Emma
—Cinco años, Emma. Cinco largos años y aún no has podido darme un nieto. ¿Sabes lo que eso dice de ti?
Las palabras de mi suegra, esa mujer altiva. Ícono temible y envidiable de la sociedad, caen sobre mí como cuchillos afilados haciéndome sentir diminuta..
Siento que mi cuerpo se tambalea de puro agotamiento, pero no solo físico. Es como si cada palabra que sale de su boca tuviera la intención de aplastarme.
—Lo… Lo lamento, no me encuentro bien… —respondo con la voz algo apagada.
Ahora sólo quiero irme. Quiero encerrarme y simplemente olvidar por un momento cómo mi matrimonio parece estar en la cuerda floja.
De solo pensarlo siento que no puedo respirar, pero mi suegra se interpone en mi camino, sus ojos encendidos en cólera.
—No te encuentras bien, nunca te encuentras bien —dice con el tono de crítica que es imposible de ignorar—. Si ni siquiera puedes tener un hijo, ¿qué sentido tiene que mi hijo se case contigo? Le estás robando su oportunidad de tener un heredero, realmente creí que serías una mejor esposa.
Ese nuevo golpe me llega tan fuerte que siento que incluso me tambaleo.
Toma todo de mi morderme los labios para que no me vea llorar de impotencia. ¿Acaso ella cree que esto no es doloroso para mí? ¿Qué yo no quiero tener un bebé?
Respiro hondo, tratando de pensar en cosas buenas, como ,mis sentimientos por Jhon. Mi esposo, y como no quiero ser una decepción. Ni para la familia de él, ni mucho menos la mía.
Mirando a los ojos de mi suegra, le digo:
—Yo... lo estoy intentando, juro que lo he hecho… he estado—trato de explicar, mi voz quebrándose en el proceso, pero Victoria no me deja terminar.
—Intentando. ¿De verdad crees que eso es suficiente? ¿Crees que los rumores de lo mal que va tu vida marital no me ha llegado?—espeta, con un tono de burla evidente—. No puedes controlarlo, Emma. Todos lo saben. Jhon casi no viene a casa. ¡Ni siquiera eres capaz de conseguir que se quede aquí! Una buena esposa sabe cómo mantener a su marido interesado, cómo darle lo que necesita. Pero tú... Tú has fracasado en todos los sentidos.
Cada palabra es como una bofetada, y aunque intento resistir, siento las lágrimas agolpándose en mis ojos. Mis manos se aprietan en puños, pero no tengo fuerzas para defenderme.
—Tal vez si te concentraras en cumplir con tus responsabilidades —continuúa, sus ojos fríos como el hielo—, no tendrías que preocuparte tanto por lo que hace tu esposo cuando no está en casa.
Sus palabras me golpean en lo más profundo. Victoria lo sabe, de alguna manera lo sabe. Sabe que algo anda mal, que Jhon me evita. Sabe que él está fuera de la mayoría de las noches.
Pero lo peor es la forma en que lo dice, como si todo fuera culpa mía. Como si yo hubiera fallado en algo que cualquier mujer debería poder hacer.
Antes de que pueda responder, se da media vuelta y se marcha con un paso firme, dejándome sola en el vestíbulo, sintiendo el peso de su juicio sobre mis hombros.
Me quedo allí, paralizada, luchando por respirar con normalidad, pero cada respiro parece clavarse en mi pecho como una aguja.
¿Cómo llegué a esto?
Con el cuerpo tembloroso, me arrastro hacia las escaleras y subo a mi habitación.
…
—Por favor que sea positivo… Por favor.
Comienzo a contar los segundos mientras mis ojos están fijos en la pequeña barra de la prueba de embarazo. La sostengo entre las manos temblorosas, mi corazón latiendo con fuerza en el pecho.
¡En cuanto tenga a mi hijo con Jhon, todo se solucionará!
—Por favor…
Siento una opresión en el estómago, una mezcla de esperanza y miedo.
Los minutos parecen eternos, y cuando finalmente se completa el resultado, mi mundo se desploma.
Una barra roja brillante.
No estoy embarazada.
Otra vez no.
El dolor me golpea con una fuerza abrumadora, como una ola que me arrastra al fondo de un océano oscuro. Siento que la habitación se vuelve pequeña, que el aire empieza a faltar, y en mi pecho una presión familiar comienza a crecer.
No puedo respirar bien, es como si algo me aprisionara los pulmones. Me doblo ligeramente, tratando de inhalar profundamente, pero el oxígeno no llega. Los dedos se me aferran a la encimera del baño mientras mis pensamientos se desbocan.
—¡¿POR QUÉ NO PUEDO... POR QUÉ?!
Las innumerables pruebas de embarazo de color rojo brillante que tenía en el cajón parecían reírse de mí.
Llevo cinco años intentándolo, cinco años esperando este momento, rogando por un milagro, pues mis estudios muestran siempre que estoy bien, pero aun así no consigo quedar. Y siempre lo mismo.
El silencio del baño se llena con mis jadeos, con el sonido desesperado de mis intentos por controlar la respiración.
Uso todo mi esfuerzo para salir corriendo de ese lugar y me dejé caer en un lado de la cama.
¿Medicina? ¿Dónde está mi medicina?
Busco en el botiquín con manos frenéticas, pero mi vista empieza a nublarse. Siento como mi garganta se cierra.
—Emma, están en el cajón de tu mesita de noche. ¡Acuérdate de tomarlas!
La suave voz de Jhon llegó a mis oídos.
…
Cuando abro los ojos, el techo blanco del hospital se extiende sobre mí.
Mi pecho sube y baja de manera irregular, pero al menos estoy respirando.
Me esfuerzo por girar la cabeza, y ahí está el doctor Wilson, revisando una tabla de registros a mi lado.
Parece preocupado, pero cuando nota que he despertado, su rostro se suaviza un poco.
—Emma, ¿cómo te sientes? —pregunta, con voz tranquila pero profesional.
Respiro hondo, el aire parece entrar más fácilmente ahora, pero todavía siento una opresión en el pecho.
Tuve otro ataque de asma, de hecho hacía años que no tenía uno, y éste casi me mata.
Recuerdo vagamente que tomé el móvil y marqué un número antes de que todo se oscureciera, y después de eso fue un frío helador el que me sacudió.
Me esfuerzo por incorporarme en la cama, aunque la sensación de agotamiento me pesa en los brazos.
—Estoy... mejor, gra… cias doctor Wilson —respondo, pero mi voz suena débil, quebrada.
El doctor asiente y toma asiento al lado de la cama. Lo observa mientras revisa unos papeles, y de repente siento que algo no está bien.
—Tuviste un ataque de asma muy fuerte —comienza a explicar—. Cuando llegaste, tu nivel de oxígeno era muy bajo, y hemos tenido que administrarte un tratamiento de urgencia. Pero ahora estás estable.
El alivio de estar viva es inmediato, pero no puedo evitar que mi mente vuelva al motivo por el que todo esto empezó. La prueba. El resultado. La desesperación. La imposibilidad de concebir.
Me muerdo el labio y dejo que las lágrimas silenciosas empiecen a correr por mis mejillas.
El doctor me mira con preocupación y después de una breve pausa, continúa.
—Emma, tengo que preguntarte algo importante. ¿Has estado tomando las pastillas para el asma regularmente?
Asiento de inmediato, tratando de controlar mi respiración.
—Sí, claro, siempre tomo las pastillas. Lo he hecho todo como me han indicado. Y no he vuelto a tener un ataque de asma en todos estos últimos años. ¿Por qué preguntó así?
El doctor frunce el ceño y extiende una mano hacia mí.
— ¿Tienes contigo el frasco que estabas usando? Necesito ver las pastillas.
Mi estómago se contrae al notar el tono de preocupación en su voz, pero asiento y busco en mi bolso que está junto a la cama.
Encuentro el frasco y se lo paso al doctor. Lo abre con rapidez y mira detenidamente las pastillas.
Luego, sin decir nada, se levanta y sale de la habitación con el frasco en la mano.
El tiempo parece estirarse mientras espero su regreso. Mi mente no deja de dar vueltas.
¿Qué está pasando?
¿Qué le pasa a mi medicación?
No, debe haberse agravado por mi reciente mal humor.
Estaba aprensiva y ansiosa mientras miraba en dirección a la puerta, el segundero del reloj volvía a sonar claramente en mi corazón.
Finalmente, el doctor regresa, su expresión ha cambiado, es aún más grave que antes. Se sienta de nuevo junto a mí y deja el frasco sobre la mesa. No dice nada al principio, como si estuviera buscando las palabras correctas.
—Emma —comienza lentamente—, revisó las pastillas que ha estado tomando. Y debo decirte que estas no son medicamentos para el asma.
Lo miro con incredulidad, el miedo se instala en mi pecho de inmediato.
—¿Qué...? ¿Qué quiere decir? —pregunto con la voz temblorosa.
—... Son anticonceptivos.
Emma ¿Anticonceptivos? ¿He estado tomando anticonceptivos? El shock me golpea con tanta fuerza que me cuesta respirar. Mis ojos se agrandan, y las palabras parecen no tener sentido.—Doctor, debe estar equivocado. Estas… estas son las pastillas que llevo años tomando para mi aflicción, no pueden ser otra cosa y cada vez que se me acaban, mi esposo va y…-De repente mi cerebro hormiguea por un momento, sí, mi esposo…. Cada vez que se me acababa la medicación, Jhon me la compra nuevamente y la pone en el botiquín.No, no lo creo.Algo me vino de repente y arrebaté los dos frascos de pastillas de la mano del médico y me los eché en la palma de la mano.Es todo blanco, pero hay una sutil diferencia.—No... no puede ser —susurro, las lágrimas empiezan a acumularse en mis ojos otra vez.Nunca lo había notado, nunca había dudado de él porque lo amaba con toda mi alma y mi corazón, pero ¿por qué?—Emma, debo ser honesto contigo. Esos son anticonceptivos y no cualquiera, son una fórmula que
Emma¡¡¡Ella tiene un hijo de mi esposo!!!No. NO. NO. Esto no puede ser. Sofía sonríe con arrogancia, disfrutando de mi desconcierto.—Sí, querida. Este es el hijo que Jhon siempre quiso, él que nunca podrá tener contigo. Qué triste, ¿no crees?Sus palabras son como dagas, y antes de darme cuenta, me encuentro dando un paso hacia ella, furiosa, dispuesta a gritarle, a enfrentarla.—¡No es verdad!¡Estás mintiendo!Pero no alcanzó a hacer mucho pues en ese momento, la puerta de la oficina se abre y Jhon entra, justo a tiempo para interponerse entre nosotras.—¿Qué demonios está pasando aquí? —pregunta con el ceño fruncido, pero su mirada no es para mí. Se dirige directamente a Sofía y noto que la forma en que la ve… Nunca me ha mirado así a mí.Sofía, como si estuviera perfectamente entrenada para este momento, se lleva una mano al vientre y pone cara de angustia.—Jhon, por favor... no dejes que me haga daño —dice con voz temblorosa, fingiendo miedo mientras acaricia su vientre—. No q
EmmaNo sé quién es el recién llegado, pero lo que sí puedo notar es el impacto que su presencia tiene en mi esposo.El hombre ha entrado en la oficina junto con otro más y ambos se ven imponentes y muy, muy serios.Jhon retrocede de inmediato, palideciendo. Me giro lentamente y mis ojos se encuentran con los del hombre que me ha salvado del golpe. Un extraño, pero hay algo en él, algo peligroso ya la vez... familiar.—Señor White —dice Jhon, tratando de recomponerse—. Damian, qué pena que haya tenido que presenciar esto. No es lo que parece.Damián White… Digo en mi mente viendo de reojo al hombre. Su mano se retira suavemente de mi cabeza mientras avanza un paso hacia Jhon, con una sonrisa ladeada y una calma peligrosa.—¿De verdad? —dice Damián—. ¿Y quién es la mujer embarazada que está en sus brazos? ¿Es ella la señora Blackthorne?La sola mención de la amante me hace sentir humillada a niveles inimaginables. Sin embargo esta se recompone y, se apresura a hablar.—Mi nombre es Sof
DamianEstoy encerrado. Las barras de hierro me rodean, frías y rugosas bajo mis dedos. El aire apesta a óxido, mis gritos rebotan en el metal y desaparecen en la oscuridad. “¡Ayuda!” grito, una y otra vez. No hay respuesta, solo risas. Unas carcajadas huecas y crueles que vienen de las sombras. Y entonces, la veo... Mi madre. La lanzan como un muñeco roto dentro de la misma jaula. La sangre cubre su rostro. “¡Mamá!” grito, y las lágrimas queman mis ojos.Justo en ese momento me despierto sintiendo el cuerpo sudoroso y pegajoso, mientras mi respiración se agita al punto que me cuesta respirar. Cierro los ojos por un segundo y me repito una y otra vez que ya no estoy ahí, he salido. Veinte años, ese es el tiempo que ha pasado desde que me fui de Chicago. De mi país, luego que mi vida cambiara para siempre, y me arrebataran a la persona que más amaba en el mundo.La única razón por la que estoy vivo es por venganza.Solo venganza… *****—Club de Élite, la chica está comiendo con los
Damien—¿Por qué estás aquí, Emma y con… ¿Señor White, qué está pasando?Levanto la vista y me encuentro con Jhon, el nuevo “socio” observándonos con una expresión que trata de mantener neutral pero sin éxito alguno.Puedo ver la sorpresa, la rabia y la sospecha brillando en sus iris. Lo cierto es que el encuentro lejos de molestarme solo hace más interesante el asunto. Noto que el imbécil parece enojado aunque intenta aparentar calma, sus ojos destellan con una sombra de celos y algo más que no logra ocultar del todo.Emma se aleja de mí, muy seguro lista para dar sus explicaciones, pero quiero alargar un poco más la diversión, asi que me adelanto.—Oh Jhon, hoy parece el día de las casualidades.—digo y tiendo una mano hacia él para saludarlo y este la toma con cautela— Me han recomendado el club y me vine al salir de la reunión para almorzar y me encontré con su esposa, ella me ha estado mostrando un poco del lugar —respondo con despreocupación, y una fingida camaraderia que no sien
Emma“Vete a casa Emma” “Hay mucho que hacer en casa, Emma” Las palabras de Jhon se repiten en mi mente a tiempo que la rabia y la decepción queman con fuerza en mi interior. He estado viviendo una mentira. Todo lo que creí que era real, la poca paz que pensaba que podía tener en mi vida, nada ha sido verdad.Y es tal vez esa misma rabia la que hace que, al subir al auto no me encamine hacia la casa como me ha ordenado Jhon, sino que por el contrario me coloque rumbo hacia la única persona que puede darme algo de consuelo y claridad en estos momentos: Melissa.Mi mejor amiga.Al entrar su edificio, el vigilante, señor Juan, me sonríe amablemente, como siempre.—Niña Emma, cuando tiempo sin verla, la señorita Melissa está arriba. Pase, usted ya sabe que tiene pase libre.Le devuelvo la sonrisa, aunque me cuesta mantenerla en mi rostro.—Gracias, señor Juan.Subo en el ascensor sintiendo que el peso de todo lo que ha pasado se hace cada vez más insoportable. La verdad es que estoy aterr
DamianLa cena de esta noche no estaba en mis planes inmediatos. De hecho, hubiera preferido tener más tiempo antes de enfrentar de nuevo a esos traidores. Sin embargo, no tengo opción. El viejo infeliz me ha visto, y ahora no puedo evitarlo.—No estoy convencido de que esto sea una buena idea —dice Alex desde la puerta, su ceño fruncido refleja la preocupación que trata de disimular—. Es demasiado pronto.Aprieto la quijada al escuchar sus palabras, no porque no lo entienda, sino porque sé que tiene razón. Aun así, no puedo detenerme ahora.—No tengo opción, Alex —replico, ajustando la manga de mi chaqueta—. El viejo me vio en el club, y el imbécil me presentó como su socio. Si no voy, podría levantar sospechas, y eso podría arruinar el plan.Alex cruza los brazos y me mira con seriedad.—Y si te descubre o te reconoce, también podría arruinar todo.Bufé, con la mirada fija en el espejo.—Te puedo asegurar que eso no va a pasar. Ese hombre ni siquiera debe recordar que alguna vez exis
EmmaMe despierto envuelta en las suaves sábanas de la cama de Melissa, con los primeros rayos de sol colándose por la ventana. Me siento extraña, desorientada. Hace tanto tiempo que no paso la noche fuera de mi casa que, por un segundo, me cuesta recordar dónde estoy. Pero en cuanto enciendo el celular, todo regresa de golpe.La pantalla brilla con una cantidad abrumadora de notificaciones: llamadas perdidas, mensajes... todos de Jhon. Cierro los ojos con fuerza, deseando poder ignorarlos, pero sé que no puedo.Deslizo el dedo por la pantalla y me encuentro con un sinfín de mensajes llenos de insultos y amenazas. "¿Dónde diablos te metiste?" "¿Quién te dio permiso para quedarte afuera?" "Regresa ya, o te arrepentirás."Siento que el estómago se me revuelve. Las palabras me atraviesan como un cuchillo, pero lo que más me desconcierta no son las amenazas, sino los mensajes en los que parece, por un momento, estar preocupado. "¿Estás bien?" "No me hagas esto." "Dime dónde estás, Em