5- He olvidado cómo hacerlo

Damian

Estoy encerrado. Las barras de hierro me rodean, frías y rugosas bajo mis dedos. El aire apesta a óxido, mis gritos rebotan en el metal y desaparecen en la oscuridad. “¡Ayuda!” grito, una y otra vez. 

No hay respuesta, solo risas. 

Unas carcajadas huecas y crueles que vienen de las sombras. Y entonces, la veo... Mi madre. La lanzan como un muñeco roto dentro de la misma jaula. La sangre cubre su rostro. “¡Mamá!” grito, y las lágrimas queman mis ojos.

Justo en ese momento me despierto sintiendo el cuerpo sudoroso y pegajoso, mientras mi respiración se agita al punto que me cuesta respirar. 

Cierro los ojos por un segundo y me repito una y otra vez que ya no estoy ahí, he salido.

Veinte años, ese es el tiempo que ha pasado desde que me fui de Chicago. De mi país, luego que mi vida cambiara para siempre, y me arrebataran a la persona que más amaba en el mundo.

La única razón por la que estoy vivo es por venganza.

Solo venganza… 

*****

—Club de Élite, la chica está comiendo con los padres—la voz de Alex, mi mejor amigo y socio, se escucha del otro lado de la línea y yo esbozo una sonrisa porque este viaje se ha vuelto mucho más interesante.

—Perfecto, gracias—le digo, pero antes de colgar, su voz llega hasta mi, esta vez mucho más cauta.

—Damian, ¿estás seguro de que quieres involucrar a la mujer?

Ante la mención no puedo evitar evocar los ojos grises de la chica, ni la mirada dolida que llevaba en el rostro cuando entré en la oficina y me encontré a Jhon a punto de golpearla, solo para enterarme que es su esposa.

Si en algo no mentí, es que odio a los hombres que golpean a las mujeres. Los detesto y cada vez que puedo me encargo de destruirlos. Yo seré un completo hijo de put*, pero no de ese tipo.

—Ella sola se ha involucrado al llevar el apellido Blackthorne. Ahora no pierdas de vista nuestro objetivo, yo debo ir a cazar un lindo conejito.

Cuando llego al club, encontrar a Emma no es difícil. La veo caminando hacia mí con la vista fija en su celular, tan concentrada en la pantalla que no se da cuenta de mi presencia. Tal como la primera vez, se estrella contra mi cuerpo. 

Mis manos la sostienen por la cintura antes de que pueda caer.

—Creo que debemos empezar a buscar otra manera de encontrarnos. ¿No lo crees? —digo, con un tono suave y una sonrisa que no consigo reprimir.

Ella alza la mirada hacia mí, sus ojos grises están abiertos de sorpresa, y deja escapar un pequeño jadeo que capta mi atención. Sin darme cuenta, mis ojos se deslizan hasta sus labios llenos, quedándome atrapado por un instante en la idea de lo que sería probarlos.

—Señor White 

Ella tiene la mirada puesta en mí, sus ojos grises están abiertos de sorpresa, y deja escapar un pequeño jadeo que capta mi atención. 

—¿Usted...? ¿Cómo...? ¿Quién es? —pregunta, con un nerviosismo evidente en su voz.

Una sonrisa burlona se forma en mis labios al verla tan desconcertada.

—Parece que esta ciudad no es tan grande como dicen. Soy Damian White, aunque eso ya lo sabe, estoy pensando en invertir en la empresa de… su esposo. —le digo. Y entonces adquiero un tono más serio para agregar—. ¿Está usted bien? Antes, en la oficina de su esposo, no tuve oportunidad de preguntarle.

No pasa desapercibido para mí cómo su cuerpo se tensa por un segundo y ella desvía la vista, antes de aclararse la garganta y con las mejillas un poco sonrojadas decir:

—Estoy bien, de hecho le debo un agradecimiento. Lamento mucho que haya tenido que ver eso.

Por unos segundos simplemente puedo mirar a la chica enfrente mío, es varios años menor que yo y parece genuinamente inocente, lo que es muy extraño teniendo en cuenta es esposo que tiene.

—No hay nada que agradecer y disculpe si soy imprudente, pero ¿Lo ha hecho? El señor Blackthorne la ha golpeado?

Todo el cuerpo de la mujer se endereza y me parece curioso que algo como la rabia y el resentimiento parece brillar en sus ojos por unos segundos. Interesante…

—No, nunca lo ha hecho… Hoy ha sido algo… sorpresivo.

—Ya veo, bueno en vista que hemos encontrada no una, sino dos veces, ¿qué le parece si me dice su nombre y se apiada de mí y me muestra el club? —añado con un tono ligeramente coqueto, midiendo su reacción.

La sorpresa ilumina el rostro de la mujer. Sé que la propuesta no es algo que se haga a la ligera con una mujer casada, pero precisamente por eso quiero ver su reacción. 

Su nerviosismo y la manera en que tartamudeó hace unos momentos ya me han dado un indicio de que no es completamente feliz en su matrimonio. Y ahora, verla aquí, sin Jhon a la vista, me parece una excelente oportunidad para ir labrando mi camino.

Ella me mira, como sopesando su respuesta, y finalmente, para mi sorpresa, dice en voz baja:

—Emma… Mi nombre es Emma. Yo.. Yo podría mostrarte una parte, el lugar es demasiado grande para recorrerlo todo hoy y debo llegar a casa temprano.

Una lenta sonrisa se forma en mis labios. Sin dudarlo, extiendo el brazo en forma de jarra, una invitación para que se cuelgue de él.

—Siendo así, Emma, —digo con un tono ligero, pero remarcando su nombre—, entonces es mejor que nos demos prisa.

Veo un leve rubor en sus mejillas, como el de una colegiala a punto de cometer una travesura. Esa simple reacción enciende algo primitivo dentro de mí. Emma se agarra de mi brazo y comenzamos a caminar por el club. 

Me habla con voz suave, explicando cada rincón que recorremos. 

Es en medio del campo de golf cuando decido interrumpir su charla sobre la historia del lugar.

—¿Juegas? —le pregunto, señalando el extenso campo de césped perfectamente cuidado.

Emma parpadea, un poco confundida al principio, y luego mira hacia el campo antes de asentir con cuidado.

—Lo hago, bueno, lo hacía, antes de casarme ahora tengo años que no practico.

—Bueno, es una suerte que yo esté aquí —respondo, esbozando una sonrisa que espero que sea lo suficientemente convincente—. ¿Qué tal si te doy una práctica rápida y así nos divertimos un rato?

Ella duda, y puedo notar en su expresión que está a punto de rechazarme. Antes de que pueda decirlo, juego mi otra carta:

—No quiero incomodarte —añado—, es solo que no conozco a nadie en el país y sinceramente llevo tres días hablando de negocios con tu esposo. Necesito un descanso.

Veo cómo se relaja, y tras mirar a su alrededor con cierta indecisión, finalmente asiente.

—De acuerdo, pero solo un rato.

—Perfecto —digo, sintiendo la satisfacción correr por mis venas.

Esto va a ser muy interesante.

Le indico que tome uno de los palos de golf, mientras yo selecciono otro para mí. La observo posicionarse, aunque desde el primer momento puedo ver que no está del todo cómoda. Sus tiros no son certeros, y cada vez que falla, frunce el ceño con una frustración palpable. Después de varios intentos fallidos, noto que está a punto de darse por vencida. Es el momento perfecto para intervenir.

Me acerco a ella por detrás, invadiendo suavemente su espacio personal.

—Estás agarrando mal el palo —digo en voz baja, lo suficientemente cerca para que sienta mi aliento en su oído.

Ella tiembla, y aunque sus labios murmuran una respuesta casi inaudible, la escucho claramente.

—Supongo que he olvidado cómo hacerlo bien.

Las palabras de Emma despiertan un deseo ardiente en mi interior, y por un momento, mi mente vuela a un territorio completamente distinto. Conteniendo un gruñido, me inclino hacia ella y le susurro:

—Entonces, permite que te lo recuerde.

Coloco mis manos sobre las suyas, ajustando la forma en que sostiene el palo de golf. Mi pecho casi toca su espalda, y puedo sentir cómo su respiración se vuelve más errática. Lentamente, la guío en el movimiento, balanceando el palo con ella. 

Sin embargo, nada más golpear la pelota una voz a nuestras espaldas hace que ella de un respingo y se aleje de mi,

—¿Qué está pasando aquí?

Lizzy Bennet

Cariñitooooos, bienvenid@s a esta nueva historia, llena de amor, venganza, pasiones y mentiras. Espero que la disfruten como lo estoy haciendo yo. No olviden comentar los capítulos y dejar su reseña en el perfil de la historia. Mil gracias, besoooos.

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