3- No soy tu suplente

Emma

Apenas ha amanecido, y yo ya estoy sentada frente al espejo de mi tocador, mirando mi reflejo como si tratara de encontrar a la persona que era antes. 

Mis manos temblorosas acarician las cicatrices en forma de pétalos que marcan mis muñecas. 

Pequeñas, apenas visibles, pero cada una me cuenta una historia que preferiría olvidar. 

Fueron hechos hace muchos años, cuando era solo una niña asustada. 

Jhon me salvó entonces. 

Lo conocí ese día, cuando pensé que mi vida terminaba. 

Él fue mi héroe... el hombre en el que confié ciegamente. El mismo hombre que anoche me dijo, sin piedad, que nunca me había amado.

Las lágrimas luchan por salir, pero las detengo. No tengo tiempo para llorar. 

Mis ojos se detuvieron sobre los papeles del divorcio que redactaron anoche. 

Jhon dejó muy claro que nunca me dará el divorcio, pero no puedo, no concibo seguir viviendo bajo el mismo techo con alguien que me desprecia, que me ha utilizado todos estos años. 

Mi mano se desliza sobre la carpeta de documentos mientras mi corazón late con fuerza en mi pecho. 

Tengo que ser fuerte, aunque todo dentro de mí se sienta roto.

Tomo una profunda bocanada de aire, me seco las lágrimas con el dorso de la mano y me pongo de pie. 

Hoy iré a la empresa de Jhon, aunque nunca me atrevido a presentarme ahí. Debo enfrentarme a él ya esta realidad que me ha caído encima.

Al llegar a la empresa, noto las miradas curiosas sobre mí desde el momento en que entro por la puerta principal. 

Camino con la cabeza baja, aunque mi interior grita por levantarla, por no dejarme aplastar por estas miradas que me juzgan. 

Nadie aquí sabe que soy la señora Blackthorne. Para ellos, soy una completa desconocida. 

El simple hecho de que tenga que validar mi identidad en la recepción me hace sentir diminuta, menospreciada. 

La recepcionista me observa con sospecha cuando le digo mi nombre, y me pide que espere mientras verifica mi información. 

No puedo evitar sentir un nudo en el estómago, un mal presentimiento que empieza a crecer dentro de mí.

Cuando finalmente me dejan pasar, mis pasos son pesados, como si cada paso hacia la oficina de Jhon me acercara más a una verdad que no estoy lista para descubrir. 

Al llegar a su oficina, decidió no anunciarme. Algo me dice que no debo esperar más. 

Ignoro los llamados de la secretaria, quien parece nerviosa, y entro directamente.

Lo que veo dentro de mí paraliza. Allí, sentada en la silla que debe ser de mi esposa hay una mujer que a simple vista se parece un poco a mi, ella al verme esboza una sonrisa falsa y en el instante en que se pone de pie se de quién se trata al ver su vientre abultado:

La amante. 

Mi corazón se rompe en mil pedazos al ver cómo las manos de esta reposan en el vientre que apenas empieza a notarse y el dolor de saber que tal vez yo nunca pueda tener eso se multiplica dentro de mi.

Sin embargo, necesito confirmarlo. Necesito que esta mujer me lo diga.

—Tú… Tú… —¿Quién eres? —le pregunto, sintiendo que la duda y el miedo empiezan a apoderarse de mí.

Ella me mira con una sonrisa burlona, ​​una sonrisa que no puede esconder el desprecio que siente hacia mí.

—¿No lo sabes? —pregunta, fingiendo sorpresa—. Qué pena, pensé que ya te habrías dado cuenta. Soy Sofía… y, bueno, pronto será madre del hijo de Jhon. Tu querido esposo.

Siento como si me hubieran golpeado en el estómago. La respiración se me corta, y mis manos tiemblan de pura rabia.

—¿El hijo de Jhon...? —repito, mi voz apenas audible. No. NO. NO. 

Aunque él me lo había dicho, escucharlo nuevamente no es menos doloroso. Esto no puede ser . Sofía sonríe con arrogancia, disfrutando de mi desconcierto.

—Sí, querida. Este es el hijo que Jhon siempre quiso, el que nunca podrá tener contigo. Qué triste, ¿no crees?

Sus palabras son como dagas, y antes de darme cuenta, me encuentro dando un paso hacia ella, furiosa, dispuesta a gritarle, a enfrentarla.

—Acabaste con mi matrimonio… 

Pero no alcanzó a hacer mucho pues en ese momento, la puerta de la oficina se abre y Jhon entra, justo a tiempo para interponerse entre nosotras.

—¿Qué demonios está pasando aquí? —pregunta con el ceño fruncido, pero su mirada no es para mí. Se dirige directamente a Sofía y noto que la forma en que la ve… Nunca me ha mirado así a mí.

Sofía, como si estuviera perfectamente entrenada para este momento, se lleva una mano al vientre y pone cara de angustia.

—Jhon, por favor... no dejes que me haga daño —dice con voz temblorosa, fingiendo miedo mientras acaricia su vientre—. No quiero que pase nada malo con nuestro bebé.

Jhon se vuelve hacia mí con una expresión una mueca de rabia. Ni siquiera hay remordimiento de que esté viendo a su amante No hay amor, ni preocupación, solo frialdad.

—¿Qué estabas pensando, Emma? —me acusa con la voz cargada de desprecio—. ¿Acaso has perdido la cabeza? ¡No puedes venir aquí y menos atacar o  hacerle esto a Sofía!

Siento que las lágrimas queman detrás de mis ojos, pero me niego a dejarlas salir. ¿Cómo puede defenderla a ella?

— ¿Cómo puedes hacerme esto a mí? —le pregunto, mi voz quebrada—. No soy tu suplente. ¿Por qué te casaste conmigo si siempre quisiste estar con ella? ¡Dame el divorcio y quédate con ella!

Veo como la rabia se muestra en el rostro de Jhon e incluso en el de la tal Sofia. Jhon me observa en silencio por un momento antes de hablar, su mandíbula apretada.

—Esto no tiene nada que ver con amor, Emma. Tú y yo estamos casados ​​por razones mucho más importantes,Sin embargo,  Sofía y yo... —hace una pausa, como si buscara las palabras adecuadas—. Lo nuestro es diferente.

Es ahí cuando todo empieza a tomar sentido para mí y no puedo evitarlo. Todo es demasiado y simplemente las lagrimas salen de mis ojos al tiempo que, como si estuviera fuera de mi empiezo a reírme sin humor, una risa amarga que no puedo controlar.

—Ya lo entiendo —digo entre risas—. Tu madre no la aprueba, ¿verdad? Por eso te casaste conmigo. Porque yo soy la que ella aprobaba y tu novia no.

La tensión en la habitación es palpable. Jhon me mira con furia, y antes de que pueda darme cuenta, levanta la mano, dispuesto a golpearme. Cierro los ojos, esperando el golpe.

Pero nunca llega.

Siento algo cálido rodear mi espalda, una mano fuerte que detiene el golpe antes de que ocurra y segundos después una voz baja y rasposa llega a mis oídos poniendo mi cuerpo en alerta.

—Sabe, señor Blackthorne —dice una voz grave detrás de mí—, lo que más odio en el mundo es ver que golpean a una mujer.

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