1- Mi deseo más profundo

Emma

Comienzo a contar los segundos mientras mis ojos están fijos en la pequeña barra de la prueba de embarazo. La sostengo entre las manos temblorosas, mi corazón latiendo con fuerza en el pecho.

—Por favor que sea positivo… Por favor.

Siento una opresión en el estómago, una mezcla de esperanza y miedo. Con cada día que pasa siento que mi matrimonio se arruina más, mi suegra me ve como una incompetente y mis padres… ni siquiera puedo pensar en ellos ahora mismo.

 Los minutos parecen eternos, y cuando finalmente se completa el resultado, mi mundo se desploma.

Una barra roja brillante.

No estoy embarazada.

Otra vez no. El dolor me golpea con una fuerza abrumadora, como una ola que me arrastra al fondo de un océano oscuro. Siento que la habitación se vuelve pequeña, que el aire empieza a faltar, y en mi pecho una presión familiar comienza a crecer. 

No puedo respirar bien, es como si algo me aprisionara los pulmones. Me doblo ligeramente, tratando de inhalar profundamente, pero el oxígeno no llega. Los dedos se me aferran a la encimera del baño mientras mis pensamientos se desbocan.

¿Por qué no puedo?

Llevo cinco años intentándolo, cinco años esperando este momento, rogando por un milagro, pues mis estudios muestran siempre que estoy bien, pero aun así no consigo quedar. Y siempre lo mismo. 

El silencio del baño se llena con mis jadeos, con el sonido desesperado de mis intentos por controlar la respiración. Busco el inhalador en el botiquín con manos frenéticas, pero mi vista empieza a nublarse. Siento como mi garganta se cierra.

Necesito ayuda.

Apenas logro tomar el celular antes de que todo se oscurezca, las fuerzas me fallan y el pánico toma el control. Marco el número de emergencias mientras mi cuerpo se desploma, sintiendo el frío del suelo del baño en mis mejillas. 

Al otro lado de la línea, escucho una voz distante pidiéndome que me calme, que la ayuda ya está en camino, pero la desesperación me consume.

Cuando abro los ojos, el techo blanco del hospital se extiende sobre mí. Mi pecho sube y baja de manera irregular, pero al menos estoy respirando. Me esfuerzo por girar la cabeza, y ahí está el doctor Wilson, revisando una tabla de registros a mi lado. 

Parece preocupado, pero cuando nota que he despertado, su rostro se suaviza un poco.

—Emma, ​​¿cómo te sientes? —pregunta, con voz tranquila pero profesional.

Respiro hondo, el aire parece entrar más fácilmente ahora, pero todavía siento una opresión en el pecho, como si el ataque de asma hubiera dejado una huella. Me esfuerzo por incorporarme en la cama, aunque la sensación de agotamiento me pesa en los brazos.

—Estoy... mejor —respondo, pero mi voz suena débil, quebrada.

El doctor asiente y toma asiento al lado de la cama. Lo observa mientras revisa unos papeles, y de repente siento que algo no está bien.

—Tuviste un ataque de asma muy fuerte —comienza a explicar—. Cuando llegaste, tu nivel de oxígeno era muy bajo, y hemos tenido que administrarte un tratamiento de urgencia. Pero ahora estás estable.

El alivio de estar viva es inmediato, pero no puedo evitar que mi mente vuelva al motivo por el que todo esto empezó. La prueba. El resultado. La desesperación. La imposibilidad de concebir. 

Me muerdo el labio y dejo que las lágrimas silenciosas empiecen a correr por mis mejillas.

El doctor me mira con preocupación y después de una breve pausa, continúa.

—Emma, ​​tengo que preguntarte algo importante. ¿Has estado tomando las pastillas para el asma regularmente?

Asiento de inmediato, tratando de controlar mi respiración.

—Sí, claro, siempre tomo las pastillas. Mi esposo se encarga de darme los frascos nuevos cuando se me acaban. Lo he hecho todo como me han indicado.

El doctor frunce el ceño y extiende una mano hacia mí.

— ¿Tienes contigo el frasco que estabas usando? Necesito ver las pastillas.

Mi estómago se contrae al notar el tono de preocupación en su voz, pero asiento y busco en mi bolso que está junto a la cama.

 Encuentro el frasco y se lo paso al doctor. Lo abre con rapidez y mira detenidamente las pastillas. Luego, sin decir nada, se levanta y sale de la habitación con el frasco en la mano.

El tiempo parece estirarse mientras espero su regreso. Mi mente no deja de dar vueltas. ¿Qué está pasando?

Finalmente, el doctor regresa, su expresión ha cambiado, es aún más grave que antes. Se sienta de nuevo junto a mí y deja el frasco sobre la mesa. No dice nada al principio, como si estuviera buscando las palabras correctas.

—Emma —comienza lentamente—, revisó las pastillas que ha estado tomando. Y debo decirte que estas no son medicamentos para el asma.

Lo miro con incredulidad, el miedo se instala en mi pecho de inmediato.

—¿Qué...? ¿Qué quiere decir? —pregunto con la voz temblorosa.

—Son anticonceptivos. Y no cualquiera, son una fórmula que fue retirada del mercado hace algún tiempo porque se descubrieron efectos secundarios graves en los pacientes que los tomaban.

El shock me golpea con tanta fuerza que me cuesta respirar. Mis ojos se agrandan, y las palabras parecen no tener sentido. ¿Anticonceptivos? ¿He estado tomando anticonceptivos? Mi mente trata de conectar los puntos, pero la única conclusión a la que llego es devastadora: Jhon lo ha hecho.

—No... no puede ser —susurro, las lágrimas empiezan a acumularse en mis ojos otra vez—. Mi esposo... él es quien siempre me da las pastillas.

El doctor me mira con compasión, y su tono se vuelve aún más serio.

—Emma, ​​debo ser honesto contigo. Estas pastillas tienen consecuencias, y debemos hacer más estudios para asegurarnos, pero hay una posibilidad de que te hayan dejado estériles. O, en el mejor de los casos, que ahora sea muy difícil para ti concebir.

El mundo a mi alrededor parece detenerse. Las palabras del doctor resuenan en mi cabeza una y otra vez, cada una golpeando como un martillo. 

Esteril. Difícil de concebir. Todo lo que he soñado, el deseo más profundo de mi vida, arrebatado sin siquiera darme cuenta.

El doctor coloca una mano en mi hombro, tratando de ofrecerme consuelo, pero su voz parece lejana, como si viniera de otro mundo.

—Sé que es difícil, Emma, ​​pero debemos hacer más estudios para confirmar el estado de tu salud reproductiva. Lo importante ahora es que te recuperas del ataque de asma, y ​​después podemos… 

Apenas pude oír las siguientes palabras del médico, y sentí que me sangraba el corazón.

John, el hombre con el que había decidido pasar toda mi vida, había hecho algo tan cruel.

Siempre pensé que detrás de sus momentos de frialdad aún quedaba algo del hombre que conocí, el que me hacía sentir especial. 

¿Es que acaso todo ha sido una mentira?

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