4- Siempre serás mi esposa

Emma

No sé quién es el recién llegado, pero lo que sí puedo notar es el impacto que su presencia tiene en mi esposo.

El hombre ha entrado en la oficina junto con otro más y ambos se ven imponentes y muy, muy serios.

Jhon retrocede de inmediato, palideciendo. Me giro lentamente y mis ojos se encuentran con los del hombre que me ha salvado del golpe. Un extraño, pero hay algo en él, algo peligroso ya la vez... familiar.

—Señor White —dice Jhon, tratando de recomponerse—. Damian, qué pena que haya tenido que presenciar esto. No es lo que parece.

Damián White… Digo en mi mente viendo de reojo al hombre. Su mano se retira suavemente de mi cabeza mientras avanza un paso hacia Jhon, con una sonrisa ladeada y una calma peligrosa.

—¿De verdad? —dice Damián—. ¿Y quién es la mujer embarazada que está en sus brazos? ¿Es ella la señora Blackthorne?

La sola mención de la amante me hace sentir humillada a niveles inimaginables. Sin embargo esta se recompone y, se apresura a hablar.

—Mi nombre es Sofía Smith, y John y yo estamos a punto de casarnos —dice con una sonrisa arrogante.

Las palabras me impactan tanto que creo que incluso un jadeo sale de mí y retrocedo pegando mi espalda casi al pecho del desconocido, por lo que me alejo de inmediato.

Son demasiadas emociones…

Veo que el recién llegado, Damian,  no puede evitar sonreír burlonamente antes de replicar:

—Oh, entonces tú no eres la esposa... por lo que supongo que la señora Blackthorne es la mujer a la que estabas a punto de golpear.

El rostro de Jhon se vuelve incómodo, y yo, a pesar de todo, siento una extraña sensación de alivio. Pero también una confusión latente. Hay algo en Damian White, algo que me hace sentir que no es simplemente un hombre amable. Hay una hostilidad apenas contenida en su interacción con Jhon, pero no sé de dónde proviene.

Finalmente, Jhon despacha a su amante con un gesto brusco, y yo, sintiendo que ya he hecho el ridículo suficiente, suelta la carpeta de los papeles del divorcio sobre su escritorio.

—Yo también me voy —digo con voz rota.

Damian me lanza una última sonrisa amable, lo que hace que trague con incomodidad. No sé qué pensar de este hombre. Pero justo cuando me dispongo a salir, siento la mano de Jhon tomando mi brazo. Finge un abrazo, pero sus palabras son veneno puro cuando me susurra al oído:

—No provoques a los hombres como una zorra. Siempre serás mi esposa, Emma. Y lo mejor es que lo recuerdes.

Me aparto de su abrazo con todo el desprecio que soy capaz de reunir. Siento que el aire en la habitación se vuelve sofocante mientras me dirijo hacia la salida, dejando atrás a ese monstruo ya su amante.

Justo cuando salía del edificio, una notificación de mensaje hizo que mi corazón se hundiera de nuevo: Mis padres…

¡Solo faltan 10 minutos para la hora del almuerzo!

… 

Respiro hondo al cruzar la puerta del club, donde mis padres y yo nos reunimos para almorzar dos veces al mes. 

No sé cómo manejaría la situación si descubrieran que he pensado en el divorcio. 

Si en algo tiene razón Jhon, es en que ellos jamás lo aceptarían. 

Mi madre, especialmente, vería esa decisión como un fracaso personal, una vergüenza para la familia. Mientras camino por el vestíbulo alfombrado, siento que mi estómago se revuelve con nervios.

He pasado toda mi vida intentando ser la hija perfecta, siempre buscando la aprobación de mis padres. 

Cuando era pequeña, me esforzaba por ser la mejor de la clase, esperando recibir un elogio que nunca llegaba. Más tarde, conseguí una beca para hacer una maestría, y ni siquiera entonces fue suficiente. 

El único momento en que realmente vi orgullo en los ojos de mis padres fue cuando les dije que había iniciado un romance con el hijo de la familia más influyente de Chicago, Jhon Blackthorne. 

¡Qué chiste!

Localizo a mis padres sentados en una mesa cerca de la ventana, como siempre. 

Mi madre está impecablemente vestida, con su traje de sastre de color marfil, su cabello rubio peinado en un moño elegante.

Mi padre lleva un traje oscuro y se mantiene erguido en su silla, con la misma expresión impasible que siempre ha tenido. 

Me acerco a la mesa, tratando de disimular mi incomodidad.

—Llegas tarde —es lo primero que dice mi madre, su voz cortante—. La impuntualidad no es un rasgo atractivo en una mujer, Emma. Deberías saberlo ya.

Mi cuerpo se tensa de inmediato al escucharla, pero me esfuerzo por mantener la compostura.

—Lo lamento, madre, el tráfico estaba difícil —respondo, inclinándome para dejar un beso superficial en su mejilla, seguido de otro en la de mi padre, quien me devuelve una pequeña sonrisa. 

Nunca ha sido muy afectuoso, pero en comparación con mi madre, siempre ha sido un poco más accesible.

Nos sentamos y el mesero aparece casi al instante para tomar nuestro pedido. 

La conversación inicial es casual, pero vacía, llena de los comentarios usuales de mi madre sobre las últimas reuniones sociales y las obras de caridad en las que participa.

Sé que en cualquier momento empezarán las preguntas sobre mi matrimonio, y aunque intento prepararme, no estoy segura de poder soportar sus comentarios hoy.

—Y dime, Emma —comienza mi madre, clavando en mí su mirada crítica—, ¿cómo van las cosas con Jhon? Hace semanas que no lo vemos.

—Jhon ha estado muy ocupado con el trabajo —respondo con voz neutra, intentando no mostrar ninguna debilidad—. Apenas ha tenido tiempo para socializar.

—Eso no es excusa para que no hagan su aparición en los eventos importantes —responde mi madre, chasqueando la lengua—. Es fundamental mantener las apariencias. Después de todo, la gente tiene expectativas con ustedes, no solo por los Blackthorne, sino también por nuestra familia.

Mi padre asiente ligeramente, y aunque no dice nada, sé que opina lo mismo. La aprobación de la sociedad lo es todo para ellos.

—He oído que Jhon ha hablado de expandir la empresa. Espero que estés apoyándolo adecuadamente —añade mi madre, con una mirada que me atraviesa.

—Sí, claro, estoy haciendo lo que puedo —respondo, pero en mi interior siento que la frustración empieza a acumularse. No saben nada sobre la verdadera naturaleza de mi matrimonio, y tampoco les interesa saberlo.

Mi madre sigue hablando sin darle importancia a mi tono.

—También, querida, debemos hablar de un tema crucial —dice, bajando un poco la voz como si fuera a revelar algún secreto—. Todavía no has podido darle un hijo a tu esposo. ¿Por qué es tan complicado, Emma?

Las palabras me golpean como un balde de agua fría. Siento un nudo formarse en mi garganta y el aire parece volverse más pesado. Lo que no saben es que he intentado quedarme embarazada durante años, y solo recientemente descubrí que Jhon había estado cambiando mis vitaminas por anticonceptivos. 

Nunca tuve una oportunidad real de concebir, y me siento engañada, traicionada.

—Jhon prefiere esperar un poco más antes de tener hijos —miento, porque no puedo confesarles la verdad, no aquí y no ahora.

Mi madre frunce el ceño y sacude la cabeza.

—¿Esperar? Eso suena a una excusa. Tal vez no se siente seguro de ti. Tienes que esforzarte en ser la esposa perfecta, Emma. Ya sabes lo importante que es para todos. No puedes arruinar esto.

Fuerzo una sonrisa, aunque lo único que quiero es gritar de frustración.

—No lo haré, madre —le aseguro—. Sé muy bien cuán importante es esto.

El resto del almuerzo transcurre de forma monótona, lleno de críticas veladas sobre mi peso, mi aspecto y la importancia de mantener mi "posición". Finalmente, el encuentro termina y salgo del club con el ánimo por el suelo. 

No quiero volver a casa, no quiero enfrentarme a la soledad de mis pensamientos, que seguramente me llevarían de nuevo a esos oscuros rincones de tristeza.

Mientras camino por el vestíbulo, pienso en llamar a Melissa, mi única amiga verdadera, para contarle lo que me ha estado pasando. 

Ella es abogada, tal vez pueda ayudarme a divorciarme.

Saco el celular del bolso mientras avanzo, distraída. No me doy cuenta de lo que ocurre hasta que choco con alguien. 

Antes de que pueda reaccionar, un par de manos firmes se posan en mi cintura, sosteniéndome.

Un escalofrío me recorre el cuerpo y, por un segundo, sé exactamente quién es. Lo confirmo cuando esa voz profunda y grave que no ha salido de mi cabeza desde el primer encuentro me habla al oído:

—Creo que debemos empezar a buscar otra manera de encontrarnos. ¿No lo crees?

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