuanto el hombre contestó al otro lado.
— Mocosa tonta, ¿Dónde estás? ¡No puedes desaparecer de esa forma sin decir nada! — Helene aguantó la regañisa de su cuñado — te pasaré a Portia.
— ¡No! — la cortó ella — mi hermana de seguro sacará la mano por el teléfono y me golpeará.
— Pues te lo mereces.
— Carlo… Necesito este tiempo para mí, para estar sola, para pensar qué es lo que realmente quiero de mi vida y… creo que encontré lo que quiero, era un sueño de la juventud que creí olvidado, pero necesito un favor.
— Está bien, pero tendré que decirle a Portia que llamaste y no quisiste hablar con ella…
— Si no fuera tan regañona.
— Lo hace porque te quiere, al igual que tu hermano… dime qué necesitas.
— Estoy en Ciudad Costera, me quedaré varios meses, sé que tienes una casa acá, ¿Crees que podrías prestármela por estos meses? Prometo cuidarla.
— Por supuesto, no hay problema. Llamaré a la aseadora que va una vez por semana para que te de las llaves, no te preocupes.
— Por favor, convence a mi hermana de que no venga.
— Lo haré, cuídate, cuñadita… y de verdad espero de corazón que encuentres lo que estás buscando — Helene colgó la llamada y se acostó en la cama apretando el celular en el pecho.
— Yo también lo espero.
Itsac se dejó caer con fuerza en el asiento tras el escritorio, Toro, su gran amigo y casi como su padre, se sentó al otro lado y se lo quedó mirándolo fijamente.
Desde la oficina del aeropuerto, se lograba ver la pista de aterrizaje donde un avión despegaba hacia el cielo nocturno.
— Debería estar en el cielo — dijo Itsac — allá es a donde pertenezco, no sentado aquí en una oficina, con un problema ridículo por resolver y un grupo por entrenar.
— Tú mismo te ofreciste a entrenarlos — lo regañó Toro — además, al asumir el cargo de la compañía sabías que tu tiempo en el aire se reduciría, pero es la única forma.
— No, la junta directiva me odia, cree que no soy lo suficientemente responsable como para estar a cargo y no puedo permitir que mi tío se haga con la presidencia.
— Te dije que no lo aceptaras como inversionista en primer lugar — lo regañó Toro e Itsac bufó.
— Lo sé, debí escucharte, pero ahora no importa, debo convencer a la junta directiva que puedo con el cargo. Ser el dueño mayoritario no me basta.
— Tal vez si no te hubieras acostado con cuanta mujer se te atravesara para sacarte del pecho tu enamoramiento por Valentina Vadell ellos confiarían más en ti — Itsac golpeó el escritorio con la mano.
— ¡Yo no me enamoré de Val! — pero cuando vio la expresión de Toro se relajó — ya no importa, ella eligió a Gael y está feliz…
— Y tu te acostaste con medio mundo para olvidarla, por eso tu fama de mujeriego te precede y los miembros de la junta no confiarán en ti.
— ¿Y entonces qué debo hacer? ¿buscar una esposa falsa como me lo recomendaste? Eso es ridículo — Toro se inclinó hacia Itsac, la cicatriz que le cubría toda la cara, desde la frente y atravesando su nariz y la mejilla, se hizo más profunda cuando apretó el entrecejo.
— Tuvimos qué hacer mucho para poder quitarle la empresa a aquel hombre que te la robó. Entrenar a los pilotos te dará puntos con la junta directiva, los pilotos que tenemos viejos necesitan buenos copilotos que adquieran experiencia, pero lo mejor que puedes hacer para conservar el cargo es fingir estabilidad, una esposa, por ejemplo. La que quedó en primer puesto en el examen. Es muy atractiva…
— ¡Esa! — bramó Itsac — es una arrogante malagradecida.
— Me recuerda a alguien… piensalo, ya no hay tiempo, o eliges una chica con la que casarte o despídete de liderar Aeromaya.
— ¿No tengo más opción?
— No.
Toro seguía insistiendo en los mimo, en que le pidiera a Helene ser su esposa falsa.— Le salvé la vida y me abofeteó — Toro soltó una carcajada, lo hacía cada vez que se lo contaba. — Lo siento — dijo cuando se calmó — ya mandé a investigar a Fernando Bertinelli, es un mafioso peligroso de acá de la ciudad, pero no parece que la esté buscando por lo que vio, creo que está a salvo… y creo también que te ayudará en este favor cuando sepas que no solo le salvaste la vida anoche si no que también la estás protegiendo ahora. — Ella fue testigo de un crimen, es tan inocente que pensó que no pasaría nada, no creo que los secuaces de Bertinelli dejen pasar esto por alto, y si lograron reconocerla por que antes era famosa… es mejor tenerla vigilada. Pero hago esto por ayudarla y lo haría por cualquiera, no creo que acepte ser mi esposa falsa solo por eso. — Tal vez sí. — Es mejor otra. — Ya no tenemos tiempo, Itsac, es ahora o nunca — el rubio miró hacia la pista donde otro avión aterriz
— He visto malas primeras simulaciones — les dijo Itsac por el radio — pero nadie jamás se había estrellado. Señorita Helene, parece que el conocimiento teórico que le sobra le falta en práctica. Helene miró mal a su compañero que trataba de contener la hemorragia de sangre. — La próxima vez que me toque, le rompo el brazo.El hombre se quitó el cinturón de seguridad y salió disparado de la cabina. A Helene le tomó un rato soltar el cinturón, de seguro se atrancó con el brusco movimiento. Cuando salió, todos estaban alrededor de Carlos y le ayudaban, preocupados. Itsac tenías las mejillas tan rojas que Helene se asustó. — ¡¿Cómo pudiste golpearlo solo por que no querías seguir sus consejos?¡ — No, ¡Las cosas no sucedieron así! Itsac golpeó la mesa donde tenía su computadora. — Chingada madre — dijo, parecía que cuando se enojaba salía su mexicano interior — empaque sus cosas, Helene, abandona el curso de inmediato. Helene no había logrado explicar ni una sola palabra. Itsac
— ¿Qué necesita? Helene lo miró y casi se cae del susto, el hombre tenía una enorme cicatriz que le atravesaba toda la cara.— le dijo y Helene pasó saliva.— Quiero hablar con el piloto.— Pues eso no se va a poder, acaba de salir de cirugía. — Pues fui yo quien le salvó la vida, así que necesito hablar con él — Helene levantó el pecho y quiso entrar directamente.El hombre la tomó del hombro con fuerza.— Nadie puede entrar hoy. — la metió al elevador y presionó el botón — vuelva mañana.Pero Helene no podía esperar hasta mañana, debía aclarar con él la situación de inmediato.Cuando salió del hospital se plantó en la acera a contemplar el edificio, pensando en cómo sus sueños estaban a punto de truncarse, entonces solo le quedaba una opción.Una hora más tarde, en la sala, Istac oyó de repente un ruido extraño y levantó la vista.— ¡¿Pero qué…?! — gritó él cuando vio entrar a Helene por la ventana, pero ella corrió y cuando llegó con él le cubrió la boca con la mano.— Tranquilo,
— ¡Ojalá no hubiera estado en el aeropuerto esta mañana! —Itsac la miró silencioso, tan silencioso como la muerte.Helene sabía que era una declaración muy fuerte, y el gesto del hombre se ensombreció.— Entonces lárguese.Cuando Helene se volvió hacia la puerta para irse el hombre de la cicatriz estaba ahí de pie.— ¿Cómo llegó aquí? — preguntó.— Subió por las escaleras de emergencia — contestó Itsac por ella, pero Helene no tenía ganas de hablar, así que rodeó al hombre y se alejó por el pasillo.Toro miró a Itsac cuando la joven desapareció.— ¿La hiciste llorar? Te salvó la vida — Itsac se sentó y comenzó a amarrarse los zapatos con dificultad.— ¿No la escuchaste? Se arrepiente de salvarme — pero Toro no parecía muy convencido.— ¿Qué quería? — el joven respiró, parecía aún un poco sedado, pero Toro sabía que no lo escucharía si le recomendaba descansar, era tan terco.— Fue por lo que pasó esta mañana con el otro aprendiz — pero Toro se lo quedó mirando. — ¿Por qué me miras
— Necesito que se convierta en mi esposa. Helene se quedó mirando al piloto como si tuviera una araña en la cara, luego se rio presa de un extraño nerviosismo y sacudió la cabeza. — ¿Qué clase de broma es esta? — pero Itsac no se rio, su gesto permaneció imperturbablemente serio y eso la asustó — ¿De qué diablos está hablando? — De lo que acabo de decirle, ¿está sorda? Necesito una esposa… si usted quiere que siga en el programa solo tiene que convertirse en mi mujer. Helene se recostó en un poste y negó con la cabeza. «Me estoy volviendo loca» se dijo, pero Itsac permanecía serio. — Eso suena a chantaje. — Eso es un favor por un favor — le dijo él. — Pues le salvé la vida hoy, eso debería bastar. Itsac le apartó la mirada, como si estuviera avergonzado. — Eso es diferente, es más grande. No podré pagar esa deuda. Helene sonrió. — Eso es bonito. — No, no me gusta deberle nada a nadie… Además, yo le salvé la vida primero, ¿Lo recuerda? A cambio recibí una bofetada
— ¡¿Qué quieres jugar esta vez?! — Itsac miró a la mujer enojado por el dolor de su herida. — Shh... lo siento mucho pero... ese hombre que viene allá fue el que nos atacó — ella le susurró al su oído. Itsac quiso mirar hacia atrás pero la mujer lo detuvo. Por un momento sintió que un contacto tan cercano era peligroso. El moreno pasó junto al auto y simplemente silbó, aparentemente sin interés en ellos, dobló la esquina en otra dirección. Itsac miró en secreto el rostro del hombre, de hecho era el falso policía. Luego rápidamente se sentó, se arregló el traje como si hubiera olvidado su herida.— Arranque — le dijo al chofer. — ¿Cree que ese tal Bertinelli nos busque? — le preguntó Helene, pero el piloto negó. — He investigado, creo que estamos a salvo. Por ahora. — ¿A dónde vamos, señor? — le preguntó el chofer a Itsac y el hombre se abrochó el cinturón de seguridad. — Pensaba ir a casa a descansar, pero tengo una intrusa no deseada. Helene se sintió mal por el comen
Dentro del auto, se formó un silencio que Helene creyó sería incómodo, pero al final cada uno se perdió en sus propios pensamientos. De reojo miró al mexicano, tenía la cara pálida por la pérdida de sangre, pero parecía extrañamente relajado, como si no hubiera pasado nada. — ¿Cómo está tan normal? — le preguntó ella y él se encogió de hombros. — Es solo un matrimonio por contrato, es como si estuviéramos en un libro de buenovela — pero Helene negó. — Me refería al accidente. Itsac ladeó la cabeza y la recostó en el cristal. — No es la primera vez que casi muero… Después de la tercera uno ya deja de asustarse. Helene pasó saliva, seguramente tenía que ver con las cicatrices de su espalda, pero no preguntó. — Salvó a esa mujer y su bebé — murmuró, no quería halagarlo, era demasiado arrogante como para que Helene perdiera su tiempo dándole un cumplido, pero lo merecía. Como respuesta, el rubio suspiró mirando por el cristal. — Fran, llévame a casa primero, me urge desca
Helene salió de la casa de Itsac y el chofer la estaba esperando. — Pediré un taxi — le dijo ella, pero el joven negó. — El señor Itsac me dejó órdenes específicas de que la dejara en su casa personalmente. Helene no quería ese tipo de protección, se sentía extraña, como atrapada, pero el hombre casi había muerto ese día y lo último que quería era sacarle un disgusto. El hombre la llevó en el auto y Helene le indicó donde quedaba su casa… bueno, la que Carlo le había prestado. Pensándolo desde ese punto, había sido un error, Carlo era amigo de su hermano, y también cuñado, Oliver y era inevitable que la información se filtrara. Cuando llegó a la casa, el auto de Oliver ya estaba ahí y respiró profundo antes de abrir la puerta. Oliver estaba ahí, de pie en la ventana de la sala bebiendo un trago de uno de los licores del armario. — ¿No se enoja Carlo si te tomas su bebida? — le preguntó ella y Oliver se volvió. A pesar de que ya habían pasado los años, a Helene aún le