2- Durmiendo con el enemigo

Emma

Regresar a la casa se siente como una tortura. 

Una parte de mí no ve la hora de enfrentar a Jhon y la otra simplemente quiero esconderse y rezar porque todo esto sea una pesadilla. 

Que no sea real.

Es que aún sigo sin poder creer que el hombre con que me casé pueda ser capaz de esto. 

Pues aunque una brecha se ha abierto entre los dos, siempre creí que era porque yo no quedaba en estado, pues los primeros dos años fueron diferentes.

Él era un esposo amoroso, atento, el hombre que me enamoraba desde niña, y con quien siempre soñé formar una familia. Pero el tiempo lo ha transformado en alguien distante, casi un extraño. 

Rara vez está en casa, y cuando lo está, no parece querer verme. La intimidad entre nosotros es casi inexistente, como si el deseo se hubiera extinguido por completo.

El dolor se convierte en un ardor insoportable que quema en mi pecho. Siento como si el suelo desapareciera bajo mis pies. Sin pensarlo dos veces, abro la puerta de la casa y  me sorprendo cuando en lugar de ver a Jhon, mis ojos se topen de frente con Victoria Blackthorn, mi suegra.

Su mirada es fría, inquisitiva, y su sola presencia me hace encogerme ligeramente.

—Llegas tarde, Emma —dice con una voz que gotea veneno—. Ni siquiera eres capaz de cumplir con las pocas responsabilidades que tienes.

Respiro hondo, tratando de mantener la compostura. No quiero discutir, no ahora, no con ella.

—Lo siento, no me encuentro bien —respondo con la voz algo apagada, esperando que mi estado físico sea capaz de hablar por sí mismo.

Pero Victoria no parece conmovida por mi malestar. Cruza los brazos sobre el pecho y me observa con una mezcla de desprecio y lástima.

—No te encuentras bien, nunca te encuentras bien. ¿Qué clase de esposa no puede cumplir con sus deberes? —pregunta, y el tono de crítica es imposible de ignorar—. Cinco años, Emma. Cinco largos años y aún no has podido darme un nieto. ¿Sabes lo que eso dice de ti?

Las palabras caen sobre mí como cuchillos afilados. Siento que mi cuerpo se tambalea de puro agotamiento, pero no solo físico. Es como si cada palabra que sale de su boca tuviera la intención de aplastarme.

—Yo... lo estoy intentando… he estado—trato de explicar, mi voz quebrándose en el proceso, pero Victoria no me deja terminar.

—Intentando. ¿De verdad crees que eso es suficiente? —espeta, con un tono de burla evidente—. No puedes controlarlo, Emma. Todos lo saben. Jhon casi no viene a casa. ¡Ni siquiera eres capaz de conseguir que se quede aquí! Una buena esposa sabe cómo mantener a su marido interesado, cómo darle lo que necesita. Pero tú... Tú has fracasado en todos los sentidos.

Cada palabra es como una bofetada, y aunque intento resistir, siento las lágrimas agolpándose en mis ojos. Mis manos se aprietan en puños, pero no tengo fuerzas para defenderme.

—Tal vez si te concentraras en cumplir con tus responsabilidades —continuúa, sus ojos fríos como el hielo—, no tendrías que preocuparte tanto por lo que hace tu esposo cuando no está en casa.

Sus palabras me golpean en lo más profundo. Victoria lo sabe, de alguna manera lo sabe. Sabe que algo anda mal, que Jhon me evita. Sabe que él está fuera de la mayoría de las noches. 

Pero lo peor es la forma en que lo dice, como si todo fuera culpa mía. Como si yo hubiera fallado en algo que cualquier mujer debería poder hacer.

Antes de que pueda responder, se da media vuelta y se marcha con un paso firme, dejándome sola en el vestíbulo, sintiendo el peso de su juicio sobre mis hombros. 

Me quedo allí, paralizada, luchando por respirar con normalidad, pero cada respiro parece clavarse en mi pecho como una aguja.

¿Cómo llegué a esto? 

Me siento completamente inútil, como si todo en lo que había creído durante estos años fuera una mentira. 

Con el cuerpo tembloroso, me arrastro hacia las escaleras y subo a mi habitación.

Despierto alarmada viendo que es casi medianoche, y desde la parte inferior de la casa escucho el sonido del televisor, lo que indica que Jhon ha llegado.

Tomando un respiro me armo de valor y empiezo a caminar hacia la sala. Cuando llego lo encuentro sentado en el sofá, con una cerveza en la mano y la mirada fija en el televisor. Está viendo un partido, absorto, como si nada más en el mundo importara.

Me planto delante de la pantalla, obligándolo a verme. Por un momento, ni siquiera reacciona, pero cuando finalmente me ve, su expresión cambia a una de pura irritación.

—¿Acaso eres invisible? —me espeta con tono cruel—. ¡Quítate de la pantalla, joder!

— ¿Quieres saber en dónde he estado esta tarde?— le pregunto y odio el hecho de que la voz me esté temblando.

Él parece totalmente fastidiado por mis palabras, ni siquiera veo un apice de curiosidad oo preocupación por el hecho de que estoy a punto de romperme en pedazos.

— ¿Acaso te lo estoy preguntando? No soy tu padre, joder. Solo dejame ver el partido en mi dia de descanso.

Sin poder soportarlo más saco el frasco de pastillas del bolso y le digo:

— Estuve en el hospital— mis palabras por primera vez consiguen que algo cambie en su mirada y veo que me recorre de arriba a abajo, antes de decir:

— Bueno, ahora mismo te ves bien, me imagino que no fue nada grave.

La lágrimas finalmente caen de mis ojos y la voz se me rompe del todo  al preguntar:

— ¿Por qué? —digo casi en un susurro, tratando de mantener mi voz firme, aunque me tiembla.

Él rueda los ojos, desesperado, sin molestarse en ocultar su frustración.

—¿Por qué, qué? —responde con fastidio.

Siento que el enojo se mezcla con el dolor, formando una masa densa en mi pecho. Sostengo los frascos de pastillas en alto, mostrándoselos.

—¿Por qué has cambiado mi medicina? —mi voz tiembla, pero la rabia me da fuerzas—. ¿Por qué pusiste anticonceptivos, cuando sabes que quiero una familia? ¿Por qué, Jhon? ¿Por qué me has privado del deseo de poder conformar algún día una familia?

La sorpresa cruza su rostro durante un segundo, pero pronto es reemplazada por una mueca de frustración y desprecio. 

La furia en su mirada me asusta; no reconozco al hombre que tengo delante. Si bien se ha vuelto irascible y distante con el paso de los años, nunca me había mirado con tanta rabia.

—Bueno, parece que ya no tengo que seguir mintiendo— me dice con una crueldad que me alarma, es especial cuando sonríe y agrega— Cambio tu medicina  cada maldito mes porque lo último que quiero es tener un hijo contigo, Emma. No me interesa formar una familia, al menos no contigo. Pues ya estoy por tener un hijo fuera de esta casa.

Sus palabras son como un golpe directo en el corazón. Retrocedo un paso, llevándome una mano al pecho. Me cuesta respirar, como si el aire se me negara. Las lágrimas nublan mi vista mientras mi mente trata de comprender lo que acaba de decir.

—¿Me has… engañado? Decías que me amabas… —balbuceo—. Me salvaste cuando era niña… eras mi héroe, mi esposo… ¿cuándo… cuándo cambió eso?

Jhon se pone de pie con un movimiento brusco, como si no soportara seguir escuchándome. Me mira con esa misma expresión despectiva y amarga.

—Yo no te amo, Emma —responde, su voz cargada de desprecio—. Nunca lo hice.

Las palabras me atraviesan como una cuchilla. Me siento completamente usada, sin valor alguno. Es como si en un instante hubiera perdido toda la dignidad que creía tener. 

Siento las lágrimas correr por mis mejillas, pero en lugar de dejarme caer en el pozo de la desesperación, encuentro una pequeña chispa de fuerza en lo profundo de mi ser. Lo miro directamente a los ojos, sosteniéndole la mirada.

Esto puede ser mi perdición, pero necesito aferrarme a la poca dignidad que me queda, asi que digo:

—Entonces lo mejor es divorciarnos —digo y odio que la voz me tiemble al hablar—. No… No quiero estar con un hombre que no me ama.

Jhon se mueve tan rápido que apenas tengo tiempo de reaccionar. Me toma del cuello con una fuerza que me deja sin aliento, su rostro a escasos centímetros del mío, torcido en una mueca de pura rabia.

—¿Acaso eres estúpida? —escupe las palabras, apretando más su mano alrededor de mi cuello haciendome daño—. ¿De verdad crees que voy a arriesgar todo lo que he conseguido con esta unión solo porque tú quieres jugar a la casita feliz? Esto es lo que te toca, querida esposa, y más te vale hacerte a la idea de que es todo lo que tendrás, porque no te voy a dar el divorcio. Y aún si lo intentaras, dudo mucho que tus padres te dejen.

Me suelta de golpe y caigo hacia atrás, jadeando mientras trato de recuperar el aliento. El dolor en mi cuello se extiende a mi pecho, donde siento que algo se ha roto irreparablemente. Me llevo la mano al lugar donde me ha sujetado, mirando a Jhon con el terror reflejado en mi rostro. 

En ese instante, la verdad se despliega ante mí con una claridad aterradora: he estado durmiendo con el enemigo.

He pasado cinco años al lado de un monstruo, y nunca me di cuenta.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo